La institucionalización de los estudios culturales en Estados Unidos: el caso del doctorado en estudios culturales en la Universidad de California, Davis, a ocho años1

 

The Institutionalization of Cultural Studies in the United States – The Case of the Doctorate in of the University of Davis, Eight Years Into the Program

 

Ainstitucionalização dos estudos culturais nos Estados Unidos: o caso do doutorado em estudos culturais na Universidade de Califórnia, Davis, oito anos depois

 

Robert McKee Irwin

University of California, Davis,2 USA rmirwin@ucdavis.edu

Recibido: 21 de septiembre de 2007 Aceptado: 30 de octubre de 2007


Resumen

Este artículo describe el proceso de institucionalización del campo de estudios culturales en los Estados Unidos. El ejemplo de este proceso en la experiencia de la Universidad de California, Davis, donde se estableció hace ocho años un doctorado en estudios culturales, aunque idiosincrático, ilustra el tipo de problemas, tanto prácticos como intelectuales, que tal institucionalización ha provocado en este país. El artículo señala también dos áreas —el contenido cultural y la gestión cultural— que sería pertinente incorporar en los posgrados para que este campo, al asumir la forma de una disciplina, ofrezca la mejor preparación posible en la formación de críticos culturales.

Palabras clave: estudios culturales, pedagogía, universidad corporativista.


Abstract

This article describes the process of institutionalization of the field of cultural studies in the United States. The example of this process at the University of California, Davis, where a doctoral program in cultural studies was established eight years ago, while idiosyncratic, illustrates the kind of problem, both practical and intellectual, that this institutionalization has caused in this country. article also points to two areas (cultural content and cultural management) that could better be incorporated into graduate programs so that this field, as it assumes the form of a discipline, can offer the best possible preparation in the training of cultural critics.

Key words: cultural studies, pedagogy, corporate university.


Resumo

Este artigo descreve o processo de institucionalização do campo de estudos culturais nos Estados Unidos. O exemplo deste processo é a experiência da Universidade de Califórnia, Davis, na qual se estabeleceu há oito anos um doutorado em estudos culturais. Ainda que idiossincrático, o programa ilustra o tipo de problemas, tanto práticos quanto intelectuais, que tal institucionalização tem provocado nesse país. artigo aponta também duas áreas (o conteúdo cultural e a gestão cultural) que poderiam ser melhor incorporadas nos programas de pós-graduação para que estes campos, ao assumirem a forma de disciplina, ofereçam o melhor preparo possível na formação de críticos culturais.

Palavras-chave: estudos culturais, pedagogia, universidade corporativista.


Los estudios culturales como nodo de interrogación, como metodología interdisciplinaria de investigación y rúbrica general de teoría crítica, de cierta forma dominan hoy en día el pensamiento crítico en las humanidades y las ciencias sociales en los Estados Unidos. Si no han anulado los proyectos disciplinarios tradicionales, los han transformado radicalmente. Hablo de los campos de la sociología, antropología, historia, crítica literaria, comunicación, geografía, lingüística, historia de arte, entre otros —han tenido menos impacto en las ciencias sociales más «positivistas», por ejemplo en los campos de ciencias políticas y economía, no obstante, esta transformación enorme y casi universal—, en los que ha surgido una defensa reaccionaria en contra de lo que se percibe como la invasión de los estudios culturales. Esta defensa apasionada de las disciplinas toma la forma de un tradicionalismo exagerado, un rechazo de toda «teoría crítica» contemporánea, un estrechamiento de material pedagógico y una ridiculización activa de cualquier interés en lo popular.

En mi campo, el «español» —el que incorpora tradicionalmente lengua, lingüística y literatura, y con cada vez más frecuencia, teoría crítica y estudios culturales—, como en otros, las tensiones entre los estudios culturales y la tradición disciplinaria se confunden con las presiones y transformaciones de los mercados intelectuales.

Me refiero a dos fenómenos. En el primer caso, las editoriales académicas estadounidenses, las que van perdiendo cada vez más las subvenciones que les han sostenido, por razones puramente económicas, prefieren proyectos de investigación de interés multidisciplinario para que sus libros se vendan mejor. Un estudio de crítica literaria que no encuentre público entre sociólogos y comunicólogos les parece poco atractivo, mientras que estudios interdisciplinarios sobre temas ampliamente populares se venden no sólo entre académicos de campos diversos, sino también entre públicos no académicos más generales.

