Transdisciplinariedad: método y política. Un viaje en primera persona desde la filosofía1

Transdisciplinarity: method and politics. a first-person journey from philosophy

Transdisciplinaridade: método e política. Uma viagem em primeira pessoa a partir da filosofia

Carlos López2
Pontificia Universidad Javeriana3, Colombia
carturolopez@gmail.com

1Este artículo es producto de la investigación realizada por el autor, titulada «Epistemología y política en las ciencias sociales».
2Filósofo y Magíster en Historia de la Universidad Javeriana.
3Profesor de la Maestría de Estudios Culturales e investigador del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar.

Recibido: 31 de agosto de 2011 Aceptado: 26 de octubre de 2011


Resumen:

Este artículo es una reflexión en primera persona que muestra, desde la filosofía, el esfuerzo por atravesar críticamente las disciplinas, haciendo a un lado la presión que impone la idea del «progreso de los saberes». En lugar de un rechazo del ejercicio disciplinario, aquí se propone una actitud que saca partido de ese ejercicio, primero, revisando sus objetos, procedimientos, fundamentos y valoraciones, segundo, evitando las discusiones con las perspectivas multi- e inter- disciplinarias en torno al modo en que las disciplinas deben asociarse, por último, rechazando la búsqueda, más allá de todos los saberes, de una plataforma cognitiva natural o social que sería común a cualquier tipo de conocimiento. En síntesis, el artículo muestra una apuesta personal por pensar los métodos con que se hace filosofía y ciencias sociales y evidencia la necesidad de asumir que, en tanto investigadores, nuestra actividad no está desligada de la política, de las complejas relaciones que nos constituyen como individuos y que tejen las diversas comunidades de las que hacemos parte.

Palabras clave: Transdisciplinariedad, filosofía, ciencias sociales, método, política.


Abstract:

This paper shows, from a philosophical approach, the effort to traverse disciplines critically, leaving aside the Pressure imposed by the idea of the ''advance of learnings''. Instead of rejecting the disciplinary practice, here is a proposal for an attitude taking advantage of such a practice -first of all, by checking its aims, procedures, foundations and judgements; second, by avoiding arguments with multi-and inter-disciplinary perspectives on how disciplines should be associate each other; lastly, by refusing the search, beyond any knowledge, for a natural or social cognitive platform that would be common to any other kind of knowledge. In brief, this paper shows both a personal bet on thinking the philosophy and social sciences methods, and the need to take on the vision that, as researchers, our activity is not unrelated to politics, to the complex relationships making us up as individuals and weaving the different communities we make part of.

Keywords: Transdisciplinarity, philosophy, social sciences, method, politics.


Resumo:

O artigo apresenta, a partir da Filosofia, um esforço de atravessar criticamente as disciplinas, deixando de priorizar a Pressão imposta pela idéia de «progresso dos saberes». Em lugar de uma rejeição do exercício disciplinar, propõe-se aqui uma atitude que tire vantagem desse mesmo exercício: primeiramente, revisando seus objetos, procedimentos, fundamentos e valorações; em segundo lugar, evitando discussões com as perspectivas multi e interdisciplinares em torno do modo pelo qual as disciplinas devem se associar; por fim, rejeitando a busca, para além dos saberes, de uma plataforma cognitiva natural ou social que seria comum a qualquer tipo de conhecimento. Em síntese, o trabalho apresenta uma aposta pessoal ao pensar os métodos que constituem a Filosofia e as Ciências Sociais e evidencia a necessidade de assumir que, como pesquisadores, nossa atividade não está desligada da política, tampouco das complexas relações que nos constituem como indivíduos e que tecem as diversas comunidades de que fazemos parte.

Palavras chave: Transdisciplinaridade, Filosofia, Ciências Sociais, método, política.


A Manuel

Navegar por rutas conocidas evita el riesgo de encallar repentinamente o de hacer recorridos inútiles por algunos afluentes de los ríos que nos son familiares, pero también limita la aventura e impide ver lo que ocurre más allá del paisaje de la orilla. Para no ser presas de la costumbre o de formas de vida que van en detrimento de sí mismas u otros tipos de existencia, muchas veces vale pena revisar con cuidado los cauces que recorremos habitualmente, abrir rutas y nuevas búsquedas, asumir los riesgos y, desde luego, encontrar tesoros insólitos u olvidados.

