Jorge Pujado
Los Regios del Santa Lucia. Historias de vida de jóvenes homosexuales de Santiago Editorial Alertes, Barcelona 2000. Pp. 134.
José Fernando Serrano A.
Investigador Independiente (Colombia) josefernandoserrano@yahoo.com
Un contexto general
El cerro de Santa Lucía es un punto emblemático de la ciudad de Santiago y tal vez de la propia sociedad chilena. El puesto de mira de la época colonial, desde el cual se vigilaba y defendía la ciudad se transformó en el siglo XIX, bajo referentes arquitectónicos europeos, en un paseo familiar, con caminos y pequeños descansos para el ocio y la contemplación. Aún hoy se lo presenta al turista como un lugar pintoresco de la ciudad, con su castillo, fuentes y miradores, muy adecuado para un tranquilo paseo en la tarde. Pero como sucede con muchos puntos de la geografía de las ciudades, el Cerro tiene más de un uso y un lugar en los imaginarios. Es también referente de los habitantes de la noche, punto de encuentro para las parejas de jóvenes amantes, espacio de socialización de algunas culturas juveniles urbanas y referente para el ligue y el goce. Tal vez por esta combinación entre espacio al aire libre e intimidad, entre lugar de todos y de nadie a la vez, entre lo diurno familiar y lo nocturno trasgresor, es que el lugar ha sido también territorio de socialización homosexual.
En su condición de referente de la sociedad chilena no es casual entonces que en agosto de 2005 el Cerro de Santa Lucía haya aparecido en las noticias al ser dos mujeres jóvenes echadas de allí por darse un beso. La guardia privada contratada para vigilar el lugar -de seguro no sólo por su interés turístico sino también para mantener alejados a aquellos visitantes «indeseables»- consideró que el beso de las jóvenes atentaba contra la moral y las buenas costumbres, enfatizando la condición de paseo familiar del lugar. Las jóvenes fueron llevadas a una oficina, sus nombres anotados en un cuaderno y fueron expulsadas del lugar.
Si bien, como habitante de otra ciudad que no es Santiago no podría afirmar si este es un hecho aislado o repetitivo, lo uso como puerta de entrada para hablar del texto en cuestión. Los Regios del Santa Lucía es tanto un fragmento de las historias de vida de jóvenes homosexuales de Santiago como un retrato de la sociedad chilena, esa sociedad aún conservadora, montada en unos ideales de familia, moral y orden en que muchos parecieran creer pero pocos parecieran seguir.
Un contexto del texto
El texto encaja bien en el espíritu de la casa editorial que lo acoge. La editorial Laertes ha publicado otra serie de ensayos y narraciones sobre la vida homosexual que brindan un aire creativo y literario a la emergente bibliografía hispanoamericana sobre el tema. Textos sobre los gays en la música, pequeños relatos eróticos, estudios críticos sobre las sexualidades, son algunos de los títulos ofrecidos por esta editorial. Como ensayos, se trata entonces de apuestas interpretativas no restringidas al canon de las ciencias sociales o humanas ni mucho menos al de la sexología, y por ende más libres en su composición, en su forma narrativa y en los recursos que usan para sustentar sus argumentos.
No es casual tampoco que la prologuista inicie con una cita de Pedro Lemebel, aquel cronista mordaz y crítico de la ciudad de Santiago y de la sociedad chilena, pues algo de él se siente en el texto de Pujado. Ambos autores se acercan a aquello que se considera la diferencia, el margen, lo raro, lo transgresor e intentan sacarlo a la luz en sus relatos. Los resultados sin embargo son diferentes, pues mientras en Lemebel se da cuenta de esa diferencia mediante un «manifiesto»1 público, irreverente y descarnado de la misma, en Pujado se intenta una interpretación de la diferencia, un ejercicio de explicación mediante el recurso a las historias de vida de unos jóvenes homosexuales leídas a la luz de ciertas teorías o marcos analíticos. La narrativa de Lemebel realiza, actúa la diferencia. La de Pujado ofrece la diferencia a un lector no iniciado en estos temas a manera de recorrido por aspectos de lo que podría considerarse el ciclo vital del sujeto homosexual.
El texto
El texto se organiza alrededor de lo que podrían considerarse algunos de los hitos principales del curso vital de un sujeto homosexual masculino, aquel que se conforma en el escenario de la sociedad chilena pero también en el de las identidades sexuales globalizadas, en el del mercado cultural mediático y en menor medida en el del desarrollos de las identidades políticas y las políticas de la identidad.
Así, el ciclo de vida que rastrea Pujado en las historias de sus entrevistados va del origen, pasa por el reconocimiento del sí mismo en y a través de los otros pares, sigue por el replanteamiento del curso vital que implica tal reconocimiento, hasta tocar algunos temas fundamentales para el tipo de sujeto que se configura: los elementos culturales que nutren tal configuración, la vida en pareja, el SIDA y el desarrollo de las identidades políticas en torno a la diferencia en la orientación sexual.
