De las locas bobas a las falsas mujeres. El personaje transgénero en la prensa Antioqueña, 1890-1980 1

From Silly Fools to False Women. The Transgender Figure in the Antioquia Press, 1890-1980

Das loucas tolas às mulheres falsas. O personagem transgênero na imprensa de Antioquia (Colômbia), 1890-1980

Guillermo Correa Montoya
Universidad de Antioquia, Colombia

De las locas bobas a las falsas mujeres. El personaje transgénero en la prensa Antioqueña, 1890-1980 1

Tabula Rasa, núm. 29, 2018

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca

Recepción: 04 Noviembre 2016

Aprobación: 18 Noviembre 2017

Resumen: Este artículo explora las formas en que la prensa escrita representó e interpretó al sujeto transgénero masculino, a lo largo de noventa años, transformando un personaje ilegible construido en la estrategia de la simulación y el humor como posibilidad de vínculo social, a un sujeto reconocible cuyos contenidos ofrecen la imagen de un personaje falso, degenerado, delincuente, violento y desvinculado del mundo social. En síntesis, un personaje peligroso necesario de corregir y encerrar. La lectura a los contenidos de la prensa escrita a entre 1890 a 1980, toma como puntos centrales de referencia, El Colombiano, El Correo y Sucesos Sensacionales, donde identificamos en las imágenes y textos el delineamiento de este sujeto social abyecto.

Palabras clave: representación, prensa, transgénero, homosexualidad, sujeto abyecto.

Abstract: This paper explores the ways how written press represented and interpreted male transgender subjects, throughout a ninety-year period, showing how this undecipherable figure, who turned to humor and simulation to make a social link possible, was turned into a targeted subject, through contents depicting a false, degenerate, outlaw, violent persona, who was detached from social world. In short, newspapers painted a dangerous character, who should be corrected and confined. This reading on the contents of press written between 1890 and 1980, refers mainly to El Colombiano, El Correo, and Sucesos Sensacionales newspapers, in which we could identify a rendering of this abject social subject in images and texts.

Keywords: representation, press, transgender, homosexuality, abject subject.

Resumo: Este artigo explora as formas pelas quais a imprensa escrita, ao longo de noventa anos, representou e interpretou o sujeito transgênero masculino, transformando um personagem ilegível, construído na estratégia da simulação e do humor como possibilidade de vínculo social, em um sujeito reconhecível, cujos conteúdos oferecem a imagem de um personagem falso, degenerado, delinquente, violento e desligado do mundo social. Em suma, um personagem perigoso, necessário de corrigir e encarcerar. A leitura dos conteúdos da imprensa escrita entre 1890 e 1980 toma como pontos de referência centrais os jornais El Colombiano, El Correo y Sucesos Sensacionales, nos quais identificamos nas imagens e nos textos o delineamento desse sujeito social abjeto.

Palavras-chave: representação, imprensa, transgênero, homossexualidade, sujeito abjeto.


Villejuif - 2018

Johanna Orduz

Bajo el enfoque de la historia cultural, en este texto se presenta una exploración por las formas como la prensa escrita, a partir de sus relatos, énfasis discursivos, y reportajes, produjo imágenes significativas del personaje masculino disidente/ desterrado en el orden del género y el sexo en Antioquia entre 1890 y 1980.

Para Roger Chartier, (2002) es la historia cultural la que se ocupa de las representaciones y de las prácticas y en este sentido postula que los esquemas que generan las representaciones deben ser consideradas al mismo tiempo como productores de lo social, señalando además que es central considerar el lenguaje como un elemento activo y abierto en cuya manifestación y movimiento se construyen las significaciones y los sentidos.

En esta dirección al plantearnos las formas de representación social de los hombres disidentes y desterrados del orden sexual y de género, instituido como legítimo, desde los contenidos de la prensa escrita en Antioquia, nos preguntamos por los contenidos que la prensa asignó a los sujetos ilegibles en el orden social, por el tipo de conocimiento sobre los cuales los interpretó y por las formas de recepción que dichos contenidos significaron en el orden de las prácticas sociales. Si para Jean Claude Abric las representaciones sociales «funcionan como un sistema de interpretación de la realidad que rige las relaciones de los individuos con su entorno físico y social, ya que determina sus comportamientos o sus prácticas»(Abric, 2001, p.13), las formas de representación de la prensa escrita orientaron una serie de prácticas frente a dichos sujetos, prácticas que van desde la actuación institucional, el tratamiento social y las formas como los sujetos representados asimilaron y vivieron las consecuencias de dicha representación.

En este texto nos vamos a ocupar de las formas como la prensa escrita, a partir de sus relatos, fue definiendo y transformando a un personaje poco legible para la interpretación social en un individuo reconocible y explicable. La lectura a los contenidos de la prensa escrita a lo largo de noventa años (1890-1980), toma como puntos centrales de referencia, los periódicos El Colombiano, El Correo y Sucesos Sensacionales, donde identificamos en las imágenes y textos el delineamiento de un sujeto social abyecto.

Es importante señalar que no tratamos de establecer una relación directa entre las formas de representación en la prensa escrita con las prácticas sociales del medio o de los sujetos interpretados; si bien un sujeto representado como lo plantea Mira (2007, p. 23) no necesariamente coincide con la idea que se fabrica sobre él, es indudable que sufre a diferentes niveles las consecuencias de dicha interpretación y es desde acá que interesa explorar dichas representaciones.

Locas bobas que dan risa y un territorio de acogida

A medida que la ciudad de Medellín, de principios del siglo XX, se abre un tímido camino en el proceso modernizador, crece en población, ingresa progresivamente en procesos de industrialización, incorpora técnicas de higienización y aparecen una serie de instituciones y formas urbanas, la vida social se va tornando más compleja y con ella, los espacios de fuga y contradicción a sus regulaciones adquieren mayor consistencia. En estos espacios de fuga, un personaje particular empieza a cobrar especial atención: el hombre amanerado, caricaturesco y loco (loca-boba y amanerada) vinculado a la vida de los burdeles en el barrio Guayaquil.

El hombre afeminado, revestido de una locura invertida, aparece en un contexto de proliferación comercial en el cual los lugares para el vicio, el desahogo y de cierto modo el desenfreno a una vida marcada por el arduo trabajo y la entronización de la rectitud moral fueron adquiriendo cada vez más espacio: «En forma inevitable, Guayaquil fue relacionado a una próspera vida comercial en el día y a la delincuencia, la inmoralidad, las inmundicias y las enfermedades en la noche» (Betancur, 2006, p. 23).

El vicio y el relajamiento de las costumbres fue territorializando y marcando el barrio de Guayaquil para irse convirtiendo progresivamente en un sector de hoteles y cantinas, al tiempo que hombres y mujeres recién llegados del campo o de otras ciudades y todo tipo de personajes excluidos de la esfera de la decencia y el orden social, adoptaban Guayaquil como lugar de permanencia.

De este modo en las primeras décadas del siglo XX se fue tejiendo una trama de ciudad alterna, configurada a partir de prácticas anómalas, contradictorias y vinculantes. Maleantes, ladrones, prostitutas, invertidos, locos, mendigos, cantineros, comerciantes, guapos, piernipeludos, esposos fugados y uno que otro intelectual o artista, tejieron en unas cuantas cuadras un espacio de contención y fuga:

El sector era asociado con un lugar de perversión porque ocurrieron allí, cada vez con mayor frecuencia, hechos repudiados como salvajes y primitivos. Escenas de prostitutas en tratos con hombres y muchachos; hombres tirados en las aceras con la mente nublada por la borrachera, gamines gritando obscenidades unos, y robando carteras y relojes otros, jóvenes y viejos de andar y hablar amanerado, machos de ruana, cortando el viento con sus cuchillos tres rayas, y la mirada perdida al infinito de un ser moribundo, rondando por unas cuantas moscas, dieron los colores propios a aquel barrio del diablo. (Betancur, 2006, p. 88)

Como un espacio ambiguo, provocador, seductor y expiatorio, Guayaquil propició una atmósfera festiva que desdoblaba y desafiaba las sanas costumbres de la ciudad, al tiempo que se establecía como límite y referencia de las mismas. Como señala Octavio Paz, Guayaquil como territorio festivo abrió un territorio promiscuo en el corazón de la decencia instaurada:

En ciertas fiestas desaparece la noción misma de orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las clases, los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos. Se cometen profanaciones rituales, sacrilegios obligatorios. El amor se vuelve promiscuo. A veces la fiesta se convierte en misa negra. Se violan reglamentos, hábitos, costumbres. (Paz,1996)

Y en el seno de este territorio, el humor y en especial la intención de burla a sus vidas, encontró en el personaje vagabundo, loco, miserable y marico, el contradictor caricatura de los valores sociales y morales y con ellos la ciudad construyó una especie de conjuro que liberó, en momentos fugaces mediante la risa, evocada en la actuación irreverente e insultante de cada uno de ellos, la tensión de la ciudad.