Un ejemplo de la utilidad que este tipo de revisiones trae a nuestra propia labor investigativa puede encontrarse en un libro de Deleuze publicado cuatro años antes de su muerte, allí, apropósito de la peculiaridad de tal empresa, afirma:

Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es filosofía? hasta tarde, cuando llega la vejez y la hora de hablar concretamente. De hecho, la bibliografía es muy escaza. Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar. Antes la planteábamos, no dejábamos de plantearla, pero de un modo demasiado indirecto u oblicuo, demasiado artificial, demasiado abstracto, y, más que absorbidos por ella, la exponíamos, la dominábamos sobrevalorándola. No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se pude decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida? (Deleuze, 1999: 7).

Más adelante, en el mismo libro, dirá que «el asunto de la filosofía es el punto singular en el que el concepto y la creación se relacionan el uno con la otra» y afirmará categóricamente que «la filosofía es el arte de formar, inventar, fabricar conceptos». Michel Foucault al igual que Deleuze (compañero de luchas políticas, amigo y rival), solo hasta muy cerca de su muerte definió la tarea que despeñó por años, la de escribir filosofía: «El ''ensayo''... es el cuerpo vivo de la filosofía, si por lo menos ésta es todavía hoy lo que fue, es decir una ''ascesis'', un ejercicio de sí, en el pensamiento». Que solo después de toda una vida de trabajo estos autores hayan asumido el reto de definir el oficio al que se dedicaron por años, muestra lo pretencioso, y tal vez fútil, que resulta el esfuerzo análogo que hoy pretendo llevar a cabo.

No voy a hacer una evaluación del valor de la actividad filosófica en general, ni mucho menos prescribir las reglas de lo que es o no la filosofía; mi esfuerzo no es tan ingenuo o corto de vista como para pretender fijar la actividad investigativa en los estrechos márgenes de una disciplina o una tendencia escolar. Hablaré de mi experiencia, de los lineamientos filosóficos que durante 10 años he seguido en el estudio de la actividad intelectual en Colombia, tiempo en el que he compartido -he tenido el placer de compartir- este trabajo con investigadores sociales y filósofos de las más diversas inclinaciones académicas y políticas. Sin esperarlo, y siempre con la convicción en que mi trabajo es filosófico, terminé llevando a cabo investigaciones que bien pueden llamarse transdisciplinares.

En lugar de un abandono de las disciplinas en las que me he formado (filosofía e historia), con la palabra transdisciplinariedad quiero indicar una actitud, un modo de pensar el trabajo académico que está, como el prefijo latino «trans» lo indica, detrás , al otro lado y a través de las convenciones disciplinarias que constituyen, en el presente, los modos de ser de la investigación universitaria. Esta actitud piensa las bases sobre las que las disciplinas operan para ir más allá de las mismas, no haciéndolas a un lado, sino recorriendo exhaustivamente los meandros que definen su curso.

Atravesar críticamente las disciplinas, me ha obligado a vadear sus sinuosos cauces e incluso, por momentos, a enfrentar la fuerte corriente del «progreso de los saberes» que encubre, con la apariencia de «lo conveniente» y «lo correcto», toda la impotencia o la falta de ánimo de los que solo pueden ir a la deriva.

Tomar en cuenta que una actitud transdisciplinaria no rechaza las disciplinas sino que saca partido de ellas al revisar críticamente sus objetos, procedimientos, fundamentos y valoraciones, además implica evitar las discusiones con las perspectivas multi (muchos )- e inter (entre o por medio de )- disciplinarias en torno al modo en que las disciplinas deben asociarse.4 Asimismo, implica evitar la asunción de supuestos problemáticos que las perspectivas «multi» e «inter» mantienen sin cuestionar: «las disciplinas son tan necesarias como la compartimentación de la realidad que proponen», «la propiedad sobre sus objetos de estudio» y «la obligatoriedad del uso y conservación de los métodos con que operan». También implica rechazar la búsqueda, más allá de todos los saberes, de una plataforma cognitiva natural o social que sería común a cualquier forma de conocimiento, como recientemente parece imponerse en el uso de este término.

