Bayart, Jean-François.
África en el espejo. Colonización, criminalización y Estado.
México, Fondo de Cultura Económica, 2011. 135pp.

¿Dónde está África?
Mary Luz Estupiñán Serrano1


Desde que Hegel, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (1830), señaló a África como una «tierra cerrada», parece que el continente sigue siendo leído bajo este imaginario. Así lo evidencian diversos argumentos que circulan en la escena académica y, en especial, en los medios de comunicación sobre esta «tragedia» africana, pues, ad nauseum, insisten en el aislamiento y en la «marginación» económica y política en relación con el sistema mundial, sin olvidar aquí el «primitivismo» al que se asocian sus prácticas socio-culturales. También acuden a completar el cuadro la ingobernabilidad producto del «fracaso» de las promesas occidentales: Estado, soberanía y democracia. Desde este punto de vista, africanos y africanas serían incapaces de maniobrar su suerte, pero son, al mismo tiempo, responsabilizados por el devenir de su historia. Una evidencia reciente, tal vez la más patética, de que los discursos occidentales sobre el continente «negro» y sus habitantes aún reposan en este nivel de argumentación, la dio el presidente Nicolás Sarkozy (2007), quien en una intervención realizada en la Universidad de Dakar, expresó: «Le drame de l'Afrique, c'est que l'homme africain n'est pas assez entré dans l'histoire... » ¿Es África Subsahariana la que no tiene lugar o es Occidente el que oculta su lugar en la historia? Sin duda, aquí entran en juego relaciones de poder desiguales; sin embargo, ello no implica que africanos/as no tengan ninguna posibilidad de acción. De ahí la pregunta que abre este escrito, pues pretende indagar no la complejidad de su geografía sino el lugar que el África Subsahariana ha tenido y tiene en el orden mundial.

De «este» lado del mundo, igualmente, se ha acostumbrado a pensarla a partir de los esclavos, la negritud, las guerras, los golpes de Estado, las hambrunas, la miseria, la filantropía, pero no se le suele atribuir el lugar que ocupó en el sistema económico colonial, como tampoco la riqueza de sus contribuciones a la formación de las prácticas socio-culturales, incluso más allá de América.

Podríamos afirmar que la sinécdoque latinoamericana de esta problemática es Haití, pues es el caso con el que ningún país latinoamericano quiere parecerse, pero, a su vez, resulta ser el referente máximo que encabeza los estudios comparativos, para insistir que es el más pobre, el más corrupto, el más analfabeto, el más periférico, etc. En este orden de cosas, se olvida que para 1760, Haití, o mejor Santo Domingo, llegó a ser el lugar más productivo que se conocía en la época. Tampoco se suele reconocer las estrategias que emplearon para convertirse en agentes de su propia historia. Así, la Revolución en la que participó Toussant Louverture termina siendo casi una anécdota en la historia del subcontinente; no obstante, a Haití no se le puede negar su lugar en la historia y en el mundo. Si seguimos los planteamientos de Susan Buck-Morss en Hegel y Haití, los acontecimientos que tuvieron lugar en la isla a finales del siglo XVIII y principios del XIX, incidirían en el pensamiento de este filósofo, pues sería la desilusión que le generó el devenir de esta «independencia» -que siguió con asiduidad-, lo que lo llevaría a hacer las conocidas afirmaciones sobre África y sus habitantes. Cierto o no, lo que queda claro es la violencia simbólica -tal vez producto de la descontextualización, pero también de la malinterpretación de las palabras del pensador alemán-, que dichas afirmaciones han ocasionado.

Bien, ni meras víctimas ni inferioridad incorregible es lo que habita estas franjas del mundo. África no ha estado nunca cerrada, evidencia de ello son los contactos que ha mantenido a lo largo de la historia con los demás continentes. Así lo dejan ver Eric Wolf en Europa y la gente sin historia (2005) o Martin Bernal en Atenea Negra: las raíces afroasiáticas de la cultura clásica (1993). Ellos han señalado el lugar de África no solo en las redes comerciales ente Europa y Asia, sino también en la formación del pensamiento occidental.

Siguiendo esta lógica transaccional, el marfil fue reemplazado por la trata, luego por el petróleo y materias primas, después por la inmigración, etc. Sin embargo, esta no ha sido una historia de expoliación neta, ora colonial, ora multinacional; en ella han tenido participación los mismos actores africanos. Es en este sentido que se dirige el trabajo de Jean-François Bayart, quien tiene claro el lugar de África, tanto en el orden mundial como en su historia de dependencia.

