Desigualdad social reconsiderada - descubriendo puntos ciegos a través de vistas desde abajo1

Social Inequality Unthought. Exposing Blind Spots through Views from Below

A desigualdade social reconsiderada - identificando pontos cegos através de «olhares de baixo»

Manuela Boatca2

Katholische Universität, Eichstätt-Ingolstadt, Deutschland manuela.boatca@ku-eichstaett.de

Recibido: 01 de junio de 2009 Aceptado: 22 de septiembre de 2009


Resumen:

Con base en argumentos tomados de los estudios de género, los enfoques de dependencia/ sistema-mundo y también las teorías poscoloniales actuales en América Latina, el artículo insta por una sociología global de desigualdad social basada en tres correcciones substantivas de las investigaciones establecidas sobre desigualdad social: Primero, un cambio del enfoque de nación-Estado como unidad única de análisis a un enfoque global abarcando relaciones mundiales de centro-margen al lado de desigualdades nacionales y regionales, y las conexiones entre ellas; segundo, un compromiso sistemático y explícito con las teorías de cambio social implícitas en los conceptos de desigualdad social y las conclusiones que resultan para la correspondiente definición de modernidad y lo moderno; y tercero, un énfasis en las dinámicas detrás de la emergencia de categorías a través de las cuales las estructuras de desigualdad fueron construidas históricamente, como por ejemplo procesos de construcción del otro como generización, racialización, y etnización, en vez de categorías estáticas como género, raza y origen étnico.

Palabras clave: desigualdad social, modernidad, occidentalismo, poscolonialismo, globalidad.


Abstract:

On the basis of arguments put forth by gender studies, dependency/world-system approaches as well as by present-day Latin American postcolonial theories, the paper pleads for a global sociology of social inequality premised on three substantive correctives of the mainstream social inequality research: First, a shift from the focus on the nation-state as sole unit of analysis to a global focus encompassing worldwide center-periphery relations alongside nationwide and regional inequalities and the connections between them; second, a systematic and explicit engagement with the theories of social change implicit in concepts of social inequality and the conclusions entailed for the corresponding definition of modernity and the modern; and third, an emphasis on the dynamics behind the emergence of categories along which inequality structures were historically constructed, i.e., on processes of othering such as gendering, racialization, and ethnicization, rather than static categories such as gender, race, and ethnicity.

Keywords: social inequality, modernity, Occidentalism, postcolonialism, globality


Resumo:

Com base em argumentos dos estudos de gênero, dos enfoques de dependência⁄sistemamundo e das atuais teorias pós-coloniais na América Latina, este artigo assinala uma sociologia global da desigualdade social baseada em três substantivas correções das pesquisas sobre a desigualdade social. Primeiramente, a mudança do enfoque Estado-nação como a única unidade de análise, para um enfoque global que abarque as relações mundiais de centromargem, aliadas às desigualdades nacionais e regionais, e às conexões entre elas. Em segundo lugar, o compromisso sistemático e explícito com as teorias de transformação social, implícitas nos conceitos de desigualdade social, e as conclusões que desembocam na correspondente definição de modernidade e de moderno. Por fim, a ênfase nas dinâmicas que estão por trás da emergência de categorias por meio das quais as estruturas de desigualdade foram construídas historicamente. É o caso dos processos de construção do outro como generização, racialização e etnização, em contraposição a categorias estáticas como gênero, raça e origem étnica.

Palavras-chave: desigualdade social, modernidade, ocidentalismo, pós-colonialismo, global.


Establecer un vínculo orgánico entre la modernidad y el origen de la sociología como disciplina es una opinión generalmente aceptada entre los académicos. Para los teóricos sociales clásicos y contemporáneos por igual, la sociología es el intento de entender la modernidad (Baechler, 2007:202; Bhambra, 2007:872). Aunque esto ha sido válido a lo largo de toda la existencia institucional de la sociología, el comienzo del milenio ha hecho particularmente evidentes los lazos con la modernidad europea occidental en debates sobre varios aspectos interrelacionados: la legitimidad de una sociología global capaz de darle sentido a un mundo globalizado (Caillé, 2007:180), los desafíos que plantea la relevancia en declive de los Estadosnación a una sociología definida como la ciencia de las naciones modernas, así como el tardío vínculo de la disciplina con la crítica postcolonial —en marcado contraste con los avances en la antropología (Seidman, 1996; Bhambra, 2007).3

En las páginas siguientes, se defenderá, primero, que considerar la modernidad occidental como el punto de referencia necesario y suficiente de la disciplina ha dado lugar periódicamente a una sociología más provincial que global. Segundo, un análisis minucioso de la desigualdad social como campo central de la teoría sociológica permitirá comparar y contrastar el modelo dominante de la relación de la sociología con la modernidad occidental con los intentos latinoamericanos por redefinir los complejos lazos de la disciplina con las modernidades centrales y periféricas, así como con aspectos del colonialismo y el imperio, que se subsumirá bajo el rótulo de modelo global. Se planteará, en tercer lugar, que los «puntos de vista desde abajo» —i.e., tantos los intentos académicamente institucionalizados como los menos formales de explicar lo escalones más bajos de la desigualdad social en áreas no centrales —han sido esenciales en la exposición de los puntos ciegos metodológicos y geopolíticos del modelo dominante como vacíos estructurales alrededor de los cuales se ha constituido la disciplina desde sus comienzos.

1. Desafíos a la autoimagen europea

Para las humanidades y las ciencias sociales, la revolución copernicana en la astronomía que tuvo lugar en el siglo XVI, que impuso la visión de que el sol, y no la tierra, era el centro geométrico del sistema, ha servido como indicador así como metáfora de la visión del mundo moderno y del cambio de paradigmas que inició (Tarnas, 1997:552). Para Sigmund Freud, el giro copernicano había sido el primero de una serie de tres duros golpes que había sufrido «el narcisismo universal de los hombres» (Freud, 1955:6f) de las manos de la investigación científica: primero, el giro copernicano había infligido el golpe cosmológico al amor propio humano al señalar el reconocimiento de que la tierra no era el centro del universo. Segundo, la teoría darwiniana de la evolución mediante la selección natural le había dado una bofetada biológica a la pretensión de la humanidad de tener un origen divino; y por último, pero en opinión de Freud lo más ofensivo —su descubrimiento del inconsciente, que dio fe de que «el ego no es el amo en su casa», había representado la bofetada psicológica al ego moderno (Freud, 1955:11).