El segundo caso es el de la demanda estudiantil por cursos de criterios, no necesariamente definidos en términos disciplinarios. Pocos estudiantes de licenciatura van a ser críticos literarios, etnógrafos o historiadores profesionales; lo que no quiere decir que no les convenga estudiar en estas áreas. Pero nuestros programas curriculares han tenido que responder a sus intereses particulares —pero no disciplinarios— en nuestros campos. Por ejemplo, pensando desde mi departamento, el de español, nuestros estudiantes de hoy día leen menos pero viajan más que los de generaciones anteriores, y por eso ya no buscan en los departamentos de español una capacitación en técnicas de crítica literaria o un conocimiento del canon de literatura en español, sino una «alfabetización cultural», o sea una introducción amplia y profunda a la diversidad cultural del continente americano —además de España— y un aparato crítico que se aplique a cualquier género de producción cultural que encuentren en sus lecturas, viajes, interacciones y experiencias varias con las culturas de Hispanoamérica y España. Los departamentos de español en Estados Unidos van ampliando su cargo, abarcando ya no sólo la lengua, la lingüística y la literatura, sino la cultura visual, material, auditiva, popular, masiva, etc. Hay que tomar en cuenta también que nuestro cuerpo estudiantil ya no es meramente la élite, los hijos de la ciudad letrada sino también sus hijas y también una mezcla de estudiantes de diversas clases más marginadas —en California muchísimos son inmigrantes o hijos de inmigrantes de México y Centroamérica—, jóvenes que no obstante las barreras institucionales y económicas y hasta legales, van aprovechando con más frecuencia, cada vez, de la educación universitaria. Su cultura ya no es meramente la de la ciudad letrada y por lo tanto exigen una representación más completa y más justa de la cultura más allá de la que producen los DWM —"dead white men", hombres blancos muertos—. Hay que tomar en cuenta que nuestros estudiantes si bien son menos privilegiados también son más cosmopolitas, menos intelectuales pero más técnicamente informados y por eso más globalmente conectados que los de generaciones anteriores.

La academia se está transformando, paulatinamente, abriendo espacios para los estudios culturales no porque éstos sean teóricamente o conceptualmente superiores a otras formaciones disciplinarias tradicionales o innovadoras, sino porque responden más flexiblemente al mundo contemporáneo. La democratización de la educación superior, la globalización de los mercados culturales, la diversificación cultural a nivel nacional, las migraciones interamericanas, la masificación y privatización de la cultura, la urbanización, los avances tecnológicos en la comunicación, entre otros fenómenos, son mutaciones culturales, a las que responden de forma ventajosa los estudios culturales, y bajo el modelo cada vez más mercantil de la educación superior, aunque no nos guste, tenemos que reaccionar ante los cambios en el mercado; tenemos que «satisfacer la demanda» de nuestros clientes, los jóvenes de la actualidad.

Por estas razones, no obstante la fuerte resistencia que se les ha presentado desde las disciplinas tradicionales, los estudios culturales se han empezado a institucionalizar en la forma de especialidades dentro de programas existentes y también, como consecuencia de esta misma resistencia, la que a veces dificulta el establecimiento de tales especialidades en programas independientes de estudios culturales —como disciplina: aunque se ha vuelto lugar común entre los practicantes de estudios culturales, negar neciamente que sean éstas una disciplina (ver Bennett) y repetir la idea romántica de que sean más bien todo lo contrario, más que una «inter-disciplina», una anti-disciplina, como ha postulado el británico Nick Couldry, «en términos de su historia, sus valores y su orientación metodológica, los estudios culturales son una disciplina distintiva» (la traducción de ésta y todas las siguientes citas del inglés, son mías). Sin embargo, su institucionalización no se ha llevado a cabo de forma «disciplinada». Por ser campo con conexiones disciplinarias múltiples y por ser, en términos muy generales, un elemento ya paradigmático de los programas de investigación de muchos profesores que ya tienen plazas en sus varias disciplinas tradicionales, la invención de un centro de estudios culturales cuesta poco. Se puede ofrecer un nuevo programa de estudio compuesto principalmente de los muchos recursos existentes, con cursos existentes enseñados todos por estos mismos profesores, quienes ya han estado enseñando estudios culturales desde sus disciplinas. Los programas asumen entonces no su propia forma sino la de sus instituciones.

El caso particular de la Universidad de California en Davis (http://culturalstudies.ucdavis.edu/index.html), donde se fundó en 1999 uno de los primeros programas de doctorado en estudios culturales en los Estados Unidos, es emblemática de este fenómeno en Unidos. La institucionalización de los estudios culturales en Davis se llevó a cabo desde este mismo escenario de mutaciones, tensiones; su establecimiento y la implícita legitimación del campo en Davis no sólo no han puesto fin a estos conflictos, sino que han ocasionado nuevos problemas institucionales.