Uno podría preguntarse qué lleva al autor a privilegiar estos temas al momento de seguir los relatos que los entrevistados hacen de sus vidas y que fueron construidos con su participación. Sin duda, estos temas le permiten trazar una biografía, tanto individual como colectiva de una cierta subjetividad homosexual; una subjetividad que surge en la década de los noventa, en el contexto de una sociedad aún conformada por la dicotomía y la inequidad del género y que si bien recurre cada vez más a los medios para producir y legitimar nuevas representaciones sociales no realiza grandes subversiones de dicha dicotomía. Así, los capítulos del texto dan cuenta de cada uno de esos hitos que se privilegiaron para mostrar la forma como los sujetos se ven a sí mismos en su curso vital y por ende para privilegiar una perspectiva desde los sujetos. Perspectiva en la cual Pujado no se borra o se pretende relator neutro sino que participa también calidad de autor de los relatos.
Habría entonces que identificar no sólo a los sujetos que brindaron sus relatos al autor sino localizarlos en un contexto particular de intersecciones entre género, clase y generación, para entender cómo el autor habla de esa diferencia y lo que ella produce. Esto es lo que se hace en las «Consideraciones preliminares» que abren el texto. En estas consideraciones el autor presenta los ejes de su apuesta interpretativa: mirar desde la disidencia y la discriminación, apostarle a una «ética de la subjetividad» que no se preocupa por las pretensiones de objetividad de las ciencias modernas y hablar de la diferencia sin objetivos de militancia política. Es en estos ejes que se articula la pregunta principal del texto, ya señalada antes: la conformación de una identidad de género colectiva en torno a la diferencia en la orientación sexual.
Los ocho capítulos que siguen se construyen con fragmentos de las entrevistas y las interpretaciones que el autor hace de las mismas. Esta opción analítica le permite al autor dar cuenta de cada uno de los temas que desea tratar pero no permite al lector seguir la narración que los entrevistados hicieron de su curso vital. Al fragmentar los relatos se logra verles en profundidad y detalle pero se pierden los hilos de cada narración individual y se privilegia la narración del autor. Narración sin duda juiciosa y delicada en su armada pero que impide acercarse a la voz de los entrevistados que se intuye más allá de los fragmentos. No me refiero a que se esperase encontrar en el texto la transcripción exacta de las entrevistas sino a que la forma en que se las analiza privilegia el acto de selección que hizo el autor y no el ejercicio narrativo que hicieron los entrevistados.
Por eso el primer capítulo resulta por demás atractivo y problemático: atractivo, pues se aborda la eterna pregunta del «nacen o se hacen» pero problemático pues Pujado recurre a planteamientos psicoanalíticos que a todo lo largo del siglo XX intentaron encontrar una etiología a la homosexualidad (en la mejor de las tradiciones objetivas y modernas que Pujado ha cuestionado inicialmente) y que han sido bastante debatidos en los abordajes más contemporáneos al género y las identidades sexuales. Leyendo el capítulo uno se pregunta si es que el autor en efecto cree en dichos planteamientos psicoanalíticos y los confirma en las narraciones de los entrevistados o si son ellos los que afirman tales planteamientos, a manera de un autoanálisis en sus narraciones.
Los capítulos siguientes explorar la forma como la interioridad se proyecta al ámbito social, a la calle, las redes de amistades y de pares, a los sitios de encuentro para ir conformando la identidad. Aquí la noción del coming out, tan propia al modelo de identidad que surgió luego de las luchas políticas y afirmativas del movimiento homosexual norteamericano, sirve de guía al autor. El coming out, un ejercicio de reconocimiento de la diferencia que da pie a un salir a la calle, al espacio de lo público, a un devenir como sujeto homosexual en el marco de las identidades formadas al margen. Implica aprender e incorporar los códigos, los signos e íconos de tal identidad para poder hacer parte de dicho entorno cultural. Aquí es donde el autor escribe en un punto intermedio entre crónica periodística y etnografía y nos relata los lugares y espacios por los cuales se debate la identidad de los sujetos.
Como señala Pujado, la aceptación de la homosexualidad en un contexto esencialmente represivo como el chileno implica importantes retos para la biografía individual y los proyectos de vida. En esta parte del libro entonces, el autor nos acerca a los recursos a los que recurren los sujetos para dar cuenta de tales retos: aumentar el capital cultural, ascender socialmente mediante la educación, entrar en redes especializadas de amistades y de consumo mediático, entre otras.
Pujado desarrolla una noción de identidad que si bien parte de reconocer las restricciones de la sociedad represiva también le reconoce la agencia a los sujetos para transformar sus condiciones de existencia, al menos las condiciones que definen cómo se materializan las identidades.
Sin embargo, un cierto espíritu de «destino fatal» parece rondar los capítulos siguientes sobre la vida en pareja y el SIDA. Para el autor, en una sociedad que privilegia la familia como lugar fundamental para la realización de la subjetividad (al menos la hegemónica y pro ende la que se legitima en los símbolos sociales), la soledad marca la vida no reproductiva homosexual. La sociedad que describe Pujado no parece ser entonces la sociedad de la individualización analizada por autores europeos como Giddens o Beck, en la cual la afirmación e inversión en lo individual da autonomía y nuevas posibilidades de realización. Para Pujado a la marginación de la homosexualidad se suma la amenaza de la perdida de la juventud y la presencia del SIDA, con su doble marca de estigma sobre los sujetos homosexuales y sobre el goce sexual.
