Rutas biográficas e historias de los estudios culturales en Colombia. Entrevista1 a Santiago Castro-Gómez2
Biographical paths and histories of culturRal studies in IinterRview to Gómez
Roteiros bibliográficos e histórias dos estudos culturais na Colômbia. Entrevista a Santiago Castro-Gómez
Por: Zoad Humar3
ZH: Un buen enunciado transforma el mundo. Así sucede cuando docentes de estudios culturales hablan del modo en que sus propias experiencias han conseguido transformar su mundo. La entrevista a Santiago Castro-Gómez es una magnifica ejemplificación de cómo la imaginación se concreta a través de procesos cotidianos específicos y cómo ésta expande formas de crear y hacer el mundo. Más allá de estructuras solidas y cristalizadas que parecieran no poder transformarse ni contar con sujetos, un proyecto crítico, novedoso para el año 2000 en Colombia, abrió sus puertas a través de historias personales para generar una realidad compleja y un movimiento teórico audaz. Es esto lo que atraviesa la entrevista con Castro-Gómez. Empezamos preguntándole ¿Cómo llegó un filósofo a los estudios culturales?
SCG: Mi llegada a los estudios culturales fue por accidente. A comienzos de los años ochenta yo había empezado a estudiar filosofía en la Universidad Santo Tomás de Bogotá, institución que por aquella época se encontraba muy alineada con el proyecto de una «filosofía latinoamericana». Por entonces, este proyecto tenía dos vertientes: una era la línea de la «historia de las ideas latinoamericanas» defendida por autores como Leopoldo Zea, Francisco Miró Quesada y Arturo Roig; la otra era la «filosofía de la liberación» impulsada por pensadores argentinos como Enrique Dussel, Horacio Cerutti, Carlos Cullen y Juan Carlos Scannone. Estudié filosofía en medio de este fervor latinoamericanista, un tanto mesiánico, y empecé a interesarme por temas que no son usuales en la formación de un filósofo tales como las identidades sociales y culturales, los movimientos sociales, las luchas de liberación.
Luego vino mi viaje de estudios a Alemania, país en el que viví durante diez años, y en el que existía también bastante interés por los temas latinoamericanos, al menos en ciertos círculos académicos. Mientras adelantaba mis estudios de maestría en Tübingen conocí a personajes como Eduardo Mendieta, Erna von der Walde, Jens Andermann y Andrea Pagni, con quienes empecé a discutir los debates latinoamericanistas que se daban adentro y afuera de la filosofía. Debo mencionarle que a comienzos de los años noventa, Alemania era uno de los países europeos (el otro era Inglaterra) donde se hablaba ya de una emergente «teoría cultural» en América Latina. La primera antología de textos sobre estudios culturales latinoamericanos fue publicada en Berlín bajo el título Posmodernidad en la periferia. Enfoques latinoamericanos de la nueva teoría cultural. El libro fue editado en 1994 por Monika Walter y Hermann Herlinghaus e incluía textos de Jesús Martín Barbero, Néstor García Canclini, Carlos Monsivais, Renato Ortiz, Norbert Lechner, Nelly Richard, Hugo Achúgar y Beatriz Sarlo. Luego, en 1994, también en Alemania, se publicó un texto que fue muy importante para mí: Lateinamerika denken, editado por quien llegaría a convertirse en mi directora de tesis doctoral, la profesora Birgit Scharlau de la Universidad de Frankfurt. Ya en este libro se hablaba con claridad de un “kulturtheoretische Wende”, es decir de un «giro cultural» en la teoría sobre y desde América Latina.
Esta «nueva» teoría cultural, influenciada por el giro lingüístico y el posestructuralismo, era desconocida para mí. Yo solo conocía la «vieja» teoría cultural, empeñada en desentrañar los secretos de la identidad latinoamericana, que era la que se manejaba en las dos vertientes del proyecto filosófico que te mencioné antes.
ZH: Tengo entendido que en ese tiempo fundó una revista llamada Dissens. ¿Quiénes escribían en la revista?
Efectivamente. El interés que me despertaron todas estas discusiones me motivaron a fundar, junto con Erna von der Walde, una revista que circuló con mucho esfuerzo en Alemania por dos años, en la que tratamos de posesionar los temas de la nueva teoría cultural. Escribían jóvenes académicos, en su mayoría estudiantes de doctorado, que vivían en Alemania. Filósofos conocidos míos de Tübingen y Frankfurt como Eduardo Mendieta, Amos Nascimento, Gustavo Leyva, Kirsten Witte, Hans Schelkshorn, Dimas Figueroa, Elizabeth Millan, o gente más ligada a la literatura como Jens Andermann, Ellen Spielmann o Andrea Pagni. Sin embargo, era muy difícil mantener viva una revista de estas características en Alemania, era una labor titánica para dos estudiantes. Erna y yo tuvimos que trabajar demasiado, poniendo dinero de nuestro bolsillo, y aunque para el número tercero apareció Jens Andermann para darnos una mano, el proyecto terminó por agotamiento prematuro y colapso financiero en 1997. Luego, ya de regreso a Colombia, quise reavivarlo en formato digital bajo el apoyo del Instituto Pensar y logramos llegar hasta el número seis, pero ahí quedó no más. Todavía se pueden hallar algunos números en la red.