El programa de Davis ha admitido ya nueve «clases» de estudiantes. Hay actualmente cuarenta y dos estudiantes inscritos, y ocho estudiantes más ya se graduaron de Doctor. En años recientes se ha visto un promedio de entre ochenta y cien solicitudes al año, de los que se han aceptado alrededor de diez nuevos estudiantes. De estos diez, quienes tienen muchas veces ofertas también de otras universidades —en la universidad pública muchas veces no existen fondos para competir con las ofertas de las universidades privadas más ricas del país (Stanford, New York University, Yale, Harvard)— entran cada año un promedio de cinco o seis estudiantes. El programa cuenta con la afiliación de más de 80 profesores, quienes participan de diferentes formas. Existen dos comités importantes: el comité ejecutivo, que, junto con la directora, administran el programa; y otro comité de admisiones, encargado de manejar la selección e incorporación de los nuevos estudiantes. Sirven unos ocho profesores más uno o dos estudiantes en cada comité. Tres de los profesores afiliados sirven como asesores generales para los estudiantes de diferentes momentos del programa —hay asesores de primer/segundo año, de tercer/cuarto año, y de avanzados— y todos se disponen para ser asesores particulares para estudiantes de sus áreas de especialización. de los afiliados dan cada año los tres cursos fundamentales del programa, los requisitos del primer año, uno de teorías de estudios culturales, otro de historias de estudios culturales, y otro de metodologías de investigación. Estos profesores entonces participan en los exámenes preliminares, los que se dan al final del primer año de estudio y que se basan en el material estudiado en estos tres cursos. También se ofrecen cada año varios cursos electivos dentro del programa de estudios culturales y en las diferentes disciplinas. Los profesores afiliados también trabajan con estudiantes en clases particulares, sobre todo en su último año de clases cuando éstos toman tres cursos individualizados, los que cubren el material de sus tres áreas de especialización para sus exámenes comprensivos de doctorado, y los que normalmente forman una parte importante de la bibliografía preliminar de la tesis de doctorado.

Sin embargo, aparte de la directora y una administradora, nadie tiene responsabilidades oficiales, contractuales, con el programa. Todos tienen el derecho de no enseñar clases generales o individualizadas, de no participar en comités administrativos o comités de exámenes comprensivos, de no asesorar a los estudiantes, y en efecto pueden retirarse de la lista de profesores afiliados en cualquier momento. Para cada curso que se enseña en estudios culturales, la directora tiene que negociar un permiso del departamento oficial del profesor ya que si éste da un curso de estudios culturales, no da el curso que de costumbre daría en el departamento y los departamentos no siempre pueden cubrir el hueco que esto dejaría. Tanto el trabajo de comité administrativo como el trabajo de asesorías son labores no compensadas. De hecho, en algunas ocasiones los departamentos oficiales de los profesores afiliados se molestan por el tiempo que éstos trabajan con estudios culturales ya que este tiempo bien podría dedicarse a trabajos administrativos de los departamentos mismos. Tampoco se compensa la supervisión de investigaciones independientes o clases de lectura individualizada de los estudiantes, o asesorías individuales para los exámenes comprensivos y las tesis de doctorado.

Visto desde la perspectiva de la administración universitaria, un programa interdisciplinario de este tipo ahorra mucho dinero ya que se pueden admitir a más estudiantes y ofrecer más opciones de estudio casi sin introducir nuevos gastos. Desde la perspectiva de los estudiantes, un programa de posgrado en estudios culturales amplía la oferta de cursos, flexibiliza las opciones de formación académica mientras actualiza el programa de estudios. En el caso del profesorado, este tipo de programa introduce una variedad de nuevas labores que no se compensan. Se vuelve fácilmente una colaboración —sin que se quiera entre el profesorado— con la «lógica corporativista» de la universidad contemporánea (Striphas). Pero como vimos en el caso de Davis, muchos profesores, más de ochenta, sí participan. ¿Por qué? Porque el programa les ofrece una libertad pedagógica que difícilmente se encuentra en los departamentos de disciplinas tradicionales y les pone en contacto con estudiantes muy creativos, capaces de pensar de forma independiente, cuyos proyectos de investigación muchas veces son más multifacéticos, y por eso intelectualmente estimulantes, que los de estudiantes formados en una sola disciplina. Para algunos profesores, un programa interdisciplinario les ofrece un escape de un departamento donde hay desacuerdos y tensiones y cuya misión sigue siendo rígidamente conservadora y limitada; para otros profesores, les ofrece acceso que de otro modo no tendrían a estudiantes de posgrado. De ahí la historia de la fundación del programa de doctorado en estudios culturales de Davis, cuya historia particular se publicó en 1998 en la revista inglesa, Cultural Studies, en un número especial sobre la institucionalización de los estudios culturales anglófonos (Newton, Kaiser y Ono).

Este caso parece ser muy idiosincrásico, ligado a la curiosa infraestructura que existe en la división de humanidades de la Universidad de California, en Davis. Pero en realidad el caso es representativo de la institucionalización de los estudios culturales en Estados Unidos por su idiosincrasia. Los estudios culturales en ningún lugar de Unidos van estableciéndose como disciplina tradicional, es decir, como un departamento de profesores, todos formados en esta misma disciplina, y todos contratados para enseñar principalmente en este departamento. Su institucionalización ha dependido siempre de las reacciones ante deficiencias institucionales particulares y los esfuerzos de algunos profesores apasionados de disciplinas particulares, por lo tanto, no ha sido producto de grandes visiones intelectuales; más bien ha asumido formas improvisadas según las circunstancias y recursos disponibles al nivel local. El caso de Davis, entonces, es típico al ser muy particular.

