Recibido: 12 de marzo de 2012 - Aceptado: 17 de abril de 2012
Resumen:
Cuando Foucault definió el panoptismo argumentó que las concepciones espaciales encierran un problema de poder. Esta visión puede ser útil para establecer diálogos interdisciplinares en aras de una teoría crítica sobre el territorio, la ciudad y la arquitectura actuales, pero es insuficiente para agotar la complejidad de relaciones hegemónicas, contenidas en los procesos de conformación de los espacios de la vida humana. Por ello, este artículo quiere presentar el concepto colonialidad territorial para abrir un debate acerca de los aciertos y límites de la teoría foucaultiana sobre el espacio, en la que saber y poder son categorías centrales, pero es poca o nula la alusión a cuestiones de la colonialidad del ser ejercida desde el sujeto occidental. La propuesta se fundamenta desde un análisis del caso de La Habana.
Palabras claves: Foucault, panoptismo, poder, colonialidad territorial, desterritorialización de la metrópoli, La Habana, socialismo, capitalismo.
Abstract:
In defining panoptism, Foucault was demonstrating spatial conceptions contain power issues. That view may be useful to establish interdisciplinary dialogues so as to build a critical theory on the contemporary notions of territory, city and architecture, but this is not enough to exhaust the complexity of hegemonic relations contained in the processes of shaping human life spaces. That is why this paper wants to present the concept of territorial coloniality, so as to open a debate on the good choices and the restraints of Foucault's theory on space, where knowledge and power are pivotal categories, but it has a scant or null allusion to issues on the coloniality of being exerted by the Western subject. This proposal is based on the analysis of a case in La Habana.
Keywords: Foucault, panoptism, power, territorial coloniality, metropoli deterritorialization, La Habana, socialism, capitalism.
Resumo:
Quando Foucault definiu o panoptismo estava a argumentar que as concepções espaciais envolvem um assunto acerca do poder. Esta visão pode ser útil para estabelecer diálogos interdisciplinares em prol de uma teoria crítica do território, da cidade e da arquitetura atuais. Ela é, contudo, insuficiente para esgotar a complexidade das relações hegemônicas, contidas nos processos de formação dos espaços da vida humana. Este artigo apresenta o conceito de colonialidade territorial para abrir o debate acerca dos acertos e limites da teoria foucaultiana sobre o espaço, na qual saber e poder são categorias centrais, mas é pouca ou nula a referência a questões da colonialidade do ser exercida a partir do sujeito ocidental. A proposta fundamenta-se na análise do caso de Havana.
Palavras chave: Foucault, panoptismo, poder, colonialidade territorial, desterritorialização da metrópole, Havana, socialismo, capitalismo.
Arquitectura, ideología y política
En las últimas décadas múltiples procesos han provisto la arquitectura de una alta carga de ideología política, mientras otros persiguen lo contrario. son enfrentamientos que ocurren en «secuencias nada lineales y por cierto bastante contradictorias, relacionados con diferentes posiciones y enfoques» (Cárdenas, 1998: 12); escenarios donde el análisis de la relación entre arquitectura, ideología y política adquiere tonos muy distintos según el lugar epistémico desde donde se esgriman. Tal oposición entre «ideologizar» y «desideologizar» no es casual: la praxis territorial, urbana y arquitectónica ha sido históricamente una tecnología política, concepto descrito por Michel Foucault, entre otros y otras intelectuales. Por la influencia que tiene sobre la práctica actual interesa destacar su concreción dentro de la modernidad. En ese sentido comparar posturas como las de Hannes Meyer y Charles Édouard Jeanneret (Le Corbusier), por ejemplo, puede demostrar el carácter constitutivo de los vínculos entre arquitectura, ideología y política en la formulación del propio movimiento moderno.
Meyer, director de la Bauhaus entre 1928 y 1930, volcó su postura marxista en escritos, proyectos, obras y concepciones pedagógicas que aplicó; en textos como Arquitectura marxista (1931) o El arquitecto en la lucha de clases (1932), defendió el carácter social que debe tener la praxis de la arquitectura y el rol del arquitecto como un componente más dentro del proceso. En oposición, Le Corbusier, quizás el principal promotor del urbanismo funcionalista, mostró un claro compromiso con la burguesía; su preocupación por el hábitat proletario y sus argumentos sobre cambiar la ciudad y la arquitectura para transformar la sociedad personifican el intento de evadir la revolución obrera, que se constata cuando concluye «Vers une architecture» (1923) diciendo:
La sociedad está llena de un violento deseo de algo que quizás obtenga o quizás no. Todo radica en eso; todo depende del esfuerzo realizado y de la atención prestada a estos síntomas alarmantes. Arquitectura o revolución. La revolución puede evitarse (Le Corbusier, 1977:243).
Sería imposible agotar aquí los vínculos entre arquitectura, ideología y política; interesa, más bien, destacar que considerarlos ha sido condición sine qua non para las teorías más progresistas respecto a cómo cambiar la arquitectura, la ciudad y el territorio. Los discursos críticos forjados al calor del debate modernidad/ posmodernidad han tomado muy en serio este aspecto, devenido cuestión central en la historiografía, la teoría y la crítica de la arquitectura y el urbanismo. Por ello, y porque «bajo el manto de teoría de la arquitectura se cobijan lo mismo conceptos que atañen al campo de la filosofía [...] hasta posibles recetas para el diseño» (Cárdenas, 1998), para ofrecer explicaciones más completas sobre la praxis territorial, urbana y arquitectónica contemporánea interesa dialogar con la teoría foucaultiana sobre el espacio, el poder y el saber.
