Analítica de lo Moderno: Una Introducción1*

Analytics of the Modern: An Introduction

Analítica do Moderno: Uma Introdução

Jonathan Xavier Inda2
University of Illinois, Urbana-Champaign, USA3
jxinda@illinois.edu

1Este artículo ha sido presentado como la introducción al libro editado por el autor titulado Anthropologies of modernity: Foucault, governmentality, and life politics (Malden: Blackwell Publishing). Agradecemos tanto al autor como a la editorial por permitir la publicación de esta traducción.
2Ph.D. En Antropología, University of California, Berkeley, 1997.
3Associate Professor of Latina/Latino Studies.
*Traducido por Mariana Saavedra. Este texto es la traducción de la introducción al libro editado por el autor titulado Anthropologies of modernity: Foucault, governmentality, and life politics (Malden: Blackwell Publishing). Agradecemos tanto al autor como a la editorial por permitir la publicación de esta traducción.

Recibido: 23 de febrero de 2011 Aceptado: 27 de abril de 2011


Resumen:

Este texto plantea la relevancia de abordar la modernidad como objeto etnográfico, esto es, examinarla desde discursos y prácticas situadas. Esta etnografía se inspira en un enfoque foucaultiano donde la gubernamentalidad es una categoría clave. Desde esta perspectiva, se propone un abordaje que examine tres dimensiones analíticas de la modernidad. En primera instancia están las razones de gobierno; esta dimensión reúne todas aquellas formas de conocimiento, de experticia y de cálculo que hacen posible que pensemos a los seres humanos como susceptibles de programación política. En segundo lugar están las técnicas de gobierno; al ámbito de lo técnico pertenecen los mecanismos prácticos, los instrumentos y los programas por medio de los cuales autoridades de distintos tipos buscan dar forma e instrumentalizar la conducta humana. Finalmente están los sujetos de gobierno; esta dimensión cubre los diversos tipos de identidad individual y colectiva que emergen a partir de, y al mismo tiempo sustentan, la actividad gubernamental.

Palabras clave: Modernidad, gubernamentalidad, antropologías de la modernidad, etnografía, Foucault.


Abstract:

This text posits the relevance of addressing modernity as an ethnographic object, that is, to examine it from situated discourses and practices. Such an ethnography draws on a Foucaultian approach with governmentality as a key category. From this perspective, an approach is put forward examining three analytical dimensions of modernity. First, the reasons of government -this dimension joins together all those forms of knowledge, expertise and calculation enabling us to look at human beings as susceptible of being politically programmed. Second, there are the ruling techniques -the scope of technique covers the practical mechanisms, the instruments and programmes through which the various authorities intend to inform and instrumentalize human behavior. Finally, there is the category of government individuals -this dimension covers the distinct types of individual and collective identity arising from and at the same time supporting the governmental activity.

Key words: Modernity, governmentality, anthropologies of modernity, ethnography, Foucault.


Resumo:

Este texto explica à relevância de se abordar a modernidade como objeto etnográfico, isto é, examiná-la a partir de discursos e práticas situadas. Esta etnografia se inspira em um enfoque foucaultiano no qual a governamentalidade é uma categoria chave. Partindo-se dessa perspectiva, propõe-se uma abordagem que examine três dimensões analíticas da modernidade. Em primeira instância estão as razões de governo; esta dimensão reúne todas as formas de conhecimento, de expertise e de cálculo que fazem possível pensar o ser humano como susceptíveis de programação política. Em segundo lugar, estão as técnicas de governo; ao âmbito do técnico pertencem os mecanismos práticos dos instrumentos e dos programas por meio dos quais autoridades de diferentes tipos buscam dar forma e instrumentalizar a conduta humana. Por fim, estão os sujeitos de governo; esta dimensão cobre os diversos tipos de identidade individual e coletiva que emergem a partir, e ao mesmo tempo sustentam, a atividade governamental.

Palavras chave: Modernidade, governamentalidade, antropologias da modernidade,


Este artículo está concebido como una reflexión acerca de la pregunta sobre la modernidad. Tiene dos direcciones generales. Una de ellas es antropológica, lo cual implica tres cosas, para ponerlo de manera simple por el momento. Primero, significa que los ensayos que se reúnen aquí piensan la modernidad no en términos abstractos sino de manera tangible como un objeto etnográfico. En otras palabras, en vez de buscar formular una explicación grandiosa y general de la modernidad, se proponen analizar sus manifestaciones concretas. Segundo, significa también que estos ensayos examinan la materialización de lo moderno no sólo en occidente, como tiende a ser el caso en la mayoría de las disciplinas, sino en el mundo entero. De hecho, el sesgo de este escrito es decididamente global: sus ubicaciones empíricas van desde Italia y Ucrania hasta India, Brasil y Guayana Francesa. Finalmente, el hecho de que su enfoque sea antropológico, significa que en el análisis de la modernidad están en juego el valor y la forma del anthropos o del ser humano (Collier y Ong, 2003; Rabinow, 2003). Dicho de otra manera, la preocupación central de este libro es la constitución moderna de la vida social y biológica del ser humano.

La otra orientación del artículo es foucaultiana. Esto significa que el punto de partida intelectual de los ensayos incluidos en este volumen es el trabajo del filósofo francés Michel Foucault. De particular importancia para estos análisis de la modernidad son las reflexiones de Foucault (2000) sobre el gobierno moderno. En estas reflexiones el término «gobierno» se refiere generalmente a la conducción de la conducta: en otras palabras, a todas aquellas formas de pensar y actuar que han sido en mayor o menor medida calculadas y sistematizadas, y que buscan dar forma, regular, o administrar el comportamiento de otros, ya sean éstos trabajadores de una fábrica, reos de una prisión, pacientes de un hospital mental, habitantes de un territorio o miembros de una población. Entendido de esta manera, «gobierno» designa no sólo las actividades del estado y sus instituciones, sino más ampliamente cualquier esfuerzo racional por influenciar o guiar la conducta de seres humanos por medio de una injerencia sobre sus esperanzas, deseos, circunstancias o entorno. De esta manera, el conjunto de estas reflexiones contiene un esbozo de un tipo de aproximación particular para analizar el poder político moderno; una aproximación en la cual el estado no es más que uno de los elementos que, aunque de gran importancia, es parte de una red múltiple de actores, organizaciones y entidades que están involucradas en el ejercicio de la autoridad sobre la conducta de los individuos y las poblaciones. Las ideas planteadas aquí siguen el estilo particular de investigación que Foucault introdujo para pensar la forma actual de gobernar; analizan aquello que se ha venido a denominar «la voluntad de gobernar» (Rose, 1999:5). hay tres dimensiones del gobierno que son de particular importancia para este tipo de analítica. En primera instancia están las razones de gobierno; esta dimensión reúne todas aquellas formas de conocimiento, de experticia y de cálculo que hacen posible que pensemos a los seres humanos como susceptibles de programación política. En segundo lugar están las técnicas de gobierno; al ámbito de lo técnico pertenecen los mecanismos prácticos, los instrumentos y los programas por medio de los cuales autoridades de distintos tipos buscan dar forma e instrumentalizar la conducta humana. Finalmente están los sujetos de gobierno; esta dimensión cubre los diversos tipos de identidad individual y colectiva que emergen a partir de, y al mismo tiempo sustentan, la actividad gubernamental.