La división de humanidades de Davis (http://www.ls.ucdavis.edu/about/harcs/) se subdivide en tres. Primero están los departamentos tradicionales de humanidades, principalmente los de lenguas —inglés, español, lenguas extranjeras diversas— y literaturas en estos idiomas, literatura comparada; segundo los departamentos de «bellas artes», es decir, artes plásticas, diseño, música, teatro, danza; y tercero, otros programas más nuevos, todos interdisciplinarios: estudios africanos y afroamericanos, estudios asiático-americanos, estudios americanos, estudios chicanos, estudios indígenas, estudios de género. Estos últimos programas, los que no existen muchas veces en universidades privadas o de otras partes del país donde la población general es menos diversa que en California, son en términos generales el producto de los movimientos sociales de los derechos civiles y la política de identidad de las décadas de los años 60, 70, 80, y se fundaron para servir casi exclusivamente a la población de estudiantes de licenciatura —los chicanos, los indígenas, los afroamericanos, entre otros—. Tienen sus sedes todos en el mismo edificio del campus, el que se llama Hart Hall, y que por diferentes razones, por el cuestionamiento de la seriedad de sus campos de estudio que se ha dado en diferentes momentos desde las disciplinas más tradicionales, por su reputación de servir principalmente a estudiantes de grupos marginados, por el estatus menor que les da su limitación a enseñanza a nivel de licenciatura, ellos mismos identifican, en broma, a Hart Hall como el «ghetto» del campus de Davis.

Pero con el tiempo estos campos interdisciplinarios de Hart Hall —los más criticados siendo los de estudios «étnicos», como dicen, o sea estudios afroamericanos, estudios chicanos, estudios asiáticoamericanos— se iban legitimando en la academia estadounidense, y sus profesores, muchos de ellos bien respetados, no sólo en los campos interdisciplinarios de estudios étnicos o de género, sino también en las disciplinas más tradicionales en las que la mayoría de ellos fue formada —historia, antropología, derecho, literatura, sociología, salud pública, artes plásticas, educación, entre otras—, ya exigían el derecho de enseñar a nivel de posgrado. Por lo tanto, hace unos doce años surgió en el mismo Hart Hall la idea de establecer un programa interdisciplinario de doctorado en estudios culturales.

El programa nació, entonces, no por la visión de un administrador sabio que quisiera incorporar un nuevo e importante paradigma teórico, metodológico y/o político entre las opciones del posgrado de UC Davis; éstos, en realidad, rara vez tienen tanta visión, mucho menos la audacia de romper con el estatus quo. Tampoco se fundó el programa por una intervención externa, de algún donador rico, modo típico para permitir el establecimiento de nuevos centros interdisciplinarios en las universidades estadounidenses, con fondos amplios para becas de investigación o estudio, plazas nuevas, simposios internacionales, publicaciones. Siendo el campo de humanidades y ciencias sociales, los estudios culturales no atraen este tipo de capital. Tampoco nació el programa de una demanda estudiantil de poder formarse en estudios culturales, campo con el que se topa con frecuencia pero siempre al azar desde las disciplinas y que atrae a estudiantes creativos y motivados, pensadores maduros e independientes, que se frustran por las limitaciones que se imponen en las disciplinas en cuanto a metodologías y objetos habituales de investigación. Tales estudiantes abundan, pero no tienen el poder ni la organización para pedirle nuevos programas a una universidad; su papel es más pasivo: responden a la nueva oferta con números cada vez mayores de solicitudes para el programa. En el modelo corporativo de la universidad contemporánea son clientes, no empresarios. fin, este nuevo programa de doctorado en estudios culturales nació para llenar un vacío institucional que poco tenía que ver con el proyecto intelectual de estudios culturales y su relevancia para la educación contemporánea.

No quiero decir que los fundadores del programa no hayan sabido qué son los estudios culturales, sino que más bien reconocieron en los estudios culturales una definición suficientemente flexible de campo para permitir que lo redefiniesen a su manera. Los estudios culturales de Davis entonces, tenían desde sus inicios una tendencia de enfocarse —de acuerdo con los departamentos del ghetto de Hart Hall que el nuevo programa de posgrado iba a servir: estudios americanos, estudios afroamericanos, estudios asiáticoamericanos, estudios chicanos, estudios indígenas, estudios de género— en cuestiones de etnicidad, género y sexualidad —no obstante su meta declarada de ser «transnacionales» (Newton, Kaiser y Ono 546, 552-53)— dentro de un contexto estadounidense. También hubo participación inmediata de nuevos departamentos que no tienen su propios programas de posgrado, como ha sido el caso con el departamento de «estudios tecnoculturales» en la sección de bellas artes, y el programa de estudios de cine. La participación de profesores de otras disciplinas que trabajan dentro de la rúbrica de los estudios culturales pero que ya tenían sus propios programas de posgrado —sociología, historia, español, francés, inglés, antropología, etcétera— se ha permitido, pero nunca fue clave para el diseño del programa. Se sabía que no se podía contar con la participación de estos profesores, quienes ya tenían sus responsabilidades en y su acceso a los programas de posgrado de sus departamentos.