Siguiendo a Freud, el filósofo y psicólogo Richard Tarnas vio el giro copernicano como el verdadero inicio de la modernidad —que leyó como una serie de procesos de alienación de la concepción eclesiástico-medieval del mundo (Tarnas, 1997:552). La alienación cosmológica provocada por Copérnico fue apoyada, en opinión de Tarnas, por la alienación ontológica manifiesta en el cisma de Descartes entre el sujeto humano consciente y, finalmente, por la alienación epistemológica inherente en el reconocimiento que hace Kant de la estructuración subjetiva de la realidad en la mente humana (Tarnas, 1997:525). Esos hitos de la modernidad, como el aislamiento del ego moderno en un mundo desencantado, el programa cartesiano del dominio de la naturaleza y la noción derivada de la ciencia como empirismo deben, por consiguiente, remontarse colectivamente al desplazamiento de la humanidad del centro cosmológico y los diferentes niveles de alienación que de ello se derivan.

Una mirada desde la periferia del mundo occidental moderno revela este retraso de la trayectoria epistemológica del pensamiento occidental como (al menos) incompleto, pues no explica otro duro golpe a la autoconciencia moderna —que precedió la línea de tiempo de Freud: el «descubrimiento» europeo de América en 1492.

Desde un punto de vista europeo, los límites de la geografía conocida habían, hasta 1492, coincidido con los límites de la humanidad (Mignolo, 2000:283), vista como si se extendiera hacia Occidente desde China y Japón en el extremo Oriente hasta España y Portugal en el extremo Occidente —y, así, en la hasta ahora finis terra. La realidad material y el concepto del Nuevo Mundo que surgió en el largo siglo XVI requirieron por ende una Nueva Geografía (física y cognitiva) que extendiera la humanidad al espacio de lo colonizado. Los amerindios y, con el inicio del tráfico de esclavos, los africanos negros en el Nuevo Mundo se convirtieron así en los Otros externos de la Europa occidental en relación con la diferencia racial. De otro lado, el año 1492 marcó el comienzo de la expulsión de los moros y de los judíos de la Península Ibérica y la construcción de Otros internos al interior de Europa por la denominación religiosa (Mignolo, 2006; Dussel, 2007). Las diferencias racial y religiosa de Europa Occidental como centro emergente del mundo capitalista intervinieron en la creación de subsiguientes delimitaciones sociales que reflejaban las diferentes posiciones sociales de los agrupamientos en la división internacional del trabajo.

Estrategias de delimitación correspondientes que situaban a los Otros del Occidente moderno en los escalones más bajos de las jerarquías de raza, etnicidad, sistemas de creencias, organización socioeconómica y métodos de control de la mano de obra determinaron por consiguiente la relación entre el viejo y el nuevo mundo y configuraron sus respectivas autodefiniciones por los siglos venideros. Simultáneamente, la misma «novedad» del Nuevo Mundo y de las categorías sociales que surgían por vez primera en el continente americano (blanca, criolla, europea —contra el antecedente de lo indio, lo mestizo, lo negro) se volvió esencial para la autodefinición de la modernidad (Quijano y Wallerstein, 1992; Mignolo, 1995, 2000). De entre las categorías que el continente americano aportó a la clasificación, sin embargo, sólo las de connotación positiva (blanco, europeo, cristiano) entrarían en la definición de modernidad, mientras que sus contrapartes negativas permanecerían relegadas a la cara oculta de la modernidad (Dussel, 1996): los contextos coloniales y periféricos.

Tomando la terminología de Freud, podríamos por consiguiente designar adecuadamente esta trasgresión consiguiente en la autopercepción europea como el golpe geopolítico al narcisismo occidental —que como tal precede cronológicamente y configura lógicamente la lista de procesos de alienación característicos de la modernidad.

La división intelectual del trabajo establecida entre las ciencias sociales en el siglo XIX ascendió en consecuencia a una geopolítica de la producción y la reproducción del conocimiento con respecto al Viejo y al Nuevo Mundo. Para la sociología como disciplina de la modernidad, es decir, de «Occidente», la pretensión de relevancia universal requirió omitir el golpe geopolítico al narcisismo occidental desde la elaboración de sus categorías de análisis. La fundamentación de campos centrales de teoría e investigación —especialmente macrosociológicos— en las premisas epistemológicas del contexto de la Europa occidental produjo sistemáticamente puntos ciegos metodológicos y geopolíticos.

2. La modernidad y la desigualdad social

Aunque parece haber un amplio consenso en lo que respecta al nacimiento de la sociología del espíritu de la modernidad, algunos autores han limitado la conexión a la consideración de la aparición del fenómeno moderno de las clases y, con él, al problema de la desigualdad social como principal cuestión genuinamente sociológica (Dahrendorf, 1974:353). De ese modo, el vínculo histórico que ligó la temprana sociología de la desigualdad social al contexto socioeconómico de la sociedad industrial de la Europa occidental, y políticamente al marco de los Estados-nación (Stehr, 2000:102) implicó elecciones epistemológicas, metodológicas y teóricas que posteriormente tendrían que ver con problemas más amplios conectados, la desigualdad social —de forma destacada, el cambio social, el desarrollo y la conceptualización de la modernidad misma.

2.1. Problemas actuales

Recientemente, el análisis de la desigualdad social en el siglo XX y comienzos del XXI, por otro lado, ofrece una imagen muy fragmentada. En parte con el ánimo de explicar «nuevas» desigualdades dentro de los países, y en parte para delinear el estudio de la desigualdad a escala global, se han añadido nuevas categorías a las comunes de clase y posición social, y se han introducido nuevas dimensiones para evaluar la desigualdad además del ingreso, el poder y el prestigio. Aun así, el núcleo de la investigación dominante sobre la desigualdad sigue estando representado por el estudio del ingreso intergeneracional y la movilidad de clase (Böröcz, 1997:217; Allen y Chung, 2000:802; Therborn, 2006), que reflejan la deuda del campo con su contexto de referencia original, la sociedad industrial de Europa occidental. En vez de eso, el lugar de la desigualdad racial, étnica y de género en el campo «general» de la investigación sobre la desigualdad aún parece poco adecuado, y ninguno de los tres está sistemáticamente articulado con los patrones de la desigualdad global.