En resumidas cuentas, los planteado aquí aquí viene a ser lo que se podría llamar antropologías foucaultianas de la modernidad. Se ocupan de someter al gobierno moderno -pensado como un campo heterogéneo de pensamiento y acción- al escrutinio etnográfico en una variedad de entornos empíricos. En este texto, me gustaría dar cuenta de estas antropologías foucaultianas; empezaré por detallar un poco más el pensamiento de Foucault con respecto al tema del gobierno moderno y a lo que él llama la gubernamentalidad. Dedicaré algo de atención a la forma en que el poder político se ha asignado a sí mismo la tarea de administrar la vida. Posteriormente, elaboraré estas tres dimensiones analíticas que son el tema principal de los ensayos (las razones, las técnicas, y los sujetos de gobierno), articuladas a un corpus de trabajos interdisciplinarios que se desarrollan alrededor del trabajo de Foucault. En la sección final, llevaré a cabo una discusión de las antropologías que componen este volumen, discusión que se centrará en cinco temas: el colonialismo, la globalización, la ciencia, la biosocialidad y la necropolítica.

Foucault y el arte de gobernar

El pensamiento de Foucault sobre el tema del gobierno moderno se articula más comprensivamente en una serie de conferencias dictadas en el Collège de France en 1978 y 1979. La más importante de estas conferencias es la que lleva el título «La Gubernamentalidad» (20004 [1999]*) y en ella Foucault aplica su análisis genealógico al arte de gobernar. Su punto de partida es localizar la aparición de este arte en la Europa del siglo XVI; en este momento, como se señala en numerosos tratados políticos de la época, proliferaron con particular fuerza ciertas preguntas sobre el gobierno. Estas preguntas -que se formulaban alrededor de quién puede gobernar, cuál es la mejor manera de gobernar, cómo se debe ser gobernado, y como gobernarse a sí mismo y a los otros- se discutían con respecto a una amplia gama de asuntos: desde la manera más apropiada de manejarse a sí mismo y el buen gobierno de los niños, hasta la administración correcta del estado por el soberano. Este intenso interés por las preguntas de gobierno se dio en gran parte debido a dos desarrollos sociales importantes: el primero fue el desmonte de las instituciones feudales que llevó a la formación del estado moderno; el otro fue la reforma y la Contra-reforma que resultaron en una creciente disidencia religiosa. Foucault articula este hecho como: «movimiento, por un lado, de concentración estatal; movimiento, por otro, de dispersión y de disidencia religiosa: es ahí, creo, en el cruce entre esos dos movimientos, donde se plantea, con esa particular intensidad del siglo XVI, el problema de "cómo ser gobernado, por quién, hasta qué punto, con qué fines, por qué métodos"» (2000:202 [1999:176]).

La aparición de preguntas con respecto al gobierno, señala para Foucault un cambio importante en el pensamiento sobre el gobierno político: el cambio de una noción de poder soberano a un arte de gobernar. Foucault explora este cambio por medio de un análisis de El príncipe de Maquiavelo y muestra cómo la idea de arte de gobernar surgió en explícita oposición a la teoría de gobierno soberano articulada por Maquiavelo. En el pensamiento de Maquiavelo, la meta fundamental del príncipe en su ejercicio de poder era proteger y fortalecer su principado, este último entendido no como «el conjunto constituido por los súbditos y el territorio, el principado objetivo, si se quiere, sino como la relación del príncipe con su posesión: ese territorio que ha heredado o que ha adquirido y los súbditos que le están sometidos» (2000:205 [1999:179]). La idea aquí es que la soberanía se ejerce primero sobre un territorio y sólo en consecuencia sobre los súbditos que lo habitan. El elemento fundamental del principado maquiavélico es de hecho el territorio, lo demás no es sino una variable. Esto no quiere decir que los súbditos no importen; de hecho sí importan, pero sólo en lo que tiene que ver con la ley. Subyacente a esto está la idea de que el derecho del soberano a gobernar debe estar fundamentado en una noción del bien común. Según esta noción, «se ve que hay bien común cuando los sujetos obedecen todos y sin desfallecer a las leyes, ejercen bien los cargos que se les otorgan, practican bien los oficios a los que están destinados, respetan el orden establecido, en la medida al menos en que este orden es conforme a las leyes que dios ha impuesto a la naturaleza y a los hombres» (2000:210 [1999: 185]). El bien común significa entonces, en otras palabras, el cumplimiento de la ley, ya sea la del soberano profano, o la de dios, el soberano supremo. Esto sugiere que, en lo que tiene que ver con los habitantes de un territorio, lo que realmente importa es que se observe la ley, lo cual indica que lo que es mejor para el príncipe es que la gente le obedezca. El objetivo de la soberanía es entonces preservar el principado (o territorio) y por ende someter también a las personas a la ley. Su fin es en realidad la auto-preservación por medio de la fuerza de la ley.

La idea del arte de gobernar se contrapone de manera drástica a esta noción de poder soberano que se articula en El príncipe. En la literatura política antimaquiavélica, el hecho de poder conservar un principado no quiere decir lo mismo que poder disfrutar del arte de gobernar. Una diferencia crucial es que mientras la soberanía se ejerce sobre el territorio, y en consecuencia sobre los súbditos que viven en él, el gobierno se aplica a un complejo conjunto constituido por hombres y su relación con las cosas. Como nos dice Foucault:

[...] a lo que se refiere el gobierno no es, por tanto, el territorio, sino una especie de compuesto constituido por los hombres y las cosas. Es decir, que las cosas de las que el gobierno debe hacerse cargo son los hombres, pero en sus relaciones, sus vínculos, sus imbricaciones con esas cosas que son las riquezas, los recursos, las provisiones, el territorio, por supuesto, en sus fronteras, con sus condiciones, su clima, su aridez, su fertilidad; son los hombres en sus relaciones con esas diferentes cosas que son los usos, las costumbres, los hábitos, las maneras de hacer o de pensar, y finalmente, son los hombres en sus relaciones también con esas otras cosas que pueden ser los accidentes o las desgracias, como el hambre, las epidemias o la muerte (Foucault, 2000: 208-209 [1999: 183-184]).

Lo importante aquí es que para el gobierno el asunto del territorio es un asunto secundario; lo que realmente cuenta es ese complejo de hombres y cosas. Este complejo es, de hecho, el blanco fundamental del gobierno. Todo lo demás, incluyendo el territorio, es simplemente una variable. Una segunda diferencia clave es que mientras el propósito de la soberanía es el bien común, el objeto del gobierno es la disposición eficiente y productiva de las cosas, lo cual significa que, en lo que tiene que ver con el gobierno, no se trata de imponer una ley sobre las personas, sino de arreglar las cosas para que produzcan un fin que sea apropiado y conveniente para cada una de las cosas que está siendo gobernada. hay una multiplicidad de metas específicas que se ven implicadas en este arreglo: «por ejemplo, el gobierno tendrá que actuar de manera que se produzca la mayor riqueza posible, que se proporcione a la gente recursos suficientes, o incluso los mayores recursos posibles; el gobierno, en fin, tendrá que hacer que la población pueda multiplicarse» (Foucault, 2000:211 [1999: 186]). Puesto de otra manera, disponer de las cosas implica manejar de manera apropiada la riqueza y los recursos, las formas de vida y habitación, y todas aquellas eventualidades -accidentes, epidemias, la muerte y demás- que le suceden a los seres humanos. Para el gobierno, entonces, ni el territorio ni la ley tienen mucha importancia; lo importante es que los hombres y las cosas sean administrados de manera correcta y eficiente.