Como señala Henry Bergson:

Lo que la rigidez de la idea fija es al espíritu, ¿no lo serán ciertos vicios al carácter? Repliegue nefando de la Naturaleza y contracción de la voluntad, el vicio suele asemejarse a una corcova del alma. Hay sin duda vicios en los que el alma se hunde profundamente, con toda su fuerza de potencialidad fecunda, llevándolos más intensos, vivificados, a un círculo de eternas transfiguraciones. Esos son los vicios trágicos. Pero el vicio que nos convierte en personajes cómicos es aquel que nos viene de fuera como un marco ya hecho al que hemos de ajustarnos, aquel que nos impone su rigidez en lugar de amoldarse a nuestra flexibilidad. No somos nosotros quienes le complicamos, sino él, por el contrario, el que nos reduce. (1985, p. 15)

En la ridiculización, la artimaña, la astucia, y la risa, estos personajes encontraron una estrategia de negociación y existencia, y una forma singular de vínculo social, se les exalta y a la vez se les detesta, Guayaquil los adopta mientras la otra ciudad los destierra, se acogen con beneplácito, pero se desechan con rapidez, ellos son la recreación teatral del espejo roto de lo social, se les teme en su monstruosidad y al tiempo divierten en el límite moral que evidencian. Son los otros, esos que no se parecen a ellos y, sin embargo, son amenaza de reflejo, evidencian la degradación y revierten la seriedad de lo correcto, sus muecas son sus encantos y sus miserias. Ellos recuerdan la fatalidad de una vida sin decencia e insinúan los pliegues de escape de la decencia forzada:

Como ellos hubo varias decenas de personajes, mudos, afeminados, tuertos, andrajosos y pillos como Maqueca, el Chivo, el Burro, Luisita, Pata e’pollo, el Cura, Marquitos y Manos de araña. Todos le dieron un sello particular a la vida del vagabundo en la ciudad de principios del siglo. Fuera de la órbita de la producción y de la familia, aparecieron como bufones urbanos. Personajes que la cultura de la naciente ciudad, en especial la de los infortunados, elevó a la categoría de leyendas, por su destreza para la simulación, para la astucia y la viveza. (Betancur, 2006, p. 127)

No son muchos los registros que se encuentran sobre la presencia y prácticas de los hombres disidentes del orden del sexo y el género regular en la primera década del siglo XX. El cronista Luis Latorre insinúa la existencia de un pequeño grupo de jóvenes afeminados al servicio de familias adineradas a finales del siglo XIX; el periódico Las Novedades, en 1899, relata la aparición de algunos muchachos caracterizados en vestimenta de mujer y ocasionalmente se hace alusión a alguna figura marginal y loco señalado como invertido.

Para la década de los años veinte esta presencia se hace cada vez más visible y perceptible para la mirada social; su existencia, marcada en el escándalo humorístico y en lo llamativo de sus corporalidades, adquiere mayor consistencia en algunas crónicas periodísticas, en general, de personajes vinculados a las lógicas nocturnas del burdel en Guayaquil, a servicios en hoteles en el mismo sector o rumores circulantes frente a algún personaje de reconocimiento en su oficio.

Los maricos o invertidos como se les nombra a principios del siglo XX, se reconocen a partir del personaje ridículo y caricaturesco, el tímido y afeminado sirviente doméstico y el silencioso ayudante, a quienes se les trasfiere una dosis de humor irónico. Ellos son la imagen pública del varón degradado, ridículo y afeminado que la locura ha degenerado, son las ruinas del macho invertido y desfigurado, y, sin embargo, pese a su anatomía leída como deformada, desconciertan en su delicadeza, en su aptitud de servicio y buen oficio y en su ingenio para el ridículo. Guayaquil los tolera, y de cierto modo garantiza su permanencia mientras esta supone beneficios comerciales; al tiempo que ellos deben ingeniarse un papel y un lugar con el cual transar su vinculación

Jorge Mario Betancur, retomando una nota del periódico Las Novedades del 10 de febrero de 1899, afirma que:

En los primeros meses de 1899, en los límites del barrio con el río, cerca al puente colgante que conducía a la fracción de La América, aparecieron por primera vez, varios aprendices de travestíes en Medellín. En estatuaria femenil, los viernes y martes, salieron a mostrar ciertas formas corporales, propias de una deformidad antropomorfe, unos muchachos que escandalizaron a señoras y señores en su camino al mercado. (2006, p. 23)

En una observación similar, Luis Latorre Mendoza relata:

Para finales del siglo XIX, hizo su aparición, todavía tímida, un reducido número de muchachos, casi todos sirvientes de casas de ricos, con nombres contrarios a los llevados por los machos de la villa: […] por ocultos designios, o quizás por otras causas, vienen a ser maricas casi todos. Los de aquellos tiempos, cuando tenían nombres masculinos […] Liberato, Fidelino, Natalio, Leopoldino; y sí nombres femeninos, Jenara, Obdulia, Nicolasa, Simona. (Latorre, 1972, p. 367)

A estos afeminados sirvientes se sumaron en Guayaquil otros personajes similares, reconocidos algunos en su capacidad de servicio y en su habilidad para la atención, burdeles y hoteles los adoptaron en calidad de meseros, mandaderos y empleados de hotel. Latorre señala «los de ahora ya no son asistentes de casa sino meseros de hoteles o cantineros de… por ahí. Todos tienen de diez fluxes para arriba y se llaman Arturito, Gilberta, Lulú, Johny, etc.» (1972, p. 367). Los nombres nos dan cuenta de ese juego artificioso que construye en ellos imágenes paródicas, sus formas y sus gestos que desconciertan y a modo de arreglo social, el otro heterosexual y masculino, los imagina y los produce en un formato inocente, amistoso e inofensivo.

En los años veinte, en el centro de la ciudad y en las calles y bares de Guayaquil, los afeminados se fueron convirtiendo cada vez más en personajes familiares, con mayor presencia y particularmente con lugares, funciones y atributos más específicos. En el comercio conquistaron un espacio de existencia, como meseros, cocineros o ayudantes de hotel. En la calle, las piedras, los insultos y las bromas les abrieron reconocimiento social y les otorgaron una función como maricas, bobos y locos. En esta perspectiva y siguiendo a Bergson, si la risa castiga las costumbres, estos personajes se convirtieron en la imagen paródica e irónica de las buenas costumbres de la ciudad y en su desdoblamiento cómico crearon un guiño de fuga y contradicción.

Luisita, Genarita, Julia y La Soñadora son imágenes blanditas, edulcoradas y cómicas producidas por un otro social hegemónico (hombre o mujer), que al observar a estos sujetos y contrariarse en sus inadecuaciones de masculinidad, representa en ellos un lugar ambiguo de locura, ridiculez y comedia como un arreglo social a la trasgresión que no advierte mayor peligrosidad. Sin mayores repertorios explicativos, se fabrican imágenes dóciles amarradas en rasgos de locura y sustraídas del sexo y perversión, como una forma negociada de existencia social en los márgenes y un referente de distinción. Ellos son un performance inventado en la fantasía del ojo cuerdo y decente y pese a sus singularidades cada hombre ambiguo reapropia un personaje con el cual interpreta el lugar de la locura:

Llamar a alguien «loca» o «marica» es enunciar la «verdad» de lo que «es». Pero este individuo solo es lo que es porque las palabras (es decir, la historia colectiva del orden social y sexual sedimentada en el leguaje y los fantasmas sociales que expresa) inscriben en su propia definición. (Eribon, 2004, p. 77)

Esta forma de producción social los olvida en sus biografías personales, convirtiéndolos en personajes que interpretan un guion prefabricado en el exterior, sin embargo, muchos de ellos fueron simplemente hombres comunes con singulares gestos o amaneramientos en búsqueda de un trabajo como medio de sobrevivencia.

Venidos del campo o de otras ciudades, encontraron en Guayaquil una posibilidad para su oficio y allí, en un contexto complejo de masculinización, llamaron la atención precisamente por su trabajo y sus gestos distintivos, aspectos sobre los cuales el macho construyó su lugar de distinción y dominación. Trabajaron como panaderos, meseros, cantineros, lavando ladrillos, entre otros oficios, compartiendo el campo de los marginados, el lugar del macho, de las prostitutas, del comercio y en ese territorio tenso fueron reducidos a una simulación de personajes cómicos.

El personaje, bobo/loco/invertido, era una ficción premoderna (en sentido urbano), sobre el que la prensa y otras narrativas no encontraron categorías para su representación. Un sujeto fantasmagórico sobre el cual la pequeña villa en transición a ciudad desplazó una serie de atributos sociales anómalos, cifrados en muecas e irreverencias a modo de desdoblamiento de aquello que consideraba oprobioso e incorrecto, tolerado y exaltado en un formato de humor, molestia y ritual:

La fiesta es una operación cósmica: la experiencia del desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el renacimiento de la vida. La muerte ritual suscita el renacer; el vómito, el apetito; la orgía, estéril en sí misma, la fecundidad de las madres o de la tierra. La fiesta es un regreso a un estado remoto o indiferenciado, prenatal o presocial, por decirlo así. Regreso que es también un comienzo, según quiere la dialéctica inherente a los hechos sociales. (Paz, 1996)

En el sujeto afeminado su inversión fue reblandecida en un canje de sonrisas y locuras, como un modo liminal al asomarse a una perversión sin explorar de manea suficiente sus intimidades. La locura y el humor le sustraían y matizaban sus manchas. Con las transformaciones urbanas, el progresivo poblamiento y la incorporación de la ciudad en una modernidad sinuosa, los años veinte y treinta vieron aparecer a una serie de sujetos que se deslizaban intermitentemente del lugar del bobo afeminado recorriendo cantinas y calles empedradas en la sucia Guayaquil hacia la esfera del marica invertido con existencia escandalosa y provocadora que iba colonizando progresivamente las calles céntricas de la ciudad. A medida que la ciudad construía en sus discursos médico-legales nuevas formas de representación, la ilusión del loco se fue revistiendo de perversión y patología.