ZH: ¿De qué trataba esa «nueva teoría cultural» en América Latina de la que hablaba?
SCG: Digamos que el contexto político del debate era la transición a la democracia en los países del cono sur. Estamos hablando de finales de los ochenta y principios de los noventa, período en el que el tema central era el fin de las dictaduras en países como Chile y Argentina. Gran parte de los estudios culturales latinoamericanos provienen de ahí. La obra de autores como Norbert Lechner, José Joaquín Brunner, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Fernando Calderón, Nelly Richard y Martín Hopenhayn, no puede entenderse por fuera de ese contexto de tránsito a la democracia. Se habían dado cuenta que no eran suficientes las teorías de la dependencia o las filosofías y teologías de la liberación para entender ese momento histórico que vivían y por eso acuden a otros referentes teóricos. Podría decirse, siendo muy esquemático, que el populismo latinoamericanista de los setentas entra en crisis y en su lugar aparece un pensamiento crítico de la diferencia, en apoyo a una opción política por la democracia.
ZH: En medio de ese accidente que lo lleva a los estudios culturales y a descubrir la nueva teoría cultural, usted escribe en 1996 su libro Crítica de la razón latinoamericana en el que recoge esos debates y sienta su posición teórica. ¿Cuál es esa posición?
SCG: Bueno, déjeme decirle primero que el libro nace bajo la necesidad de procesar en mi cabeza toda la inmensa cantidad de información que estaba recibiendo en ese momento. Estaba, de un lado, el debate en torno al «descubrimiento» de América que se planteó en el año de 1992. Paralelamente estaba el debate en torno a la posmodernidad, que había dividido prácticamente a la intelectualidad latinoamericana en dos bandos. Los estudios culturales son vistos desde Alemania como una «posmodernidad en la periferia» (recuerde el título del libro de Walter y Herlinghaus) y por ahí viene mi inserción en todos estos debates. También debo añadir que por esa misma época – y gracias al impulso de mi profesora Birgit Scharlau - conocí el pensamiento de Michel Foucault y me introduje en el campo de los estudios poscoloniales. Estos dos referentes fueron esenciales para repensar el proyecto de la «filosofía latinoamericana», del que había bebido como estudiante de pregrado en la Universidad Santo Tomás.
La tesis central del libro es que el significante «Latinoamérica» no debe ser visto como haciendo referencia o denotando una «cosa en sí» (un territorio, una historia, una identidad cultural, una especie de superficie lisa donde «ocurren» cosas) sino como un discurso. Es decir que la tarea de una «crítica cultural» es a la vez arqueológica y genealógica. Examina críticamente el modo en que este significante opera al interior de ciertos regímenes de saber/poder. La pregunta para mí no era «qué es» Latinoamérica sino «cómo funcionan» los discursos latinoamericanistas. Y la respuesta que doy es básicamente la siguiente: estos discursos operan de forma similar a lo ya señalado por Edward Said en su libro Orientalismo. Son significantes que asignan a las personas ciertas identidades culturales, les marcan un destino histórico y un origen, les señalan diferencias esenciales frente a un «otro» (Europa), etc. «Latinoamérica» es, en últimas, un significante despótico y, como tal, funciona de maravillas al interior de proyectos políticos autoritarios y populistas. Mi conclusión es que, al igual que el Orientalismo del que habla Said, el Latinoamericanismo no es otra cosa que un «discurso colonial».
ZH: En 1998 usted llega a Colombia y empieza, en conjunto con otros profesores, a proponer un proyecto de estudios culturales para la Universidad Javeriana. ¿Podría comentarnos sobre esto?
SCG: Sí. En el año de 1997, estando en México, el decano de la facultad de filosofía de la Universidad Javeriana, Manuel Domínguez, me habló de su interés por crear un grupo de investigación sobre filosofía latinoamericana y me ofreció un contrato de medio tiempo como profesor de planta. Yo acepté la oferta y regresé a Colombia (aún sin haber terminado mi tesis doctoral) para ocuparme de ese proyecto. Proyecto que finalmente nunca se realizó, pero en su lugar estaba emergiendo algo mucho más interesante: la creación de un Instituto llamado «Pensar».
ZH: ¿Pensar no estaba ya formado?
SCG: Pensar tenía existencia previa pero no como instituto de la universidad. Era una especie de centro de consultorías que no funcionaba como unidad académica, sino como un Think Tank (tanque de pensamiento) que por diferentes razones no funcionó y resultó en un sonado fracaso para la universidad. Es decir que no fue ni «Think» ni «Tank» (risas). El rector de la Javeriana en ese momento, padre Gerardo Arango, quiso retomar el proyecto de sus cenizas y darle nueva vida, pero esta vez como una unidad académica plenamente constituida dentro de la universidad. Así que el rector empezó con la idea de convertir a Pensar no en un centro de consultorías como se había planteado al comienzo, sino en un instituto de ciencias sociales y humanas. Y ese fue el encargo que recibimos.