No obstante este aspecto de contingencia a las circunstancias locales, para institucionalizarse en la infraestructura universitaria de Davis, los estudios culturales han tenido que articularse de forma concreta, organizada, disciplinada. De repente los programas de Hart Hall tuvieron que definir lo que serían y cómo se enseñarían los estudios culturales en la división de humanidades de Davis. Este aspecto de ubicarse dentro de la división de humanidades y no de ciencias sociales es y no es importante. Por un lado facilita más la participación de profesores de lenguas, literaturas y artes y menos los de historia, antropología o sociología —y mucho menos los de otras divisiones más lejanas de la escuela de «artes liberales»; por ejemplo los de educación, leyes, ciencias agrícolas o salud pública. Por otro lado los departamentos de Hart Hall, todos departamentos interdisciplinarios, jamás se habían pensado como departamentos sólo de disciplinas de humanidades, así que ya había historiadores, economistas, epidemiólogos, sociólogos, antropólogos, politólogos y especialistas en la educación trabajando dentro de Hart Hall.

Así que los estudios culturales en Davis son interdisciplinarios, pero con una preferencia marcada hacia las humanidades, y con otra preferencia marcada hacia las áreas de investigación predominantes en los programas de Hart Hall. De ese modo, hay un aspecto político de esta versión idiosincrásica de los estudios culturales, pero es una política liberal de la identidad —etnicidad, género, sexualidad— y de identidad nacional —es decir que hace falta el transnacionalismo que llevaría una participación más marcada de latinoamericanistas; especialistas en los estudios francófonos de Caribe o de África; subalternistas expertos en los países árabes, las culturas musulmanas o la Asia meridional; o hasta los especialistas en la Europa central o oriental. Los estudios culturales de Davis, por esta fundación en los programas de Hart Hall, asumió una forma exageradamente estadounidense.

La cuestión de lo político es importante para el proyecto de estudios culturales con sus raíces en el marxismo, el enfoque en problemas de clase social y raza de Birmingham, la crítica del proyecto de la ilustración y la modernidad europea, la interrogación poscolonial. Pero al articularse como programa universitario en Estados Unidos, los estudios culturales no pueden exigirles a los estudiantes ninguna perspectiva política en particular. Asimismo, para que una propuesta para un nuevo programa sea aprobada en los varios niveles burocráticos por los que tiene que pasar, es imposible que se defina en términos explícitamente izquierdistas, mucho menos marxistas. No obstante la marcada tendencia izquierdista del profesorado estadounidense —y el de Davis no es una excepción—, tal tendencia no se exhibe necesariamente entre sus estudiantes —y mucho menos entre los ciudadanos, es decir, los residentes en este caso del estado de California, cuyos impuestos subvencionan las universidades estatales, como la de California en Davis. Así que, cualquier misión académica, aunque fuera elaborada por gente que ya no cree para nada en la imparcialidad absoluta, tiene que articularse —y por ende administrarse— bajo principales de objetividad que permiten toda manifestación de la diversidad, incluyendo la religiosa y la ideológica.

Esto no quiere decir que los profesores no sean liberales o que sería fácil que un estudiante realizara un proyecto de tesis de tema muy conservador. Sin embargo, no existe ningún mecanismo administrativo para insistir en ninguna perspectiva política en el trabajo de un estudiante. Quizás de ahí la fuerte crítica que se ha pronunciado a la tendencia apolítica y hasta frívola de los estudios culturales en los Estados Unidos. En Venezuela, por ejemplo, Daniel Mato ha rechazado los estudios culturales estadounidenses en parte por su política problemática, insistiendo en llamar su programa en la Universidad Central de Venezuela «globalización, cultura y transformaciones sociales» (ahora llamado «cultura, comunicación y transformaciones sociales» http://www.globalcult.org.ve/Program.htm) y no «estudios culturales» como el de la Pontificia Universidad Javeriana. (http://www.javeriana.edu.co/sociales/especializacion/presentacion.htm). Y desde la Javeriana en Bogotá, donde los estudios culturales exhiben una orientación más hacia las ciencias sociales que las humanidades, Santiago Castro Gómez ha expresado sus dudas ante la tendencia «textualista» y el uso de una teoría arraigada más en humanidades que en ciencias sociales que les dan un toque «liviano» a los estudios culturales estadounidenses (346-47).

Esto dicho, las primeras ocho tesis que se han realizado en el programa pionero de Davis —el primer estudiante se recibió de doctor en 2004— reflejan impulsos intelectuales fuertemente políticos, siempre izquierdistas con enfoques, como se imaginaría, en cuestiones de raza y género en la gran mayoría de los casos (seis de ocho: http://culturalstudies.ucdavis.edu/people/students.html#Graduates). Y entre los solicitantes de los últimos años (en los que he participado en el comité de admisiones), la gran mayoría, conforme con la rúbrica general que han asumido los estudios culturales en Estados Unidos, no obstante su reputación de ser «liviana» sobre todo en cuanto a sus motivos políticos, han expresado sus intereses en términos claramente políticos —los intereses de los estudiantes actuales del programa se elaboran en: http://culturalstudies.ucdavis.edu/people/students.html aunque esto implique a veces lo que para Castro Gómez puede ser una romantización o banalización de los objetos de estudio caracterizada por un enfoque invariable en el sujeto subalterno o en el discurso de resistencia (347).