Michel Foucault: espacio, saber y poder
Foucault ofreció un interesante abordaje de las relaciones entre el saber, el poder y las concepciones espaciales. En Vigilar y castigar, a partir de comparar la forma del panóptico de Bentham con otras estructuras arquitectónicas del s. XVIII europeo que respondían a diversas funciones, Foucault conceptualiza el panoptismo como un mecanismo generalizable de observación en una sociedad disciplinaria. Allí desvela mecanismos de disciplinarización, y pregunta si puede extrañar que «la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones» (Foucault, 2000: 199-230). El concepto de panoptismo no se reduce, por tanto, a la función del panóptico: si lo segundo es una estructura arquitectónica carcelaria específica, lo primero refiere a «la naturaleza y devenir de un amplio y complejo espectro de las técnicas disciplinarias a través de las cuales los sujetos humanos son transformados en 'cuerpos dóciles'» (Tirado y Mora, 2002: 23). Según el flósofo francés, «puede decirse que las disciplinas son unas técnicas para garantizar la ordenación de las multiplicidades humanas» mediante tácticas que intentan hacer eficiente el ejercicio del poder (menos costoso, más intenso y tan extendido como sea posible), es decir, instaurar una «economía» del poder. Para cumplir esos roles la disciplina deviene «un procedimiento de antinomadismo» que pretende fjar la población fotante y gestionar el aumento de la población y de la producción, que será necesaria (cf. Foucault, 2000: 221).
Foucault aportó variados argumentos respecto a las relaciones entre el saber, el poder y las concepciones espaciales, y sobre la necesidad de vincular sus estudios. Como apuntan Tirado y Mora (2002: 14), planteó la necesidad de escribir la historia de los espacios, «que es al mismo tiempo la de los poderes/saberes», desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat (Foucault, 1980: 149). De hecho, en su obra abundan metáforas espaciales útiles para revelar relaciones entre el saber y el poder (cf. Foucault, 1992: 124-125). La maquinaria panóptica que definió es un concepto válido no limitado a la organización formal del espacio, pues se suman hoy los sistemas de vigilancia a través de circuitos cerrados de televisión y muchos otros (cf. Montaner y Muxí, 2011: 27-39).
La colonialidad territorial, una propuesta para releer a Foucault y al marxismo
Puede decirse que la teoría foucaltiana del poder aplicada a la conformación espacial realizó importantes aportes a explicaciones marxistas basadas en la cuestión económica de la lucha de clases, hasta hoy influyentes en las teorías críticas dentro de la arquitectura y el urbanismo y la ordenación del territorio. Como indicara la arquitecta cubana Eliana Cárdenas (1998: 24), la traslación mecánica de la idea de la lucha de clases como motor de la historia al análisis de las contradicciones dentro de estos campos disciplinares «no explica ciertas prácticas sociales aparentemente 'desclasadas'». En ese sentido se impone destacar, por un lado, la complementación posible entre panoptismo y marxismo -aunque a diferencia del universalismo marxista (cf. Grosfoguel, 2008) Foucault no pretendió que su teoría explicara todo ni sustituyera las explicaciones fundadas en la economía (cf. Trombadori, 2010: 133-134)-; y por otro, que incluso la unión de ambas posturas es insuficiente para visibilizar, describir y, sobre todo, cambiar el complejo espectro de relaciones de poder que tienen lugar en los espacios de vida humana. Lo segundo se evidencia, por ejemplo, en cómo los enfoques de género desvelan asuntos de poder en la conformación de los espacios de vida humana que antes no eran abordados (cf. Menéndez, 2010; Montaner y Muxí, 2011).
Por lo dicho, y considerando que la praxis en estas áreas no es indiferente a la concepción general del sistema-mundo, a continuación se presentará el concepto colonialidad territorial, argumentando que ofrece nuevas pistas sobre las relaciones de poder que imponen hegemónicamente ciertos modelos arquitectónicos, urbanos y territoriales insostenibles e injustos. Comparando la desterritorialización de la metrópoli presente en lo global con recientes transformaciones en La Habana, se mostrará que esos modelos rigen más allá de la gestión capitalista y la socialista como parte de una jerarquía epistémica invisible tanto para la teoría foucaultiana como las marxistas.
La desterritorialización de la metrópoli, un punto de partida para analizar los procesos homogeneizadores hegemónicos
Naturaleza de las prácticas arquitectónicas, urbanas y territoriales generalizadas
Mucho se insiste en el insostenible carácter de las prácticas arquitectónicas, urbanas y territoriales generalizadas, pero estas continúan reproduciéndose. El fenómeno, cuyo origen diferentes autores marcan en la segunda mitad del siglo XX, ha sido asociado con la reproducción de los contenidos y las formas de vida urbana contemporánea, y descrito de múltiples formas. Destaca el concepto desterritorialización de la metrópoli (Magnaghi, 2011), que describe el fenómeno como la generalización, en detrimento de valores territoriales autóctonos y culturas tradicionales, de un modelo de megalópolis caracterizado por la forma metrópoli, esto es:
(Una) Estructura urbana con un carácter fuertemente disipativo y entrópico; sin confines físicos ni límites al crecimiento; desequilibrante y fuertemente jerarquizante; homologante del territorio que ocupa; ecocatastrófica; devaluadora de las cualidades individuales de los lugares; privada de calidad estética; y reduccionista en cuanto a los modelos de vida (Magnaghi, 1989:115).
