EDITORIAL
El siglo XVII es el momento de eclosión de un pensamiento que comienza a gestarse dos o tres siglos antes: el pensamiento liberal. Como parte fundamental de ese pensamiento que deviene en parte integral del mundo occidental, encontramos la idea de Democracia, esa democracia que ve la luz en la revolución francesa ligada a la República y a los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Esta idea de democracia cuyas partes fundamentales son la Igualdad, la Libertad y la Justicia para todos hace parte del imaginario con el que crecemos y del discurso que maneja Occidente.
La idea de la democracia es una idea del mundo griego, y específicamente del mundo ateniense, en que todos los ciudadanos tenían derecho a escuchar, ser escuchados y por supuesto a elegir y ser elegidos en el ágora. Enfatizo el todos, pues esta era la idea del mundo helenístico a que me refiero: todos. Esta idea se ha concretado en este sentido en nuestro país, tenemos una democracia ateniense. Todos aquellos que pueden estar en el ágora (en el foro público) tienen derechos como ciudadanos. En la antigua Grecia al ágora sólo podían asistir los hombres adultos, nobles, comerciantes, guerreros y sacerdotes, es decir todos. Por supuesto allí no podían estar las mujeres, los campesinos, los ilotas (el populacho como dirían ahora) y los esclavos, es decir la mayoría de la población –cómo ahora.
En el momento de la instauración de la república francesa, las mujeres (que participaron activamente en la revolución) pidieron ser incluidas en los Derechos del Hombre y del Ciudadano, con los resultados en la guillotina que conocemos. La llegada de la revolución significó un cambio político, inspirado en unos hechos económicos y sociales determinados y se creó un discurso que sustentara y mantuviera ese cambio producido, un discurso político que ha sido fundamental en el mundo Occidental y en nuestro país, que se enorgullece de tener la democracia «más antigua» de América Latina.
Ese discurso político fue creado para un todos, en el cual no estaban todas ni todos, en la medida en se se basó en los intereses de una élite burguesa, que en su proyecto de construcción de nación, trató de alcanzar una identidad de ser colombiano en la que lo indígena, lo campesino, lo afrocolombiano y las mujeres eran invisibilizados.
La identidad colombiana sería construida a partir del modelo: un hombre blanco, burgués, católico y heterosexual. De esta forma encontramos que la mayoría de la población fue marginada del ámbito político institucional en la medida en que no cumplíamos con lo que se debería ser. «¡Esto ha cambiado!» Dirán algunas personas; es cierto, a nivel legal esto se ha transformado en diversas formas: ahora somos un país multiétnico y pluricultural y además tenemos una democracia «participativa», pero eso es en el papel pues en la realidad no ha cambiado mucho. Por eso podría repetir con Alessandra Bochetti «La política es lo que tenemos que pensar, hombres y mujeres».
Estas ideas, las podemos ver expresadas por otra parte en el mundo académico también. Gracias a nuestra democracia, todas las personas pueden acceder a la educación, es decir, todos aquellos que no se encuentran en los sectores deprimidos de nuestra sociedad, que no están en los márgenes, es decir, cerca del 50% de la población colombiana que se encuentra en los niveles extremos de pobreza, que no pueden acceder a la educación básica y menos aún a la educación universitaria. Quienes lo hemos podido hacer olvidamos que pertenecemos a una élite que sólo por el hecho de tener este privilegio, debería tener también una responsabilidad social, por lo menos ayudar a pensar el mundo en el cual vivimos. Tal vez dirán que eso es lo que hacemos, pero creo que nos es así. Ahora «pensamos» para publicar y obtener reconocimiento para el mundo académico. Escribimos para obtener puntos y subir nuestro salario. Escribimos para mantener nuestro trabajo cumpliendo con los planes de trabajo, pero, ¿qué pasó con nuestra responsabilidad social? ¿No es nuestra labor pensar el mundo para transformar? ¿no es nuestra labor pensar el mundo para incidir positivamente en la construcción de nuestra sociedad? La labor del intelectual, debe ser una labor política, entendida esta no como el acceso a la toma de decisiones en el alto gobierno, o en la manifestación de la «Democracia» colombiana: la fiesta del voto, sino como aquello que incide en la vida cotidiana de las personas, por lo que estoy de acuerdo con Bochetti en que «lo personal es político». Esto nos lleva a repensar el papel de lo académico, como aquel mundo en que se construye «el conocimiento», lo que de entrada hay que reelaborar, pues ¿es este el único conocimiento válido? Ya tanto las organizaciones de base, las empresas y diferentes sociedades han demostrado que no ¿entonces? ¿en dónde queda el conocimiento académico? No es mi intención entrar a discutir a fondo esta problemática en este espacio, sino hacer un llamado de atención. Por una parte a pensar la labor nuestra como académicos/as, por otra, sobre la producción del conocimiento y su divulgación.