La transdisciplinariedad, nombre con el que hoy trato de dar cuenta de mis investigaciones,5 no solo promueve la suma de esfuerzos o la mezcla ecléctica del hacer de las disciplinas, además, puede transformar este hacer: potenciarlo, regenerarlo, deformarlo y hasta destruirlo, claro que ninguno de estos resultados es un objetivo premeditado, en el caso de que ocurran, apenas pueden considerarse como efectos colaterales. Con la palabra transdisciplinariedad busco aclarar el tipo de relaciones que he entablado con el hacer filosófico, la historia y, en menor medida, con otras ciencias sociales. Todo esto acompañado con los cuadernos de bitácora de otros viajeros y con sus talleres de trabajo, la tradición filosófica francesa a la que hice referencia al comienzo y sus conceptos. Los cuadernos de bitácora fueron útiles ejemplos de lo que podía hacer y los talleres sirvieron como astilleros para construir mis primeros medios de exploración académica.

Que los filósofos franceses del siglo XX utilizan más que la filosofía en sus reflexiones, que se alimentan con investigaciones sociales y literatura no es una sorpresa. El protagonismo de historiadores como P. Veyne, P. Hadot, F. Braudel

O G. Dumezil, salta a la vista en los trabajos de Michel Foucault.6 Rancière, por su parte, en Los nombres de la historia hace homenaje al pensamiento historiográfico de la escuela de los Annales -como Foucault en la introducción de La Arqueología del saber -. Deleuze, además de su evidente compromiso con la biología, usa la literatura y la historia.7 Mientras que Derrida utiliza, piensa y cuestiona los trabajos de la crítica literaria. Y, a propósito del problema de la interpretación, autores como el mismo Derrida o Paul Ricoeur discutieron con las tesis sobre la comprensión que presenta Lévi-Strauss en sus Mitológicas.

Esta relación de los filósofos franceses con el pensamiento social le imprime un estilo propio a sus indagaciones filosóficas y las sincronizan con los problemas que comparten la filosofía, las ciencias sociales y la literatura (la continuidad y el cambio, la constitución de la subjetividad, las imágenes del mundo, las formas del lenguaje, las preguntas por constantes antropológicas, la relación con uno mismo...). El vínculo con otras formas disciplinarias de los filósofos franceses puede apreciarse también en proyectos filosóficos de otras latitudes: la lectura de Kant, Hegel, Marx o Gadamer, lo prueba.

A partir de estas esquemáticas apreciaciones diré que la actitud transdisciplinaria con que asumo la actividad filosófica consiste, en primer lugar, en examinar continuamente conceptos: indagar por los nombres que uso y los procedimientos metodológicos que le dan forma a mis preguntas, revisar la operatividad de tales conceptos, su configuración y solidez, su fuerza y su utilidad. Hacer filosofía con esta actitud es pensar los límites, las fortalezas y las nuevas oportunidades de los métodos de investigación con que enfrentamos nuestro trabajo, métodos que - como es evidente- pueden tomarse de cualquier lugar, no pertenecen a nadie y son susceptibles de modificaciones.

En segundo lugar, esta actitud hace de la filosofía un ejercicio de creatividad, pues tiene la doble convicción de que, por un lado, conocer no consiste simplemente en enfrentar un mundo terminado -indiferente o expectante- para apropiarlo con el entendimiento; y por otro lado, conocer es la producción de objetos de investigación desde circunstancias concretas. Cada aspecto de esta convicción tiene su propio efecto, de una parte, se restringen las pretensiones de universalidad o de dar cuenta de la totalidad de nuestra experiencia y, de otra, se muestra que la transdisciplinariedad se apoya en una ontología donde la materialidad de las cosas resulta una condición necesaria pero no suficiente para constituir el ser de nuestros objetos de investigación. Esto, porque los objetos de investigación además de un lugar en el mundo, de una materia, están atravesados por relaciones muy concretas que los definen (de una forma coloquial y sólo a título de ilustración general, piénsese el encuentro de distintos hombres en diferentes momentos con una misma roca: uno enfrentó un obstáculo, otro encontró un material de construcción, otro un adquirió pruebas de la composición del universo, otro tuvo la certeza de la existencia de dios; así se produce en cada caso un objeto de interés, no solo a través de una voluntad individual, sino de los diferentes vínculos sociales que hacen interesante o no a tal materia, que dan forma a esa individualidad).