El bobo cómico e invertido se torna opaco a finales de los años veinte, pero en su ocaso, ese grupo extraño ataviado con prendas femeninas, dedicado a oficios del cuidado y a la atención, sobrevive y se especifica, se deja de representar en su locura, se borra de él su mueca cómica, en adelante permanecerá en las calles, en las cantinas y en los hoteles, en su formato de remedo de mujeres, contrariando la mirada de los transeúntes que no logran entenderlo y representarlo, sin su atuendo y gracia de bobo/loco invertido. Ocurre entonces una mutación en el ojo que lo interpreta, en adelante, aparece en ellos una decadencia de las costumbres, una degeneración del hombre y en dicha degradación el sujeto se vuelve frente a la mirada pública en un personaje agreste, marginal, provocador, peleador y delincuente.

Al respecto Eribon, al analizar la presencia festiva de homosexuales a principios de siglo XX en Nueva York, señala que la frontera entre homosexuales y heterosexuales en esta ciudad en los primeros años del siglo era difusa y que la demarcación y formación del prejuicio homofóbico aparecerá con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial:

Grandes bailes travestidos atraían a muchedumbres de espectadores heterosexuales. Además, los lugares de encuentro o de sociabilidad (bares, tabernas, restaurantes) rara vez era exclusivamente gay. La frontera entre el mundo gay y la ciudad heterosexual estaba menos marcada de lo que estará después de la Segunda Guerra Mundial. (Eribon, 2001, p. 38)

Si bien el momento específico de cada una de estas ciudades plantea diferencias significativas, resulta interesante que, en contextos de posguerra, la interpretación de los factores y características que «amenazan» o afectan la virilidad tienda a convertirse en un punto clave de discusión sociocultural. Al finalizar la década del cuarenta, en plena vigencia de la violencia, la prensa empezará a mostrar a este personaje como un delincuente y pervertido, disfrazado de mujer, afeminado, ladrón, escandaloso y corruptor

Artificios del delincuente inmoral: la invención de la falsa mujer

Los acontecimientos del 9 de abril de 1948, con el asesinato de Gaitán en Bogotá, detonaron y ocasionaron una serie de actos de inconformidad social, violencias colectivas, asesinatos y confrontaciones en Antioquia con manifestación especial en Medellín, aumentando la atmósfera de violencias, polarización política e intensificación de vigilancia militar y control social. En este escenario la prensa conservadora y liberal adquiere una importancia significativa, desde sus páginas se esboza el escenario de polarización y las formas manifiestas de la violencia articulada a ideas religiosas y políticas, definiendo el perfil de sus antagonistas a partir de estrategias narrativas de difamación y exageración. Cruz Elena Espinal, analizando los lenguajes de la violencia en la prensa escrita y el lugar de los partidos y la Iglesia para el período 1948-1952, señala:

Los periódicos que circulaban en la ciudad eran medios de difusión de la ideología de los partidos hegemónicos. En la mayoría de los textos publicados en los mismos (1947-1952), es común encontrar, por ejemplo, el uso de una estrategia discursiva como la difamación. Se trata de un recurso que busca configurar al adversario político. Sin embargo, a pesar del empeño de ambos partidos, de la Iglesia y de la prensa escrita en construir las fronteras, todos ellos estaban atravesados por una gran fuerza religiosa, moral y nacional que sustentaba los tejidos simbólicos. (Espinal, 2004, p. 112)

En esta atmósfera tensa, polarizada y en un ambiente de creciente violencia, a mediados de la década del cuarenta, emerge en la prensa un personaje singular, sobre el que se había instaurado cierta inexistencia periodística a lo largo del siglo. Si bien la medicina legal y, de cierto modo, la literatura habían reseñado y delineado su presencia y sus rasgos (síquicos, fisiológicos y sociales) y pese a la mala y extendida fama de sitios y personajes de la vida nocturna del sector de Guayaquil; la prensa había mantenido un silencio particular, evitando nombrarlos y de paso, anulando su propagación publicitaria.

Dos personajes se asoman en las páginas periodísticas, indistintos y confusos, para la mirada exterior que los interpreta y representa: el homosexual discreto, construido en la imagen del corruptor de menores y la falsa mujer asociada a las formas físicas y rasgos comportamentales del hombre amanerado y/o ataviado en prendas de mujer. No hay para este momento claridades frente a diferencias identitarias, excepto las clasificaciones que la medicina legal va configurando, más allá de este conocimiento técnico, para quienes los observan; periodistas, cronistas, curas y ciudadanos del común, todos ellos son una serie de individuos degenerados y afectados en mayor o menor medida por sus desviaciones y perversiones, de esta forma tanto el sujeto ataviado con prendas femeninas como el hombre adulto discreto o el supuesto corruptor de menores, conforman un personaje problemático e inmoral, que habita en el mundo del crimen y amenaza por igual la estabilidad y el orden moral, político y económico de la ciudad. Como afirma Eribon: «el “marica” es uno. No cabe imaginarlo de forma plural en las fantasmagóricas mayoritarias» (2004, p. 73).

Sus diferencias suelen ser interpretadas como parte de sus estrategias para el crimen y la delincuencia, mientras el efecto de su degeneración moral y social se observa en el mayor nivel de amaneramiento, simulación y engaño:

Puesto que la maricona, en realidad, es todo y nada más que lo que se dice de ella. Lo que se dice de la maricona no es nunca falso. Y, como veremos, el «monstruo» inventado de este modo se sitúa, por la fuerza de las cosas, de las representaciones y los fantasmas, del lado de la destrucción del orden social y, por ende, necesariamente del lado del vicio y del crimen. (Eribon, 2004, p. 75)

Desde 1945, los periódicos empiezan a construir públicamente la imagen de un personaje ambiguo a la interpretación social y curioso para la mirada clínica. Las crónicas relatan la presencia de hombres ambiguos ataviados con vestidos de mujeres, artificiosos y disfrazados que se valen del engaño para delinquir o para ocultar sus atributos biológicamente anómalos. Si bien la imagen del hombre- mujer artificioso aparece reseñado a lo largo del siglo, la reinvención del personaje por parte de la prensa en el cuarenta lo sitúa en un escenario de delincuencia, apartado de sus rasgos anteriores de humor y bufonería, delineándolo como un artificio peligroso, articulado en una triple ficción: engaño, delincuencia y anormalidad. Junto a este personaje, adquiere importancia, el policía y el médico, para descifrar parte de su secreto. De la década del cuarenta hasta los años setenta, las imágenes irán adquiriendo espesor en sus habilidades para el crimen y el engaño y en consecuencia en sus formas de tratamiento y corrección.

En enero de 1945, en el municipio de Supía, Caldas, en la vereda El Oso, se reporta la historia de la virgen del consuelo o María Dolores Barriga, un personaje convencido de ser la Virgen María que afirmaba tener 500 años y haber venido a redimir a los pecadores. La mujer se hospedaba en la casa de un campesino, confesaba y perdonaba los pecados a los lugareños, sobrevivía a punta de limosnas y era protegida por algunos de ellos. La policía, alertada por el suceso de aparición de la virgen, realizó una investigación desplazándose hasta la casa del campesino; el inspector de policía por medio de una orden de allanamiento y en compañía de otros agentes, retuvo a la mujer que se encontraba en estado de embriaguez y la llevó hasta el médico del municipio, donde fue examinada, comprobando con extrañeza que era un hombre vestido de mujer, el hombre fue detenido (El Colombiano, 24 de enero de 1945).

En febrero del mismo año se reporta en Bogotá la historia de José Dolores, personaje de 35 años que, de acuerdo con las autoridades de policía, no se sabe bien si es hombre o mujer pues tiene barba y también trenzas. La policía lo capturó al confundirlo con un carterista que trabajaba en la zona del 20 de Julio disfrazado de mujer. José Dolores tiene una fuerza extraordinaria y además de tener bigote, llamó la atención por sus trenzas de mujer) ( El Colombiano, 27 de febrero de 1945).

Dos años más tarde, en junio de 1947, se relata la historia de Ana Teodora Arroyave Atehortúa, sentenciada a prisión por lesiones personales, señalada además como personaje de gran peligrosidad que delinquía por ímpetu.

Teodora había sido acusada y condenada algunos años antes en el municipio de Angostura, por el delito de lesiones personales. Después de buena conducta se había dedicado al servicio doméstico, incurriendo nuevamente en actos violentos contra Berta Martínez, quien según la crónica se salvó de la muerte gracias a la rápida intervención médica. En la cárcel de mujeres la reverenda madre directora decidió enviar a Teodora al manicomio porque allí también había atacado a otra mujer. En el siquiátrico, los médicos inspeccionaron a Teodora encontrando un caso anómalo en su fisiología, determinando intervenirla quirúrgicamente para cambiarle de sexo. Ana Teodora, convertida en Teodoro, recibió corte de cabello masculino, fue vestido de hombre y posteriormente fue enviado a la cárcel de varones.