Bayart es doctor en ciencias políticas, profesor universitario e investigador. Ha participado y participa en varios espacios académicos, tales como el Centre National de la Recherche Scientifque (CNRS); el Centre d'Études et de Recherches Internationales (CERI); las revistas Politique Africaine y Critique Internationale, al tiempo que dirige la colección de «Recherches internationales» de Éditions Karthala. Dentro de sus líneas de investigación destaca la sociología histórica del Estado en el contexto de la globalización, particularmente en África Subsahariana, Turquía e Irán. En cuanto a las publicaciones vinculadas a los ensayos reunidos en el texto a tratar, tenemos: El Estado en África. La política del vientre (1999) y Les études postcoloniales. Un carnaval académique (2010).

África en el espejo. Colonización, criminalización y Estado está compuesto por tres ensayos publicados anteriormente en revistas. «África en el mundo: una historia de extroversión» apareció originalmente en inglés en African Affairs (2000). «El crimen transnacional y la formación del Estado», así como «Los enojados (y enojadas) de los estudios poscoloniales», fueron publicados en francés en Politique Africaine (2004) y Societés Politiques Comparés (2010), respectivamente. En relación con la primera parte del título, veremos que el espejo en el que se observa la parte de África ubicada al sur del Sahara, no es otro que el de la dependencia. Una dependencia en cuya configuración no solo se ha participado, sino que ha sido una de las vías de inserción en el mundo desde hace varios siglos. Para poner a prueba esta hipótesis, el autor propone, siguiendo a Fernand Braudel, ver la historia africana desde una perspectiva de larga duración. La segunda parte del título nos sitúa en los puntos particulares por tratar en los textos. Así, en el primero de ellos, el autor asume que la franja subsahariana tiene un lugar en ese espacio mayor llamado mundo y señala que su participación ha sido, principalmente, a través de estrategias de extroversión, entendiendo por estas las prácticas de compensación en la que africanos/as han tenido arte y parte. Es decir, la dependencia no ha sido una mera imposición de las metrópolis coloniales y/o excoloniales, sino que además ha sido adoptada, sostenida y profundizada por sus élites políticas y económicas. El ensayista retoma esta hipótesis planteada por primera vez en El Estado en África. La política del vientre.

La dependencia, entonces, funciona como bisagra entre el medio externo e interno. En sus propias palabras: «los africanos han sido agentes activos en la mise en dépendance de sus sociedades, a veces oponiéndose a ellas, y otras veces uniéndoseles', de tal modo que se volvió un anacronismo reducir esas estrategias domésticas a simples fórmulas de 'nacionalismo' o, de hecho, de 'colaboración'» (20). No es cuestión de negar la violencia de la «conquista», pero tampoco de «hacer creer» que los «colonizados» simplemente obedecieron, pues también hubo espacio para establecer alianzas, aunque inestables. Incluso antes de la repartida de África (Berlin, 1885), encontraríamos, atisbos de dependencia, como forma de vínculo con el mundo, en las estrategias establecidas por los traficantes africanos de esclavos y los compradores europeos. Entonces este mecanismo de acción sería una constante en la historia de esta parte de África y permearía todos los órdenes: político, económico, financiero, militar, social y cultural.

Sin embargo, a partir de 1980 se exacerbarían y radicalizarían estas estrategias, dado que se hizo creer que habían desaparecido los espejismos de revolución y de democracia creados con las independencias. En cambio, exportar imágenes de brutalidad, autoritarismo, imposibilidad democrática favorecería las prácticas criminales de los gobiernos de turno. No obstante, la criminalización como parte de la formación del Estado habría hecho presencia desde su germinación. Esta es otra de las hipótesis que Bayart plantea y no solo para el caso africano. La democracia, por su parte, operaría como «una forma de lenguaje pidgin que diversos príncipes nativos emplean en la comunicación con soberanos y financieros occidentales» (32).

De esta manera, toma otra vía sociológica para analizar la dependencia, distanciándose de la versión estructuralista. Aquí la dependencia no es negada, se trata más bien de ver con qué fines se ha empleado y cuáles son los agentes que participan. Ello tampoco implica que esta sea el único camino por el que las sociedades africanas se han constituido. Por eso, el autor se detiene en las ventajas que tiene el paradigma propuesto para leer África Subsahariana en sus relaciones históricas con el mundo y con ellos mismos, pues no es un problema de marginación en la economía mundial, sino de cómo la primera se ha insertado en la segunda a la luz de la globalización. En este sentido, las instituciones sociales (el gobierno colonial, los centros de intercambio, los lugares de negocio, las plantaciones, las minas, las escuelas, los hospitales y las misiones cristianas) han jugado un rol protagónico en la conformación de la política del vientre, entendida como una «forma de gubernamentalidad» en el sentido foucaultiano, y en la adopción de las estrategias de extroversión, lo que ha redundado en la creación de una gramática de las mismas.

