¿Cómo llegaste a los estudios culturales y desde qué puntales tu práctica personal, académica y profesional puede inscribirse en este campo?
Llego a los estudios culturales porque cuando estoy en Chapel Hill me encuentro con una clase de Introducción a estudios culturales. Voy, simplemente porque me habían recomendado que el profesor era muy bueno… Voy a esa introducción a estudios culturales, es con Lawrence Grossberg, me parece maravillosa la clase y ahí empiezo a meterme en serio con estudios culturales. Aquí en Colombia, antes de irme a hacer el doctorado, había leído a Stuart Hall, pero tenía una idea muy vaga de qué eran los estudios culturales y no había dimensionado a Hall como uno de los intelectuales más relevantes de nuestros tiempos. Así que es sólo en Estados Unidos donde me acerco de los estudios culturales y me enamoro de Hall.
En Latinoamérica, la noción de qué constituye un trabajo en estudios culturales es todo menos unánime. Esto se ve tanto en los textos teóricos en torno al tema, como en las clases ofrecidas por los programas de Maestría y Doctorado en estudios culturales de México para abajo. ¿Cuáles serían para vos los rasgos imprescindibles de un trabajo en estudios culturales en Latinoamérica? Y de paso, ¿cuál sería el carácter que los diferencia de los estudios culturales a la Birmingham y de los Cultural Studies, por nombrar sólo dos tendencias más?
Pienso que hay «estudios culturales», no «estudios culturales latinoamericanos». Y los estudios culturales tienen unos rasgos compartidos que pueden estar en Birmingham, en la China, en Estados Unidos o en América Latina, lo que no significa que sean descontextuados ni mucho menos que Birmingham sea la única manera de hacerlos. No se puede confundir, entonces, unos rasgos compartidos con la manera concreta y contextual en que se articulan los estudios culturales en los distintos lugares y tiempos. Esto es lo que hace que los estudios hayan sido históricamente múltiples y heterogéneos, pero que no puedan ser cualquier cosa. Esos rasgos compartidos que articularían en su heterogeneidad el proyecto intelectual y político de los estudios culturales son: (uno) los estudios culturales son una modalidad crítica de la práctica teórica. No me puedo imaginar unos estudios culturales que no tengan esta actitud crítica.
¿Y qué entendés por modalidad crítica de la práctica teórica?
Una modalidad crítica de la práctica teórica es aquella que piensa que el conocimiento no es para producir más conocimiento en abstracto, sino que el conocimiento es para hacer intervenciones y transformaciones en el mundo. Esta modalidad crítica de la práctica teórica también es aquella que cuestiona el supuesto de que es posible separar hechos de valores, de que es posible conocimientos neutrales de sujetos incoloros, inoloros e insaboros. Entonces un rasgo fundamental de estudios culturales es esta modalidad crítica de la teorización. Esto resuena con la conocida tesis de Marx sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».
¿Y esa forma está atravesada por el marxismo?
No necesariamente, aunque no creo que sea posible pensar seriamente sin un diálogo con el marxismo. Eso que he llamado modalidad crítica de la práctica teórica es lo que Stuart Hall denomina la voluntad política de los estudios culturales. No me imagino unos estudios culturales que no tengan esa voluntad política. Por eso los estudios culturales nunca pueden ser solo estudios, que se queden en meras investigaciones eruditas, en producción de conocimiento florero. Ahora bien, esto no significa que los estudios culturales sean la única forma de articular voluntad política en la academia, no significa que sea necesariamente la mejor, pero es una apuesta entre otras, que tiene ciertas trayectorias y ciertas elaboraciones.
Otro rasgo que define la especificidad del proyecto de estudios culturales tiene que ver con la noción de cultura, es decir, desde los estudios culturales la cultura es pensada en su intersección constitutiva con lo político, con las relaciones de poder y sus disputas. Eso, para decirlo de otra manera, es pensar la cultura como un terreno de luchas por significados, y esos significados constituyen el mundo, producen las materialidades que nos hacen ser lo que somos. Entonces, ese es el segundo rasgo que desmarca los estudios culturales de las versiones del abordaje de la cultura como la antropología o la sociología. Para decirlo de manera simple: es la intersección, el cruce, la sutura entre cultura y poder de lo que hablan los estudios culturales cuando se refieren a la cultura.