Los relatos van fabricando imágenes frente al sujeto extraño/simulador a partir de una serie de articulaciones que toman como referente la ilegibilidad y confusión de la performatividad del género, aspectos sobre los cuales se instalan rasgos delincuenciales y formas anormales. La imagen que desestabiliza el orden binario se traduce en un juego artificioso que acude al engaño y la simulación para disfrazar la intención delictiva. En la imagen publicitaria del sujeto que empieza a nombrarse más allá de los consultorios médicos o los tribunales, va emergiendo un individuo anómalo que genera curiosidad científica y al mismo tiempo demanda corrección médica y encierro. De cierta forma su extrañeza es explicada como parte de las degradaciones que produce el mundo del crimen y la delincuencia, aspectos asociados a la degeneración de la ciudad moderna.

En los casos anteriores la normativa del género opera como corrector de las inadecuaciones, cada persona es obligada y forzada a coincidir con la imagen anatómica que se presume señala la verdad sobre lo que se es; una verdad que se construye y se institucionaliza a partir de los discursos disciplinares y las instituciones, en articulación con un orden natural (biológico) y social de las cosas. Butler, al plantear la discusión frente a los sujetos intersexuales, señala:

Consideremos la oposición intersexual a la extendida práctica de realizar cirugía coactiva a los neonatos y niños con anatomías sexualmente indeterminadas o hermafroditas con el fin de normalizar sus cuerpos. Este movimiento ofrece una perspectiva crítica sobre la versión de lo «humanos» que requiere morfologías ideales y la constricción de las normas corporales. (Butler, 2006, p. 18)

El personaje ambiguo y desviado no encuentra para las décadas del cuarenta y cincuenta un lugar fijo en el discurso periodístico más allá de imaginarlo como un individuo raro y degenerado que no tiene escrúpulos en burlar las costumbres sociales y un potencial delincuente sin juicio racional que distorsiona el orden natural biológico:

el cuerpo anómalo opera por oposición a un cuerpo ideal y por eso un cuerpo es anómalo cuando abandona el espacio de la norma corpórea. Un cuerpo anómalo se constituye en el momento en que el desorden de su propio ser, sea este observable, adjudicado, simbólico o imaginado, trastorna y cuestiona el orden establecido. Dicho orden, según la época y el espacio, puede estar determinado por la normatividad, el dogmatismo religioso, el poder científico o por los cánones estéticos. En otras palabras, cuerpos anómalos equivalen a cuerpos que trasgreden límites, morales, naturales, culturales o jurídicos. (Torres, 2008, p.17)

Su inadecuación en las formas de representación normativa lo llevará al terreno de las grandes amenazas que atacan el orden social urbano en el contexto de una violencia amplificada, de este modo la prensa empezará a articularlo con fenómenos escandalizantes de violencia. En esta articulación las imágenes del personaje ambiguo ataviado de mujer y con roles femeninos hacen tránsito desde el personaje humorístico y trabajador de los años veinte de las calles de Guayaquil (Luisita, Julia, La Soñadora) hacia el personaje artificioso cuya estrategia delictiva es el engaño y la simulación. Es notable la permanencia de esta figura en la prensa a lo largo del siglo y la curiosidad que despierta en el orden de las instituciones; en todas ellas, el personaje es obligado a adoptar un rol genérico de acuerdo con las evidencias anatómicas, bajo un enfoque disciplinar de corrección.

Para los años cuarenta, las imágenes de la mujer artificiosa están desprovistas de preguntas frente a las formas de placer sexual de los sujetos interrogados en el orden del género. Los individuos son sospechados en sus simulaciones como estrategias delictivas, interrogados en sus anomalías fisiológicas y en sus formas degenerativas. La voz del médico es resaltada como autoridad, en los tres casos anteriores, es la persona encargada de dictar el veredicto sobre la realidad anatómica de los sospechosos. A cada uno de ellos/ellas, indefinidos, le corresponde algún tipo delictivo o alguna sospecha, sin embargo, para el caso de la virgen o Teodora, sus anomalías resultan insospechadas, sus expresiones de género dan lugar a equívocos, cada uno de ellos ha sido previamente tratado e identificado como mujer y esta ficción parece quebrarse al momento del veredicto médico. La eficacia en la simulación se quiebra frente a la verdad científica de la medicina y esta misma eficacia es la que produce preocupación social al contrariar las prescripciones del género y burlar sus protocolos de forma desafiante.

A la imagen primera del hombre/mujer simulador que en su formato de engaño tiene alguna cercanía con la delincuencia de los años cuarenta, la reemplaza una figura de mayor complejidad y peligro en las décadas siguientes, a sus rasgos artificiosos y coqueteos con el mundo delincuencial blando, se agregan y se amalgaman posteriormente imágenes degradadas que aluden a la perversión, el crimen y la corrupción. La prensa irá fabricando a un sujeto peligroso, degenerado e inmoral, en una mezcla de discursos médicos, representaciones populares y nociones religiosas.

Para la década del cincuenta este personaje no solo es observado en sus atuendos y engaños; la prensa empezará a descifrar su sicología, sus entramados sociales, sus formas de relacionamiento, afectos, intimidades y sus métodos delincuenciales.

En octubre de 1958, es asesinada la pecadora ( Sucesos Sensacionales, 4 de octubre de 1958), los diarios resaltan que el mundo del hampa nacional se encuentra de luto por la muerte de uno de sus miembros más peligrosos y activos, asesinado en la cárcel distrital de Villanueva, en Cali, a manos de un personaje con un pasado delictivo similar. La pecadora, o Miguel Ángel Bejarano, de acuerdo con la crónica era un delincuente mayor perseguido en Medellín, Bogotá y Cali. Su alias en el mundo del crimen lo había obtenido en el barrio Guayaquil de Medellín, debido a sus «excéntricas costumbres y sus amaneramientos femeninos». El asesino de la pecadora, Jaime Martínez, poseía un record delictivo en Medellín, Bogotá, Cali, Manizales y Barranquilla y era conocido en el mundo del crimen por sus extravíos sexuales. Ambos habían pagado una condena en la cárcel La Ladera en Medellín y posteriormente habían sido solicitados por los jueces penales en Cali, donde tenían otras cuentas pendientes.

Como puede apreciarse, se trata de una tragedia pasional entre dos sujetos de costumbres bastante extravagantes, ampliamente conocidos en el hampa nacional, muy especialmente en Medellín, donde registran una hoja prontuaria difícil de igualar. Así terminó, pues, la vida de uno de los famosos delincuentes vulgares de la capital antioqueña, después de haber recorrido todas las cárceles del país, dejando un pasado judicial y cuentas pendientes con la justicia de las principales ciudades colombianas. (Sucesos Sensacionales, 4 de octubre de 1958)

Como señalamos anteriormente, la falsa mujer abandona el lugar humorístico y el artificio del engaño en su simulación de la mujer para convertirse en un sujeto peligroso, cuyo disfraz es solo una máscara en la que esconde su falta de escrúpulos y su audacia para el crimen; de este modo, las crónicas van abandonando el lugar pudoroso del relato para ingresar por detalles sensacionalistas y hacer emerger al peligroso sujeto artificial, cuyos instintos depravados son reflejos propios de su modo de aparición social. La rareza en su ambigüedad es consecuencia de su degradación social y moral.

A medida que la prensa se detiene en la descripción de los modos de actuación de los sujetos degenerados ambiguos, no duda en calificarlos como homosexuales, en relatarlos en sus vidas privadas y en sus mundos delictivos. En todos sus aspectos se dedica a fabricar una representación compleja y degradada. Sus mundos personales están fabricados sobre la inmoralidad, la vergüenza y el escándalo. La prensa va estableciendo en todos ellos/ellas un borramiento progresivo de su humanidad para producirlos, como señalaría Genet citado por Eribon, en parias sociales y personajes abyectos; y de acuerdo también con Genet esta acción debe ser «entendida en el sentido del ser humano que pierde su humanidad y se ve relegado al estatus de paria con relación a los dominantes» (2006, p. 69).

A finales de julio de 1958, un reportero del periódico Sucesos Sensacionales se desplaza hasta el anfiteatro municipal al ser alertado del suicidio de un degenerado en el barrio Guayaquil. El suicida ( Sucesos Sensacionales, 21 de julio de 1958) es José Dolores Cardona, quien al parecer había ingerido veneno al enterarse que su amigo tenía una conversación íntima con otro hombre.

Las autoridades de inspección de permanencia, acompañados de varios reporteros aprovecharon el suicidio de La Pompeya, para investigar y relatar las actividades cotidianas de gran número de degenerados anormales que habitaban la zona de Guayaquil. En la crónica se relata que algunos inspectores secretos sorprendieron a varios individuos, casi todos con apodos femeninos, realizando una colecta falsa para cubrir los gastos del entierro de La Pompeya, mientras el falso Raúl Restrepo abandonó su lugar de residencia por temor a que la policía lo capturara por la muerte de su compañero sentimental.