En el aspecto metodológico, el creciente consenso sobre el hecho de que la globalización lleva a aumentar la desigualdad entre países sólo ha implicado la transferencia del análisis de la desigualdad de ingreso del plano nacional al global, pero no ha conducido al desarrollo de un marco coherente para el análisis de la desigualdad en el mundo.4

Lo mismo se aplica al estudio de la desigualdad étnica y racial, a menudo relegada a la diciente y nueva categoría residual de designación «desigualdades ajenas a la clase» (por ej., Pakulski, 2002). En todo caso, los patrones de estratificación por fuera del contexto industrial occidental tienden a desafiar el simple análisis de clases. En los Andes, categorías sociales como «indio» reflejan su origen en clasificaciones étnicas y raciales de los colonizadores europeos a la vez que combinan la clase y la etnicidad, y la movilidad en ascenso mantiene una fuerte correlación con la blancura racial (Hoffman y Centeno, 2003:379f.). En Brasil, el país más desigual de Latinoamérica —a su vez la región con mayor desigualdad en el mundo—, el grueso de la explicación para la desigualdad es de naturaleza ajena a la clase, es decir, racial.5 Y aunque es un punto de disputa actual si las diferencias étnicas en África se originaron en las políticas de clasificación de los antiguos regímenes coloniales o si hacen parte de «la cultura africana» (Castells, 1998:105ss.), es la etnicidad claramente, no la clase ni la posición social, lo que explica los patrones de desigualdad del continente, tanto como resultado de la combinación de asentamientos coloniales con el subdesarrollo indígena como la existencia de un patrón de círculos étnicos excluyentes (Therborn, 2006:31).

Los problemas de género afloran de manera más sistemática en los análisis cuantitativos, en los que el género se presenta entre las categorías de medición, pero rara vez son decisivos en la elaboración del marco teórico que precedió el análisis. La elaboración teórica relevante en el campo de la desigualdad de sexo y de género se presenta en los estudios de género o femeninos, pero la mayor parte del tiempo no afecta de manera significativa los «marcos universales» de clase de la investigación dominante sobre la desigualdad, los cuales «validan las experiencias de los hombres blancos como lente adecuado para leer las realidades de grupos tan diversos como las mujeres negras, las latinas pobres y las lesbianas blancas» (Allen y Chung, 2000:803). Esto ha llevado a los teóricos feministas a diagnosticar una «revolución feminista faltante» (Stacey y Thorne, 1985) en la teoría sociológica como un todo a mediados de los ochenta y, más recientemente, a describir la división del trabajo entre la sociología de la desigualdad de clases y el tratamiento feminista de las disparidades de género como «discurso sociológico de la desigualdad sin género y teoría feminista sin clase» (Gottschall, 2000:15)6.

2.2. Soluciones actuales

Las soluciones a esta inadecuación en las categorías del sistema de investigación sobre la desigualdad social han incluido varias estrategias enfocadas en algunas o en todas las deficiencias mencionadas anteriormente, en su mayor parte realizando cambios conceptuales:

En el plano filosófico, la pregunta de Amartya Sen «¿desigualdad de qué?» buscaba ampliar el campo de acción de la tarea misma sugiriendo que se sustituyera el estrecho enfoque en la distribución del ingreso por una comprensión más amplia de las capacidades humanas como conducentes a la libertad y al desarrollo (Sen, 1992).

El plano teórico consideró una amplia gama de propósitos. La conceptualización de las «desigualdades» como plurales (Kreckel, 1983) implicó desestabilizar la centralidad de la clase y los estratos como principios estructuradores importantes de la desigualdad en sociedades adineradas, por un lado (Berger, 2003:474), y dar forma en la parte ética a la discusión sobre la desigualdad, por el otro (Therborn, 2006), de manera muy similar al reciente giro en el discurso económico de «la desigualdad» a «la inequidad» (Banco Mundial, 2006; Kreckel, 2006:13f.). La reconsideración de la noción de castas dentro y fuera de la India (Lehmann, 1995; Hoffman y Centeno, 2003; Randeria, 2006), trató de explicar lo supuestamente no moderno en medio de las sociedades modernas, en parte basado en la severa crítica al antiguo modelo de castas de las relaciones raciales en los Estados Unidos (Hurst, 2007:175ss.).

Finalmente, en el plano metodológico, el debate en torno a la relación entre globalización y desigualdad ha llevado a los teóricos a establecer diferencias adicionales entre desigualdad, polarización, pobreza y miseria (Castells, 1998:71ss.), por un lado, y entre desigualdad relacional frente a desigualdad distributiva (Kreckel, 2004:19ss.) o vital, existencial y de recursos (Therborn, 2006), minimizando por ende hasta la fecha dimensiones de la desigualdad, como la esperanza de vida, la salud, el conocimiento y el reconocimiento/la discriminación en partes integrales de la investigación sobre la desigualdad, por el otro lado. El exhaustivo recuento de Charles Tilly (1998) de los mecanismos generadores de desigualdad acentuó los aspectos relacionales y categóricos de la desigualdad estableciendo la distinción entre varios mecanismos de producción y reproducción de la desigualdad entre géneros, razas, grupos étnicos y clases, y abogó así por un retorno del enfoque dinámico y relacional de la sociología clásica hacia la desigualdad. Sin embargo, aun la más prominente de estas propuestas ha tendido hasta ahora a tratarse más como términos innovadores de autores individuales que como contribuciones a una transformación del marco conceptual dominante de los enfoques sobre la desigualdad social.

De otro lado, recientes enfoques que adoptan un argumento «débilmente funcional»7 conciben la desigualdad en el mundo moderno como una función de las contradicciones del capitalismo moderno, que sistémica y sistemáticamente produce relaciones desiguales de clase, de género, etnia y raza, a la par que proclama el universalismo, la igualdad y la solidaridad como principales dogmas (Tilly, 2000; Wallerstein, 2000; Klinger y Knapp, 2007). Un análisis de las desigualdades globales a la luz de las tensiones ideológicas inherentes a la modernidad de Occidente tendría que trascender por consiguiente su marco de referencia epistémico y teórico con el fin de complementar la concepción sobre las desigualdades desde dentro de la modernidad con la que se origina en su exterioridad (Klinger y Knapp 2007:20).

Esta posición evoca de una manera más general recientes desarrollos en enfoques postcoloniales de la teoría sociológica. Como tal, hace posible concebir lo periférico, lo colonial, así como las realidades neo o post coloniales de los últimos 500 años como parte de la exterioridad de la modernidad, cuyos contextos de desigualdad pueden iluminar los puntos ciegos de las teorías de la desigualdad occidental.8 Desde este punto de observación, las dificultades experimentadas actualmente con la integración de dimensiones y categorías de desigualdad social adicionales —pero no necesariamente nuevas— como parte de los estudios aceptables sobre la desigualdad surgen de la conceptualización que hace la sociología de la modernidad capitalista como debida únicamente a factores endógenos, como la Revolución Industrial de Europa occidental, y la omisión sistemática de los factores exógenos, como la explotación colonial e imperial.