Tabula Rasa, nació como una revista académica y así la hemos mantenido, sin embargo, ha tenido posturas que riñen con el actual mundo cada vez más privatizado. Por una parte, pensamos en publicar artículos producto de investigación que sean críticos y que pretendan aportar a la construcción de la academia y de la sociedad, pues tanto la una como la otra necesitan del aporte crítico de los intelectuales. Por otra parte, hemos logrado que Tabula Rasa le llegue a una gran cantidad de personas tanto por la vía de los ejemplares impresos, como por medio de la página web y de las bases de datos en que está inscrita. Parte de nuestra política editorial (respaldada ampliamente por la rectoría) es que todo documento de nuestra publicación puede ser reproducido total o parcialmente, por lo que pedimos únicamente que nos citen. Esto que parecería un hecho trivial, no lo es. Es un acto político, que va en contravía de esa privatización a la que aludía hace un momento: el conocimiento académico se ha convertido en una mercancía.
Por una parte encontramos que las entidades financiadoras de la investigación, son los «dueños», aún en detrimento de quienes la realizaron y por supuesto de la sociedad en su conjunto. Por otra parte, quien investiga, se apropia del conocimiento de tal forma que no quiere que nadie vaya a utilizar ese conocimiento sin su consentimiento o sin haberle pagado algo por él. No niego que todos (o muchos) queremos (y seguramente merecemos) reconocimiento por nuestro trabajo, pero una cosa es esto, y otra que el conocimiento que generamos sea de nuestra propiedad y queramos vetar el acceso a él. Creo que en este sentido la comunidad académica (las instituciones y quienes la componemos) han perdido el rumbo y se han convertido (desde ya hace tiempo) en empresas que venden conocimiento. Creo que es un buen momento para reflexionar sobre nuestro papel como académicos en un mundo cada vez más atravesado (en todos los niveles) por las relaciones impuestas por el mercado neoliberal (lo cual no es una redundancia). Construir conocimiento crítico (en el sentido de Marx) y transformador es una responsabilidad nuestra, así como la libre difusión de él. Este debe ser uno de nuestros aportes a la construcción de una democracia radical realmente incluyente.
Quiero invitar de esta forma a pensar nuestro mundo y nuestro papel en él hoy en día, como académicos, ciudadanos y personas que lo deben estar construyendo día a día. Tabula Rasa es un espacio para la divulgación de conocimiento crítico y libre. De esta forma esperamos que cada vez más personas se unan a esta empresa de construcción de un conocimiento social.
Pasaré ahora a presentar los artículos de este número que vienen en la línea de lo expresado anteriormente y darle por anticipado las gracias a los autores y autoras por unirse a este propósito.
En nuestra primera sección Contra el olvido, tenemos en esta ocasión un artículo del profesor Luis Guillermo Vasco Uribe, quién fuera profesor Titular y Emérito de la Universidad Nacional de Colombia, hasta su jubilación. El profesor Vasco titula su artículo «El marxismo clásico y la caracterización de lo indígena en Colombia» en que nos da elementos para leer el «problema nacional» desde la posición marxista clásica, lo que le permitió al autor desarrollar posteriormente el concepto de «nacionalidades indígenas» y comprender el sentido de sus luchas.