La crónica es amplia en detalles sobre el turbulento sector de Guayaquil e insistente en la peligrosidad que este sector y los individuos que lo habitan representan para la desmoralización de la ciudad. Exhortando con voz de indignación a tomar fuertes medidas contra los individuos anormales que de ambulan por sus calles y que ocasionan espectáculos bochornosos como bailar entre ellos, dedicarse canciones románticas, maquillarse, ponerse nombres de mujeres entre otros, mientras las autoridades no pueden hacer más que detenciones mínimas sin lograr acabar con ese lugar de perdición para la ciudad.

En agosto de 1959, es capturada Luz Vélez (Sucesos Sensacionales, 29 de agosto de 1959) quien, de forma ingeniosa según la prensa, aparentaba encantos femeninos, pero en realidad se trataba de un sujeto vestido de mujer llamado Alberto Areiza. La crónica se detiene en describir los métodos de atraco en el turbulento barrio Guayaquil donde a un grupo de mujeres arrastradoras, algunas de ellas falsas, y otras mujerzuelas reales, se las reconoce como mariposillas por deambular por las calles de Guayaquil en búsqueda de sus víctimas, generalmente campesinos que, atraídos por sus encantos femeninos, son llevados por estas mujeres hasta lugares apartados, solitarios y oscuros, donde esperan por ellos otros ladrones para despojarlos de su dinero y sus cosas de valor; las mujeres, para no despertar sospechas de sus víctimas, son igualmente atracadas de forma ficticia por el grupo de ladrones, sin embargo, se trata de una arreglo sincronizado entre ellas, encargadas de capturar y arrastrar a la víctima, y los ladrones que esperan por el campesino incauto. La crónica resalta que a diario en este sector se presentan atracos de este tipo, pese a que por los cafés, bares y calles de Guayaquil permanecen agentes del Servicio de Inteligencia Colombiano, de policía y del F-2 algunos de ellos encubiertos:

Aquí en Medellín donde los antisociales hacen de cada especialidad una profesión, el oficio de «arrastrar» a los incautos hacia lugares solitarios cuenta con una veintena o más de mujeres de carne y hueso y con otro tanto de hombres en su mayor parte homosexuales que con aquellas ejercen el oficio en franca competencia, utilizando prendas de vestir y toda clase de atuendos femeninos, en forma tan perfecta que resultan ser más los ingenuos atrapados por los artificiales encantos de los hombres vestidos de mujer que por las mujerzuelas de verdad, que no fingen amaneramientos ni impostación de la voz porque ésta y aquellos les son atributos congénitos. ( Sucesos Sensacionales, 29 de agosto de 1959)

En diciembre de 1959, el periódico El Colombiano (5 de diciembre 1959) alerta nuevamente sobre la captura de un individuo vestido de mujer. De acuerdo con la noticia, el individuo antes del arresto había tenido que pagar una fianza de buena conducta para no ser arrestado unos meses antes por estar vestido de mujer. El individuo fue nuevamente detenido en el sector de Guayaquil vestido de mujer, señalando que su nombre era Ruth; sin embargo, las autoridades lograron constatar que el sujeto en realidad se llama Alberto Areiza Posada, quien además estuvo involucrado en una anterior captura en la autopista Norte, en la cual los individuos que lo acompañaban lograron huir:

La «mujer» fue conducida a los calabozos de la inspección de permanencia, pero un agente de policía entró en sospechas y al practicar un rápido examen se pudo establecer que quien decía llamarse Ruth Areiza Posada era «todo un hombre». En vista de lo anterior se remitió al Servicio de Inteligencia Colombiano y más tarde a la cárcel de «La Ladera». Al publicarse en este diario su fotografía se supo que «Ruth» habría trabajado en varias residencias como sirvienta. Se le adelantó un sumario por un posible delito, pero parece que no se pudo configurar y fue puesto en libertad.

Ruth o Alberto parece que no se siente satisfecho sino con extravíos femeninos y fue así como en la noche del miércoles lo detuvieron nuevamente en el barrio Guayaquil vestido de mujer, debidamente arreglado, labios pintados, cejas depiladas y zapatillas «bajitas». El detenido fue conducido a los calabozos de la inspección de permanencia en donde se le sancionó con una fianza de buena conducta o treinta días de arresto en la cárcel de «La Ladera» a donde fue remitido. ( El Colombiano, 5 de diciembre 1959)

A estas noticias se suman denuncias periodísticas por crímenes que involucran falsas mujeres, robos permanentes, casos de corrupción de menores que incluyen todo tipo de prostitución, actos extravagantes de circulación pública y en especial alertas por el tratamiento despiadado y vergonzoso que adquiere la persecución contra las prostitutas reales, mientras los degenerados continúan menoscabando la moral social de la ciudad y cultivando el vicio que alimenta y soporta la delincuencia sin mayores restricciones.

Al finalizar la década del cincuenta, la ciudad mantiene su confrontación con una serie de violencias de orden político y social, de los campos continúan arribando personajes sin destinos o lugares fijos (gran parte de estos se refugian en Guayaquil); la delincuencia urbana se toma las calles céntricas de la ciudad, mientras la Iglesia católica depura sus estrategias de censura, exhorta al cuidado del alma, a las sanas costumbres y a la observación de las virtudes cristianas. En medio de esta convulsión, la prensa, la Iglesia y la policía se obsesionan con la regulación de Guayaquil, lugar considerado por todos como el centro de la descomposición social, catalogado como nido de malhechores, delincuentes, rateros, degenerados y anormales. Guayaquil se convierte en foco explicativo y expiatorio a todos los males sociales y morales que acechan la ciudad y en este espacio el personaje misterioso, opaco y marginal de la década del cuarenta, despertará y concentrará gran atención, convirtiéndose en el lugar de las sospechas y en la evidencia pública de la descomposición moral y social. Prostitución y homosexualidad se equiparan y se solapan y en este amalgamiento la prensa, a modo de negociación de dos males, toma partido por la defensa de la prostitución de las mujeres reales, mientras enarbola las banderas de denuncia frente a los sujetos llevados por el vicio de la homosexualidad, cuya degeneración es observable en sus formas físicas.

Desde su mirada moralizante la prensa termina reemplazando a la autoridad policial en un esfuerzo enérgico por denunciar lo que considera un desbordamiento inmoral de la ciudad, sus denuncias son exhortaciones a las instituciones de vigilancia para que regulen y exterminen este vicio que amenaza con destruir las sanas costumbres sociales. Ahora bien, estas denuncias adquieren mayor fuerza cuando la prensa observa que en diferentes círculos de prestigio social este vicio prolifera. Desde su actitud vigilante, los periodistas constatan que no es solo un asunto de clases precarias y marginales degeneradas; sus observaciones secretas confirman que este vicio se aproxima a la noción de un virus contagioso que afanadamente se requiere exterminar y aislar:

Forman estos sujetos en Guayaquil una legión de verdaderos antisociales. Se les ve desde tempranas horas de la noche en los alrededores del crucero San Juan Bolívar, ostentando vestimentas propias de mujer y fomentando los peores escándalos, sin que hasta ellos llegue la acción de las autoridades. Los hemos visto en los cafés aledaños a los teatros Medellín y Granada en orgiásticas liberaciones y bailando entre sí, sin hacer caso al paso de los celulares de la policía que cuando de batidas se trata la emprenden únicamente contra las miserables mujeres que den escándalo o no, son llevadas al permanente. Hay explicación posible, de que en las batidas que son tan necesarias en Guayaquil, solamente se tenga en cuenta a esas damiselas y no a aquellos pervertidos adultos y menores, esto sí una verdadera vergüenza en nuestro medio. Pero no son tampoco esos depravados los únicos degenerados merecedores de ser conducidos a la permanencia cada que haya batidas. Hay otro tipo de pervertidos que esconden su crápula moral bajo las apariencias de ser correctos caballeros y hombres que no carecen de ningún título de masculinidad. ( Sucesos Sensacionales, 20 de mayo de 1960)

Pese a las transformaciones discursivas vigentes durante la década del cincuenta y sesenta a nivel internacional con los postulados de Kinsey que circulan en los medios académicos, y a los planteamientos feministas en torno al género sobre los cuales la prensa tiene conocimiento, entre otros discursos que abren nuevos campos de representación sobre la homosexualidad, el personaje doble —la falsa mujer y el afeminado dañado— se identifica en la prensa del lado de los discursos religiosos y de las ideas aún sostenidas por la medicina legal de Lombroso y Tardieu, haciéndolo coincidir con la imagen del personaje criminaloide, decadente y monstruoso. El periodismo detectivesco de Sucesos Sensacionales, imagina un monstruo infame que anuncia la degeneración de la raza y la pérdida de valor humano:

El invertido, como el cerdo, no vuela porque no tiene alas. Es demasiado lerdo para dominar como el águila los espacios infinitos y mirar el horizonte de hito en hito. Los espacios del Amor y la belleza están ocultos para ese miserable que no puede dominarlos porque está hundido en el pantano y la lujuria lo tiene pegado a la miseria de la tierra. ( Sucesos Sensacionales, 30 de septiembre de 1967)

El personaje infame es una figura deshumanizada por su vicio, transformada en monstruo por su imagen física, carente de racionalidad y pasiones humanas, su deseo y su desfachatez en el vestir lo despojan de cualquier honorabilidad e imagen social. El vicio lo convierte en un algo anormal y antinatural que desafía los designios de Dios y el flujo de la naturaleza, por ello debe ser castigado, reformado, aislado o exterminado. Sin embargo, su presencia pública y su abundancia en las calles, evidencia una irritante tolerancia policial y social para la prensa. ( Sucesos Sensacionales, 2 de junio de 1962)

Sobre la representación de las falsas mujeres y los afeminados dañados, se fabrica la noción de una homosexualidad negativa en oposición al vicio del hombre adinerado. De esta forma, mientras la prensa se interroga e incluso se preocupa por los homosexuales de elite para que estos no envilezcan su imagen social o la utiliza como arma política de desprestigio, su representación está exenta de asociación con el crimen y la delincuencia, no se sospecha en ellos ausencia de razón o de humanidad, el vicio los marca pero no logra arrastrarlos al fango de la monstruosidad y al ser denunciados en modo genérico resguardan sus identidades personales; de modo contrario al homosexual marginal, se le acusa con nombre propio y se le articula con el crimen y la delincuencia.