ZH: ¿Quiénes recibieron ese encargo?
SCG: El rector invitó a un pequeño grupo de jóvenes profesores: Diego López, Jaime Borja, Alberto Flórez, Roberto Vidal, Álvaro Camacho, Oscar Guardiola, Luisa Piedrahita y yo. Todos estábamos retornando al país y llegábamos con ideas frescas. Además conocíamos los debates en torno a los estudios culturales que en ese momento se estaban dando en los Estados Unidos y Europa. El equipo comenzó bajo la dirección de Oscar Guardiola y unos meses después se incorporó Carmelita Millán. El reto era darle una identidad académica al Instituto, que le pudiera diferenciar de lo que hacían las facultades. Estuvimos trabajando alrededor de un año, sin sede porque la casa que actualmente tenemos, que en su momento había pertenecido a la facultad de filosofía, se encontraba en mal estado y desocupada. Así que gran parte de las reuniones las hicimos en cafeterías y en la facultad de Derecho porque Oscar, Roberto y Diego pertenecían a esa facultad.
ZH: ¿Por qué escogieron los estudios culturales como proyecto académico de Pensar?
SCG: Porque debía ser un instituto y los institutos, según los reglamentos de la universidad, deben tener un carácter interdisciplinario para no competir con las áreas de conocimiento propias de las facultades. Así que, en parte, la estructura misma de la Javeriana nos llevó a eso. Los departamentos en la universidad, como por ejemplo sociología, historia o antropología, se encargan de administrar las epistemes disciplinarias. Los institutos, en cambio, tienen un carácter interdisciplinario y nos pareció entonces que los estudios culturales serían ideales para esto. Posicionando los estudios culturales en la Universidad podríamos darle identidad académica al instituto y crear además un equipo de investigación transdisciplinario.
ZH: ¿En qué consistían las reuniones que hicieron para crear Pensar?
SCG: Escribimos alrededor de veinte documentos para la rectoría explicando la forma como podría funcionar el instituto y los temas de investigación que podría abordar. Diseñamos una serie de conferencias con invitados especiales con el objetivo de ir posicionando el tema de los estudios culturales en la universidad. Vinieron personajes como Roberto Follari, Enrique Dussel y Walter Mignolo. Sin embargo fue un proceso complicado por muchas razones, principalmente porque no estaba claro el tema de la dedicación temporal del equipo. Oscar, Roberto y Diego trabajaban como profesores de tiempo completo en derecho, yo estaba medio tiempo en filosofía, Carmelita no estaba vinculada todavía a la universidad, Jaime y Alberto estaban en Historia y Luisa trabajaba en el Instituto de Estudios Ambientales. En otras palabras, era complicado asumir la carga de trabajo que suponía crear el instituto y al mismo tiempo cumplir con las obligaciones de nuestras facultades. De modo que una parte importante del diseño fue convencer a la rectoría de que la viabilidad y estabilidad del proyecto dependía de crear las condiciones laborales adecuadas para el equipo. Fue así como se logró la contratación de Carmelita y la asignación de medio tiempo para mí en el instituto, allende del medio tiempo que ya tenía en filosofía.
ZH: En ese momento estamos en el año 1999 y ustedes empiezan a diseñar el evento La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina y a compilar los artículos del libro Pensar (en) los intersticios.
SCG: Es cierto. Empezamos a imaginar un gran evento que sirviera como presentación en sociedad del instituto frente a la comunidad académica colombiana y, al mismo tiempo, como posicionamiento de los estudios culturales y poscoloniales al interior de la universidad. Por eso combinamos la organización del evento con la publicación de un libro que recogiera los debates más actuales en torno a la teoría poscolonial en América Latina. El libro se tituló Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial y en él se publicaron textos de algunos autores que luego conformarían la red modernidad/colonialidad: Aníbal Quijano, Enrique Dussel, Walter Mignolo, Edgardo Lander.
ZH: ¿Quiénes vinieron al evento?
SCG: Como invitados internacionales estuvieron Walter Mignolo, Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Freya Schiwy, Zulma Palermo y Fernando Coronil. De los nacionales estaban Zandra Pedraza, Ana María Ochoa, Jesús Martín Barbero, Guillermo Hoyos, Mónica Zuleta, Mauricio Archila, Sarah de Mojica... Y desde luego estuvimos nosotros, los integrantes del equipo Pensar. Nuestra idea no era constituir un grupo cerrado al interior de la Javeriana sino tender puentes hacia la comunidad académica en Colombia, especialmente hacia aquellas personas que estaban cerca de los estudios culturales. De igual modo, quisimos convocar un núcleo de pensadores latinoamericanos a los que nos pudiéramos vincular en red, cosa que efectivamente ocurrió, pues ahí empezó a estructurarse la red modernidad/colonialidad, que continua hasta hoy.