En nuestra segunda sección Desde el ático, tenemos en primer lugar el artículo «Stuart Hall sobre raza y racismo: estudios culturales y la práctica del contextualismo» del profesor de University of North Carolina, Lawrence Grossberg, quién señala la profunda imbricación entre la noción de raza y racismo en los estudios culturales en la obra de Stuart Hall, y como esto está de la mano de la práctica de un contextualismo radical. El segundo artículo «Ni orientalismo ni occidentalismo:
Edward W. Said y el latinoamericanismo» del profesor Eduardo Mendieta de Stony Brook University, está centrado en la importancia de la figura del orientalismo para el desarrollo de una crítica latinoamericana. El tercer artículo del geógrafo John Agnew, de University of California, «Entre la geografía y las relaciones internacionales» está centrado en el análisis de los caminos tomados por los académicos de las relaciones internacionales y la geografía política respecto a los roles del territorio y las fronteras para el entendimiento de los orígenes de los conflictos.
A continuación tenemos el trabajo de Noel B. Salazar de University of Pennsylvania titulado «Antropología del turismo en países en desarrollo: análisis crítico de las culturas, poderes e identidades generados por el turismo». En este escrito el autor presta atención a las teorías sobre el turismo internacional en países en desarrollo desde una mirada antropológica y sus múltiples vertientes y alternativas. El quinto artículo: «Escenario, butaca y ticket: el mercado de la cultura en el periodismo cultural» de Elkin Rubiano, de la Pontificia Universidad Javeriana, está centrado en la noción de cultura que se construye en los periódicos y revistas de circulación en Colombia.
En la sección Claroscuros encontramos en primer lugar el artículo de Nicolás Restrepo (Universidad Nacional de Colombia), titulado «La Iglesia Católica y el Estado Colombiano, construcción conjunta de una nacionalidad en el sur del país», en el cual el autor nos muestra el proceso histórico en que las sociedades indígenas amazónicas (en el siglo XIX) sufrieron el proceso de inserción a la sociedad nacional. A continuación, en «Las fotografías de prensa sobre el 9 de abril de 1948 entre el recuerdo y el olvido», la profesora María Isabel Zapata (Pontificia Universidad Javeriana) realiza un análisis de las referencias gráficas aparecidas en tres importantes medios escritos de Colombia, sobre el 9 de abril de 1948, día de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, reconocido político de la época en Colombia. Diana Gómez, por su parte realiza su trabajo sobre la relación entre agencia, cultura, política y transformación de la realidad desde la experiencia de construcción colectiva de una obra de teatro por parte de mujeres jóvenes feministas y la apropiación de algunos espectadores en «“Aquí fue Troya”. Mujeres, teatro y agencia cultural».
Juan Alberto Blanco, de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, en su escrito «A la hora de escribir ensayos», realiza una puesta en claro de las pautas, formas, e intenciones que nos encontramos a la hora de escribir un ensayo y lo pertinente en cuanto a la composición e implicaciones de este tipo de escritos. Las investigadoras Bertha Marlén Velásquez, María Graciela Calle y Nahyr Remolina de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, en su trabajo titulado «Teorías neurocientíficas del aprendizaje y su implicación en la construcción de conocimiento de los estudiantes universitarios» reflexionan sobre las diferentes teorías neurocientíficas del aprendizaje y su implicación directa en el proceso de búsqueda y construcción de conocimiento de los estudiantes universitarios, en la estructuración curricular, en la implementación de metodologías facilitadoras del proceso de enseñanza - aprendizaje y en los sistemas de evaluación, entre otros aspectos. Por último tenemos el escrito de Leidy Carolina Díaz (Universidad Externado de Colombia) sobre la «Producción de Conocimiento sobre Trabajo Social en las unidades académicas de Bogotá en el período comprendido entre 1995 a 2003».
Por último no me queda más que reiterar la invitación a publicar en nuestra revista y seguir contando con el apoyo de todos/as nuestros lectores/as en las diferentes partes del mundo a las que está llegando nuestra revista.
LEONARDO MONTENEGRO MARTÍNEZ
Editor