En simultánea con las denuncias y exigencias para regular, encerrar o aislar a las extravagantes falsas mujeres y a los amanerados invertidos, el periódico Sucesos Sensacionales, de modo insistente, se detendrá a divulgar horrendos crímenes y actos delincuenciales con estos personajes como protagonistas. Las crónicas presentan el perfil de las víctimas y victimarios con nombres propios y apelativos sociales con los cuales son identificados popularmente en un empeño por señalar que la degradación de estos sujetos los lleva a exterminarse entre ellos, al tiempo que plantea una imagen de peligrosidad para los demás ciudadanos como figura aleccionadora.

Para este momento, el personaje engañoso y homosexual no solo es un objeto que la policía y el médico deben regular, corregir y descifrar de modo preventivo; el individuo ataviado de mujer es explorado en sus prácticas cotidianas, en sus relaciones sociales, en su atmósfera del hampa, en sus estrategias para la delincuencia, en sus juegos de amor y complicidad con el mundo de los malhechores, en una intención de reconocerlo y estudiarlo hasta en sus más mínimos detalles y movimientos, para disponer de estrategias de control, disciplinamiento y encierro. Este individuo ha dejado de ser un personaje enmascarado y ataviado para convertirse en un paria social cuyo hábitat es el mundo del hampa, en el cual fabrica toda su existencia, transformándose en una imagen incómoda para el orden social y moral de la ciudad, al mismo tiempo, el sujeto anormal y degenerado se convierte en fuente explicativa de gran parte de la descomposición moral y social que degrada a la ciudad.

El problema del homosexualismo es de una gravedad y magnitud que no sabemos por qué no ha sido comprendida por las autoridades policivas. Los homosexuales son por tradición, costumbre y práctica, rematados corruptores de menores. Se valen de incontables tetras, de argumentos altamente persuasivos, de obsequios y otros atractivos que sirven de anzuelo a los menores inocentes y desprevenidos, ambiciosos o débiles en su formación moral y espiritual, para llevarlos por el torcido camino de la perdición sexual y convertirlos en zánganos sociales que han de seguir ofreciendo el reprobable espectáculo de sus fisonomías adobadas a la manera femenina. ( Sucesos Sensacionales, 8 mayo de 1954)

Su presencia publicitada se convierte en una denuncia insistente para su regulación y disciplinamiento. Se exhorta de modo permanente a la policía para que controle sus actuaciones públicas, para que los detenga y encierre por sus ofensas a la moral social. Las detenciones masivas, denominadas batidas se convertirán en estrategias policiales de control, de igual forma se perseguirán las falsas mujeres arrestándolas por su simulacro entendido como una estrategia delictiva y se recrearán una serie de dispositivos de alerta a su presencia sospechosa.

Para la década del sesenta, la prensa continúa con sus denuncias, exhortando a combinar métodos de vigilancia, control y disciplinamiento, al tiempo que observa con desencanto y furia la propagación de esta degeneración social. A sus permanentes denuncias se contraponen la expansión de lugares para el vicio homosexual, para la corrupción de los menores, para el libertinaje a las afueras de los colegios, para la circulación sin castigo de los homosexuales pervertidos por el centro de la ciudad. De las calles de Guayaquil, el personaje ha salido a tomarse las calles por donde transitan las personas de bien, como la calle Junín, sin obtener mayor castigo por sus ofensas sociales y morales:

Ante la tremenda gravedad de esta situación, se hace indispensable una cruzada ciudadana contra el vicio y la depravación con la participación de las autoridades de policía, el clero, el periodismo, etc., etc. Como «a la sombra solo trabaja el crimen», es indispensable que los órganos informativos escritos y hablados traten sin reticencias estos problemas y que la persecución contra el vicio sea más implacable en cuanto más gravemente se manifieste, estableciendo una escala de categorías para los problemas que se presentan sobre la materia, a fin de luchar primero contra los más graves y por último contra los de menor gravedad. Porque ocurre en forma inexplicable que en Medellín se le da mayor gravedad a la prostitución pública y reglamentada que al homosexualismo. ( Sucesos Sensacionales, 26 de octubre de 1957) 4

Las cruzadas sociales demandadas por la prensa, la religión y parte de la ciudadanía, obligan a la policía a reforzar sus medidas de vigilancia: arrestos permanentes en la modalidad de batidas o arrestos por sospecha de engaños, campañas de moralización y limpieza de homosexuales y antros de prostitución. Estas exigencias obligan a la policía, a la prensa y la ciudadanía en general a entrenar su olfato para capturar pervertidos y afinar sus señales interpretativas; en adelante no solo la falsa mujer es objeto de sus controles, aparecen en esta estrategia preocupaciones por los peludos, por los cocacolos y todo tipo de personajes que exhiban alguna señal física que represente degeneración. En simultánea se redoblarán esfuerzos por cambiar leyes y decretos que impiden el castigo a los homosexuales, códigos de policía que permitan actuar con eficacia en el control de este fenómeno considerado como plaga social, decretos que prohíban la prostitución y sancionen los lugares donde se cometen actos contra la moral y las buenas costumbres.

En esta apuesta, la prensa refuerza las imágenes negativas sobre las falsas mujeres, representándolas como delincuentes naturales, transformándolas en imágenes emblemáticas de crímenes, violencia y degradación moral e instalándolas como ejemplos ilustrativos de la permisividad policial y la alcahuetería ciudadana con las degeneraciones sociales y sus efectos nocivos expansivos.

Ahora bien, sobre la falsa mujer y el hombre amanerado se construirá y definirá la noción genérica de la homosexualidad; más allá de representar una práctica sexual específica, su imagen identifica a un personaje afeminado, ataviado, delicado, carente de fuerza y virilidad cuya peligrosidad radica en su astucia y capacidad de engaño, de ahí su cercanía con el mundo de la delincuencia; por otro lado, al personaje discreto y viril cuyos rasgos físicos y formas de actuación están exentos de feminidad y afectación se le considerara como depravado o pervertido distante en cierto modo de la noción social del homosexual; de esta forma, mientras el primero se torna legible e identificable, el segundo se reviste de misterio y secreto. La prensa a lo largo de la década del sesenta y setenta ilustrará a la falsa mujer y al hombrecillo amanerado en un ambiente de degradación humana, sumida en una atmósfera delincuencial de la cual hace parte activa y amarrada a una vida trágica sin posibilidad de futuro.

La campaña moralizadora que demanda la prensa a modo de limpieza social de los degenerados, no solo se apoya en las batidas permanentes y los arrestos temporales contra las falsas mujeres homosexuales, sino que la prensa refuerza de modo insistente esta acción creando perfiles crudos y peligrosos para estos personajes, los esculca en sus intimidades y los revela en sus miserias, los ejemplifica como lacras sociales depravadas que contaminan la ciudad y la hunden en sus miserables y perdidas existencias. La prensa sensacionalista desplaza de sus páginas las violencias políticas, las discusiones de ciudad y los problemas urbanos, para concentrarse con detalle en el personaje expiatorio de las degradaciones sociales y morales de la ciudad.

Para las autoridades de policía, no deja de ser motivo de preocupación el feo aspecto que presentan a lo largo y ancho del turbulento sector de Guayaquil los pervertidos, que son por cierto quienes mayores problemas presentan todos los días. Cuando no se les ve insultando a las personas que pasan, se les observa, bailando muchas veces a pura orquesta en cualquier establecimiento de cantina, o peleándose con las mujeres reales por asuntos que es mejor callar, o arrastrando campesinos fingiéndoles mujeres de carne y hueso, o cometiendo delitos contra la propiedad. Y, si no hay en lugar gente de sexo firme terminan por ofenderse recíprocamente, hasta irse a las manos y causarse lesiones, tan graves muchas veces que llegan hasta eliminarse entre sí. Es por esa causa, que se cree que la secretaría de gobierno ordenará batidas de la policía que acaben con la «nueva ola» de afeminados que infestan la ciudad. Y, no se crea que únicamente en Guayaquil es donde abundan. No. ( Sucesos Sensacionales, 28 de julio de 1961)

A las denuncias permanentes desde la prensa se suman acusaciones contra la policía, a quien consideran tolerante e incluso permisiva con este tipo de personajes infames; a diario les lanzan reproches por su incapacidad para controlar el espacio público y hacer limpieza social con estos delincuentes, el periódico Sucesos Sensacionales señala que en abuso de autoridad la policía se ha dedicado solo a hacer batidas contra prostitutas reales, sin preocuparse por la verdadera lacra social que son estos degenerados.