Este pensamiento con respecto al arte de gobernar, según Foucault, no se limitaba a un ejercicio puramente intelectual. Desde el siglo XVI, éste ha estado vinculado a la formación del estado territorial administrativo y al crecimiento de los aparatos de gobierno. En primera instancia, el arte de gobernar se preocupó por introducir la economía a la práctica política, entendiendo por «economía» aquí la definición original de manejo sabio de los individuos, los bienes y la riqueza de una familia. Esto quiere decir que la preocupación inicial fue por incorporar a nivel de todo el estado «una forma de vigilancia, de control, no menos atenta que la del padre de familia sobre todos los de casa y sus bienes» (2000:207 [1999: 182]). Sin embargo, con la expansión del capitalismo y el crecimiento demográfico del siglo XVIII, la práctica del arte de gobernar cambió de enfoque: el tema de la familia se vio suplantado por el tema de la población. Sucedió que, por medio de la representación estadística, la población fue identificada como una objetividad específica: como una entidad que tenía «sus regularidades propias: su número de muertos, su número de enfermedades, sus regularidades de accidentes» (2000:216 [1999: 191]). De esta manera, se demostró que el dominio de la población tenía su propio rango de efectos conjuntos -como epidemias, espirales ascendientes de riqueza y trabajo, y niveles endémicos de mortalidad- que no son reducibles a la dimensión de la familia. Esta representación llevó al establecimiento de la población como un ensamblaje de más alto orden, en el cual la familia no era más que un componente, haciendo así que ésta se viese desplazada de su posición suprema de modelo de gobierno, para convertirse en un elemento interno de la población. Una vez llevado a cabo este desplazamiento, la práctica del arte de gobernar se preocupó cada vez más por la población en la medida en la que su propósito principal llegó a ser el de gestionar tales ensamblajes, de manera que estos aumentaran su prosperidad, longevidad, seguridad, productividad y demás. Como anota Foucault:

[...] la población va a aparecer como el fin último por excelencia del gobierno: porque, en el fondo, ¿cuál puede ser su meta? Ciertamente no la de gobernar, sino la de mejorar el destino de las poblaciones, aumentar sus riquezas, la duración de su vida, su salud; y los instrumentos que el gobierno se otorgará para obtener estos fines son, de algún modo, inmanentes al campo de la población, ya que esencialmente sobre ella obrará directamente mediante campañas, o más aún, indirectamente mediante técnicas que permitirán, por ejemplo, estimular, sin que las gentes se den cuenta de ello, la tasa de natalidad, o dirigiendo hacia tal o cual región, hacia tal actividad los flujos de población (2000:216-217 [1999: 192]).

La población emerge entonces, a partir del siglo XVIII, como el terreno por excelencia del gobierno. Ésta se convierte en el objeto que el gobierno debe siempre tener en mente en cuando a conocimiento y práctica, si quiere ser capaz de una administración racional y efectiva.

Es importante destacar aquí que, en la medida en que el cuidado y el crecimiento de la población se convierten en preocupaciones fundamentales del gobierno, aparece una nueva tecnología de poder. Foucault llama a esta tecnología «biopoder». En Historia de la sexualidad, comenta que el biopoder designa «lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana» (1980:143 [1977: 173]). El punto es que lo que está en juego en la gestión de las poblaciones no es otra cosa que la vida misma, los procesos vitales de la existencia humana son lo que realmente importa a la hora de gobernar. Esta tecnología del biopoder ha asumido dos formas básicas: la primera forma, que Foucault llama una «biopolítica de la población» o simplemente «biopolítica», se ocupa de la población «en el nivel de sus efectos conjuntos» (2000: 219). Aquí el biopoder tiene como blanco a la población concebida como miembro de una especie, un cuerpo-especie: «el cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar» (1980:139 [1977: 168]). Puesto de otra manera, la biopolítica se ocupa de los procesos biológicos de un cuerpo social colectivo; se ocupa de regular los fenómenos que caracterizan a los grupos de seres humanos vivientes: la reproducción y la sexualidad humana, el tamaño y calidad de la población, la salud y la enfermedad, las condiciones de vida y de trabajo, el nacimiento y la muerte, y demás. La meta: optimizar la vida de la población entera. La segunda forma de biopoder, que Foucault llama «anatomopolítica del cuerpo humano» o simplemente «disciplina», «quiere decir gestionar [la población] igualmente en profundidad, con delicadeza y en detalle» (2000:219 [1999: 194]). En esta instancia el biopoder no se centra en la población como tal, sino en los cuerpos individuales que la componen. De hecho, el foco de la disciplina no es la masa colectiva sino el cuerpo humano individual: el cuerpo entendido como un objeto a ser manipulado. La meta de la disciplina es producir seres humanos cuyos cuerpos sean al mismo tiempo útiles y dóciles. Es también optimizar la vida del cuerpo: aumentar sus capacidades, exprimir sus fuerzas y aumentar su utilidad y docilidad. De esta manera, el biopoder no viene a ser otra cosa que el poder político haciéndose cargo de la vida; apunta a la manera en que el gobierno se ha asignado la responsabilidad de administrar los cuerpos y gestionar la vida colectiva.

Éste es entonces el análisis genealógico que Foucault hace del arte de gobernar. Lo que podemos sacar de este análisis es un particular entendimiento del poder político moderno al cual Foucault denomina «gubernamentalidad». hay, por lo menos, tres elementos importantes de la gubernamentalidad. Un elemento es que al término «gobierno» se le asigna el significado más amplio que tenía en el siglo XVI. Se refiere esencialmente a la conducción de la conducta: a aquellas formas premeditadas y calculadas de pensamiento y acción, que en mayor o menor medida tienen como propósito dar forma, regular y administrar la conducta de individuos y grupos con respecto a fines o metas específicas. En otras palabras, el gobierno dirige nuestra atención de manera amplia a cualquier esfuerzo racional por influenciar o guiar el comportamiento de otros, sean trabajadores, niños, comunidades, familias o enfermos, por medio de acciones sobre sus esperanzas, deseos o entorno. Un segundo elemento es el rechazo a reducir el poder político a las actividades del estado; gobernar, queriendo decir con esto regular la conducta es, de hecho, para Foucault, no meramente algo que pertenezca al estado y sus instituciones, sino que involucra una multiplicidad de entidades heterogéneas: desde políticos, filántropos y burócratas del estado, hasta académicos, clérigos, y médicos. De esta manera, a la hora de pensar el poder gubernamental no debemos considerar solamente al estado sino también a todos estos otros actores, organizaciones y agencias que se ocupan de ejercer autoridad sobre la conducta de los seres humanos. El punto es simplemente que el gobierno tiene lugar tanto dentro como fuera de los contextos del estado. El tercer elemento es que el foco principal del gobierno es la población; esto implica que las autoridades políticas y demás autoridades entienden que gobernar requiere actuar sobre aspectos específicos de la conducta humana con el propósito de mejorar la seguridad, la longevidad, la salud, la prosperidad y la felicidad de las poblaciones. A fin de cuentas, entonces, la gubernamentalidad llama la atención sobre todas esas estrategias, tácticas y autoridades -tanto del estado como fuera de él- que buscan amoldar la conducta individual y colectiva para salvaguardar el bienestar de todos y cada uno.