3. El modelo dominante: la modernidad es moderna

De manera muy similar a la genealogía del intelecto europeo de Freud y Tarnas, el repertorio de promesas de la modernidad europea por lo general se basa en momentos claves de la historia occidental y su rol simbólico en una trayectoria lineal está diseñado para difundirse al mundo entero. De manera diciente, después de la «superación del feudalismo», esta trayectoria sólo presenta entradas de connotación positiva: el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Juntas, éstas encarnan la posibilidad de llegar al humanismo, la racionalidad, la igualdad, la cientificidad y el progreso —que en consecuencia se convirtieron en los criterios mediante los cuales debía medirse la reducción gradual de las desigualdades sociales.

3.1. Dimensiones de la desigualdad

Para la elaboración teórica de la desigualdad social, esto suponía ajustar la teoría del antagonismo de clases de Carlos Marx y el modelo complementario en tres capas de estratificación social de Max Weber siguiendo las líneas de clase, posición social y partido al mundo entero hasta el punto en que se volviera moderno. Así, se postuló un modelo único en el que la historia universal no era ni la historia de la lucha de clases (en la variante marxista) ni una mezcla de la clase y la posición social (en la interpretación weberiana). Las desigualdades de género, raza, etnicidad, denominación religiosa y orientación sexual, si es que se tienen en cuenta, se consideraban disparidades del segundo grado (Allen y Chung, 2000; Bhambra, 2007). En el caso específico de la raza y la etnicidad, que había recibido un tratamiento explícito, si bien no elaborado en las obras de los clásicos, su relegación a la categoría secundario ocurrió bien según la tradición marxista —es decir, como superestructura—, o según el marco weberiano —es decir, como forma de diferencia de posición social que gradualmente perdería relevancia en la sociedad moderna. Este marco de análisis se ha empleado a lo largo de la mayor parte de la sociología occidental sobre la desigualdad social en el siglo XX, pese a una tradición teórica social9 y a desarrollos posteriores por fuera del tipo de estudios sobre estratificación, los cuales apuntaban en la dirección contraria:

En particular, la elaboración teórica de la raza y la etnicidad que surge en el siglo XX, en especial en los Estados Unidos, ocurrió bien por fuera de los límites disciplinarios de la sociología —principalmente en la antropología, más tarde en los estudios étnicos y culturales— o fuera del contexto de una sociología de la desigualdad social, como en los trabajos de la Escuela de Chicago, la Escuela de Frankfurt, o de autores individuales como W.E.B. du Bois y C.L.R. James. Para los años cuarenta, el campo de las «relaciones étnicas y de raza» en los Estados Unidos se había cristalizado alrededor del uso del término «raza» para los afroamericanos y de «grupo étnico» para los inmigrantes (europeos) (Bös, 2005:104). El racismo y las relaciones de raza eran, sin embargo, considerados objetos de estudio de contextos coloniales y postcoloniales, especialmente en Sudáfrica y los Estados Unidos, mientras que la etnicidad y las formas de nacionalismo étnico por fuera de los países de inmigración tradicionales se trataban en parte como fenómenos pasados o como resultados de los procesos de independencia en países antiguas colonias después de la Segunda Guerra Mundial. En resumen, la estratificación étnica y racial no se consideraba característica para la sociedad moderna occidental.

Esta percepción cambió gradualmente a partir de los años setenta, cuando Europa occidental se convirtió en receptora de grandes flujos migratorios de la Segunda Guerra comunista del Tercer Mundo descolonizado, los conflictos étnicos estallaron en medio de Europa tras la caída comunista, y el regionalismo político se convirtió en un fenómeno de Europa occidental (Bader, 1998:96f.). El resurgimiento del nacionalismo y la identidad étnica condujeron a un resurgir del interés en la raza y la etnicidad como formas de identidad social y como dimensiones de la desigualdad social. Aunque la asimilación a la estructura de clases de la sociedad receptora había sido hasta ese punto considerada el resultado eventual de prácticamente cualquier proceso migratorio, la formación de grupos étnicos empezó a destacarse ahora como característica permanente de las sociedades post industriales, en las que la etnicidad había reemplazado la clase como principio de estratificación social (Glazer y Moynihan, 1975:25). La contribución de la expansión colonial y la descolonización europea a las nuevas circunstancias no entró en la explicación excepto, en su mayor parte, como analogía con los conflictos territoriales internos sobre etnicidad y religión en Europa, es decir, como colonialismo interno.10 De manera similar, el género sólo se convirtió en categoría de análisis legítima por su pleno derecho en la sociología una vez logró entrar en la mayoría de los demás departamentos académicos debido al movimiento feminista, y se institucionalizó a su vez como estudios de género o femeninos.

En consecuencia, la teorización del género, la raza y la etnicidad no logró poner en duda el canon de la investigación sobre la desigualdad social hasta el punto de incorporarlas como dimensiones de la estratificación social equivalentes a las dimensiones de clase y posición social. En lugar de ello, con el surgimiento de la teoría feminista por un lado, y el resurgimiento del interés sociológico en los problemas de raza y etnicidad por el otro, la opción inicial entre las teorías de la desigualdad marxista y weberiana se tradujo en una división intelectual del trabajo similar a la diferenciación que hace Weber de la clase y la posición social: la sociología de la desigualdad social tiene que ver con disparidades estructurales, mientras que los estudios étnicos, de raza y de género analizan lo que cuenta simplemente como diferencia cultural (Weiß, 2001:79). Antes de concebir el género, la raza y la etnicidad como tipos de posición social que generan desigualdades «nuevas» o de segundo grado, esta disociación de tareas equivale a una «culturalización del análisis sociológico» (Eder, 2001:56) con repercusiones en sus componentes sociales estructurales también.

3.2. La unidad de análisis

Al mismo tiempo, las relaciones en la investigación sobre la desigualdad social, en particular la desigualdad de ingreso, han estado circunscritas por el enfoque en el Estado-nación como la unidad de análisis. Los estudios existentes de la desigualdad global consisten de manera predominante en comparaciones sobre las disparidades en la riqueza y el ingreso entre naciones.11 Sólo hace relativamente poco tiempo se ha criticado la amalgama del espacio legal y administrativamente definido con unidades de análisis sociológico como «nacionalismo metodológico» (Smith, 1995; Beck, 2004; Heidenreich, 2006; Weiß, 2005). La solución propuesta ha sido a menudo postular la sociedad mundial como unidad de estudio de las desigualdades relacionales y distributivas (Kreckel, 2004:45,50) y así considerar la división Norte-Sur como el principal antagonismo del mundo actual. Pese a las diferencias internas, estas críticas, sin embargo, han tendido a ofrecer simplemente soluciones metodológicas a lo que regularmente se percibe como un problema metodológico, y por consiguiente no han tenido la intención de trascender los límites de la tradición de la Ilustración en la que se han basado las teorías de la desigualdad social en las sociedades occidentales modernas. El desarrollo lineal, etapa por etapa de patrones de estratificación (nacionales o globales) hasta la superación gradual de las desigualdades sigue siendo una opción válida (Chernilo, 2006:8).