ZH: ¿Habían ocurrido eventos de esta clase anteriormente en Colombia?
SCG: Sí, los tres primeros eventos de estudios culturales en Colombia los organizó el CES de la Universidad Nacional juntamente con el recién creado Ministerio de Cultura durante los años 1996, 1997 y 1998. A esos eventos vinieron los principales teóricos de los estudios culturales en América Latina: Richard, Sarlo, Monsiváis, Ortiz, Mignolo, Achúgar, etc. Fueron eventos muy concurridos que sentaron las bases para posicionar este campo emergente en el país. Si algo tuvo de original el evento de la Javeriana en 1999 fue haber ampliado el espectro de los estudios culturales para abarcar la discusión en torno a las teorías poscoloniales.
ZH: ¿Entonces el evento no lo presentan con el nombre de estudios culturales?
SCG: No, nosotros entendíamos (y yo todavía lo entiendo así) que «estudios culturales» no era una nueva disciplina o un campo ya constituido de temas, sino un conjunto amplio y transdisciplinario de problemas (más que de temas) y que podía incluir varias cosas, incluso varios estilos de pensamiento. Estudios culturales como «significante vacío». El evento lo presentamos como un congreso que reflexionaría sobre la «reestructuración» de las ciencias sociales en América Latina y allí estábamos pensando, desde luego, en el documento de la Comisión Gulbenkian y en el papel que en este documento se da a los estudios culturales, los estudios poscoloniales y los estudios de género como «puentes» entre las diversas disciplinas de las ciencias sociales.
ZH: ¿Cuándo llega Guillermo Hoyos a la dirección del Instituto y cómo continuó el proyecto de los estudios culturales al interior del grupo?
SCG: Guillermo venia de la decanatura de ciencias sociales en la Universidad Nacional y llegó al instituto en el año 2000. Él no sabía en ese momento qué eran los estudios culturales (todavía hoy dice que no sabe), pero estaba muy interesado en el tema, ya que encontraba muchas afinidades entre los problemas que discutíamos nosotros y el proyecto de la teoría crítica (Escuela de Frankfurt) que él conocía muy bien. En eso estaba yo completamente de acuerdo con él. Guillermo apoyó nuestro trabajo desde el comienzo. Bajo su dirección montamos un seminario interno de “actualización teórica” (así lo llamamos) en el que se presentaron los debates en torno a los estudios culturales. De hecho, fue a partir de ese seminario que se empezó a gestar la idea de montar un posgrado en estudios culturales en la Javeriana, propuesta que fue recibida con entusiasmo por el entonces decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Jaime Alejandro Rodríguez, quien participaba asiduamente en los seminarios.
ZH: Paralelo a este proceso la Facultad de Ciencias Sociales tenía la intención de montar un doctorado en nuevas tendencias de las ciencias sociales. ¿Cuál es la relación entre esa propuesta y la del posgrado en estudios culturales?
SCG: Bueno, en esos días corrían varias ideas al mismo tiempo. Alberto Flórez había sido encargado, creo que desde que el padre Gerardo Remolina era decano de Ciencias Sociales, de desarrollar un proyecto de doctorado interdisciplinario en ciencias sociales. Entonces empezaron a verse una serie de sinergias entre lo que estábamos reflexionando desde hacía ya dos años en el equipo de Pensar y lo que Alberto estaba planteando. Comenzamos a pensar que lo mejor era marchar hacia el doctorado pero a partir de una experiencia previa e interdisciplinaria como podían ser los estudios culturales. Sin embargo, nosotros no estábamos listos para un posgrado y de hecho no podíamos montarlo, pues los estatutos de la universidad Javeriana le dan esta prerrogativa a los departamentos, excluyendo a los institutos.
ZH: ¿Es ahí es que organizan el diplomado en estudios culturales?
SCG: Exacto. No podríamos montar posgrados pero sí cursos de extensión y fue así como organizamos el diplomado en la modalidad de educación continua: un curso de 100 horas, dividido en 4 módulos y dirigido a la comunidad en general. Para el primer modulo invitamos al profesor Alberto Moreiras, muy conocido en Estados Unidos por sus investigaciones sobre estudios subalternos. El segundo modulo lo hizo Catherine Walsh, quien se acababa de vincular a la red modernidad/colonialidad. Su presencia era importante para establecer vínculos con el naciente programa de Ecuador (doctorado en estudios culturales latinoamericanos). El tercer modulo lo dictó el profesor Daniel Mato de la Universidad Central de Venezuela, un personaje suficientemente conocido en las discusiones sobre estudios culturales. Y el último fue realizado por la profesora Mabel Moraña, quien en ese momento dirigía el departamento de literatura Latinoamericana en la Universidad de Pittsburgh. El éxito del diplomado fue tan grande como el del congreso, asistieron alrededor de 300 personas y nos dimos cuenta que había un público creciente interesado en estos temas, lo cual nos animó a desarrollar la propuesta del postgrado en estudios culturales.