Según Magnaghi, el uso de la tecnología favorece la liberación de la ciudad respecto al territorio y la cultura; situación propicia para la pérdida de las identidades culturales y las tradiciones del lugar, generadora de un uso desigual del espacio por parte de los grupos sociales habitantes cuyo acceso a la tecnología es limitado, e inseparable de la liberación del territorio.4 Ambos procesos tienen en común dos características: la descontextualización y la degradación. La primera evidencia «la destrucción de las identidades paisajísticas (entendidas estas como la consonantia universalis humboltiana, y como los «mundos de vida» en el Convenio Europeo del Paisaje) a través de la ruptura de las relaciones entre las nuevas formas del poblamiento y los lugares»:5 y la segunda, tanto los efectos en el ambiente («ruptura de los equilibrios ambientales debida a la pérdida de la sabiduría ambiental y el abandono de su cuidado por parte de la comunidad allí asentada»), la exclusión social («inducida por el empeoramiento de las condiciones de vida de las categorías sociales más pobres, que sufren en mayor medida los efectos de la degradación ambiental»), como los efectos del desarraigo y de la movilidad geográfica («que han inducido pérdidas de la identidad»). El autor, citando ideas de Deleuze y Guattari (1987) sobre la historia del capitalismo como historia de desterritorialización que produce progresivamente desarraigo, trabajo abstracto y pérdida, afrma la generalidad del segundo proceso (cf. Magnaghi, 2011).
Cierto rigor etimológico permite comprender la diferencia marcada por Magnaghi entre descontextualización y desterritorialización, no descrita explícitamente en su reciente libro aunque sí está implícita la idea de que contexto y territorio no expresan lo mismo. La diferenciación podría parecer una verdad de Perogrullo pero exige rigurosos análisis, pues conceptuaciones como las de Deleuze y Guattari, que manejan territorio como subjetivación y no solo como hecho físico, pueden ser polémicas. En ese sentido conviene apuntar, como Nuria Vilanova (2009), que cuando ambos flósofos incorporaron las nociones desterritorialización y territorialización estaban desarrollando la idea forjada por Marx acerca del capitalismo como máquina devoradora, que se apropia de los «territorios» (agricultura, educación, cultura, etc.) hasta «desterritorializarlos» y dejar al proletariado sin «territorios» que perder, situación en que sería posible la revolución.
El concepto desterritorialización se esclarece enlazando el verbo territorializar y el prefjo des -.6 Se puede afrmar que expresa: a) la no-preocupación por establecer vínculos que sirvan de referentes territoriales específicos para incorporar un fenómeno cultural nuevo en un territorio dado negación del sentido del verbo); o bien, b) la ruptura de los vínculos o referentes establecidos previamente entre el fenómeno cultural y el territorio, teniendo por caso extremo la desaparición misma del fenómeno respecto a dicho contexto territorial (inversión del sentido del verbo). Ambas situaciones aluden a procesos donde finalmente no quedan vínculos suficientes que garanticen la identidad o la autenticidad de la relación entre el objeto o fenómeno cultural y el territorio.
En la praxis arquitectónica, urbana y territorial, fenómeno cultural incuestionable (cf. Cárdenas, 1998), la desterritorialización se constata en la reproducción de tipos y tipologías autorreferidos entre sí globalmente, pero con pocos referentes locales que los asocien a una cultura o un territorio específico. Ese escenario actualmente generalizado permite hablar de tendencias a la desterritorialización de la arquitectura y la ciudad, es decir, del desarraigo de los espacios arquitectónicos, urbanos y territoriales respecto a las preexistencias locales, reconocible en términos formales y expresivos por una arquitectura aséptica de ornamentos marcada por el abstraccionismo de supuesta validez universal, y caracterizada por el uso del vidrio y el metal, o por el contrario, otra que «fetichiza» y vacía de contenido las imágenes del pasado.
La homogeneización presentada como producto sui géneris capitalista
Los procesos de desterritorialización de la metrópoli han sido conceptuados de un modo u otro por distintas locaciones geográficas y disciplinas científicas: no-lugar (Augé, 1993), ciudad global (Sassen, 1999), o urBANALización (Muñoz, 2008), por ejemplo. Cada quien ofrece su visión particular, unas más críticas que otras, pero todas coinciden en presentar los cambios como un producto sui géneris de la lógica del capitalismo global; de hecho, no son pocas las alusiones a la globalización y el neoliberalismo como factor fundamental de la expansión de esos procesos homogeneizadores. Por ejemplo, Muñoz (2008: 53-56) marca las políticas de Thatcher (UK) y Reagan (EE.UU.) como momento crucial en la conformación del fenómeno.7 en realidad, existe un amplio universo de conceptos que ha configurado lo que en este artículo se propone llamar hipótesis de la exclusividad capitalista de los procesos de homogenización ter ritorial, urbana y arquitectónica, conformada por las afrmaciones sobre el capitalismo global como origen de tales procesos. Se aprecia en Magnaghi cuando sigue los argumentos de Deleuze y Guattari sobre el capitalismo como máquina desterritorializadora, pero también en al menos cien conceptos más, usados en la literatura de habla inglesa para abordar las transformaciones experimentadas por las ciudades y los territorios desde mediados del siglo XX (cf. Taylor y Lang, 2004).