En los ensayos restantes, el autor responde, en parte, las críticas que ha recibido por las publicaciones relacionadas anteriormente. Así en «El crimen transnacional y la formación del Estado», contextualiza el momento de producción de El Estado en África -publicado por primera vez en francés en 1989-, pues perder de vista las motivaciones que vehicularon este libro es lo que ha llevado a su malinterpretación, en tanto que el acento está puesto en la criminalización del Estado y no en el Estado criminal; es decir, en el análisis de «una interferencia cada vez más fuerte de la frontera entre lo lícito y lo ilícito», por un lado, y del «desarrollo de actividades consideradas como criminales tanto por el derecho internacional como por las legislaciones nacionales», por otro. Estos procesos serían «indisociables de la historicidad propia del Estado en África y [...] de los procesos de globalización más inmediatos» (101). Con todo, esta hipótesis no es solo para África, sino también para la formación del Estado en cualquier parte del mundo.

En «Los enojados (y enojadas) de los estudios poscoloniales», sigue esta lógica querellante. Esta vez con algunos editores/as de Ruptures postcoloniales: Les nouveaux visages de la societé francaise (2010), quienes critican sus planteamientos esgrimidos en Les études postcoloniales, ante lo cual los invita a una lectura más detenida. No obstante, dentro del grupo de colaboradores se dice cercano al pensamiento crítico de Achille Mbembe pues fue el mismo Bayart quien editó en Francia su libro De la poscolonie: essai sur l'imagination politique dans l'Afrique contemporaine (2000).2 Estas confrontaciones nos recuerdan por supuesto las discusiones llevadas a cabo en torno a los Estudios culturales en su versión norteamericana y los Estudios subalternos latinoamericanos.

Lo interesante de estas disputas es insistir en la necesidad de apropiación activa de las teorías, pues lo fundamental no es si los autores son «europeos», «indios», «africanos» o «estadounidenses» para legitimarlos o no -frente a esta geopolítica del conocimiento ha corrido suficiente tinta-, sino los elementos que permitan una mejor comprensión de las problemáticas y acontecimientos «locales» sin esencializarlos, y en caso de incorporarlos a nuestros marcos epistemológicos, deberán obviamente ajustarse a las particularidades por tratar. Es en este sentido que los ensayos de Bayart permiten complejizar las lecturas sobre la historia y el presente de África Subsahariana, pero también pensar las posibilidades de análisis que presenta su propuesta sobre la formación histórica del Estado en otros contextos.


Pie de página

1 Licenciada en Idiomas, Universidad Industrial de Santander, Colombia. Magíster en Estudios de Género y Cultura, mención Humanidades y Doctor © en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile, Chile. Docente part-time, Facultad de Ciencias Sociales e Historia, Universidad Diego Portales, Santiago de Chile. Contacto: maryluzestupinan1@gmail.com
2 Traducido un año después al inglés bajo el título On the Postcolony. Trabajo realizado en Berkeley y publicado por la Universidad de California. Es español aún no contamos con traducción alguna.


Bibliografía

Bancel, Nicolas, Bernault, Filorence, Blanchard, Pascal, Boubeker, Ahmed, Mbembe, Achille y Vergès, Françoise (Dirs.). 2010. Ruptures postcoloniales: Les nouveaux visages de la societé francaise. París, La Découverte.

Bayart, Jean-François. 1999. El Estado en África. La política del vientre. Barcelona, Bellaterra.

Bayart, Jean-François. 2010. Les études postcoloniales. Un carnaval académique. París, Karthala.

Bernal, Martin. 1993. Atenea Negra: las raíces afroasiáticas de la cultura clásica. Barcelona, Crítica.

Buck-Morss Susan. 2005. Hegel y Haití. La dialéctica amo esclavo: una interpretación revolucionaria. Buenos Aires, Norma.

Hegel, Wilhelm Friedrich. 1999. Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Madrid, Alianza.

Mbembe, Achille. 2000. De la poscolonie: essai sur l'imagination politique dans l'Afrique contemporaine. París, Karthala.

Wolf, Eric. 2005. Europa y la gente sin historia. México, Fondo de Cultura Económica.