El paso siguiente era imaginar cuál iba a ser el mecanismo para implementar el posgrado porque, como ya dije, éste no podía hacerse desde el instituto Pensar. Jaime Alejandro Rodríguez, decano de la facultad de Ciencias Sociales, le propuso a Guillermo Hoyos que yo pasara como profesor de medio tiempo a la facultad de ciencias sociales y trabajara desde allí en el montaje del programa. Fue así como me desvinculé de Filosofía y pasé a Ciencias Sociales en el año 2001.
ZH: ¿El programa tenía que ser dependiente de ciencias sociales o habría podido hacer parte de la facultad de derecho o de filosofía?. En otras palabras, ¿por qué en ciencias sociales?
SCG: Sólo podía ser en ciencias sociales porque el decano Jaime Alejandro estaba ahí. Él había seguido los debates en el instituto y mostró interés en llevar el proyecto a esa facultad. En el primer semestre del 2001 yo pasé a ciencias sociales y empecé a trabajar de inmediato en el posgrado. Inicialmente pensé en una maestría. Tenía como antecedentes las ideas de Alberto Flórez para el doctorado en ciencias sociales y elaboré un documento que presenté al decano y al consejo de facultad. Jaime Alejandro creó un minicomité compuesto por el decano de comunicación social, el decano de psicología y el decano del medio para estudiar la propuesta y éste recomendó que no era oportuno montar una maestría en un área de estudios tan nueva, y que lo mejor era arrancar con una especialización. Pero el programa que yo había pensado estaba diseñado como una maestría, así que el resultado fue una especialización que era en realidad una semi-maestría y que inició en agosto del año 2002.
ZH: ¿La apertura de la especialización obedeció a la necesidad de la universidad Javeriana de ampliar los currículos académicos y competir en programas con otras universidades?
SCG: No explícitamente. A posteriori me he dado cuenta que programas interdisciplinarios y transdisciplinarios son ofertas atractivas para el mercado académico contemporáneo. Pero nuestra idea no era hacer un programa de estudios culturales para que la universidad ganara más dinero, sino para ampliar la oferta académica ya existente, refrescándola con nuevos enfoques teóricos y metodológicos. La especialización resultó un éxito académico. Logramos graduar a más de 65 personas y crear un equipo de trabajo. En aquel entonces no estábamos pensando en algo así como el «mercado académico» sino en posicionar ciertos debates en la academia colombiana.
ZH: Eduardo Restrepo explica que la apertura de la especialización dio lugar a debates y discusiones dentro de la facultad
SC: Es cierto. Cuando tuve que presentar el proyecto al consejo de facultad surgieron varias objeciones, algunas de ellas académicas y otras políticas. Fue un debate interesante, la mayoría de los colegas de la facultad no sabían qué eran los estudios culturales, algunos tenían la sospecha de que no era más que una moda pasajera, posmodernismo barato sin sustancia académica. Fue un largo proceso mostrar que la cosa iba en serio y que los estudios culturales, antes que amenazar, podían dinamizar y ampliar las perspectivas de la facultad.
ZH: En el documento de la especialización usted enfatiza los programas a nivel internacional de estudios culturales para legitimarlos en la universidad, o al menos así lo percibo. Usted hace una introducción grande de los estudios culturales latinoamericanos, ingleses y norteamericanos. ¿Cuál es la razón de presentar con ese énfasis la propuesta?
SCG: Trazar las genealogías (en plural) de los estudios culturales era un movimiento estratégico necesario. Había que mostrar la existencia de un debate internacional sobre el tema, publicaciones, programas académicos, etc. Muchas veces las personas no sabían de qué estábamos hablando y era necesario trazar los contornos de los estudios culturales. Mostrar que no son simplemente teorías de la cultura (como lo han hecho desde hace mucho la sociología, la antropología, la filosofía, la literatura, etc.). Mostrar que los estudios culturales son algo más que «estudios de la cultura».
ZH: ¿Pero en ese sentido la aceptación del proyecto en una universidad católica como la Javeriana tenía que ver con el modo en que los estudios culturales se habían posicionado en el mundo entero? ¿Cuál fue la posición de los jesuitas?
SCG: Es posible. Los jesuitas son personas inteligentes y se dieron cuenta que esto no era ninguna moda pasajera sino un programa que podría ser importante para la universidad. Si había funcionado en otros lados, podría funcionar aquí. Desde luego está la figura de Michel de Certau, un jesuita reconocido ampliamente como un importante teórico para los estudios culturales. Yo nunca percibí ningún problema de los jesuitas en el proceso de aprobación de los estudios culturales, que pasó por todas las instancias directivas de la universidad. La gente lo leyó, lo discutió y lo aprobó de buena gana. Incluso, y para sorpresa de muchos, el padre Enrique Gaitán de la facultad de ciencias sociales fue un gran propugnador del proyecto. Solía recordar que escuchó varias veces a Foucault mientras hacía su doctorado en Francia durante los años sesenta. Cundo yo dejé la dirección del programa en 2005, un joven sacerdote jesuita (Alfonso Castellanos) asumió la dirección y creyó firmemente en el proyecto de los estudios culturales.