De igual manera, fundamentar los estudios culturales siempre en la intervención política concreta y directa no es, en todo caso, práctico; asevera Ted Striphas en la introducción al número especial de la revista Cultural Studies sobre la institucionalización de este campo, «las pretensiones de los estudios culturales de intervención a menudo son débiles o hasta románticas» (455). Para Striphas, es importante también la intervención de la pedagogía en la formación de los estudiantes jóvenes de licenciatura —y ésta es la posición que ha asumido el programa de Davis, el que se dedica principalmente a la formación de profesores universitarios capaces, por su preparación interdisciplinaria, de enseñar en campos múltiples.

Con los años el profesorado afiliado al programa de Davis se ha ido diversificando, sobre todo con la contratación externa de una nueva directora hace cuatro años, la que llegó con su propia visión de lo que deben ser los estudios culturales como campo institucionalizado, lo cual no se arraigaba en la historia particular de Hart Hall. En los últimos dos años, de los profesores más involucrados en el programa sólo la mitad son de Hart Hall. Otra mitad se divide entre profesores —se refiere aquí a sus ubicaciones institucionales— de otras áreas de humanidades (31%), ciencias sociales (13%) y la escuela de ciencias agrícolas y ambientales (6%). En cuanto a sus campos de formación, el 62% son humanistas, el 38% son científicos sociales –éste y otros datos sobre el programa se hallan en http://culturalstudies.ucdavis.edu/)—.

Pero esta participación sigue siendo tenue. El papel de la directora ha sido importantísimo en mantener el interés y el ánimo de participar de los diversos profesores afiliados, todos con obligaciones de prioridad con sus propios departamentos. La situación de los estudiantes es también precaria, ya que en la Universidad de California, la gran mayoría de los estudiantes de posgrado dependen de TAships, es decir, puestos de asistente de profesor, para sobrevivir. En un departamento tradicional, como son los de inglés o español, historia o antropología, todos los estudiantes admitidos al programa de posgrado automáticamente reciben TAships en los que enseñan o asisten en la enseñanza de las clases más básicas de licenciatura del departamento: clases de composición, cursos básicos de idioma o requisitos generales, los que tienden a ser clases enormes en las que el profesor presenta el material y maneja el programa de estudio y algunos asistentes enseñan «secciones», clases semanales de tamaño reducido en las que los estudiantes reciben la atención más directa de un profesor —un asistente— y las que permiten una discusión más profunda del material estudiado. El programa de posgrado en estudios culturales, el que no tiene sus propios profesores y tampoco tiene su propio programa de licenciatura, entonces no puede garantizarles fácilmente TAships a sus estudiantes. Cada posición tiene que negociarse con los departamentos, y la suerte del estudiante muchas veces depende de su capacidad de establecer buenas relaciones con sus asesores u otros profesores de sus áreas de interés. En Estados Unidos, este aspecto pedagógico y laboral de la formación de doctores en las humanidades y ciencias sociales es clave. Lo bueno es que todos los estudiantes «se becan» —con TAships— y por lo menos teóricamente el TAship sirve como entrenamiento pedagógico en el campo del estudiante. En el caso de español o historia, la relación es simple y clara: el estudiante del departamento que representa la disciplina toma clases en ella y da clases en la misma, y, por lo tanto, sale del programa bien preparado para ser profesor en esa disciplina. Como el programa de estudios culturales prepara a los estudiantes en una interdisciplina que no cuenta con oferta de trabajo, éstos se dirigen más bien a trabajos en disciplinas tradicionales. Muchas veces su capacidad de cruzar fronteras disciplinarias o de aproximarse a su disciplina de una forma menos convencional y más flexible es una ventaja, sobre todo en universidades que van promoviendo la interdisciplinariedad. Pero para prepararse así, entonces, necesitan conseguir de alguna manera un entrenamiento pedagógico bastante específico, el que no necesariamente coincida con la oferta más obvia de TAships, o sea las clases de los programas de Hart Hall que no tienen sus propios programas de posgrado. Los estudiantes que tienen la intención de trabajar en antropología o francés o filosofía tienen que competir con los estudiantes de doctorado de estas disciplinas para estos puestos de asistente y no existe ninguna infraestructura para facilitarles la entrada como TA en estos programas. Y si se complica al salir de Hart Hall al intentar enseñar en otros programas de la división de humanidades, se complica más cuando se piensa enseñar en un programa de otra división, las ciencias sociales siendo el caso más común. Los estudiantes, a veces sólo gracias a intervenciones de la directora, consiguen sus TAships, o también en algunos casos RAships —puestos pagados de asistente de investigación de algún profesor— o hasta becas comprensivas –se dan algunas becas internas, normalmente para el primer año de estudio; también existen becas de investigación que se ofrecen principalmente a estudiantes ya avanzados para facilitar la elaboración de la tesis de doctorado, las que se han ortigado a un porcentaje elevado de estudiantes del programa—, pero siempre existe la inseguridad de que no aparezca nada o la posibilidad de no poder entrar como TA en el programa más adecuado para la formación del estudiante.