Por último, en estos lineamientos del hacer filosófico el investigador es mucho más que un recolector de información, él tiene un papel activo en el proceso de conocimiento, es... ¿cómo decirlo? ...un «activista» por su mundo y por sí mismo. Activista debido a las luchas concretas en las que explícitamente se inscribe y funda sus investigaciones, y debido a que con tales luchas lleva a cabo una construcción de sí. Este investigador se pregunta por lo que se es y por lo que se puede llegar a ser a partir de las contingencias que le dan forma no solo a sí mismo, sino a la multiplicidad de elementos que constituyen nuestras realidades más inmediatas.

En síntesis, hacer filosofía transdisciplinarmente es asumir que, en tanto investigadores, nuestra actividad no está desligada de la política, de las complejas relaciones que nos constituyen como individuos y que tejen las diversas comunidades de las que hacemos parte. Se trata de asumir además, que estas relaciones van de la mano con la materialidad del mundo y entre ambas dan forma al ser de los objetos de nuestras investigaciones. Un ser que también está determinado por los compromisos metodológicos que asumimos, los cuales, así como los objetos y nosotros mismos, son resultado de la interacción comunitaria entre individuos, grupos y la materialidad del mundo, es decir, entre multiplicidades que se asocian causal y políticamente.

Puede verse, que en lugar de un olvido de la filosofía como disciplina, la actitud transdisciplinaria la afirma. La apropiación y desarrollo de conceptos, la creación de realidades o la construcción de sí mismo, son algunas de las formas en que la historia de la filosofía tipifica su propio hacer. La actualización, el hacer presente unos documentos ensamblados con el término «tradición» es otra caracterización habitual de la filosofía y la actividad filosófica que apuesta por una actitud transdisciplinar, también la recupera, no para reconstruir un pasado, sino para poner en diálogo unos documentos de otros tiempos y llevarlos hasta sus propios límites haciéndolos contemporáneos a nosotros mismos. Se trata pues, de que aquellos documentos vuelvan a ser parte de nuestra vida diaria, que discutan, orienten, participen de nuestros deseos y elecciones, que se hagan «lo que somos» en un momento dado aunque su primera aparición en el mundo haya sido mucho tiempo atrás.

Los estilos en que se efectúa dicha tradición constituyen y están constituidos por múltiples procesos sociales que generan las diversas perspectivas, escuelas, y otras formas de análisis, que entran en pugna para legitimarse con el título disciplinar de filosofía. Conocer, recuperar, estudiar y discutir estas tradiciones y sus disputas dan forma, en nuestros días, a buena parte del hacer disciplinario del filósofo, y fue así como se entendió en Colombia -casi hasta el dogmatismo- durante el siglo pasado. Sin estos ejercicios, me sería imposible llevar a cabo un trabajo transdisciplinario como el que ahora propongo.

En concreto, he tratado de establecer qué documentos producidos en nuestro contexto (localmente) y durante los últimos 150 años podrían llegar a ser relevantes para realizar investigaciones filosóficas en Colombia. Para ello, me he visto obligado a preguntar por conceptos y a producir algunos nuevos que me permitan identificar y estudiar esos documentos más allá de la tradición filosófica hegemónica o de las limitaciones de la historiografía política y económica, más allá de un canon literario o de las regulares explicaciones sociales. Esto, porque muchas veces las formas disciplinares a las que nos hemos acostumbrado, en mi caso las de la filosofía y la historia, tienden a leer solo bajo sus propios criterios las opciones de pensamiento que han hecho carrera en los escritores de los márgenes de esas tradiciones8 (aquellos que como los Colombianos no cuentan en la historia de la filosofía mundial).

Por ejemplo, la selección de libros y autores que constituyen la historia del pensamiento filosófico de Alemania, Inglaterra y Francia, la cual define buena parte del hacer del filósofo profesional en la actualidad, suele ser la regla con la que se interpretan los textos producidos localmente. Se busca qué tanto de Kant, Bentham o Comte había en la obra de un pensador local, y con una sorpresa pueril o malintencionada se diagnostica su parecido o su distancia. Algunos consideran que la historia de las escuelas filosóficas de los mencionados países son la historia del pensamiento en general y entonces buscan los más fieles representantes de tales escuelas o las mixturas locales -lo que encaja «bien» para América, pues según estas interpretaciones parece condenada racial y culturalmente a la hibridación y el mestizaje-. Otros creen que lo propio del pensamiento Americano es la dependencia y la emulación de la vida en otras latitudes, por ello consideran que las dificultades económicas y la mala administración del gobierno en el marco de lo nacional han impedido, o al menos limitado, el desarrollo del ejercicio intelectual en Colombia.