Una analítica

El trabajo de Michel Foucault sobre el gobierno moderno ha sido importante en la producción de un prolífico corpus de análisis político, social y cultural. Para no complicarnos, nos referiremos a esta literatura interdisciplinaria como gubernamentalidad. Los autores de la gubernamentalidad, como es de esperarse dada la discusión en curso, se han preocupado sobre todo por explorar aquellas prácticas que tienen como blanco/foco la riqueza, salud, seguridad y felicidad de las poblaciones; más específicamente, se han ocupado de estudiar los ensamblajes de autoridad, conocimiento y técnica que buscan dar forma a la conducta de los individuos y al bienestar colectivo. De esta manera, han llamado la atención sobre los vínculos intrínsecos entre las estrategias de conocimiento y direccionamiento de entidades de gran escala y los planes para administrar las acciones de seres humanos particulares, así como a la forma en que la conducta y las circunstancias de los individuos se conectan con la seguridad y bienestar de la población completa. Con este tipo de enfoque en mente, intelectuales de una variedad de disciplinas han producido importantes estudios sobre un amplio rango de temas incluyendo: espacio y planeación urbana (rabinow, 1989); psiquiatría, medicina y psicología (Castel, 1981; ong, 1995; rose, 1998); pobreza e inseguridad (Dean, 1991; Procacci, 1993); seguridad social y riesgo (Ewald, 1986; Defert, 1991); regulación de la maternidad y la reproducción (Horn, 1994; Weir, 1996; ruhl, 1999; Greenhalgh, 2003); el colonialismo (Stoler, 1995; Kalpagam, 2002); y la regulación del desempleo (Walters, 2000). La perspectiva de estos estudios no llega a conformar una metodología formal o una teoría del gobierno unificada. Es, de hecho, una perspectiva que concibe el gobierno como un campo heterogéneo de pensamiento y acción; que llama la atención sobre una multiplicidad de autoridades, conocimientos, estrategias y dispositivos que han buscado gobernar la conducta con fines específicos. Sin embargo, es posible identificar por lo menos tres temas analíticos íntimamente interrelacionados, alrededor de los cuales se han organizado estos análisis. Pienso que revisar estos temas puede ayudarnos a establecer las metas y límites de las ideas que componen este artículo.

Razones

El primer tema analítico de la literatura sobre gubernamentalidad se desarrolla alrededor de las razones o racionalidades de gobierno. Según nikolas rose y Peter Miller, dos de los primeros proponentes de este enfoque sobre gubernamentalidad, este ámbito designa:

los campos discursivos cambiantes dentro de los cuales el ejercicio del poder se conceptualiza, las justificaciones morales de formas particulares del ejercicio del poder por diversas autoridades, nociones de las formas apropiadas, objetos y límites de la política, y concepciones de la distribución apropiada de las tareas entre los sectores seculares, espirituales, militares y familiares (1992: 175).

De acuerdo con esto, las racionalidades políticas pueden ser conceptualizadas como maquinarias intelectuales, que hacen que la realidad sea pensable en términos que la hacen calculable y gobernable. Apuntan a las formas de razonamiento político acopladas en el discurso gubernamental, al lenguaje y el vocabulario del gobierno político, a la constitución de campos y objetos manejables, y a las formas variables de verdad, conocimiento, y experticia que autorizan la práctica gubernamental. Las racionalidades políticas, en resumen, se refieren al campo dentro del cual yace la multiplicidad de esfuerzos por racionalizar la naturaleza, los mecanismos, las metas y los parámetros de la autoridad gubernamental.

Los autores de la gubernamentalidad han tenido dos importantes preocupaciones con respecto a este primer tema analítico. La primera preocupación es por el carácter epistemológico de las razones políticas (Rose y Miller 1992; dean 1999); lo que les interesa, es la forma en que estas racionalidades fomentan y se apoyan al mismo tiempo en diferentes formas de conocimiento y experticia, como la psicología, la medicina, la sociología, la política pública y la criminología. Los saberes de este tipo encarnan las formas específicas de entender los objetos de la práctica gubernamental -los pobres, los vagos, la economía, la sociedad civil y demás- y estipulan las formas apropiadas para su administración. Además de esto, estas formas de conocimiento definen los fines y metas del gobierno, y determinan el lugar institucional de quienes están autorizados a enunciar la verdad sobre los objetos gubernamentales. Los autores de la gubernamentalidad se ocupan entonces de la forma en que prácticas de gobierno, regímenes específicos de verdad y la vocación de un número de expertos y autoridades, están entrelazadas. Su preocupación es «analizar lo que cuenta como verdad, quién tiene el poder de definir la verdad, el rol de las diferentes autoridades de verdad y las condiciones epistemológicas, institucionales y técnicas para la producción y la circulación de verdades» (Rose, 1999:30). Estos autores resaltan cómo, para poder gobernar eficazmente, se hace necesario «saber». Muestran también cómo la actividad de gobernar es posible sólo dentro de regímenes epistemológicos de inteligibilidad particulares y cómo todo gobierno depende positivamente de la elaboración de lenguajes específicos para representar y analizar la realidad de modo que ésta se disponga para la programación política.

El otro asunto de importancia para los autores de la gubernamentalidad es el hecho de que las razones políticas están siempre orientadas hacia problemas (Rose y Miller, 1992; Dean, 1999). Ellos manifiestan que el gobierno es inherentemente una esfera de actividad problematizante: una esfera en la cual las responsabilidades de las autoridades administrativas tienden a enmarcarse en términos de problemas a ser resueltos. Estos problemas se formulan en general en relación con eventos específicos, como epidemias, disturbios urbanos y bajas en la economía, o con respecto a ámbitos particulares de la experiencia: el urbanismo, la pobreza, el crimen, el embarazo adolescente y demás. La meta de la práctica gubernamental es articular la naturaleza de estos problemas y proponer soluciones para ellos. Guiada por esta perspectiva de gobierno, la literatura gubernamental tiende a explorar cómo ciertos eventos, procesos y fenómenos llegan a ser formulados como problemas. A menudo se preocupan también por investigar los lugares en que se da forma a estos problemas y las diferentes autoridades que se encargan de verbalizarlos. Enfocarse en el gobierno quiere decir entonces -por lo menos en cierto nivel- prestar atención a sus problematizaciones: a las maneras en que los intelectuales, los analistas políticos, los psiquiatras, los trabajadores sociales, los médicos, y otras autoridades gubernamentales, conceptualizan ciertos objetos como problemas. Significa enfocarse en cómo el gobierno está siempre comprometido con la clasificación de la experiencia como problemática.

Técnicas

El segundo tema analítico de la literatura sobre gubernamentalidad involucra las técnicas y tecnologías de gobierno. Esto quiere decir, las formas en las que el gobierno toma una forma tecnológica y pragmática. Lo tecnológico es el campo de los mecanismos prácticos, los dispositivos, los cálculos, los procedimientos, los aparatos y documentos «por medio de los cuales las autoridades de diferentes tipos buscan dar forma, normalizar e instrumentalizar la conducta, el pensamiento, las decisiones y aspiraciones de otros con el propósito de lograr objetivos que ellos consideran deseables» (Rose y Miller, 1990:8). Es este complejo de técnicas, instrumentos, medidas y programas el que busca traducir el pensamiento a la práctica y de esta manera actualizar las razones políticas.