Taylor y lang muestran una larga lista de modos de describir los cambios urbanos recientes, identifican los términos recurrentes, analizan sus posiciones en las frases observando las relaciones entre ideas predominantes, y concluyen que la variedad no es un problema semántico trivial, sino el refejo de teorías bastante diferentes. La situación, plantean, podría tomarse desde dos actitudes: celebrar la variedad asumiendo que el mundo es inherentemente enrevesado y solo puede esperarse que sea descrito en modos nada homogéneos, o por el contrario, sospechar que en los estudios urbanos contemporáneos existe algo más que un pequeño pensamiento incoherente internacional. Partidarios de la segunda opción destacan que la invención de concepto tras concepto difícilmente conduzca a un entendimiento creíble de qué está pasando en y entre las ciudades; y afrman que adjetivos como global, internacional, mundial o transnacional muestran la necesidad de repensar la tradicional teoría del urbanismo, pues resulta inoperante para la nueva escala de los fenómenos. Precisamente, esos adjetivos evidencian el peso que las teorías otorgan a los aspectos económicos del capitalismo global como razón definitoria de la homogenización; pero tal predominio no visibiliza razones que insertarían el análisis del fenómeno en la crítica al modelo civilizatorio hegemónico occidental.
Constatación empírica de la desterritorialización de la metrópoli en La Habana, y el colapso de la hipótesis de la exclusividad capitalista
En La Habana, ciertas prácticas ejecutadas por el Estado junto a las transformaciones informales del paisaje urbano acometidas por la población, dejan ver una tendencia a la desterritorialización de la metrópoli. Pueden marcarse al menos seis manifestaciones: 1) proliferación de la arquitectura global; 2) «fetichización» de la imagen urbana y arquitectónica; 3) aparición de nuevos artefactos urbanos (malls y otros «no lugares»); 4) pérdida progresiva o transformación incoherente del patrimonio edificado; 5) creciente visibilidad de territorios marginados; y 6) redistribución del uso del suelo metropolitano en contradicción con las lógicas históricas del poblamiento. La figura 1 muestra algunos ejemplos. Se incluyen nuevas construcciones, rehabilitaciones arquitectónicas y urbanas, y transformaciones informales hechas por la población para responder a sus problemas habitacionales. todos podrían considerarse degradación del ambiente construido, entendiendo por ello tanto la pérdida física del patrimonio edilicio, los cambios incoherentes, como la inserción de nuevos elementos que rompan con las lógicas tradicionales locales. La transformación informal del hábitat es particularmente preocupante por la pérdida de patrimonio y el deterioro ambiental que representa, un problema tan extendido en La Habana que su abordaje escapa a las posibilidades de este artículo. Para ofrecer una idea se muestran datos del municipio La Habana Vieja (gráfico 1), donde casi la mitad de las viviendas sufren serias patologías constructivas.
Siguiendo la relación entre degradación y desterritorialización definida por Magnaghi es posible argumentar la desterritorialización en La Habana en términos de degradación ecoambiental y degradación socioeconómica. lo primero es invisible para ciertos indicadores globales de sostenibilidad, pero se comprueba en los municipios habaneros, como deja entrever el Proyecto Caesar (cf. Mateo et al., 2006). Lo segundo está siendo reconocido por el propio gobierno. Al respecto, se debe señalar su agudización a pesar de cinco décadas de empeños socialistas que condujeron a una igualdad «que nunca rebasó el igualitarismo hacia abajo» (Coyula, 2008: 568), a una sociedad que hasta 1990 funcionó con ciertos criterios de homogeneidad «tendiendo a la 'proletarización del pueblo'» y que tras la caída del bloque soviético derivó en «reconfiguraciones clasistas y un creciente contraste social» (cf. Dilla, 2001). Es una situación persistente a pesar de políticas económicas relacionadas con la apertura al capital extranjero y la iniciativa no estatal. El propio presidente Raúl Castro lo deja ver cuando afrma «que sobran cientos de miles de trabajadores en los sectores presupuestado y empresarial».8
La panorámica cubana se podría presentar con más detalles, pero lo aportado muestra que la desterritorialización de la metrópoli existe más allá de los actuales sistemas socio-político-económicos. Corresponde explicar por qué, pero identificar el fenómeno en Cuba descubre ya un problema científico de doble interés:
• Teórico: pues formular la desterritorialización en un sistema socialista desborda las teorías que insisten en afrmar su existencia como un producto sui géneris del capitalismo; es decir, falsea la hipótesis de la exclusividad capitalista mencionada.
• Práctico: pues la propia significación de esos efectos teóricos exige una crítica de lo que ocurre en los escenarios arquitectónicos, urbanos y territoriales cubanos, si se quiere esclarecer posibles escenarios de evolución territorial alternativos a las tendencias globales insostenibles e injustas.
El proceso habanero conduce también a cuestionar la posibilidad real de generar alternativas desde una eventual antítesis socialista, que se fundase en la supuesta capacidad del socialismo para superar los problemas engendrados por el capitalismo como máquina desterritorializadora. Abre muchas interrogantes, porque el sistema cubano es mostrado como ejemplo de sostenibilidad según indicadores de desarrollo humano que lo destacan en rankings internacionales.9 Conduce a preguntar, ¿por qué existen en Cuba tendencias a la desterritorialización?
Posibles respuestas considerarían que ha ocurrido al menos alguno de los siguientes escenarios históricos:
• Escenario A: el socialismo real cubano ha sido un capitalismo de Estado; y por tanto la hipótesis de la exclusividad capitalista explicaría bien la existencia de la desterritorialización de la metrópoli.
• Escenario B: el socialismo real cubano no ha sido un capitalismo de Estado; la desterritorialización se explicaría como remanencia de las lógicas territoriales capitalistas que operaron antes de 1959, o en todo caso, como un resurgir de ellas debido a que las lógicas territoriales socialistas implementadas no habrían sido suficientemente transformadoras para superarlas.