Este esquemático balance sobre las investigaciones filosóficas locales muestra las estrechas riberas por las que corre la historia de la filosofía en Colombia. Ni siquiera evitando el parteaguas de las disciplinas para mantener juntos los trabajos de filósofos e historiadores se alcanzaría un cauce firme y constante.

Desde luego ya se cuenta con trabajos de más calado, pero los análisis mayoritarios no navegan por sus aguas. Cómo se indicó antes, la regla parece ser «mantenerse a flote y sin muchas preocupaciones» en el caudal escaso y, por poco, sin movimiento que las disciplinas tienen en lo que se refiere a pregunta por la producción intelectual Colombiana.

El mencionado estado general de las investigaciones sobre dicha cuestión me convence de que la filosofía hecha en este país puede -y a lo mejor debe- convertirse en lo que clásicamente ha sido y el mismo Deleuze sostiene en el citado texto, un agon. ¿Contra quién se lucha? Siguiendo las reflexiones de Deleuze a propósito de los orígenes griegos de la filosofía, contra amigos y rivales. Los que constituyen la academia en aulas, pasillos, espacios académicos de socialización, publicaciones y desde luego, disciplinas.

Estos amigos y rivales con quienes discutimos no son, sin embargo, el enemigo. Lo somos nosotros mismos cuando naturalizamos las formas disciplinarias como las únicas alternativas de pensamiento; cuando damos por sentado que sus objetos además de una propiedad, son preexistentes a las disciplinas, que sus métodos son los únicos indicados para ocuparse de tales objetos y que hablan sin ninguna posición política; cuando asumimos que existen condiciones últimas, algo así como fundamentos o síntesis definitivas de nuestra relación con el mundo, los demás y nosotros mismos, y que tales condiciones no están determinadas espacio temporalmente; cuando creemos que las tradiciones académicas recogen una serie de guerreros que vencieron solo por sus propias fuerzas intelectuales como si el azar, las condiciones históricas, los movimientos estratégicos y los juegos de poder no tuvieran nada que ver con la elaboración de estas narraciones Para evitar que carguemos con nosotros mismos como el lastre más pesado, esta actitud transdisciplinaria procura el rechazo en filosofía de lo que en historia Germán Colmenares llamó las Convenciones contra la cultura. Es decir, las modalidades discursivas que se heredaron irreflexivamente de Europa y que, para funcionar igual que en los lugares de origen, negaron las especificidades de lo local, haciéndolo ver como deficitario, imitativo o incorrecto.

En síntesis, en estos años de ejercicio filosófico he buscado formas para ampliar la tradición en la que me formé, apoyado en textos locales que se consideraron a sí mismos filosóficos y orientado por los saberes sociales que se ocupan de problemas análogos a los de la filosofía, con métodos diferentes y no pocas veces más claramente establecidos. También he tenido que crear no solo conceptos, sino formas de indagación sobre el pasado intelectual local, pues con las tradiciones disciplinarias no solo se aprenden y naturalizan contenidos, sino rutinas de pensamiento. Finalmente, en estos años he buscado alternativas para asimilar y confrontar las tradiciones intelectuales que se han ocupado del pasado filosófico local (tema marginal y casi olvidado por los filósofos de oficio). Ello, no con fines patrióticos o para celebrar fechas inciertas que ayuden a «construir la nación», sino para ajustar el volumen con el que escuchamos las voces intelectuales en el mundo, para ecualizar la intensidad de frecuencias que sobrevaloran a veces, y que muchas veces más desprecian a algunos sonidos por condiciones sexuales, geográficas, raciales o religiosas -claro que estas últimas frecuencias, por lo regular, no cuentan con la disposición suficiente para aceptar que su desprecio se debe a tales condiciones.