La preocupación de los teóricos de la gubernamentalidad por el ámbito tecnológico se revela de manera más clara en dos formas. La primera es por medio de la atención que se le ha prestado a instrumentos técnicos específicos; instrumentos tales como los métodos de examen y evaluación, las técnicas de notación, enumeración y cálculo, los procedimientos de contabilidad, las rutinas de tiempo y espacio para lugares específicos, las formas de presentar la información como tablas y gráficos, las fórmulas para organizar el trabajo, las tácticas estandarizadas para entrenamiento y la implantación de hábitos, las técnicas pedagógicas, terapéuticas y punitivas para la reforma y la cura, las formas arquitectónicas por medio de las cuales se llevan a cabo intervenciones (por ejemplo, las aulas de clase y las prisiones) y los vocabularios profesionales (Miller y Rose, 1990; Rose, 1996, 1999; Dean, 1999). Los instrumentos técnicos, que Bruno Latour (1986) ha llamado inscripciones materiales, son de particular importancia. Estas son herramientas de uso común como encuestas, informes, metodologías estadísticas, panfletos, manuales, planos arquitectónicos, reportes escritos, dibujos, fotografías, números, reglas y normas burocráticas, tablas, gráficos y estadísticas, entre otros, que presentan los eventos y fenómenos como información, datos y conocimiento; estos humildes dispositivos técnicos hacen que los objetos sean «visibles», proveen a las cosas de una forma calculable y programable. Son así los implementos materiales que hacen posible que el pensamiento actúe sobre la realidad. El hecho de que la literatura sobre gubernamentalidad se preocupe por las tecnologías de gobierno llama la atención sobre la importancia de los medios técnicos por los cuales se dirigen las acciones de los individuos y las poblaciones ya que el gobierno de la conducta no sería posible sin estos instrumentos.

La otra forma en la que los autores de la gubernamentalidad manifiestan su preocupación por lo tecnológico es por medio de un enfoque sobre el carácter programático del gobierno: esto se refiere a las formas en las que se tiende a conceptualizar el gobierno de forma programática. Lo programático se puede entender como aquel:

ámbito de los diseños propuestos por filósofos, economistas políticos, fisiócratas y filántropos, informes del gobierno, comités de pesquisa,informes Blancos, propuestas y contra-propuestas hechas por organizaciones de negocios, trabajo, finanzas, caridades y profesionales, que buscan configurar escenarios y relaciones que se consideran deseables (rose y Miller, 1992:181).

El gobierno es programático en el sentido que asume que lo real puede ser programado, que se puede pensar de manera que sea susceptible de diagnósticos, reformas y mejoras. Este carácter programático se manifiesta de manera más clara en los programas específicos del gobierno: en los planes prácticos para reformar la realidad. Los teóricos de la gubernamentalidad prestan particular atención a estos programas de gobierno y se enfocan en la manera como estos planes conceptualizan, administran y se esfuerzan por resolver problemas concretos a la luz de metas específicas. Adicionalmente, miran cómo los programas específicos dan forma a los entornos y circunstancias de actores concretos para modificar su conducta en modos muy precisos. En resumen, el énfasis en lo programático resalta la disposición siempre optimista del gobierno, su creencia firme en que la realidad puede ser manejada siempre de una manera mejor y más efectiva, y en que por este medio se pueden alcanzar los fines deseados.

Sujetos

El tercer tema analítico de la literatura sobre gubernamentalidad tiene que ver con los sujetos de gobierno. Esto quiere decir, con los distintos tipos de seres, personas, actores, agentes o identidades que surgen y sustentan la actividad gubernamental. Como nos indica Michael dean, los teóricos de la gubernamentalidad tienden a preguntarse con respecto a este último tema:

¿Qué tipos de persona, ser e identidad presuponen las diferentes prácticas de gobierno y qué tipo de transformaciones buscan estas prácticas?¿Qué estatus, capacidades, atributos y orientaciones se asumen de aquellos que ejercen la autoridad (desde políticos y burócratas hasta profesionales y terapistas) y de aquellos que son gobernados (trabajadores, consumidores, pupilos y beneficiarios de las ayudas sociales?¿Qué formas de conducta se esperan de estos?¿Cuáles son sus deberes y derechos?¿Cómo se fomentan estas capacidades y atributos?¿Cómo se hacen cumplir estos deberes y se garantizan estos derechos?¿Cómo se problematizan ciertos aspectos de la conducta?¿Cómo se procura después reformarlos? ¿Cómo se logra que ciertos individuos y poblaciones se identifiquen con ciertos grupos para convertirse en ciudadanos virtuosos y activos, y todo lo demás? (1999:31).

Enfocarse en los sujetos de gobierno implica, en un nivel, dirigir la atención hacia cómo las prácticas y programas gubernamentales buscan cultivar tipos particulares de individuos y de identidad colectiva, así como formas de agencia y de subjetividad. Significa también hacer énfasis sobre cómo el gobierno está íntimamente involucrado en la formación de sujetos modernos, ya sea como trabajadores, ciudadanos, consumidores, estudiantes, u otros. La importancia de esta formación de sujetos es que por medio de ella -o sea, por medio de la asociación de individuos a identidades particulares, al hacer que ellos tengan una experiencia de sí mismos como tipos específicos de seres con capacidades y características particulares-, el gobierno tiene la capacidad de dar forma a la conducta humana de manera que dé lugar al bienestar individual y colectivo. En otro nivel, enfocarse en los sujetos de gobierno es preguntarse cómo agentes particulares cultivan su «propio» ser e identidades. La idea aquí es que, aunque las prácticas gubernamentales puedan buscar crear tipos específicos de sujetos, esto no significa que su éxito esté garantizado. Los individuos tienen la capacidad de negociar los procesos a los cuales son sometidos, y de hecho lo hacen. Para los autores de la gubernamentalidad es entonces importante mirar no sólo las formas de identidad individual y colectiva que promueven las prácticas de gobierno, sino también las diferentes formas en que agentes particulares negocian estas formas: cómo las acogen, adaptan o rechazan.

La antropología y las prácticas de la modernidad

Tomando como inspiración a Foucault y la literatura sobre gubernamentalidad, los ensayos incluidos en este libro se ocupan fundamentalmente de examinar la moderna voluntad de gobernar5 y la manera en la que se aproximan a ésta es de corte antropológico. En este sentido, por «antropológico» me refiero a que, en primer lugar, estos ensayos tratan el asunto del gobierno moderno como un objeto etnográfico entendiendo que esto último tiene una connotación particular en este caso. El propósito de estos ensayos no es describir un lugar y su gente -nvestigar una etnia- ni es una búsqueda de significado -investigar una cultura- que es lo que normalmente se entiende cuando se invoca la palabra «etnografía». Al contrario, la preocupación de los capítulos a continuación es la materialidad, es examinar las manifestaciones concretas del gobierno moderno, y la manera en que se materializa en prácticas muy específicas. Las prácticas en las que estas ideas se enfocan de manera general corresponden a los tres temas analíticos que presenté anteriormente. Estos son: razones, técnicas y sujetos de gobierno. De acuerdo con esto, los ensayos prestan atención en mayor o menor medida a la problematización, formas de experticia y diferentes tipos de saber que hacen que los seres humanos sean pensables como objetos gobernables; a los mecanismos, instrumentos y programas prácticos por medio de los cuales las autoridades buscan actualizar racionalidades políticas específicas; y a los diversos tipos de identidad individual y colectiva que las prácticas específicas de gobierno se esfuerzan por moldear con el propósito de instrumentalizar la conducta humana. Que su naturaleza sea antropológica también implica que los ensayos incluidos aquí no se conforman con limitar sus análisis del gobierno moderno simplemente a contextos «occidentales» (por ejemplo, Estados Unidos o Europa). Al contrario, cuando se juntan todos, constituyen una perspectiva global cuyas ubicaciones empíricas incluyen Sri Lanka, Guayana Francesa, Francia, Malasia, indonesia, África, Brasil, Guatemala, Italia, Ucrania y Estados Unidos. Lo que pretenden hacer, debo decir, no es «describir» estos lugares, sino ver estos sitios como entornos y contextos en los que, y por medio de los cuales, se lleva a cabo el gobierno. De hecho, veremos cómo ese entorno -el medio en sí, la ubicación, las particularidades locales- tiene gran importancia a la hora de gobernar. Finalmente, ser de naturaleza antropológica significa que en el corazón de las preguntas acerca del gobierno moderno está el anthropos o ser humano. Una de las preocupaciones centrales de estos ensayos es cómo las prácticas de gobierno ponen la vida social y biológica en cuestión. En otras palabras, es una preocupación por la problematización de los seres humanos como ciudadanos, objetos de conocimiento, entidades vivas y blancos de la regulación, entre otras cosas. En resumidas cuentas, como anoté anteriormente, las ideas de este trabajo se preocupan por poner bajo el escrutinio de la etnografía las prácticas del gobierno moderno en una amplia gama de lugares empíricos, cuyo conjunto conforma lo que he decidido llamar las antropologías foucaultianas de la modernidad.