Al mismo tiempo, toda una serie de nuevos modelos de estratificación producidos en Alemania en la última parte del siglo XX sostienen que la clase y la posición social son categorías obsoletas e inadecuadas para capturar la supuesta transición de lo industrial a lo post industrial o sociedad de riesgo en Occidente, pero intentan de manera simultánea explicar las actuales relaciones de desigualdad en términos de las categorías derivadas de la clase o la posición social como entorno social, estilo de vida o conducta en la vida cotidiana (Beck, 1986; Berger y Hradil,1990; Schulze, 1992). Aun así tales elaboraciones no representan más que una atenuación de las categorías de clase y posición social, más rígidas, o el avance de un modelo de «relaciones de clase sin clases» (Kreckel, 2004:222) que refuerza la tendencia ya analizada hacia la culturalización del análisis sociológico, a la vez que contribuyen a la deslegitimación de las concepciones macroestructurales de mecanismos generadores de desigualdad y actores colectivos (Eder, 2001:32). En consecuencia, también dejan intactas las desigualdades estructurales a lo largo de las líneas de género, raza, y etnicidad —sin mencionar que las dejan sin desarrollo ni teorización— y mantienen el marco de la nación-Estado según el cual se adecuaron las dimensiones clásicas de la clase y la posición social (Geißler, 2001).

La modernidad a la que se refiere este modelo de análisis se restringe por lo tanto a ser moderna —es decir, a abarcar la transición de lo feudal a lo industrial y las estructuras sociales post industriales y los correspondientes cambios de grado en las desigualdades de posición social y de clase en las sociedades nacionales.

Las críticas a esta perspectiva se mantienen por lo tanto internas a la modernidad: aun cuando se dirigen a la concepción de la modernidad como una estructura globalizada, definen el «no moderno» respectivo por fuera de existencia en términos de su relevancia sociológica. La sociología of desigualdad de sexo y de género pareció apuntar por un momento en la dirección de una reconceptualización de la modernidad determinada por el género, es decir, como un sistema en el que el acceso a los derechos y a los privilegios está regulado según el género y de ese modo es sistemáticamente desigual. Aun así esta calificación de la definición canóniga de la modernidad pronto fue subsumida a la general de la modernidad como moderna, en la que la distribución sexuada de los logros positivos de la modernidad era solo otra etapa por superar en el transcurso de una «segunda modernidad» (Beck, 1986), no parte integral de la modernidad como tal. La tendencia a acomodar supuestos «aspectos particulares» —como el género— en las categorías centrales del análisis sociológico no sólo ha permitido de esa manera que la sociología dominante continúe en un «modo pre-feminista» (Acker, 1992:65), sino que da lugar de manera persistente a la relegación de otras «particularidades» —como la raza, la etnicidad, la sexualidad— al segundo escalón de intereses sociológicos. De manera muy similar a los términos de género, pero a mayor escala, la sociología persiste así en gran parte en lo que podría llamarse de manera análoga un «modo colonial», que sólo permite un tratamiento limitado de aspectos por largo tiempo catalogados como no modernos o pre modernos y evita una perspectiva global incluyen sobre las jerarquías de poder —ambos componentes cruciales para la teorización sobre las desigualdades sociales.

4. El modelo global: La modernidad es moderna, colonial, racial y sexuada

Para las teorías post y des coloniales,12 el universalismo abstracto del pensamiento de la Ilustración representa una estrategia para enfrentar el golpe geopolítico que sufrió la auto imagen occidental como resultado de la experiencia fundamental de la alteridad planteada por el descubrimiento del Nuevo Mundo. En primer lugar, la idea de una historia universal que subsume a todo el género humano bajo un «proyecto de modernidad (occidental)» con etapas y metas idénticas proporcionaba la retórica legitimizadora para la posterior expansión colonial. Al mismo tiempo, promover la superioridad europea en relación con el Nuevo Mundo requería, primero: traducir la experiencia negativa de la otredad a la idea positiva del «descubrimiento», y segundo, convertir la relación colonial europea en un punto ciego en la auto imagen occidental.

4.1. El descubrimiento de la otredad —implicaciones teóricas sociales

La glorificación del descubrimiento y, paralela a ella, el establecimiento de la hegemonía occidental ocurrieron sin la ayuda de lo que Quijano (2000) ha denominado los mitos fundacionales del eurocentrismo: la noción evolucionista de una secuencia unilineal de etapas que llevan al modelo occidental de modernidad capitalista, y la dualista —que rastrea las diferencias entre los europeos y los no europeos hasta categorías naturales insuperables como primitivo-civilizado, irracional-racional, tradicional-moderno. Ambas introdujeron el planteamiento de la sociología como las dos divisiones principales que caracterizan el orden social moderno (occidental), que era la tarea de una disciplina relacionada con esta nueva forma de sociedad por analizar y describir: la ruptura temporal justificaba la transición evolutiva de la tradición agraria a la modernidad industrial, mientras que la diferencia cultural les daba sentido a las características que diferenciaban las sociedades europeas occidentales del resto del mundo, según el patrón dual anteriormente mencionado. La teorización de estos momentos definitorios de la modernidad occidental constituían por ende un interés tan central para los clásicos de la disciplina desde Marx y Weber hasta Durkheim como supuso para los principales teóricos de la última parte del siglo XX (véase Connell, 1997; Bhambra, 2007a:875).