• Escenario C: En realidad, han existido condiciones que propician la proliferación de la desterritorialización de la metrópoli más allá de que se trate de un sistema socialista o capitalista.
Sea cual fuere el caso, es obvio que el problema de la desterritorialización de la metrópoli transciende lo científico-técnico y académico para tomar dimensiones políticas y sociales cuyo debate no se puede eludir. Sin embargo, a juzgar por la praxis territorial, urbana y arquitectónica reciente, no parece que exista en Cuba suficiente conciencia sobre estas implicaciones; al menos no entre quienes han sido responsables de tomar las decisiones territoriales y quienes se ocupan en diseñarlas. La ceguera se explica en parte por la considerable ausencia de espacios para la crítica (cf. Cárdenas, 2000), pero influye también la forma en que se asientan como imaginario profesional los modelos divulgados por las revistas especializadas accesibles, que redundan en promover soluciones propias de la gestión capitalista, desarrollista y desterritorializada.
Comprender la desterritorialización en Cuba, y sobre todo, pretender alternativas justar y sostenibles como respuesta, demanda aplicar análisis historiográficos con un sentido operacional (enfocados al cambio). Para ello, valorar la posibilidad del tercer escenario es lo más sensato, porque lejos de defender y enaltecer las diferencias entre las prácticas socialistas y capitalistas (como los discursos tradicionales, que han terminado invisibilizando las formas en que se reproducen las lógicas desterritorializadoras), se descentra el análisis y se enfoca la atención en las semejanzas. Es un punto de partida novedoso sobre el cual la hipótesis de la colonialidad territorial arroja diferentes luces.
Tres condiciones de posibilidad de desterritorialización global
Para comprender la desterritorialización actual conviene aplicar un enfoque histórico. En ese sentido la continuidad entre la arquitectura del siglo XIX, el movimiento moderno y la actual desvela varios factores devenidos condiciones de posibilidad para la existencia y la reproducción del fenómeno. Destacan tres, reproducidos tanto por el capitalismo como por el socialismo: a) la exaltación de la tecnología; b) la persistencia de la mentalidad desarrollista; y c) la retirada de lo real/ pérdida del sentido del arte. Podrían no ser los únicos, pero son significativos como estructuras de larga duración.
La exaltación de la tecnología es una constante desde el siglo XIX. A inicios del XX queda explícita en el Manifesto de la arquitectura futurista (1914) y se consolida tanto con el Werkbund y la Bauhaus, experiencias capitalistas alemanas que promueven diseños acordes con los requerimientos de la industria, como con la escuela soviética del VJUTEMAS (aunque el realismo socialista renegara de esta). Luego se refuerza con la arquitectura del brutalismo, las concepciones del Team X, las utopías de Archigram y la «burbuja ambiental» de Reyner Banham. En épocas recientes las envolturas de titanio de Frank Gehry, las megaestructuras de Jean Nouvell o las nervaduras de Santiago Calatrava son algunos de sus refejos.
La mentalidad desarrollista y «economicista», muy ligada a lo anterior, se instaura desde el inicio de la modernidad y se consolida con la idea de que el desarrollo tecnocientífico y económico bastaría para remolcar «como una locomotora, los vagones de todo el tren del desarrollo humano, es decir: libertad, democracia, autonomía, moralidad» (Morin, 2002). Esta equiparación occidental de progreso con acumulación de riquezas marca la evolución de la arquitectura, la ciudad y el territorio como sumideros para la inversión (Harvey, 2004) condicionando la propagación de formas arquitectónicas y urbanas desterritorializadas, justificadas en razones de eficiencia económica. El costo de los materiales o el montaje suele ser argumento principal para promover unas tecnologías sobre otras. En países del Sur Global, como Cuba, ello ha implicado la negación de tecnologías locales para implantar otras «translocales»10 más «desarrolladas», cuya rentabilidad aparenta ser mayor, desde cálculos que nunca incluyen el costo de la pérdida de saberes locales. Ejemplos son tanto la propagación por el Caribe de las estructuras balloon frame procedentes de ee.UU., durante principios del siglo XX, como la desproporcionada inserción de sistemas prefabricados soviéticos en territorio cubano a partir de la década de 1970.
Por su parte la retirada de lo real o la pérdida/extensión del sentido en el arte, ligada a los factores anteriores, es un factor que con los llamados -ismos del arte moderno propició la universalización de las concepciones éticas y estéticas. El intento «racional» por justificar el arte se tradujo en un distanciamiento de lo concreto y lo intuitivo, una retirada de lo real (Lyotard, 1985) manifesta en obras abstractas más interesadas por reelaborar la realidad que por representarla, dando lugar a la pérdida de sentido respecto de la existencia cotidiana y las experiencias concretas, pero también, como explica Esther Díaz (2003), a su extensión; en tanto que el contenido de la obra obtendrá significado en función de la experiencia del sujeto interpretador. Se generalizó así un arte desterritorializado, cuyas pretensiones universalistas enfrentaron a la «alta cultura» con la «cultura popular» y las tradiciones culturales locales, aunque algunos artistas intentaran territorializar sus creaciones y conciliar esa línea abismal -el término de Boaventura Sousa Santos (2011) vale aquí-, rebuscando en sus identidades nacionales; noción no menos polémica que al menos en Latinoamérica y El Caribe no rompió las relaciones interculturales asimétricas entre la jerarquizada raíz europea y las indígena, negra o mestiza. En las pequeñas escalas del diseño (industrial y gráfico) la retirada de lo real dejó huellas positivas al producir novedosos objetos industriales, aunque implicó también la pérdida de saberes artesanales tradicionales. En las escalas mayores del diseño (arquitectónica, urbana y territorial), los impactos fueron más desafortunados y cuestionables pues, a diferencia de los productos industriales y gráficos, que tienen cortos ciclos de vida, se sustituyen con relativa facilidad y puede elegirse su consumo, los objetos del diseño arquitectónico, urbano y territorial son costosas estructuras de larga duración difíciles de sustituir o transformar, y cuyo consumo/uso se impone a las mayorías porque elegir/ comprar no es una opción real al alcance de cualquiera. La abstracción de la realidad y la desterritorialización en estas escalas generalizaron proyectos donde la persona usuaria concreta, particular y con necesidades específicas desapareció frente a la premisa de que la mayoría de los individuos tienen necesidades análogas;11 ejercicio palpable en las grandes masas de polígonos habitacionales y conjuntos residenciales que plagan las periferias urbanas.