ZH: ¿Cómo empezó la especialización?, ¿Cuáles son los docentes que usted llama?
SCG: El equipo de profesores no contó en un comienzo con muchos docentes de la facultad de ciencias sociales, el único fue Alberto Flórez. También desde el comienzo estuvo Jesús Martín Barbero, que no sólo es una figura clave en los estudios culturales latinoamericanos sino que además fue fundamental para la especialización. Tuve que negociar con la facultad de Comunicación Social su tiempo para el programa, así que hicimos un trueque: Jesús dictaría un semestre en estudios culturales y yo haría lo mismo para la maestría en comunicación el otro semestre. Fue un convenio que funcionó durante algún tiempo. También dábamos clases Oscar Guardiola, Alberto Flórez y yo. Los otros docentes eran catedráticos de apoyo como Víctor Manuel Rodríguez, Ingrid Bolívar y Chloe Rutter. No era fácil (¡todavía no lo es!) encontrar profesores para estudios culturales en Colombia.
ZH: ¿Dónde conoció a Víctor Manuel Rodríguez?
SCG: Creo que él vino al congreso La Reestructuración de las Ciencias Sociales y se dio cuenta que estábamos trabajando el tema de lo poscolonial, que también era su tema de tesis doctoral. Él me pareció un tipo interesante desde nuestra primera conversación. Cuando llegó el momento de decidir a quién contratar lo llamé inmediatamente y le pregunté si le interesaba colaborar y enseguida dijo que sí. Víctor fue una ficha clave en el inicio del programa.
ZH: ¿Y a Ingrid Bolívar? Le pregunto porque yo sentía, como estudiante de la especialización, que algunos temas estaban desarticulados. La clase de Víctor presentaba claramente un enfoque de estudios culturales, pero la de Ingrid no. ¿Por qué, entonces, Ingrid?
SCG: Ingrid me interesó más que por los temas que maneja, por el estilo que tiene para abordarlos. Es decir: más por la forma transdisciplinaria en que desarrolla sus investigaciones. No es una politóloga clásica a pesar de que el centro de sus investigaciones es el conflicto armado en Colombia y el tema del Estado. Ingrid aborda esas discusiones pero desde una perspectiva diferente al pensamiento disciplinar clásico. Yo la había leído y escuchado y me pareció que ella podía darle el perfil transdisciplinar que yo necesitaba para el programa. Y los estudiantes terminaron adorando su clase.
ZH: ¿Por qué entonces dictaba Alberto Flórez la clase de transdisciplinariedad?
SCG: Él había venía trabajando los problemas de estudios ambientales, que al igual que los estudios culturales, requieren de una perspectiva inter y transdisciplinaria. Alberto conocía las nuevas teorías de la complejidad y además había estado desde el principio en Pensar, era un aliado lógico.
ZH: ¿Pero había otros docentes además de lo que ya mencionó?
SCG: Como le digo, encontrar profesores de estudios culturales es tarea difícil en una academia tan disciplinaria como la nuestra. Construir el equipo de docentes no fue algo fácil para mí, muchos de los profesores en que yo confiaba se «quemaron» muy rápido, otros lograron mantenerse algunos pocos semestres y después se fueron. Cometí varios errores en la designación de profesores. Pero en esos días andábamos un poco bajo el método de prueba-error. Creo incluso que este sigue siendo el problema de todos los programas de estudios culturales en el país. Pasará algún tiempo hasta que los mismos programas logren crear escuela y alimenten la planta docente con sus propios egresados.
ZH: ¿Podemos hablar cuál fue el giro entre lo trans y lo inter? Por qué algunas personas hablan de inter y otros de transdisciplinariedad.
SCG: Ese debate nunca se dio en realidad en la Javeriana. Nosotros hablábamos de transdisciplinariedad e incluso desde Pensar publicamos un libro titulado precisamente Los desafíos de la transdiciplinariedad, pero el lenguaje oficial de la universidad hablaba – y aún sigue hablando – de interdisciplinariedad. A mí me parece que son dos cosas distintas. La interdisciplinariedad es un diálogo «entre» elementos ya constituidos, pero que no cambian su «núcleo duro» disciplinario como resultado de ese diálogo. La transdisciplinariedad, en cambio, es un devenir. Conlleva una transformación mutua de los elementos que entran en diálogo.
Después de una articulación transdisciplinaria, los elementos no siguen siendo los mismos que eran antes de articularse. Por eso, la transdisciplinariedad es algo que va más allá de las disciplinas. Hoy día, sin embargo, me he dado cuenta de que debemos ir despacio. En una academia tan disciplinaria, la interdisciplinariedad es ya una ganancia. La transdisciplinariedad continúa siendo un horizonte al que debemos llegar, pero por lo pronto no estaría mal ser, aunque sea, interdisciplinarios.
ZH: ¿Después de su salida de la dirección del programa, qué ocurrió con los estudios culturales en la Javeriana?