Es importante señalar que Pujado escribe en los noventa y realiza su trabajo antes del boom de las familias homosexuales, hecho especialmente por el creciente número de mujeres lesbianas que optan por la maternidad y el de hombres gay que buscan y asumen la paternidad; este boom de «familias alternativas» está hoy replanteando el modelo de la soledad homosexual por la falta de familia creada por la reproducción y propone nuevos cursos vitales en los cuales la orientación sexual ya no implica marginalidad en la estructura social basada en la familia y la crianza. Pujado además, escribe en el momento del pánico ante la adquisición del VIH, propio a la era previa al surgimiento de los antiretrovirales, y que como él señala pudo causar una revaloración de la monogamia y la vida en pareja; con el surgimiento de estos nuevos tratamientos el VIH dejó de ser una amenaza de muerte inminente y generó una nueva de curso vital en el cual el vivir con el VIH se convirtió en una posibilidad de largo plazo, dando paso además a nuevas ideas en torno al cuerpo, el placer y el goce sexual homosexual.
Esto sin embargo no descalifica uno de los aportes más significativos e interesantes del texto, que merece aún mayor exploración: el texto no sólo trata de hablar de una cierta diferencia, señalar cómo se desarrolla y cómo se expresa sino también lo que ella produce a la sociedad. La experiencia homosexual sin duda produce un «cortocircuito» en los modelos tradicionales de género y sexualidad, aún legitimados en la estructura de estados como el Chileno. Recordemos que en Chile la sodomía estuvo penalizada hasta hace muy poco y que todavía existe un discurso homofóbico dominante en la sociedad civil y política.
En esta pregunta por qué produce la diferencia, Pujado hace una afirmación bastante sugestiva pero de limitado desarrollo en el texto: en una sociedad como la chilena el homosexual abiertamente femenino—bien sea la loca por su indefinición genérica o el colita, el afeminado frecuentemente caricaturizado—están más o menos aceptados o cuentan con un lugar claro. Lugar que puede ser el del repudio hacia la loca, por su condición grotesca o el de la sumisión del colita, el homosexual que sirve para afirmar la masculinidad dominante por su condición subordinada. Para Pujado, la verdadera subversión está en el gay masculino, quien sí subvierte la dicotomía del género al intentar recrear una masculinidad diferente.
El cierre del libro con esta propuesta deja un sabor extraño en la lectura. Por una parte, es una propuesta muy sugestiva para posteriores discusiones; pero por otra, se pregunta uno qué hubiera sido del texto si esa pregunta final hubiese operado como la pregunta de partida. ¿Cómo se hubieran leído las historias de los entrevistados si esta afirmación hubiera sido el eje del análisis? Uno podría encontrar que si bien es un logro fundamental del texto diferenciar los tipos de homosexualidades -en este caso de la loca, el colita o el gay- estas homosexualidades no son excluyentes sino que operan como parte del sistema más amplio de relaciones de poder en torno al género y la sexualidad y aparecen en grados y combinaciones diferentes en las historias de los sujetos.
Observando otros conjuntos de literatura se preguntaría uno qué tan subvertora es la identidad homosexual gay, cuando se la encuentra como la identidad hegemónica y más legitimada por la producción mediática actual, e incluso por las políticas públicas y las políticas de la identidad. Basta ver producciones mediáticas como «Will and Grace» o «Queer Eye for the Straight Guy» así como toda la industria comercial para el consumo gay y preguntarse qué tan subversivo es eso, al menos en términos de su integración al resto de la sociedad.
Por otra parte, una cosa que se extraña en el texto de Pujado es su invisibilización del tema de las mujeres lesbianas. Si bien, como sucede en cualquier ejercicio investigativo es válido delimitar las muestras y no se le podría pedir al autor que diera cuenta de otra población más, si quedan muchas dudas sobre el alcance de sus argumentos cuando se entra a preguntarse por la experiencia de las mujeres lesbianas. ¿No serían acaso ellas aún más subvertoras de la dicotomía del género al rebelarse con su experiencia a la doble subordinación (como mujeres y como lesbianas)? ¿Se cumple en ellas el modelo que va del coming out a la conformación de una identidad pública y reconocida, en un contexto donde en todo caso el mundo de lo público sigue siendo privilegio masculino? Insisto en que esto no descalifica la importancia del texto pero unas breves referencias al respecto ayudarían al lector a precisar mejor los alcances de los argumentos presentados.
En este escenario Los Regios del Santa Lucía aporta a la creciente literatura latinoamericana sobre género y sexualidad no sólo el registro de un momento de la cultura sexual chilena sino una apuesta interpretativa propia que merece su discusión y reconocimiento.
1 Uso la palabra «manifiesto» tanto en sentido general de expresión de una posición ante la vida como para aludir a una de las obras de Lemebel.