Colonialidad territorial, hipótesis sobre la desterritorialización
Los tres factores indicados, presentes tanto en los países capitalistas como socialista, permiten soportar la hipótesis de la colonialidad territorial. Es cierto que lo descrito arriba deja ver que en la praxis arquitectónica, urbana y territorial se manifesta la «razón productivista que ha impregnado por igual al capitalismo y al socialismo irreal» (Taibo, 2009: 63), pero demuestran algo más: una cuestión de eurocentrismo. Por ello tiene sentido defender que la praxis homogeneizadora obedece a la hegemonía del modelo epistémico desplegado por Occidente en el sistema mundo moderno/colonial. Desde esta perspectiva, es posible seguir el concepto general sobre colonialidad ofrecido por Castro-Gómez (2007a) y definir la colonialidad territorial, manifestación particular del mismo, como el conjunto de patrones de poder que en la praxis territorial sirven para establecer hegemónicamente una concepción del territorio sobre otras que resultan «inferiorizadas». Asimismo, referir la estructura triangular entre el saber territorial, el poder territorial, y el ser territorial (gráfico 2).
Múltiples hechos validan esta propuesta. Por ejemplo, se puede afrmar que las prácticas profesionales se establecen a través de la colonialidad del saber territorial, donde ciertos saberes dominan las decisiones respecto a cómo concebir y habitar el territorio, la ciudad y la arquitectura. Son muestras el privilegio con que las disciplinas científicas universalizan nociones occidentales de territorio, ciudad y arquitectura; la exportación de los patrones occidentales de vida urbana; o la infravaloración que la enseñanza del diseño urbano-arquitectónico generalizada ha hecho de lo tradicional, vernáculo o popular como respuesta válida a los problemas actuales.
Por su parte, la colonialidad del poder territorial puede definirse, emulando el concepto ofrecido por Mignolo (2003), como aquel ámbito de la intersubjetividad en que cierto grupo de gentes define qué es territorialmente correcto y, por lo tanto, sustentan el poder de enunciación. Ella se ejerce tanto en escenarios territoriales globales como locales: en los primeros ostentan el poder de enunciación agentes transnacionales (monopolios de la explotación de los recursos naturales o de la construcción, algunas fundaciones, organismos internacionales y otros); en los segundos, gobiernos locales y actores con poder de decisión, aunque no hay desconexión entre una escala y otra.
Por su parte, la colonialidad del ser territorial está dada por la hegemonía del ser-urbano sobre el resto de las formas de existencia humana no-urbana (ser no-urbano) que la organización de la sociedad mundial consolida. La publicidad para comprar y vender pisos o casas, las burbujas inmobiliarias o las notables diferencias en la remuneración de las actividades agrícolas respecto a las no agrícolas son algunos mecanismos que fomentan la hegemonía del ser urbano. Que la población mundial sea cada vez más urbana lo constata: vivir es sinónimo de vivir en la ciudad.
La importancia de esta categoría de análisis, que trasciende las teorías marxistas y la idea de panoptismo, pero no las excluye, reside en que las prácticas en arquitectura, urbanismo y ordenación del territorio siguen siendo guiadas por la supuesta necesidad de modernización, pero ninguna atención se presta a que no ha existido modernidad sin colonialidad. Se ve en los Lineamientos de la política económica y social recientemente aprobados en Cuba12 donde las aspiraciones por crear marinas deportivas y clubes de golf, apuntando al desarrollo extensivo de la industria turística, no dejan espacio para proponer modelos endógenos, economías solidarias o formas otras de uso del territorio que existen y son esencialmente anticapitalistas, antidesarrollistas y contienen alternativas de ser territorial.
Comparar la situación global con la cubana muestra que la colonialidad territorial es una semejanza entre las prácticas del capitalismo real y el socialismo real, lo que explica la existencia en la historia cubana del Escenario C mencionado. las ideas occidentales de modernización, desarrollo y crecimiento son protagónicas en ambos sistemas; conceptos como desarrollo territorial, desarrollo urbano y desarrollo rural dominan en las disciplinas aquí tratadas, y muestran que la «loca carrera hacia un consumo siempre en aumento» (Latouche, 2007: 85) trasciende a los sistemas sociopolíticos y se instaura como discurso hegemónico de la civilización occidental.