Razones Coloniales

Este escrito se divide en cinco secciones temáticas. La primera sección se ocupa en gran parte de extender la visión geográfica de la modernidad, que Foucault presenta en su genealogía de la gubernamentalidad. El problema con esta genealogía es que hay en ella un silencio desconcertante en lo que se refiere a la emergencia del gobierno moderno por fuera de la geografía de occidente. Es como si la gubernamentalidad fuese simplemente un producto de Europa moderna, que se constituyó totalmente dentro de sus fronteras. Las ideas de esta sección rectifican esta presunción eurocéntrica, al enfocarse en el recorrido que ha hecho la gubernamentalidad en las colonias y por ende llaman la atención sobre cómo las avanzadas coloniales fueron claves en el desarrollo de las prácticas gubernamentales modernas.

En el capítulo 1, david Scott aborda la relocalización [relocation] de la gubernamentalidad en el contexto colonial, enfocándose en el caso del gobierno británico en Sri Lanka. Uno de los propósitos principales de este ensayo es mostrar que «para entender el proyecto del poder colonial en cualquier momento histórico, se debe entender el carácter de la racionalidad política que lo constituye». Para ilustrar este punto, Scott discute dos racionalidades políticas que operan en la Sri Lanka colonial. La primera es el mercantilismo o la soberanía, que es una racionalidad que prevaleció entre 1796 y 1832, en la cual el principal objeto del poder colonial era la «extracción de tributo» para ser destinado a la defensa y el enriquecimiento del estado y del monarca. En consecuencia, las formas de vida de la población colonizada -sus hábitos, formas de distinción y creencias religiosas- no tenían un papel importante en los cálculos coloniales en la medida en que lo importante era simplemente que los súbditos coloniales «supieran su lugar» y «obedecieran cuando se les mandaba». La segunda racionalidad es la gubernamentalidad. Bajo esta racionalidad que entró en vigor después de 1832, el poder colonial ya no se enfocaba en la extracción de riqueza, sino que sus propósitos se enfocaron en mejorar las condiciones sociales de la población. En la medida en que este mejoramiento implicaba modificar la conducta y hábitos de los colonizados, su meta era producir -por medio de tecnologías, instituciones y nuevas formas de conocimiento- sujetos que se interesaran en sí mismos «con un deseo progresivo por la industria, la regularidad y los logros individuales».

En el capítulo 2, Peter redfield confronta la relocalización colonial de la gubernamentalidad al explorar la colonia penal en Guayana Francesa. El punto de partida de esta exploración es Vigilar y Castigar, de Foucault (1979). En este libro, cuyo enfoque es el nacimiento de la prisión, aunque Foucault menciona que la deportación de criminales a las colonias de ultramar constituía una alternativa a su detención en prisiones, descarta, sin embargo, de manera ligera esta práctica considerándola «una forma rigurosa y distante de encarcelamiento», que no aportaba mucho a la colonización o la economía (1979: 272, 279). redfield cuestiona esta forma de descartar el asunto y toma en serio la emergencia de la colonia penal como una alternativa colonial viable a la prisión. Su argumento fundamental es que la colonia penal, instituida en la Guayana Francesa, constituía una forma negativa de gubernamentalidad. La lógica del argumento es la siguiente: una de las metas principales de los administradores franceses era fomentar la vida de población presa y buscaban así lograr su cometido adecuando el medio físico y social para que se favoreciera la producción de sujetos rehabilitados, capaces de sobrevivir y de cuidarse a sí mismos. Sin embargo, lejos de ser una tecnología que cultivara el bienestar de la gente, la colonia penal terminó siendo una maquinaria de enfermedad que produjo altas cifras de mortalidad y normas de salud deficientes, lo cual es muestra del vacío que existe entre las metas dispuestas y los efectos en la realidad. Según redfield, esto sugiere que «en lugar de gubernamentalidad lo que tenemos aquí es su impresión en negativo: una gubernamentalidad que no logra su cometido». Esto indica que las racionalidades políticas del poder colonial contienen en sí mismas la posibilidad de la ineficiencia, del mal manejo, de la imperfección y del fracaso.

Gobierno global

La segunda sección de este libro se ocupa de situar las prácticas del gobierno moderno en un marco global. La tendencia en la literatura sobre gubernamentalidad ha sido ignorar la manera en que los procesos globales afectan la naturaleza del gobierno actual6, y de hecho, en sus análisis, muchas veces parece como si la intensificación de la interconexión global fuese de poca relevancia en la forma en que se lleva a cabo el gobierno de los individuos y las poblaciones. Los ensayos en esta sección enmiendan esta falta al explorar las formas específicas en las que la globalización le está dando una forma nueva al terreno del gobierno (Perry y Maurer 2005: XIII).

En el capítulo 3, Aiwha Ong examina esa reconfiguración de las prácticas gubernamentales con el Sudeste asiático como ejemplo. Su argumento fundamental es que en esta parte del mundo la globalización ha hecho que se desarrolle lo que ella llama una «soberanía en grados», que es un concepto que se refiere a que, para permanecer competitivos en la escala global, los países del Sudeste asiático -Malasia e Indonesia, por ejemplo- tienen que ceder algunos aspectos del poder y la autoridad del estado a entidades corporativas y organizaciones supranacionales. De manera significativa, esto ha producido una situación en la cual, dependiendo de la mezcla de agencias estatales y no estatales involucradas en el gobierno de un ámbito particular, «diferentes sectores de la población» se han visto «sometidos a diferentes tecnologías de regulación y cuidado». El resultado de este tratamiento tecnológico diferencial ha sido que diferentes poblaciones han sido dotadas de diferentes tipos de derechos, cuidado y protección. Se ha creado un sistema de distribución desigual o de «ciudadanía heterogénea», en el cual se cuida de algunos sujetos y se les dan derechos y recursos, mientras que otros son básicamente abandonados.