Es decir que la aparente falta de costos administrativos que posibilita la creación de un programa sin facultad propia, engendra una serie de problemas programáticos que se negocian y se solucionan continuamente de forma temporal, improvisada e individualizada por medio de relaciones particulares entre profesores, pero jamás por procedimientos institucionales. Por lo tanto, gran parte del tiempo de la directora se dedica a la cultivación de relaciones entre estudios culturales y los departamentos, y la experiencia de los estudiantes por consiguiente depende considerablemente del carisma y talento en cultivar relaciones interdepartamentales de esta persona. La personalidad del director finalmente puede afectar tanto el problema constante de los TAships como también la participación de profesores en el programa.

En este momento, el programa tiene pocos requisitos —(http://culturalstudies.ucdavis.edu/materials/)— y se dirige a estudiantes suficientemente maduros y enfocados para que éstos sepan desde el principio las disciplinas que más les importan, que sean capaces de identificar a asesores apropiados para su área de investigación, y tomar la iniciativa de organizar un plan de estudio individualizado y que conforme con los recursos disponibles en Davis. Estos requisitos mínimos —algunos cursos fundamentales, un segundo idioma— son típicos de los pocos programas pioneros de estudios culturales que existen en Estados Unidos, los que van institucionalizándose de formas diversas. Existe un sinfín de libros de texto que pretenden presentar un panorama de teorías, puntos de debate y aproximaciones metodológicas que caracterizan el estado actual del campo —ver, por ejemplo, During, Durham y Kellner, Miller—. Se fundó hace unos cinco años una asociación profesional a nivel nacional, la que organiza un congreso anual en estudios culturales (http://www.csaus.pitt.edu/frame_home.htm). Se publican varias revistas académicas que abarcan el proyecto de los estudios culturales en su encargo. Se han inaugurado en los últimos años varias series de libros publicadas por las grandes editoriales académicas del país que se definen en términos de estudios culturales —por ejemplo, Duke University Press categoriza diez revistas bajo esta rúbrica: http://dukeupress.edu/cgibin/forwardsql/search.cgi?template0=nomatch.htm&template1=journals/j_detail_page.htm&template2=journals/journallist.htm&user_id=920143022862&Jmain.Subject1,Jmain.Subject2,Jmain.Subject3,Jmain.Subject4,Jmain.Subject5,Jmain.Subject6_option=7&Jmain.Subject1,Jmain.Subject2,Jmain.Subject3,Jmain.Subject4,Jmain.Subject5,Jmain.Subject6=Cultural+Studies&distinct=Jmain.Journal_Name)—. Aun en universidades que no tienen programas de estudios culturales, se ofrecen muchas clases, tanto a nivel de licenciatura como al de posgrado, de temáticas que pertenecen más a los estudios culturales que a las disciplinas tradicionales.

Mientras los estudios culturales se van institucionalizando, desde estos espacios precarios que ocupan —centros de estudio de mucha actividad pero sin profesores propios, con presupuestos mínimos, sin infraestructura para apoyar el entrenamiento de sus estudiantes en la pedagogía— se van volviendo muy populares entre estudiantes y de mucho prestigio en las humanidades y ciencias sociales. Sin embargo, la falta de orden intelectual en su institucionalización, es decir, esta forma idiosincrásica que ésta asume en cada lugar que surge por utilizarse como manera de actualizar la oferta académica meramente llenando huecos intelectuales, produce algunos problemas importantes. Éstos no son sólo los problemas prácticos que ya he bosquejado, sino también problemas intelectuales, conceptuales.

Un problema es el papel de la cultura en sí dentro de los estudios culturales. Un buen programa de posgrado a lo mejor presenta algunas definiciones de la cultura, unas teorías útiles para el estudio de la cultura, y hasta unas metodologías prácticas para la investigación de temas culturales. Pero la cultura en sí no se estudia de forma estructurada. Este problema se hace muy evidente, por ejemplo, en el campo de los estudios culturales latinoamericanos en Estados Unidos. Los que se preparan para ser especialistas en este campo tanto en Davis como en muchos otros lugares, estudian lo que ya se ha mencionado: definiciones y teorías de la cultura e historias y metodologías de los estudios culturales. Pero no existe un programa sistemático para estudiar la cultura. Así que se da por sentado que un experto, por ejemplo, en Bolivia, conozca las obras, las tendencias, las figuras, los géneros, los debates fundamentales de la historia cultural boliviana. Yo, por ejemplo, me considero un experto en la cultura mexicana, pero me di cuenta que tanto mi formación como la de mis estudiantes de posgrado se limita en términos de artefactos concretos al canon literario, el que ya tiene desde hace generaciones su espacio institucional. No me fue difícil auto- enseñarme la historia del cine mexicano, o de la pintura, por ser también géneros que ocupan espacios académicos más o menos establecidos. Pero cuando llega el momento de tener que enseñar música popular, o expresión indígena, tradiciones artesanales, retablos, danza folklórica, festivales regionales, leyendas fronterizas, cultura afromexicana, comida, etcétera, difícilmente se encuentran fuentes que contextualicen bien las genealogías y procesos de producción, diseminación y consumo de todos estas categorías de producción cultural, mucho menos cursos de posgrado que traten estos temas desde una perspectiva histórica. La educación de posgrado en los estudios culturales se dedica casi exclusivamente a la teoría, con un enfoque menor en la interpretación de ciertas obras de moda, casi siempre obras vanguardistas de literatura, cine o performance o de géneros menos convencionales pero bien vinculados con los debates críticos —las modas— del momento —pienso, por ejemplo, en el testimonio, en los comunicados de los zapatistas, las expresiones diversas de la memoria de la dictadura en el Cono Sur.