La noción de la ruptura temporal de Europa occidental con un pasado feudal a favor de un presente moderno permeaba la gama completa de perspectivas para el cambio societario y reverberaba a través de los planteamientos sobre la desigualdad social: Para Marx, el feudalismo y la sociedad industrial moderna representaban instancias en la dialéctica de la lucha de clases que inventaban la historia del mundo moderno. A su vez, la diferencia que establecía Weber entre clase y posición social estaba diseñada para capturar dos momentos en las estructuras de desigualdad de la sociedad premoderna frente a la sociedad moderna, respectivamente, a la vez que permitía una superposición temporal entre las dos. En la posición de Durkheim, el conflicto de clases en las sociedades industriales era simplemente un indicador de las tensiones inherentes a la transición de lo mecánico a la solidaridad orgánica, durante el cual las desigualdades de clase y raza (¡pero no de género!) se reducirían y eventualmente desaparecerían. La dependencia de las categorías analíticas de clase y posición social, incluyendo sus derivados posteriores —entornos, estilos de vida, conducción de la vida— para una explicación de las estructuras de desigualdad, conflicto social y movilidad social, se asume así en una secuencia lineal de cambio desde una sociedad agraria pasando por una sociedad industrial y hasta una post industrial o de servicios, en la que juegan un papel central los procesos de formación de clases, identificación y disolución.

El predominio del empleo industrial post agrario, y, con él, la importancia de la clase en relación con otros procesos de formación de grupos con base en la etnicidad, la filiación racial o la denominación religiosa han sido no obstante únicos para Europa (Therborn, 1995:23ff,65ss.). No sólo ocurrió el avance de una economía agraria a una industrial y finalmente a una de servicios únicamente en Europa, y como tal no puede generalizarse al resto del mundo —aun eso es sólo parcialmente correcto para Europa, si se tienen en cuenta los procesos de reagrarización en la Europa Oriental post comunista (Therborn, 1995:68; Thanner, 1999; Therborn, 2000). Al mismo tiempo, el persistente enfoque en la clase como modelo relevante para el análisis de procesos de estratificación y patrones de conflicto social a lo largo del siglo XX pasa por alto el carácter específicamente europeo del fenómeno de clase, en cuanto resta importancia a los componentes étnicos y raciales del conflicto y la desigualdad y, con ello, a la dinámica del colonialismo. Por un lado, la colonización y la conquista europea en ultramar provocaron la emigración masiva de Europa desde el 1500 hasta la Segunda Guerra Mundial, y por consiguiente amainó las presiones en la distribución del ingreso y el conflicto social dentro del continente. Al mismo tiempo, la migración saliente reforzó la homogeneidad étnica al interior de Europa, que habían logrado crear sucesivas olas de nivelación étnica que se habían presentado en toda Europa hasta mediados el siglo XX (Therborn, 1995:39ss.). De ese modo la organización e identificación de clases ganó preponderancia sobre la fidelidad étnica. Con la inversión de la tendencia migratoria en la segunda mitad del siglo XX hacia la inmigración a gran escala de las antiguas colonias europeas a la metrópoli, el conflicto étnico se hizo notar como un problema en su mayor parte extra europeo que plantea una amenaza creciente para Europa. La conceptualización de la sociedad industrial europea como «moderna» y de las sociedades agrarias no europeas como «premodernas» permite concebirlas como contextos desconectados de desigualdad social, y explicarlas y analizarlas en términos de clase por un lado y de etnicidad/raza por el otro. A su vez, desde una perspectiva postcolonial y descolonial, la etnicidad y la raza no representan categorías relativamente «nuevas» para tener en cuenta en el contexto europeo sólo desde los años setenta, sino como categorías que han ganado más visibilidad sociológica desde esa época debido a que han cobrado importancia en el núcleo geopolítico de la disciplina -Europa oriental (Boatca, 2009).

La diferencia cultural, construida alrededor de la teorización de la superioridad occidental sobre el resto del mundo y de la singularidad de la experiencia occidental, se conceptualizó sobre la base de la dicotomía naturaleza-cultura —que subyace al evolucionismo y al dualismo y al mismo tiempo proporcionó la necesaria articulación entre ellos. Por ende, la reorganización del antiguo principio de la dominación del género alrededor de las nociones contrapuestas de naturaleza y cultura dieron paso al binario naturaleza femenina - cultura masculina, asociando la primera con la zona selvática inmutable e irracional y el caos, y a la última con su opuesto —la dinámica de construcción de un orden social racional. Con el énfasis en la Razón, que, junto a la noción de progreso y la fe en el desarrollo científico caracterizó el pensamiento de la Ilustración europea, la diferencia racional-irracional se convirtió en el par predominante de esta lógica binaria y como tal, en algo central a la conceptualización de la civilización moderna. La creciente pacificación de la sociedad se convirtió así en característica determinante de la transición de un orden social premoderno a uno moderno. Este enfoque exclusivo en los desarrollos intraeuropeos plantea que la modernidad y su Otro pueden entenderse en términos de causalidades endógenas, es decir, en este caso, engendra una indiferencia sistemática de la violencia que los modernos Estados europeos habían perpetrado en las colonias y en otros asentamientos no europeos al mismo tiempo que sociedades nacionales se estaban pacificando gradualmente (Connell, 1997, Knöbl, 2006). En lugar de ello, considerar la violencia privada y la inducida por el Estado —bien sea como conquista, explotación colonial o en su forma extrema de limpieza étnica— como constitutiva de la historia interrelacionada de la modernidad europea y de la expansión colonial europea requiera revisar el vehemente antagonismo que subyace a la distinción «pacíficoviolento » (implícita en «civilizado-bárbaro») como un suplemento necesario de «irracional-racional» y de «tradicional-moderno». La condición de posibilidad de lo amerindio como el primer Otro legítimamente explotable de modernidad fue por ende que la violencia era sacrificial, es decir, que hacía parte de los costos inevitable de la civilización/modernización/desarrollo de lo incivilizado/lo no moderno/lo subdesarrollado (Dussel, 1995:137; Dussel, 2007:195).

La naturalización/culturización de los binarios de género en el proceso de la expansión colonial europea produjo una multiplicidad de jerarquías de la diferencia, organizadas alternativamente alrededor de conceptos de raza, etnicidad o ambos. A su vez, la jerarquización procedía a lo largo de una dimensión espacial (cristianos en el Norte frente a los salvajes en el Sur), una temporal (civilizado en el centro frente a primitivos en la periferia), o una combinación de los dos (desarrollados frente a subdesarrollados), función de la visión europea dominante del mundo en la época (Mignolo, 2000; Boatca, 2008). La experiencia de la otredad puesta en marca por el descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de los europeos se invirtió y se transfirió así a aquellas partes del mundo (colonizadas) que llegaron a concebirse como la antítesis de lo moderno.