En el capítulo 4, James Ferguson y Akhil Gupta exploran la forma en la que los desarrollos globales están reformando el territorio del gobierno en India y África. Una de sus observaciones principales es que, en el caso particular de África, muchos estados actuales no tienen la capacidad de llevar a cabo las funciones que normalmente se asocian con el estado moderno. Lo que ha sucedido es que estas funciones se han subcontratado, por lo menos en parte, a una variedad de organizaciones transnacionales no estatales. Para dar un ejemplo, en lo que tiene que ver con la política económica del estado, entidades como el FMI (Fondo Monetario internacional) y el Banco Mundial ejercen una influencia directa en la definición de estos aspectos, y en lo que tiene que ver con la educación, hay un buen número de grupos de base como ONGS (organizaciones no gubernamentales) cristianas de desarrollo, que se encargan de construir y manejar las escuelas. Es así como, en casi toda África, los regímenes estatales operan dentro de un conjunto más amplio de gobierno constituido por ONGS transnacionales y otras agencias estatales de gran escala. Ferguson y Gupta se refieren a este conjunto más amplio como un «emergente sistema de gubernamentalidad transnacional».

Técnico-ciencias

La tercera sección de este libro hace énfasis en la naturaleza tecnológica del saber científico. El supuesto básico en juego aquí es que los saberes no pueden ser entendidos simplemente como ejercicios de pensamiento sino que deben ser vistos más bien como fenómenos eminentemente prácticos. o, para ponerlo en términos de nikolas rose, deben ser vistos como «tecnologías intelectuales»: como formas específicas de ver y diagnosticar, que representan y analizan la realidad de modo que ésta se hace no sólo inteligible sino susceptible a la programación política (1998:120). El punto es que, para ponerlo de manera simple, los saberes son en sí mismos medios técnicos que posibilitan la intervención en procesos sociales.

En el capítulo 5, david horn aplica este entendimiento del saber como medio técnico cuando se enfoca en la «invención del antropólogo criminalista» en la Italia del siglo XIX. En este ensayo, hace énfasis en que esta figura apareció como un «nuevo tipo de experto científico, entrenado para leer el cuerpo desviado y diagnosticar los peligros sociales». Hay dos puntos claves que vale la pena anotar aquí. El primero es que la habilidad del antropólogo criminalista para establecer su autoridad científica se basaba en herramientas y técnicas que iban desde los instrumentos más comunes como brújulas, tablas de visión, metros e imanes, hasta mecanismos más exóticos como el taquiantropómetro de anfosso, el goniómetro auricular de Broca y el estesiómetro de Sieweking. Estos instrumentos permitían al antropólogo criminalista medir el cuerpo y sostener su capacidad de producir conocimiento objetivo con respecto a éste, en particular con respecto a su normalidad y patología. El segundo punto es que el antropólogo criminalista «medía, palpaba, electrocutaba, hacia bosquejos, tomaba fotografías y mostraba» los cuerpos, no con el propósito de crear conocimiento abstracto, sino «para que jueces, penalistas, educadores y planificadores sociales pudiesen ser guiados en la identificación y tratamiento de individuos y en el desarrollo de medios apropiados de higiene social». Para decirlo de otro modo, el saber que este experto científico producía era fundamentalmente práctico: estaba diseñado para intervenir la vida social.

En el capítulo 6, adriana Petryna explora el carácter tecnológico del saber enfocándose en el manejo de las consecuencias del desastre nuclear de Chernobyl (Ucrania). Uno de sus principales argumentos es que «en Chernobyl, la ciencia dejó atrás el ámbito de la experimentación y se hizo central a la hora de regular los términos en los que los individuos eran incluidos en la esfera pública de la ciudadanía». Cuando sucedió la catástrofe de Chernobyl, Ucrania era todavía parte de la Unión Soviética y, por esta razón, fue el gobierno soviético el que se encargó en un principio de manejar el desastre. Se puede describir su respuesta como generalmente laxa en términos técnicos en la medida en que establecieron un umbral alto para dosis de radiación que una persona podía recibir, achicaron de manera significativa el tamaño de la zona que se consideraba contaminada, y sólo midieron de manera selectiva la exposición a la radiación, en individuos y en la población en general. Después de la disolución de la Unión Soviética, la responsabilidad de manejar los efectos del desastre de Chernobyl se transfirió al nuevo estado ucraniano. Los dirigentes ucranianos no demoraron en denunciar que los soviéticos habían ignorado de manera deliberada las vidas de la población expuesta y crearon una nueva agenda de intervención. Este nuevo programa implicaba bajar el umbral de dosis de radiación, ampliar los territorios que se consideraban contaminados y redoblar los esfuerzos para recoger información e identificar las poblaciones expuestas. Quizá de mayor importancia es el hecho de que, en un contexto en el que el estado estaba en proceso de desmantelar el sistema de bienestar social, un gran número de personas que fueron designadas como víctimas de Chernobyl recibieran compensación en la forma de, por ejemplo, tratamiento médico preferencial y gratuito. Lo que resulta significativo es que en este contexto en el que bienestar social estaba en disminución, reclamar haber sufrido daños biológicos -por medio de un saber científico- se convirtió en una de las pocas formas legítimas en que los individuos pudieron tener acceso a la protección social y, por lo tanto, a la ciudadanía.

Sujetos biosociales

En la cuarta sección el enfoque es sobre cómo los saberes y tecnologías sobre la genética están configurando nuevas prácticas de vida. Lo que en general ha pasado es que, como resultado de las nuevas formas de pensar los procesos vitales a nivel molecular, la vida se ha abierto a todo tipo de intervenciones y transformaciones calculadas. Las ramificaciones de esta capacidad que tenemos de conocer y manipular los elementos más básicos de la vida son tremendas. todo esto esencialmente implica que «la existencia está siendo vivida de acuerdo a nuevas coordenadas, se está jugando un nuevo juego de la vida» (rose, 2001: 16).

En el capítulo 7, Paul rabinow se refiere a este nuevo juego de vida como biosocialidad. Para ser más específico, la biosocialidad se entiende cómo a la forma en que la nueva genética está operacionalizando la naturaleza de manera que ésta se entienda como «la cultura entendida como práctica». La idea aquí es simplemente que la vida biológica ya no se considera como un destino o como un atributo fijo, sino como algo que se puede modificar. Esto quiere decir que el orden vital está empezando a ser «conocido y modificado por medio de la técnica» y de esta manera, se está tornando abiertamente artificial. Un ejemplo de esta biosocialidad, que rabinow resalta, es «la formación de nuevas identidades y prácticas individuales y colectivas» a partir de estas nuevas verdades genéticas. El autor nos muestra cómo, por medio de prácticas de cateo genético, se puede revelar si un individuo está en riesgo de desarrollar ciertos desórdenes genéticos, y cómo estos individuos por su parte, junto con aquellos que ya padecen de las enfermedades, están conformando grupos y reclamando reconocimiento, clamando por derechos civiles y haciendo exigencias sobre el uso de la investigación y las tecnologías biomédicas. Están, por ejemplo, «los grupos de neurofibromatosis que se reúnen a compartir sus experiencias, a hacer lobby en nombre de su enfermedad, a educar a sus hijos, a reorganizar su entorno doméstico, etc.». En la medida en que los procesos vitales se convierten en objeto de manipulación técnica, nos encontramos con la constitución de nuevos sujetos que podemos llamar biosociales, que se entienden a sí mismos en términos de su biología y que participan en todo tipo de nuevas prácticas de vida orientadas a fomentar la salud individual y colectiva.

