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La entrada de Colombia en la fase industrial del sistema mundo moderno/colonial, que comprende desde la pérdida de Panamá hasta el inicio de la República liberal, trajo consigo una serie de transformaciones que cambiarían para siempre su estructura social. La fábrica emergió como el eje central del modo de producción, aunque la hacienda y las subjetividades coloniales ligadas a ella siguieron funcionando. Colombia logra incursionar en dicha fase sólo hasta el final de la primera década del siglo XX porque durante todo el siglo anterior el país sirvió como despensa de la industrialización de los países centrales, pero sin que la «lógica cultural» del capitalismo industrial tuviera alguna incidencia en las relaciones sociales internas. Durante las primeras décadas del siglo XX asistimos, pues, a una experiencia del capitalismo que desterritorializó las herencias coloniales, pero no aniquilándolas sino resemantizándolas y alimentándose de ellas. Este es el punto de partida del último libro del filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez. Interesa al autor no la visión economicista del capitalismo, sino las prácticas a partir de las cuales puede decirse que el capitalismo echó raíces en Colombia. Prácticas que no pasan necesariamente por la constitución de empresas, flujos de capital o instituciones financieras, sino por ámbitos mucho más «moleculares». Para el autor, el capitalismo no debe ser analizado únicamente desde el punto de vista de la producción de mercancías sino también, y sobre todo, desde la perspectiva de la producción de subjetividades que hacen posible su experiencia. No es, pues, el capitalismo en sí mismo sino la experiencia del capitalismo lo que interesa a nuestro filósofo.
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