SCG: Bueno, luego vino el proyecto de maestría en estudios culturales que lideró Eduardo Restrepo. El padre Alfonso Castellanos estuvo a cargo de la especialización por un tiempo y realizó una buena labor, a pesar de ser nuevo en esto. Pero en realidad fue Eduardo quien logró impulsar y concluir el proyecto de la maestría. Luego llegó a la dirección Marta Cabrera, quien continúa hasta hoy al frente del programa y ha hecho un gran trabajo.
ZH: ¿Cómo ve la maestría?
SCG: Creo que tanto Eduardo como Marta han mantenido y fortalecido el enfoque crítico que tuvieron los estudios culturales desde el comienzo. Y además han descubierto nuevos profesores. A pesar de algunos problemas, me parece que vamos bien, estamos esperando ya los primeros graduados este año. Los estudios culturales han logrado una legitimación académica dentro de la universidad gracias a la maestría y eso se reflejará sin duda en el nuevo proyecto de doctorado en ciencias sociales y humanas, que la Javeriana espera abrir en el año 2009.
ZH: ¿Pero esta institucionalización no hace que los estudios culturales pierdan su vocación política? O, en otras palabras, ¿alguna vez tuvieron vocación política?
SCG: Una cosa son los estudios culturales en los Estados Unidos e Inglaterra, donde su inscripción en la academia fue producto de actividades previas por parte de movimientos sociales, y otra cosa es Colombia donde los estudios culturales han sido institucionales desde el comienzo. Si usted mira los tres primeros eventos que se hicieron en el país a los cuales hice mención antes, verá que estuvieron organizados por instituciones del Estado. Había conciencia del vínculo que podría darse entre estudios culturales y políticas culturales. Por eso yo creo que entre nosotros la «vocación política» de los estudios culturales – como usted la llama - viene ligada desde el comienzo con la política cultural y con la política académica. Abrir las disciplinas, ofrecer nuevos métodos e ideas para la investigación, posicionar unas humanidades reflexivas, estimular una posición crítica por parte de estudiantes y gestores culturales, ofrecer al Estado ideas para el diseño de una política que sea capaz de luchar contra la mercantilización de la cultura: esa, me parece, es la «vocación política» de los estudios culturales en Colombia.
ZH: ¿Cuál ha sido el impacto social de los estudiantes del posgrado de la Javeriana?
SCG: Bueno, depende de lo que entienda por «impacto social». Si uno mide eso por el número de estudiantes que se vincularon a la academia colombiana para fortalecer sus dinámicas, pues hay un estudiante que hizo su doctorado fuera del país y luego regresó como profesor del programa en estudios culturales de la Universidad de los Andes. Una egresada de la primera promoción es ahora directora de la maestría en ciencias sociales de la Universidad Pedagógica y otros dos son profesores de planta de la Universidad de Cundinamarca. Uno más, también de la primera promoción de la especialización, es ahora el director del departamento de Artes en la Universidad Javeriana. Ahora bien, el «impacto social» puede medirse teniendo en cuenta el número de egresados que están trabajando hoy día con el Estado en el tema de las políticas culturales. Y en este punto debo decir que muchos de nuestros estudiantes se vincularon luego con instituciones como el Ministerio de Cultura y la Secretaría Distrital de Cultura y están contribuyendo a repensar el tema del patrimonio y las políticas culturales del país. Tenemos egresados trabajando con instituciones que apoyan la equidad racial y de género, la conservación del medio ambiente, etc.
ZH: ¿Y el impacto de los estudios culturales en la Academia colombiana?
SCG: Aquí puedo hablar solamente de lo que compete a los estudios culturales de la Javeriana y en particular de las actividades promovidas en este sentido por el Instituto Pensar. En primer lugar, el instituto ha logrado construir la primera y por ahora única serie de publicaciones en estudios culturales que existe en Colombia. Ha sido notable la labor de Carmelita Millán en este sentido. Nuestros libros circulan ampliamente y han gozado de buena recepción en los círculos académicos. Mi libro La hybris del punto cero – para mencionar un caso – ha sido ampliamente recibido y comentado desde su publicación en el año 2005. También hay que mencionar el semillero de jóvenes investigadores, también bajo la dirección de Carmelita, que ha logrado obtener más de veinte becas de Colciencias para la formación de estudiantes de últimos semestres de pregrado que quieren iniciarse como investigadores con énfasis en los estudios culturales. Luego hay que hablar del grupo de investigación «Estudios Culturales» que es tenido por Colciencias como perteneciente a la categoría A y que ha logrado entablar importantes redes con otros grupos de investigación en el país. Y a propósito de esto de la redes, habría que mencionar también nuestros vínculos con programas fuera de Bogotá que aunque no se denominan «estudios culturales», sí tienen un enfoque crítico similar, como por ejemplo el grupo de estudios socio-espaciales del INER en la Universidad de Antioquia, que ahora ofrece su propia maestría. También está DIVERSER, un hermoso programa institucional también de la universidad de Antioquia que se mueve muy en la línea poscolonial (interculturalidad, diálogo de saberes, epistemes emergentes, etc.) y con el cual hemos tenido relación estrecha desde hace años.