En el capítulo 8, Karen-Sue taussig, rayna rapp y deborah heath abordan de manera similar la pregunta por la formación de sujetos biosociales. Los sujetos biosociales en los que ellas se enfocan son personas que sufren de diferentes formas de enanismo hereditario. Su análisis destaca cómo estas personas despliegan una ética basada en el cuidado sí, con el propósito de resistir las prácticas normalizantes del poder moderno. Actualmente, estados Unidos es una sociedad caracterizada por lo que taussig et al. LLaman eugenesia flexible, término que se refiere al hecho de que los avances alcanzados en biotecnología, como la terapia genética, los exámenes prenatales y el diagnóstico genético, están haciendo posible que las personas mejoren y deseen mejorar sus dotes biológicas, y logren así la perfección individual. Una implicación clave de la eugenesia flexible es la posibilidad de que estados Unidos se convierta en una sociedad genéticamente normalizada: una sociedad en donde la habilidad de intervenir en los procesos de vida y de detectar condiciones genéticas «anormales», como el enanismo, conducirán a la eliminación de tales condiciones. En este contexto estas personas (específicamente aquellos que son miembros de la organización de enanos de estados Unidos) están de hecho resistiendo el «esfuerzo por la perfección», y lo están haciendo por medio de un rechazo al estigma asociado con los cuerpos atípicos y afirmando el valor de los niños enanos y el valor de que los enanos tengan bebés. Lo que encontramos aquí, una vez más, son sujetos que se entienden a sí mismos en términos de la biología. En ese caso, sin embargo, el deseo no es necesariamente el de superar esta biología sino el de articular prácticas de vida que la afirmen.

Proyectos necropolíticos7

La sección final del libro explora lo que se podría llamar el lado oscuro del biopoder. Podemos llamar este lado oscuro «necropolítica» (o tal vez gubernamentalidad higiénica). Foucault, por supuesto, definió el biopoder de manera célebre como «lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos» (1980: 143 [1977: 173]). Definido de esta manera, los autores han generalmente interpretado esta tecnología de poder simplemente como un poder para afirmar la vida; un poder que está dirigido a invertir8 en la vida y a hacerla crecer. Sin embargo, Foucault también apuntó que el biopoder tenía otro lado al mencionar que a menudo «se educan poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de vivir» (1980:137 [1977: 165]). Esto significa que el biopoder no sólo fomenta la vida sino también se deshace de ella de manera rutinaria para poder preservarla. El razonamiento aquí es que la muerte de otro, queriendo decir de aquellos que se consideran peligrosos, ineptos o enfermos, hará que la vida en general sea más sana y pura. La idea es entonces que, bajo la lógica del biopoder, es posible proteger la vida y autorizar el holocausto simultáneamente; que la muerte de otro, de aquellos que se consideran peligrosos, ineptos o enfermos, hará que la vida en general sea más sana y pura.9

En el capítulo 9, diane nelson explora el lado oscuro del biopoder al enfocarse en la guerra en Guatemala. Ella discute dos guerras: una es la guerra civil (1962-96) que tuvo lugar entre el estado exponer a la muerte, o de multiplicar para algunos militar de derecha, y por decirlo de alguna manera, grupos revolucionarios de izquierda; la otra guerra es la guerra contra la malaria (1955 al presente). Desde la perspectiva del estado, la meta en cada caso era eliminar el enemigo. En la guerra civil, el estado buscó lograr este propósito por medio del terror y la violencia: masacres, tortura y asesinato y desapariciones. El resultado fue una política de genocidio en la que miles y miles de personas fueron asesinadas. En la guerra contra la malaria, el estado buscó su objetivo por medio de organizar «brigadas que se desplegaran por el campo para hacer exámenes de malaria, cazar mosquitos, destruir las áreas donde se gestaran mosquitos, aplicar quina de manera gratuita y fumigar las paredes». El resultado fue, si no la erradicación de la malaria, sí una mejora importante en la salud de la población. La situación que tenemos en Guatemala es un ejemplo de cómo el estado puede al mismo tiempo dar vida y muerte sin que haya contradicción alguna en esto: la eliminación de los revolucionarios, como la eliminación de la malaria, se hace en nombre de proteger la vida y el cuerpo social.

En el capítulo 10, Joao Biehl examina el lado oscuro del biopoder en el caso de las políticas contra el Sida en Brasil. Lo que se resalta en este trabajo es la creación brasilera -con la ayuda de activistas, políticos, economistas y científicos- de un aparato administrativo diseñado para contener la propagación del Sida por medio de proyectos mediados por la comunidad, con miras a prolongar la vida de quienes padecían la enfermedad, ofreciendo tratamientos médicos sin ningún costo. Según los funcionarios del estado, estos esfuerzos han tenido resultados importantes: han logrado una reducción en el número de nuevos casos de Sida y en las tasas de mortalidad. Sin embargo, ésta no es toda la historia. Biehl también muestra que el aparato contra el Sida no está dirigido de la misma manera a todas las poblaciones. Un gran número de las personas más pobres, por ejemplo, únicamente tiene contacto con los servicios de exámenes de Sida y con el cuidado médico sólo de manera esporádica. Estos individuos simplemente no son considerados objetos de prevención ni de programas de tratamiento: no vale la pena prolongar sus vidas. El resultado: un gran número de personas pobres que sufren de Sida se están muriendo en el abandono. La lógica implícita en esto es que la muerte de estos elementos malsanos de la sociedad resultará en una ciudadanía más vigorosa y productiva.

Estas son entonces las antropologías modernas foucaultianas, y eso es lo que es éste volumen. Lo que hay aquí es esencialmente una introducción a una forma particular de pensar y a un particular estilo de análisis que llama la atención sobre fuerzas heterogéneas como formas de saber, tipos de autoridad y mecanismos prácticos que buscan amoldar la conducta de los individuos y las poblaciones para producir ciertos resultados. Encontramos aquí una preocupación por cómo las prácticas de gobierno modernas están materializadas en tiempos y espacios. La esperanza es que los lectores encuentren productivo este intento por hacer inteligible nuestro presente.


Pie de página

4Me he apoyado en el trabajo de varios autores en la lectura de Foucault que presento aquí: Rabinow (1984), McNay (1994), Hindess (1996), Dean (1999) y Rose (1999).
*N de la T. Las referencias en corchetes corresponden a las traducciones al castellano de las obras de Foucault. De ellas he tomado las citas.
5La preocupación antropológica por la «voluntad de gobernar», como aclararemos, es diferente de la que Foucault formuló. En su periodización de lo moderno, Foucault va a las formas de gobierno del siglo XVI y les asigna mucha importancia. Los ensayos en este volumen, en cambio, se concentran en el período después de la Ilustración y muchos de ellos, de hecho, en eventos actuales. Para los antropólogos, lo que es más importante de lo moderno no es tanto su emergencia como sus manifestaciones actuales.
6Perry y Maurer (2003) y Ong y Collier (2004) son excepciones a esto que vale la pena destacar
7Tomo prestado el término «necropolítico» de Achille Mbembe (2003).
8N de la T. La palabra 'invest' en inglés quiere decir invertir recursos económicos.
9Esta muerte no tiene que ser necesariamente la muerte directa (o el acto directo de hacer morir); también puede ser una muerte indirecta: el acto de exponer a la muerte, o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o simplemente la muerte política, la expulsión, el rechazo o la exclusión.


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