La colonialidad territorial: proceso de larga duración en Cuba
La persistencia de las expectativas modernizadoras en el contexto cubano no es casual ni responde solo a recientes urgencias económicas. Limitar su explicación a esto obviaría manifestaciones históricas del eurocentrismo en las prácticas territoriales, urbanas y arquitectónicas que se remontan al periodo colonial, se reproducen con la neocolonia, y continúan después de 1959. Para desvelarlas se debería analizar la arquitectura y la ciudad habaneras atendiendo a su conformación moderno/colonial, y valorar la desterritorialización como parte de esa historia nacional; analizar, al menos, los siguientes indicadores: a) la noción de «identidad nacional» en el ambiente construido; b) la tradición desarrollista; c) la sobrevivencia del legado urbano-arquitectónico aristócrata y burgués; d) los procesos migratorios transnacionales; y f) el papel de los medios de comunicación. Ellos descubren formas específicas adoptadas en este contexto antillano por la exaltación de la tecnología, la mentalidad desarrollista y la retirada de lo real. al respecto se presentan algunas observaciones sin pretender agotar el tema en este artículo.
a) La noción de «identidad nacional» en el ambiente construido
Es conocido que, por las especificidades de la conquista y la colonización hispánica, los grupos aborígenes cubanos no dejaron huellas en la caracterización del poblamiento y los asentamientos cubanos más allá que la del bohío. Tampoco la población africana aportó concepciones propias a la conformación del hábitat cubano por su condición esclava, y no pudo hacerlo luego de la abolición de la esclavitud (1886) ni en el período neocolonial (1901-1959) pues permaneció marginada y sin condiciones para recuperar sus saberes tradicionales sobre el tema. Siendo así, hablar de identidad en términos de arquitectura y ciudad cubanas es referir modelos que desde el período colonial hasta la primera mitad del siglo XX fueron claramente eurocéntricos, regidos por cosmovisiones occidentales, Ese eurocentrismo justifica la calificación de ciudad blanca planteada para La Habana por Mario Coyula (2009), y confrma la colonialidad del saber territorial ejercida desde la cultura occidental, manifesta tanto en criterios estéticos, funcionales como tecnológicos de la concepción espacial.
Si bien el aporte africano es notable en muchas manifestaciones del arte y la cultura cubanos -lo que debe verse como el logro de las reivindicaciones de una cultura en resistencia-, no ocurre igual en la concreción del ambiente construido. A excepción de la adaptación de sus viviendas para casas de culto religioso, las concepciones estéticas y espaciales fundadas en la imaginería africana y los significados que sus cosmovisiones atribuyen a los espacios de vida en sus diferentes escalas, no tienen influencia en la conformación del ambiente construido, aunque sí potencialidades para hacerlo. Su ausencia continuará mientras el diseño profesionalizado sustente la búsqueda de identidad para la nueva arquitectura repensando únicamente la herencia eurocéntrica. Escasos ejemplos han explorado en las otras fuentes de la cultura nacional, pero no han sido suficientemente valorados. Es el caso de la conceptuación hecha en 1964 por el arquitecto Ricardo Porro, para la Escuela de Artes Plásticas de Cubanacán, que pretendió indagar en las cosmovisiones negras, pero fue y aun es duramente criticada por quienes frente al figurativismo defenden el abstraccionismo (postura dominante en la práctica del diseño arquitectónico). De modo semejante experimentos con tecnologías tradicionales de origen taíno fueron descartados ante la supuesta validez universal de la nueva tecnología, y hoy han sido reducidos a una arquitectura banal para el turismo.
b) La tradición desarrollista y la exaltación tecnológica
Es otra cuestión fundamental. Sus antecedentes más destacables se remontan al siglo XIX, quizás favorecidos por ser Cuba el último recinto colonial español de importancia en américa, y se amplían en la primera mitad del siglo XX con la condición adquirida como neocolonia relativamente privilegiada de EEUU. En La Habana evidencian el ideal modernizador la arquitectura y el urbanismo neoclásicos del siglo XIX (asociados a la aristocracia criolla), las transformaciones del hábitat burgués que ocurren durante la primera mitad del siglo XX, y los cambios ocurridos en el perímetro de la bahía entre esos períodos. Asimismo, disímiles acontecimientos relacionados con la sistematización de la ciencia y la tecnología que ocurrieron, incluso, antes que en la antigua metrópoli.
La ruptura con el capitalismo en 1959 no abandonó esas lógicas desarrollistas, financiadas ahora con capital soviético bajo las beneficiosas políticas mercantiles del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), situación alargada hasta la extinción del bloque. Es una motivación radicalmente opuesta al desarrollismo capitalista, y pretendía solucionar masivamente problemas sociales; pero esa perspectiva supuso la negación de las tecnologías tradicionales existentes e incluso de innovadoras experiencias nacionales que tuvieron lugar en los años sesenta. En esa época comenzaron investigaciones sobre materiales de construcción con recursos del país y sistemas de prefabricación fexibles (Cárdenas, 2000), pero terminó por imponerse la prefabricación pesada traída de los países eurorientales (Coyula, 2007).