En marzo de 1962, un nuevo caso llama poderosamente la atención de la prensa, el asesinato de Yolandita ( Sucesos Sensacionales, 16 de marzo de 1962), joven de 15 años de edad. Este suceso se convierte en motivo de escándalo periodístico por la falta de control policial a los casos de corrupción de menores, y en ejemplo emblemático que ilustra la trágica existencia de los niños que caen en el vicio de la homosexualidad, al tiempo que retrata en formato disciplinante el futuro asegurado que les espera a quienes ingresan a temprana edad al bajo mundo, pervertidos por su moral y sus depravaciones.

«Yolanda», un pobre muchacho de solo quince años de edad, que había sido arrastrado por los vicios hacia el bajo fondo social del turbulento sector de Guayaquil, fue vilmente asesinado, en la madrugada de ayer por un sujeto, igualmente depravado, el que ahora se encuentra a órdenes de las autoridades de policía a las cuales su poca lidia costó capturarlo minutos después de haber consumado el crimen, a una cuadra de distancia del puente de La América, en una casa de inquilinato de la calle San Juan, marcada con el número 59-63. (Sucesos Sensacionales, 16 de marzo de 1962)

En un inquilinato, donde residía Yolandita (Orlando Álvarez) fue asesinado el joven de una cuchillada en la garganta por un tipo que ingresó con él a la residencia y de acuerdo con el relato periodístico era uno de esos sujetos degenerados que fingen ser hombres sin afectaciones pero que en el fondo son el mismo tipo de pervertidos. Al parecer no fue claro el motivo de la discusión y del asesinato, sin embargo, el asesino identificado como Arnulfo Bedoya fue capturado momentos después de haber agredido con el puñal a Yolanda, que desesperada pedía auxilio, despertando a todas las mujeres de la residencia. Cuando Arnulfo intentaba huir con un cuchillo en la mano fue detenido por un conductor que pasaba por el lugar, alertado por los gritos de las mujeres.

Yolandita, de acuerdo con Cándida Rosa Betancur (madre adoptiva), había sido abandonado al nacer por una mujer de mala reputación que lo quería botar, hecho por el cual Cándida lo acogió como hijo adoptivo, ella lo crió pero tuvo que desprenderse de él por petición de su marido porque ya de adolescente tenía muchos vicios. Después de esto el joven se fue a vivir a una residencia; según la madre adoptiva, el muchacho se había descarriado por falta de padre y por los amigos perniciosos que había conseguido en el bajo mundo de Guayaquil.

La prensa alerta sobre la manera como los ingenuos adolescentes, que caen en desgracia, terminan siendo pervertidos en los inquilinatos de la ciudad sin que las autoridades realicen mayores controles. Los dueños de los inquilinatos no ejercen ningún control y alquilan para los menores, habitaciones donde se prostituyen con sus clientes, siendo estos los mayores responsables de su perversión, que bajo el estímulo de una ganancia económica carecen de escrúpulos morales para permitir dicha perversión.

Siempre hemos considerado que son las autoridades las más culpables de la corrupción que existe en la actualidad en la población infantil. Hemos visto agentes de policía complacientes en pleno Guayaquil que nada hacen para reprimir los escándalos por parte de decenas de menores homosexuales a las puertas de los cafés; también celulares que pasan frente a ellos y no hacen caso alguno al feo espectáculo que presentan esos muchachos depravados, llevados al vicio por elementos de todas las capas sociales.

[…] Sanción condigna para esas personas que explotan la miseria moral y física de muchachos llevados al vicio por los corruptores sin castigo, también a causa de la total escasez policiva. Volviendo al caso anterior, diremos que el victimario de «Yolanda», pasó ya a La Ladera, por cuenta de los inspectores departamentales de policía, que son los funcionarios que activan la investigación. En el curso de ésta, posiblemente saldrá a relucir la especie de que la víctima robó al individuo que aparece como sindicado, que lo agredió, etc., etc. Pero lo cierto del caso es que el falso hombre que le quitó la vida al infeliz muchacho, por su depravación como por su estado de superioridad sobre su víctima, debe ser castigado ejemplarmente. (Sucesos Sensacionales, 16 de marzo de 1962)

La crónica revela la crítica situación de los niños en la ciudad que se ven forzados y obligados a trabajar en diferentes actividades como consecuencia de sus precarias condiciones socioeconómicas, de paso resaltando la complicidad de las autoridades policiales y la indiferencia ciudadana, que sin mayor problematización observa pasivamente como los niños acuden a la prostitución como medio para resolver sus premuras económicas. Ahora bien, el medio periodístico recurre a la emocionalidad que despierta el niño desvalido o caído en desgracia y a los sentimientos que evoca la imagen del niño abandonado y vilmente asesinado para reforzar su denuncia contra los actos de depravación de los corruptores y ejemplarizar las consecuencias trágicas de los niños que por irresponsabilidad de los padres se asoman al mundo del vicio homosexual.

A diferencias del tratamiento que la prensa suele darles a los demás degenerados jóvenes, con Yolandita se muestra comprensiva, incluso indulgente. El encuadre de la noticia presenta a un pequeño abandonado que al caer en desgracia termina enlodado por la corrupción del mundo del hampa en el que habitan personajes siniestros como falsas mujeres homosexuales, personaje sin escrúpulos que terminan aprovechándose de la inocencia infantil, arrebatándole su dignidad y convirtiéndolo en un degenerado e inmoral cuyo destino trágico es una sentencia de muerte a cuchillo en manos de un desconocido.

La aleccionadora medida de las batidas y arrestos permanentes a las falsas mujeres progresivamente irá surtiendo efecto, hasta terminar por desplazar a las mujeres de Guayaquil a diferentes lugares de la ciudad, en especial obligándolas a trasladarse al sector de Lovaina y El Bosque a finales de los cincuenta. Otras tantas se refugiaron en el sector de Barbacoas a mediados de los sesenta y en otros sitios despoblados del centro de la ciudad.

El sector de Lovaina había florecido desde la década del veinte como sitio de mayor nivel socioeconómico para la prostitución, alejada del ruidoso y peligroso sector de Guayaquil; alcanzaría su mayor esplendor entre las décadas del treinta y cincuenta. A finales de los cincuenta, empieza su decadencia y con ella nuevos personajes se instalan para ofrecerle una nueva marcación. Años antes, algunas falsas mujeres encontraron en el sector trabajo como ayudantes, empleadas domésticas y acompañantes de meretrices, en algunos clubes de prostitución afamados.

La Nacha llegó en el año 1936, cuando contaba con catorce o quince años. Primero desempeñó varios oficios en los lupanares, fue mandadero, empleado doméstico y portero entre otros. Las madames que administraban las casas de placer, gustaban de emplear como mandaderos a muchachos amanerados, ya que eran delicados en el trato con la clientela y además no solían tener relaciones pasionales con las muchachas. (Hernández, 2009)

Para la década del setenta, el sector será reconocido como el hogar de travestis (las antiguas falsas mujeres), comercio de droga y otros negocios vinculados con la ilegalidad y la delincuencia. El lugar prestigioso de placer y bohemia, como lo recuerdan algunos poetas y nostálgicos visitantes de su época, se transforma en territorio de los marginales y proscritos. Blanca Valle, Fabián Martínez y Luz Correa, autores de texto sobre historias de vida titulado Los travestis: iconoclastas del género, ofrecen una visión personal de parte de esta historia a través de entrevistas a sus antiguas moradoras (falsas mujeres/travestis) del sector:

Históricamente Lovaina ha contado con su propia zona de tolerancia, ya en 1950 había prostitutas, locas, maricas o voltiados, como comúnmente se los ha denominado; algunos personajes populares, para ese entonces eran «chinaco», «Florito», «La Pochola» y «Albertina». Los primeros homosexuales que llegaron a Lovaina se dedicaron en su mayoría a trabajar como cantineros, mandaderos y organizadores de casas de negocios. En el año de 1952, por decreto 537 de la alcaldía municipal, fue trasladada esta zona de tolerancia para el barrio Antioquia, hecho que a ninguna de las personas que vivían por allí les gustó «esas mujeres no se metían con nadie ni hacían escándalos públicos», cuenta Mamá Luz (anciana residente de Lovaina). Dos o tres años después estos actores regresaron y se establecieron definitivamente allí. Estas calles, con el pasar del tiempo, la expansión de la ciudad y el creciente desarrollo económico, dejaron de cumplir las funciones de centro de atracción para la diversión de las señoras casadas de alta sociedad y para los señores secretarios, doctores y distinguidos personajes que en las noches se escondían en estos sitios para tener sus horas de placer, para dar paso a las calles de la pobreza y el vicio; las personas con mayores ingresos económicos abandonaron el barrio, dejando a las prostitutas, los «maricones», como eran y continúan siendo llamados los travestis, y con ellos, los ladrones y drogadictos. (Valle, Martínez & Correa, 1996, pp. 27-28)

Con cierta similitudes a las formas de conquista territorial por parte del personaje afeminado que encontraron en Guayaquil a principios de siglo un lugar de permanencia vinculados como sirviente, mandaderos, cantineros, entre otros oficios, las falsas mujeres fueron encontrando espacios en los burdeles y cantinas de Lovaina desde la década del treinta y permanecieron allí hasta su desvanecimiento como lugar de tolerancia de cierto prestigio por sus clientes de elite —artistas, políticos, entre otros. Con su decadencia progresiva desde la década del cincuenta, los discretos afeminados sirvientes y las falsas mujeres fueron apropiándose el sector como refugio y espacio de permanencia. A partir de la década del sesenta el sector será socialmente reconocido como lugar de vicios, travestis y delincuentes.