Tampoco se estudia bien cómo funciona la cultura en cuanto a cuestiones de gestión, promulgación, producción técnica y diseminación —y aquí habría diferencias enormes entre diferentes géneros; por ejemplo, los más comerciales y los subvencionados por el estado y los que se producen desde los movimientos sociales y los que forman parte de la vida cotidiana, entre otras. Aunque en América Latina la forma más común que toma el estudio de la cultura es claramente la del diplomado o certificado —o a veces maestría— en gestión cultural —por ejemplo, la maestría en gestión y desarrollo cultural que se ofrece en la Universidad de Guadalajara en asociación con el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes: http://www.cuaad.udg.mx/posgrados/info_maestrias/gestion_desa_cultu.htm; o la del diplomado en gestión estratégica de la cultura ofrecido por el Instituto Mora en colaboración con el Centro de las Artes en la Ciudad de México: http://www.cenart.gob.mx/html/convocat/mora/index.html), ; este concepto por presentarse como parte de un entrenamiento práctico y utilitario, además de poco crítico, no se toma en serio en el campo de los estudios culturales. De nuevo, aunque se admire mucho la obra de tales investigadores como George Yúdice o Tony Bennett sobre la cultura en su papel de recurso social, económico y político, el aspecto práctico de su enfoque —la administración de la cultura, el negocio de la cultura— se pierde en la pedagogía de los estudios culturales, la que casi nunca se aproxima a cuestiones prácticas-económicas al obsesionarse tanto con la ideología, le semiótica, la representación, la política de identidad. No existe en Estados Unidos el equivalente del Key Centre for Cultural and Media Policy de Griffith University de Australia que entrena tanto a críticos como a productores y gestores de la cultura y otros trabajadores del sector cultural (ver Striphas 455-56).

Quiero decir que los estudios culturales han asumido el lugar de lo que se llamaba en otro momento en Estados Unidos la teoría crítica, pero el nuevo énfasis que los estudios culturales proporcionan a la investigación sobre la producción cultural, ampliamente definida, se mantiene allí al nivel de teoría de crítica cultural, sin tomar en cuenta que para llevar a cabo una crítica eficaz, es imprescindible también un conocimiento amplio y profundo de la cultura en sí —como artefacto histórico u obra de arte, como proceso de comunicación, como bien o producto comercial, como patrimonio y recurso nacional, como arma de lucha simbólica—, y es indispensable también un entrenamiento en los fundamentos de su gestión —estas cuestiones pedagógicas se discuten en más detalle en Szurmuk y Irwin—.

La idea de exigir una formalización del estudio de la historia cultural parece señalar una nostalgia o sustitución por el canon literario, ya rechazado por el impulso populista de los estudios culturales, y la noción de agregar alguna parte del entrenamiento práctico que se ofrece en los diplomados en gestión cultural a los posgrados en estudio culturales parece contradecir la misión política de los estudios culturales. Pensando desde lo práctico, pocos profesores de sociología o estudios de cine o alemán son capaces de enseñar estudios culturales más allá de un bien definido canon teórico y de obras artísticas o literarias ya establecidas como clásicas, y se puede asegurar que ninguno ha completado un diplomado en gestión cultural.

Concluyo con estos temas de debate, los que me parecen tan relevantes en programas latinoamericanos —por ejemplo, el de la Pontificia Universidad Javeriana— como los estadounidenses —como el de Davis—, con sus enfoques en la teoría crítica y la metodología de investigación. Creo que el futuro de los estudios culturales como campo depende de nuestra capacidad no sólo de conquistar estos espacios institucionales sino de pensarlos críticamente.


1 Este artículo es producto de la investigación realizada por el autor, en University of California, sobre el desarrollo de los estudios culturales en Estados Unidos y los procesos de institucionalización que se han llevado a cabo.

2 Associate Professor Spanish Department. Ph.D., New York University.


Referencias

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Szurmuk, Mónica y Robert McKee Irwin, «Introducción» en Diccionario de estudios culturales latinoamericanos. México: Siglo XXI/Instituto Mora, en prensa.

Yúdice, George. El recurso de la cultura: usos de la cultura en la era global. Barcelona, Gedisa, 2002.