4.2. La relación colonial como punto ciego

Claramente, reconceptualizar las dimensiones tradicionales de la desigualdad social a la luz de las relaciones de poder engendradas en el lado colonial de la modernidad no se limita a una mera expansión de la lista desde la clase y la posición social hasta el género, la raza, la etnicidad, la sexualidad y la denominación religiosa. Los datos cuantitativos al menos de una parte de las dimensiones de segundo nivel —de forma más destacada el género, pero también la raza para Estados Unidos y Gran Bretaña— son ya abundantes. Como se ha criticado respecto a los análisis cuantitativos de la posición social como el prestigio, ellos sin embargo sólo ofrecen descripciones del «lado estático de los juegos de roles» (Böröcz, 1997:217), es decir, son reificaciones de los resultados en lugar de análisis de los procesos que conducen a las desigualdades de género, raciales o étnicas.

En lugar de ello, centrarse en los procesos de otrización como prácticas sistemáticas y en el progreso de generización, racialización y etnización permite comprender el aspecto dinámico, más que estático, de la estratificación social. La otrización, como «la determinación de existencia de un grupo de personas identificables como inferiores, desde el punto de vista de un grupo con capacidad de dominio» (Schwalbe, 2000:777), se convirtió en el mecanismo por excelencia para la producción de recursos naturales explotables, económicos y de manos de obra de la modernidad capitalista en expansión desde el siglo XVI. En consecuencia, las condiciones socioeconómicas en las periferias del mundo-sistema así como las relaciones sociales supuestamente no modernas en áreas centrales se relegaron afuera de la modernidad y así se volvieron sistemáticamente invisibles para su marco de análisis sociológico (Connell, 1997). De acuerdo con esto, la mano de obra racialmente segregada en el centro y en la periferia, las burguesías explotadoras en América Latina, las relaciones patriarcales de género en África y Medio Oriente, y la coexistencia de formas de trabajo asalariado y no asalariado en todas las áreas colonizadas se consideraron remanentes feudales y prueba del atraso de la periferia hasta el siglo XX. Como tales, no reunieron las condiciones para considerarse productos de las relaciones de desigualdad bajo el capitalismo y no entraron en su teorización. En consecuencia, la radical reorganización de los criterios de diferenciación que generaron la estructura étnica y racial de las colonias europeas de ultramar, primero, y luego de Otros emergentes adicionales de Europa occidental, como el Oriente, Europa oriental y África, está en su mayor parte inexplicada en el planteamiento de la desigualdad como diferencia social —lo que permanece supuesto en gran parte en una estructura de clase.

De otro lado, se ha empleado la noción de diferencia colonial con este mismo fin en los estudios subalternos indios y en el pensamiento descolonial latinoamericano, pero se le ha dado un alcance diferente en cada uno de ellos. Mientras que Partha Chatterjee (1993) desarrolló el término para aplicarlo a un análisis de las prácticas raciales del Estado colonial en la India estableciendo las diferencias con el Estado moderno (británico), Walter Mignolo (1995) lo propuso como el denominador común de la colonialidad como fenómeno mundial. Así, las desigualdades que resultan de la producción de la diferencia colonial desde la expansión europea en ultramar son ejemplos fundamentales para lo que, en la literatura postcolonial, se ha denominado una y otra vez «silencios», «ausencias» (Santos, 2004:14ss.) o «puntos ciegos» (Hesse, 2007) que ha creado la definición de la modernidad como un logro exclusivamente europeo occidental en el análisis sociológico. En términos generales, la división del trabajo entre el centro y la periferia derivada de esta clasificación planteó la modernidad como el punto de la acumulación de capital, el control político y el estudio científico del resto del mundo, mientras que se relegó la colonialidad del poder económico y estatal (Quijano, 2000), el conocimiento epistemológico y la inferioridad ontológica a la categoría residual indiferenciada de lo no moderno.

Si la sociología nació de una necesidad de entender la modernidad (Baechler, 2007:205), sus categorías de análisis deben reflejar debidamente el carácter racial y colonial de la modernidad. En lugar de ello, en la mayor parte de sus aproximaciones clásicas y contemporáneas a la desigualdad social, la modernidad se agota en ser simplemente moderna o una secuela de ella. Los indicadores aceptables de la modernidad así definida van de las sociedades industriales a las post industriales, de las economías de mercado y los regímenes políticos liberales a los neoliberales, y de las visiones del mundo ilustrado al postmoderno. En sí, ellos no restringen la definición de lo que Enrique Dussel ha llamado la Segunda Modernidad (Dussel, 2007:242ss.), sino que también reducen las categorías por las cuales pueden valorarse en relación con la clase, la posición social o con una variación de ellos. Raza, género y etnicidad son relegados, si acaso, a grados inferiores en una jerarquía de principios analíticos que revela el resistente carácter narcisista de la descripción que de sí misma hace la modernidad.

Vistas desde este punto de observación teórico, la modernidad que debería estudiar una sociología global para abarcar tal multiplicidad de procesos en su desplegar histórico y su interrelación estructural no es, como en la sociología dominante, únicamente moderna, sino también, y necesariamente, colonial, generizada y racial. En lugar de categorías de segundo grado en relación con la clase y la posición social, dichas categorías de análisis como el género, la raza, la etnicidad, la denominación religiosa y la orientación sexual se ven como principios estructuradores básicos de una modernidad esencialmente capitalista y colonial, alrededor de la cual se han definido desde el siglo XVI procesos permanentes de otrización.

Comentarios finales

Hacia finales del siglo XX, Immanuel Wallerstein (1991) había ratificado la necesidad de despensar la ciencia social con el fin de trascender los límites de los paradigmas del siglo XIX que habían configurado el alcance y la metodología de disciplinas como la sociología, la antropología, la historia, la economía y la ciencia política. Percibida como una tendencia en aumento hace sólo una década o menos, la práctica de despensar las categorías teóricas y metodológicas centrales en la sociología como unidad de análisis, la pluralidad —o singularidad—de la modernidad, y sus límites con otras ciencias sociales y las humanidades ha suscitado más generalmente miedos por el surgimiento de una «anti-sociología» (Touraine, 2007:191).

Con respecto a un análisis postcolonialmente sensible de la desigualdad social, como se propuso anteriormente, el acto de despensamiento no es el equivalente de un acto de anarquía, sino un esfuerzo sostenido por llegar a una teoría capaz de abarcar diferentes realidades sociales y acometida con independencia en áreas no centrales del mundo desde el nacimiento mismo de la sociología como disciplina y hasta nuestros días. «Despensar» o «desdisciplinar» los actuales modelos teóricos para hacer que reflejen el impacto que ha tenido el desplazamiento del siglo XVI en las categorías europeas de pensamiento por ende no equivale a anular la sociología como disciplina, sino más bien a llenar los vacíos que hasta ahora han evitado que sea global y realmente «cosmopolita».