En nota periodística de 1975 se revelan otros de los sitios a donde se desplazaron las falsas mujeres. La crónica ( Sucesos Sensacionales, 7 de marzo de 1975) reseña el asesinato por parte de detectives de una falsa mujer acusada de engañar y robar a borrachos. La noticia pone en evidencia una práctica que tomará fuerza en la década del setenta y años posteriores; en la ciudad empiezan a aparecer una serie de asesinatos contra estas mujeres bajo un esquema de limpieza social que no acude al arresto y encerramiento temporal (como en las décadas anteriores), sino al exterminio físico.

Una pareja de detectives fue encargada de buscar los antisociales, en especial a la falsa mujer. En la noche del 3 de marzo de 1975, los detectives entraron camuflados en los bares del sector, uno de ellos fingió estar muy borracho y dando traspiés salió rumbo hacia su casa por el solitario sector de la calle La Paz, antes había deambulado a modo de borracho desorientado por la calle Carabobo y por la Avenida Juan del Corral, en espera de ser detectado por la falsa mujer. En una esquina solitaria apareció la mujer, se le acercó y empezó a acariciarlo a lo cual el detective accedió. A lo lejos el otro detective observaba la escena. Cuando llegaron a una edificación marcada con el número 58-9 de la carrera 51 B, el detective le enseñó el arma a la falsa mujer, ante lo cual los demás compañeros de la antisocial reaccionaron y huyeron. La mujer al ver el arma del detective sacó un cuchillo para defenderse, de acuerdo con la crónica, para agredir al detective, pero este sacó el arma y disparó contra la mujer, asesinándola en el acto. De forma inmediata los detectives dieron aviso al Permanente del Norte, quien de forma acelerada efectuó los trámites legales para el levantamiento del cadáver.

Al momento de su asesinato la falsa mujer vestía minifalda de cordoroy café, zapatos de tacón alto del mismo color, pantimedias en hilo blanco y un pantaloncillo tipo bikini como ropa interior. Fue identificada con el nombre de Manuel Tiberio Salazar Valencia, tenía 39 años y hacia poco tiempo había llegado de Cali. Pese a que no se conocieron antecedentes penales de la mujer, la nota de prensa, haciendo conjeturas, se atreve a asegurar que en Bogotá y Cali la mujer realizaba las mismas acciones. Haciendo un llamado de advertencia, el periodista recomienda a sus lectores tener cuidado con este tipo de sujetos, pues según él, los peligros no han desaparecido aún, recomendando tener cuidado en su trato con callejeras atractivas.

Consideraciones finales

Las crónicas anteriores nos permiten observar cómo a lo largo de más de tres décadas el personaje ambiguo y humorístico de principios de siglo es convertido por la prensa en un temible delincuente que se escuda en su capacidad de engaño y en su ausencia de escrúpulos morales para cometer todo tipo de actos antisociales. Este personaje no solo parece burlar el ordenamiento biológico del género, por igual contradice la institucionalidad del sexo, destruye la moralidad social y se carga de signos de peligrosidad. Sus vidas, como sus actos, son infames, descartables y sucias. Sus formas físicas están cargadas de engaño y simulación, todo en ellas es deshonesto, mentiroso y falso y son precisamente estos aspectos los que revelan su capacidad para el crimen.

A medida que aumenta su presencia en la prensa se advierte un proceso de degradación físico y moral progresivo en sus biografías anunciando el surgimiento del monstruo urbano. De simples simuladoras de mujeres en oficios domésticos o callejeros, se transforman en el delincuente magistral en su capacidad de engaño para convertirse y multiplicarse en el criminal siniestro cuya sola presencia es amenazante.

Ahora bien, la insistencia de la prensa para que las encierren y aíslen revela la imposibilidad jurídica para su detención y lo resbaladizo y problemático en su definición. En sí mismas, las falsas mujeres no suponen delito alguno; de acá que la prensa conservadora o liberal, en articulación con la Iglesia católica, se convierta en detective moral buscando en las sombras cualquier trasgresión jurídica o acto delincuencial para publicitar con contundencia sus faltas, graficar sus peligros y demandar urgencias en su control.

De modo complejo es necesario rastrear en las reiteradas denuncias de la prensa sensacionalista la formación de discursos legitimadores de procesos de limpieza social; es significativo observar en la última crónica cómo la acción policial se desplaza de la batida ocasional con su corolario de reclusión temporal a una forma de asesinato justificado sobre un personaje descartado del orden de la decencia moral.

A lo largo de treinta años la prensa instaló en el raro personaje afeminado el contenido y representación de un individuo degenerado y de escaso valor humano, lo convirtió públicamente en una criatura ambigua que amenaza y pervierte el orden natural de las cosas, haciéndolo descartable e inaceptable. Más allá de la veracidad o no de sus acciones delictivas, la prensa construye un individuo despreciable y desechable en el orden social, un personaje sin espacio y reconocimiento en el discurso institucional de lo aceptable y legítimo, constriñéndolo a una vida inhabitable y desvinculada. Como señala Judith Butler: «De la misma manera que una vida para la cual no existen categorías de reconocimiento no es una vida habitable, tampoco es una opción aceptable una vida para la cual dichas categorías constituyen una restricción no llevadera» (2006, p. 23).

Referencias

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Periódicos y revistas

El Colombiano, (24 de enero de 1945). En la vereda El Oso un hombre se hacía pasar por la Virgen María.

El Colombiano, (27 de febrero de 1945). Se llama José Dolores, tiene 35 años, pero todavía no se sabe si es hombre o mujer; Tiene trenzas y también barba.

El Colombiano, (5 de diciembre 1959). Fue capturado nuevamente un individuo vestido de mujer.

Sucesos Sensacionales, (8 mayo de 1954). El homosexualismo: es un alarmante problema de índole social y moral para Medellín.

Sucesos Sensacionales, (26 de octubre de 1957). Revuelo social por nuestras denuncias sobre corrupción. Alarmantes progresos del homosexualismo en Medellín. Gentes irresponsables toman represalias contra personas inocentes. Mientras se mantienen en reserva los nombres de damas de la alta sociedad, «los cocacolos y el populacho arremeten contra gentes de buen vivir».

Sucesos Sensacionales, (21 de julio de 1958). Porque vio a su «ex-amigo» conversando con otros, un homosexual ingirió veneno.

Sucesos Sensacionales, (4 de octubre de 1958). La pecadora.

Sucesos Sensacionales, (29 de agosto de 1959). Luz Vélez y Alberto Areiza: un sujeto vestido de mujer.

Sucesos Sensacionales, (20 de mayo de 1960). Guayaquil: un centro de corrupción y delincuencia.

Sucesos Sensacionales, (28 de julio de 1961). «La Pipiola» perdió la nariz en zambra de cinco pervertidos.

Sucesos Sensacionales, (16 de marzo de 1962). Yolandita fue asesinado por su amigo en Guayaquil.

Sucesos Sensacionales, (16 de marzo de 1962). Yolandita fue asesinado por su amigo en Guayaquil.

Sucesos Sensacionales, (2 de junio de 1962). Guayaquil un antro.

Sucesos Sensacionales, (30 de septiembre de 1967). Atalaya: la peste del homosexualismo.

Sucesos Sensacionales, (7 de marzo de 1975). Muerto por detectives esculcador de borrachos que fingía ser mujer.

Notas

1 Este artículo se deriva de la tesis doctoral en historia, titulada «Raros. Historia cultural de la homosexualidad en Medellín, 1890-1980» y del proyecto de investigación «“Locas de pueblo” historias de vida y resistencia de hombres homosexuales adultos mayores en Antioquia, 1960-2015».
4 «Revuelo social por nuestras denuncias sobre corrupción. Alarmantes progresos del homosexualismo en Medellín. Gentes irresponsables toman represalias contra personas inocentes. Mientras se mantienen enreserva los nombres de damas de la alta sociedad, “los cocacolos y el populacho arremeten contra gentesde buen vivir”», Sucesos Sensacionales, 26 de octubre de 1957.

Notas de autor

2 Trabajador Social de la Universidad de Antioquia, magister en Hábitat y doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.

3 Profesor asociado del departamento de Trabajo Social de la Universidad de Antioquia, coordinador del grupo de investigación en Intervención Social -GIIS-.

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