El desarrollismo y la exaltación tecnológica se imprimen también en las grandes escalas territoriales con la especialización funcional de los territorios (convertidos unos en esencialmente ganaderos, otros en cañeros, cafetaleros, tabacaleros, industriales, terciarios, etcétera). Paradigmática fue la división del territorio habanero en dos provincias: una esencialmente agrícola (La Habana), y otra urbana (Ciudad de La Habana). En la segunda ocurrió también una especialización de sus municipios: guanabacoa se convertiría en esencialmente agrícola; Cotorro, industrial (destacando el complejo metalúrgico «Antillana de Acero»); Regla, portuario; y el municipio Plaza reafrmaría su condición terciaria. Es el occidental y moderno concepto del zoning en detrimento de la multifuncionalidad. la existencia del fenómeno es históricamente comprensible; pero inaceptable que a pesar de la crítica posterior a dichos modelos, la planificación en Cuba siga centrada en lógicas desarrollistas y apunte a su consolidación, evidente en la última división territorial vigente desde enero de 2011.13
c) La sobrevivencia de los legados urbano-arquitectónicos aristócrata y burgués
La sobrevivencia de los legados urbano-arquitectónicos aristócrata y burgués del siglo XiX y primera mitad del XX, respectivamente, es otro factor promotor del desarrollismo y la «occidentalización». Se comprende al ver cómo las aspiraciones eurocéntricas de los grupos sociales que dieron origen a dichos patrimonios se reproducen de algún modo cuando la población busca hoy apropiarse de ellos; lo que no es casual: la calidad estética, constructiva, físico-ambiental y espacial de aquellos modelos supera a la generalizada con la arquitectura y el urbanismo socialistas, situación manifesta tanto en espacios urbanos como edificios públicos (salvo excepcionales casos).
La valoración popular del patrimonio correspondiente a dichos períodos se observa en la distribución que van tomando en la ciudad los «macetas» (o nuevos ricos), hacia barrios de origen aristócrata o burgués. Hasta el modesto carácter del hábitat de clase media y media baja parece deseable a la calidad de las viviendas sociales masivamente construidas después de 1959. A esta prefierencia se suma que gran parte de la población vive en condiciones de hacinamiento, problema no resuelto por el Estado a pesar de sus innegables esfuerzos;14 además, el hecho de que las inversiones estatales de rehabilitación y refuncionalización para programas turísticos o de servicios se realicen precisamente sobre dicho patrimonio, incrementa la percepción del valor respecto a lo construido después de 1959.
d) Los procesos migratorios transnacionales
Otro factor que consolida las aspiraciones desarrollistas, especialmente porque EE.UU. (con fuerza, Miami) ha sido el destino principal de la emigración. A la valoración idílica del modo de vida grabado en el ambiente construido aristócrata y burgués se suma que la emigración cubana encuentra en EE.UU, por razones políticas, privilegios impensables para otros grupos emigrantes latinos, y por tanto vive un escenario de relativa prosperidad como parte de la política de vitrina simbólica (cf. Grosfoguel, 2003) que las administraciones estadounidenses han mantenido hacia Cuba.
La emigración transnacional influye en la aspiración de la población cubana en la isla por participar de circuitos de consumo de los que ha estado alejada por décadas. Destaca al respecto la vocación por ciertos modelos arquitectónicos que enfrentan al estilo de vida consumista con la austeridad y la limitación vivida en Cuba, lo que se comprueba en la proliferación de la arquitectura de los «macetas», quienes asumen «el aporte kitsch de una persistente cultura de pequeña burguesía provinciana, triangulada en un viaje de ida y vuelta hacia y desde Hialeah» (Coyula, 2007).
e) El papel de los medios de comunicación
Los medios de comunicación influyen con gran fuerza en la conformación del imaginario urbano-arquitectónico ligado al consumismo y el desarrollismo, que aparecen en telenovelas brasileras (de gran aceptación popular) o películas extranjeras (muchas producidas en EE.UU.); conectan a la ciudadanía cubana con el exterior mundo del consumo aun cuando en el contexto nacional no existiera espacio para la publicidad. El American way of life y los modos de vida de las burguesías latinoamericanas, argumentos recurrentes en esos audiovisuales, se asientan de esta forma; que ha servido, por ejemplo, para poner de moda formas de decorar y usar los espacios arquitectónicos y urbanos. Significativo es que las «paladares», restaurantes pertenecientes a los «cuentapropistas» (trabajadores autónomos), reciban esa clasificación por la novela brasileña Mujeres de arena, transmitida en la década de 1990, en que la protagonista abre la cadena de restaurantes Paladar luego de triunfar vendiendo hamburguesas en la playa.
Volviendo a Foucault, y a La Habana
A manera de conclusión habría que señalar que la perspectiva de la colonialidad territorial ofrece explicaciones sobre la hegemónica homogeneización, que escapan tanto a las razones económicas de las perspectivas marxistas como a las relaciones entre el poder y el saber tratadas por el panoptismo. sobre esto último habría que apuntalar la necesidad de incluir la cuestión de ser (dígase, ser territorial) a las relaciones saber/poder (dígase, saber territorial/poder territorial) de las que Foucault habla, pues la historia de los espacios no es solo «al mismo tiempo la de los poderes/saberes», sino también la de seres occidentales y seres no occidentales. Hablar en estos términos visibiliza la estructura triangular que configura los espacios de vida generalizados, pero no cierra la lectura de Foucault, sino que propone repensarlo con un sentido operacional, para que los cambios en las relaciones de poder que combatan el panoptismo de las prácticas generalizadas no resulten eurocéntricos.
Por último resta comentar que en el caso cubano corresponde indagar sobre las condiciones que tendrían la teoría y la crítica de la arquitectura, el urbanismo, y la ordenación del territorio en Cuba para fundamentar la construcción de «territorios otros», así como sobre la disposición existente entre los colectivos de profesionales y actores locales, y las posibles fuentes para la descolonización.
Pie de página
4Su uso como simple soporte para actividades y funciones económicas cada vez más independientes y desarraigadas del lugar y sus cualidades ambientales, culturales o identitarias específicas; con la presunción de crear una segunda naturaleza artificial.Bibliografía
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