No sé si mi presentación de la filosofía sea satisfactoria siquiera para mí mismo. A lo mejor la falta de esa «libertad soberana» que según Deleuze da la vejez (tal vez la misma de la que habla Descartes en el Discurso del Método ) me impida dimensionar con justicia la actividad que en estos años he venido desarrollando. La compañía de hombres mayores me ha mostrado que una década, aun cuando no deja de parecerme una eternidad, no es más que un suspiro del tiempo, y por ello no da la suficiente perspectiva para saber lo que hasta ahora, un poco a ciegas, he venido haciendo. Tal vez los años dirán si valió la pena el esfuerzo creativo, conceptual y agónico, es decir, si valió la pena ese ejercicio filosófico que no es otra cosa que el esfuerzo de transformarme junto a mi entorno.

En cambio, estoy seguro de que un ejercicio de la filosofía fundado en lo que aquí llamé actitud transdisciplinar debe caracterizarse por una apuesta ontológica que exige la creación de objetos de investigación en rechazo de la aceptación pasiva que muchas veces imponen las academias. Esta ontología no es una pregunta por el ser en general, ni por aquello que permanece invariable en las cosas del mundo O en el hombre mismo, sino una indagación sobre la multiplicidad que no siempre se percibe con la palabra «objeto»: éste no solo se compone de una materialidad, sino que mezcla intenciones, luchas, dominaciones y formas de visualización. En otras palabras, el objeto como unidad solo es posible por síntesis a posteriori y relativas a condiciones espaciotemporales muy variadas, que además de mostrar hechos, expresan luchas e indican liberaciones. Esta actitud supone también una sospecha permanente hacia toda propuesta de universalidad y exige que el fondo de un saber no esté garantizado por fundamentos epistemológicos como dios, el mundo o la razón, sino por apuestas políticas que solo pueden determinarse en las condiciones comunitarias que tejen las relaciones entre nosotros y la materialidad de las cosas. La actitud transdisciplinar busca que, en cada caso, la investigación encuentre y cree con toda honestidad y rigor sus objetos y métodos, que identifique los límites de sus análisis y, sobre todo, que afirme sin ambages sus compromisos políticos.

Estos diez años de recorrido, a veces a pie, a veces en balsa, parecen estar llegado a un delta. Las corrientes de las disciplinas se fragmentan y debilitan, no para desaparecer, sino para que sus aguas lleguen al mar, para que sus cauces alimenten continuamente perspectivas más amplias y sin riberas que delineen de antemano la ruta a seguir. Ahora es tiempo de usar nuevas embarcaciones, unas en las que hemos trabajado por años y en las que debemos aprender a navegar, mientras, esperando contar por fin con el viento en popa, esbozamos recorridos posibles.


Pie de página

4Al respecto de la formación de los Estudios Culturales en la Universidad Javeriana, Santiago Castro-Gómez en una entrevista subraya la diferencia entre lo interdisciplinario y lo transdisciplinario en los siguientes términos: «La interdisciplinariedad es un diálogo ''entre'' elementos ya constituidos, pero que no cambian si ''núcleo duro'' disciplinario como resultado de ese diálogo».
5La posición sobre la transdisciplinariedad de algunos investigadores latinoAmericanos de los Estudios Culturales puede verse en el libro En torno a los estudios culturales. Localidades, trayectorias y disputas editado por Nelly Richard en 2010. Aún con las diferencias de enfoque que cada autor tiene respecto a la transdisciplinariedad, coinciden, y yo con ellos, en que la cuestión es al mismo tiempo metodológica y política.
6Sobre Foucault y la historia ver el artículo de Thomas Flynn titulado ''Foucault´s mapping of history''.
7Un ejemplo de los muchos que se pueden encontrar es su referencia a Jean-Pierre Vernant.
8Al respecto ha dicho Deleuze: «Hay un devenir- mujer que no se confunde con las mujeres, su Pasado y su futuro, y las mujeres deben entrar en él para poder escapar a su pasado y a su futuro, profesional en la actualidad, suele a su historia. Hay un devenir-revolucionario que no se confunde con el futuro de la revolución, y que no pasa forzosamente por los militantes. Hay un devenir-filósofo que no tiene nada que ver con la historia de la filosofía, y que pasa más bien por todos aquellos que la historia de la filosofía no logra clasificar».


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