Aparte de su impacto en la sociología como disciplina que surgió de un intento institucionalizado por entender precisamente esta modernidad y que aún se define en estos —narcisistas— términos, una crítica postcolonial de las teorías clásicas de la desigualdad que tenga en cuenta la colonialidad en una manera consistente podría lograr una traducción entre la pretensión de universalidad inherente en su actual canon teórico por un lado y los «puntos ciegos» derivados de la particularidad de una sola perspectiva epistemológica por el otro, es decir, entre la sobrerrepresentación de la modernidad y la subrepresentación de la colonialidad. En sí, sería una contribución esencial al despensamiento del paradigma teórico social dominante y la desdisciplinación de las estructuras de conocimiento institucionalizadas de las que depende el proceso de descolonización política, económica, social y epistemológica, de mayor envergadura.


1 Este artículo es producto de la investigación realizada por la autora sobre desigualdad social, desde un enfoque de dependéncia/sistema mundo y con una perspectiva de género.

2 (Nota del Editor) Manuela Boatca, Ph.D., Departamento de sociología, Katholische Universität, Eichstätt- Ingolstadt, Alemania, 2002 y B.A., Filología inglesa y alemana, Departamento de idiomas y litaratura, Universitatea din Bucureşti, Rumania, 1997. Ha investigado sobre sociología política, críticas a las teorías del desarrollo en Europa del Este y América Latina, análisis del sistema-mundo, y estudios post- y decoloniales. Entre sus publicaciones más recientes están: "Semiperipheries in the World-System: Reflecting Eastern European and Latin American Experiences", Journal of World-Systems Research, XII, 2, 2006; "The Eastern Margins of Empire. Coloniality in 19th Century Romania", in: Cultural Studies 20 (4), 2007; Decolonizing European Sociology. Transdisciplinary Approaches (ed. con Sérgio Costa y Encarnación Gutiérrez-Rodríguez), Aldershot, 2009.

3 Especialmente diciente en el contexto del vínculo orgánico de la sociología con la modernidad y Occidente es el hecho de que el alcance mundial de la sociología deba discutirse legítimamente como un nuevo fenómeno de finales del siglo XX y comienzos del XXI (Caillé, 2007:182), de acuerdo con la acusación de que la sociología estaba ausente de los países colonizados y totalitarios hasta que la época de la independencia o de la democratización les permitió convertirse en recipientes del pensamiento sociológico producido en Europa y Norteamérica y distribuido desde esas regiones. En tal posición, Latinoamérica por ejemplo parece tal receptor pasivo del pensamiento social occidental, que por eso sólo comenzó a producir obras sociológicas propias después de la Segunda Guerra Mundial (Touraine, 2007:186).

4 Notables excepciones que confirman la regla son Kreckel, 2004 y Therborn, 2006.

5 Así, una reciente encuesta sobre la desigualdad racial en Brasil revela que «los negros pesan menos al nacer que los blancos, tienen mayores probabilidades de morir antes de completar el primer año de vida, tienen menores probabilidad de frecuentar un jardín infantil y repiten años escolares con mayor frecuencia que los blancos, y por ende dejan la escuela con niveles educativos inferiores a los blancos. Los jóvenes negros mueren en circunstancias violentas en mayor número que los jóvenes blancos y tienen menos posibilidades de encontrar un empleo. Si lo consiguen, reciben menos de la mitad del salario que los blancos [...]. A lo largo de toda su vida, reciben una atención médica más deficiente y terminan viviendo menos y en mayor pobreza que los blancos» (IPEA 2007:281, traducido del portugués por la autora).

6 El enfoque de la más reciente investigación sobre la interseccionalidad en múltiples procesos de discriminación con base en el género, la clase, la raza, la etnicidad y la sexualidad trata de tender puentes así establecidos, pero a menudo termina haciendo frente a categorías de identidad subjetivas definidas en términos de las respectivas diferencias de clase, etnia, raza y género, más que con las causas estructurales que hay tras la distribución desigual de los recursos a lo largo de las líneas de género, raza, etnia y clase. El análisis por consiguiente se ubica en los niveles meso y micro de la identidad y la discriminación, más que en las macroestructuras de la desigualdad (Klinger y Knapp, 2007:36).

7 Según la distinción propuesta por Charles Tilly (2000:784), «Sólidos argumentos funcionales dicen que los contratos sociales existen porque sirven a sistemas generales. Los argumentos funcionales débiles dicen que los contratos sociales existen porque sirven en forma simultánea a actores particulares y producen efectos que a su vez reproducen los contratos sociales».

8 Considerar las categorías como la raza y la etnicidad como dimensiones nuevas o secundarias de la desigualdad social en lugar de integrales al patrón de estratificación social específicamente moderno, y desconocer la dimensión global de los procesos de desigualdad pertenece en consecuencia a lo que Raewyn Connell ha clasificado como los «gestos de la exclusión» de la teoría metropolitana (Connell, 2007:46).

9 El análisis de la raza y la etnicidad, y en ocasiones también del género, ocupó un lugar importante en las obras de los predecesores de la sociología en el siglo XIX, como Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill. El tratamiento del género, la sexualidad y las relaciones de raza fue central incluso para la sociología evolucionista desde Comte y Spencer hasta Sumner, si bien la justificación de las jerarquías así producidas, que a menudo trazaban una línea progresiva desde la negritud y el estancamiento hasta la blanquitud y el progreso social, hizo parte integral del argumento (Connell, 1997:1530ff.). Sin embargo, no se rescató cuerpo de pensamiento alguno en relación con estas categorías en el análisis contemporáneo de la desigualdad social como parte legítima de la tradición clásica en la teoría social europea.

10 El enfoque del colonialismo interno se había desarrollado, sin embargo, en el contexto de Latinoamérica y los Estados Unidos en un comienzo, y por ende, buscaba explicar los contextos postcoloniales y los contextos clásicos de inmigración, respectivamente (véase Hurst, 2007:178).

11 Para hacerse una idea general y consultar una crítica, véase Bergesen y Bata, 2002; Weiß, 2005; Kreckel, 2004, 2006; Schwinn, 2007.

12 El enfoque de los estudios descoloniales, que se originó en América Latina, parte de la crítica del campo anglófono de los estudios postcoloniales, del cual se consideró que privilegió el colonialismo británico en India a costa de otras experiencias coloniales alrededor del mundo. Los estudios descoloniales en consecuencia se centran en los múltiples contextos coloniales y postcoloniales en un intento por dar fuerza a «una diversalidad epistémica de las intervenciones descoloniales en el mundo» (Grosfoguel, 2006:142).


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