ZH: ¿Cuál es la relación de Pensar y de la Javeriana con la maestría en estudios culturales de la Universidad Nacional?
SCG: No es mucha, lamentablemente. Ahora con Eduardo Restrepo ha habido algunos acercamientos e incluso existe un proyecto conjunto de publicación, la posibilidad de una especie de foro distrital de estudiantes en estudios culturales, etc. El problema es que las universidades colombianas han empezado a verse cada vez más como empresas capitalistas que gestionan conocimiento y esto hace que compitan entre sí por la conquista de un mercado. Suena tremendo pero así es. Ojalá lográramos que todos los programas de estudios culturales se articularan en red, en lugar de verse a sí mismos como individuos que calculan y administran sus propios riesgos. Es una tarea pendiente.
ZH: Para terminar quiero que me diga que le queda a usted de la filosofía
SCG: Toda mi formación ha sido en filosofía y en una academia tan fuerte en estas cosas como es la academia alemana. No es poca cosa, así que de la filosofía me queda mucho. Pero hablo de la filosofía no tanto como disciplina sino como forma de vida, como modo de abordar los problemas, de pensar conceptualmente e incluso como forma de escribir. Mis libros le dan mucha importancia al uso de los conceptos y están llenos de guiños para los filósofos. Puede ser que oficialmente yo no pertenezca a la comunidad de filósofos en Colombia (ni yo quiero pertenecer, ni ellos me reconocerían como parte de su banda), pero digamos que para mí los estudios culturales son una especie de «trabajo de campo» en filosofía, una práctica filosófica (que no es lo mismo que filosofía práctica).
ZH: Me tiene que explicar mejor esa posición. Porque trabajo de campo en antropología es algo muy especifico, es básicamente trabajo con comunidad.
SCG: Es que la filosofía como disciplina no hace «trabajo de campo» sino que es una constante reflexión sobre sus propios conceptos, es un pensamiento que se piensa a sí mismo, pero que no sale a ver cómo funciona ese pensamiento en prácticas concretas. En cambio a mí me interesa saber cómo los discursos operan en prácticas sociales, para mí eso son los estudios culturales. Yo entiendo los estudios culturales como un ejercicio arqueológico y genealógico del modo en que operan históricamente los discursos en contextos sociales específicos. Mis investigaciones se mueven todas en esa dirección. Pero en todo caso, imagino que uno siempre arrastra las miradas disciplinares de algún modo, es como una tara de la infancia, como el complejo de Edipo o algo así. Parece que la tara de la filosofía yo la he tenido y no sé si la seguiré teniendo.
1 Entrevista realizada el 25 de abril de 2008 en el Instituto Pensar de la Universidad Javeriana.
2 Santiago Castro-Gómez: Investigador y docente de la Universidad Javeriana. Profesor invitado en distintas universidades de Colombia, Estados Unidos y Latinoamérica, actualmente es investigador del Instituto Pensar de la Javeriana. Ha publicado varios artículos sobre filosofía social, pensamiento latinoamericano, estudios culturales y teoría poscolonial. Autor de libros como Crítica de la razón latinoamericana (Barcelona: Puvill Libros 1996), La Hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada, 1750-1816 (Bogotá: Instituto Pensar 2005) y La poscolonialidad explicada a los niños (Popayán: Universidad del Cauca 2005). Actualmente trabaja en su último libro Tejidos Oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930). Castro-Gómez tiene un doctorado en filosofía y letras de la Universitat Frankfurt (Johann-Wolfgang-Goethe) -Aufklärung als kolonialer Diskurs. Humanwwissenschaften und kreolische Kultur in neu Granada am Ende des 18. Jahrhunderts-. También tiene una maestría en filosofía de la Universität Tübingen. -Die Philosophie der Kalibane. Diskursive Konstruktionen der Barbarei in der lateinamerikanischen Geschichtsphilosophie-. scastro@javeriana.edu.co
3Zoad Humar: Antropóloga y especialista en estudios culturales. Actualmente realiza su maestría en estudios culturales en la Universidad Javeriana. Trabaja en diferentes áreas de la cultura vinculando la academia con la creación, la producción artística y la asistencia de investigaciones. Como fotógrafa y dibujante por vocación ha expuesto en las galerías Casa Cuadrada y Mauricio Ruiz y ha realizado trabajos de fotografía para compañías y festivales de danza. Publica en el portal http://www.bogotafuerte.org varias entrevistas biográficas de personas que trabajan en diferentes campos culturales. Trabaja en producción de teatro, cine y eventos culturales. Ha publicado en áreas de estudios culturales y antropología los artículos «Atravesando disciplinas. La institucionalización de los estudios culturales en Colombia» y «Vida y cocina en Bocachica». Actualmente, y después de trabajar para el gobierno, está vinculada al Centro de Arte y Cultura de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. zoadhumar@yahoo.es.