El tercer rasgo es que los estudios culturales no son un ejercicio platónico y ensimismado de alta teoría. Los estudios culturales no son una disquisición eminente o predominantemente teorética sobre el mundo desde genialidades que tratan de alejarse en un gesto de destilación teorética de la mundanal heterogeneidad y contrariedad del mundo. Al contrario, los estudios culturales son estudios de lo concreto, de contextos y coyunturas específicas. Esto hace que los estudios culturales no sean un juego de angelicales categorías sino que se encuentran empíricamente orientados.
¿Y por qué no admitir a partir de esa orientación empírica la existencia de diferencias en estudios culturales aquí o allá? ¿Es decir, que así admitís un proyecto de estudios culturales que se manifiesta distinto en lugares distintos, precisamente por esa apropiación del medio…?
Claro, pero eso no significaría que eso se marque como latinoamericano. O sea, lo latinoamericano no existe como una especie de esencia; pensado así lo latinoamericano es un orientalismo… Aunque los estudios culturales son necesariamente contextuales, esto no significa que la marcación de lo latinoamericano aparezca como si fuese una única articulación significativa que los oponga a algo así como estudios culturales estadounidenses, británicos o franceses. Me parece que el horizonte de la adjetivación de lo latinoamericano no es algo tan sencillo como a primera vista puede aparecer. Lo que no quiere decir que no haya posicionamientos geopolíticos y de lugar que valga la pena subrayar y disputar en esa adjetivación. En suma, me parece un asunto que no se salda tan fácil con un cerramiento aparentemente tan obvio como apelar a una especie de latinoamericanidad inmanente y compartida.
El último rasgo que me gustaría indicar de la especificidad de los estudios culturales es el del contextualismo radical. Esto apunta a que los estudios culturales no estarían garantizados por un cuerpo teórico, la referencia a unos héroes culturales, la apelación a unas temáticas, la toma de una posición política o la utilización de unas metodologías o unos instrumentos de investigación. Antes que esto, los estudios culturales son un estilo de trabajo intelectual, uno que podemos llamar contextualismo radical. Entendido el contexto como el ensamblaje de articulaciones que en un momento dado producen y definen la singularidad de cualquier aspecto de la vida social, los estudios culturales siempre buscan sus respuestas en relación con el estudio de ese contexto. De ahí que su labor intelectual y política pueda ser definida como la de una radical contextuación. Esto es por lo que los estudios culturales sí tienen un método, el del contextualismo radical. Hay colegas que confunden este rasgo de los estudios culturales con la normatización metodológica o de técnicas de investigación. No es lo que estoy argumentando. Pienso que el pluralismo metodológico y de técnicas de investigación (así como el temático, el teórico o el de héroes culturales) es fundamental en los estudios culturales, pero de eso no se sigue que los estudios culturales como proyecto intelectual y político no tengan un particular estilo de trabajo que es el contextualismo radical. Este rasgo, asociado a los anteriormente comentados, hace que los estudios culturales sean muchas cosas, pero que no cualquier cosa sea estudios culturales…
Los debates sobre estudios culturales desde Latinoamérica transparentan una oposición fuerte entre ciencias sociales y humanidades: es una lucha por ser reconocidas como inscritas en el campo o por desvincularse del mismo. ¿Hasta qué punto las ciencias sociales (antropología y sociología, principalmente) usan la etiqueta y el proyecto de estudios culturales para avalar un reposicionamiento suyo, un remozamiento de su propio trabajo estrictamente disciplinar? ¿Ves alguna vía para que los trabajos en estudios culturales producidos desde la crítica literaria, los estudios de la comunicación y los estudios visuales, incluso la historia y la filosofía, sean —y se lean— como algo más que «textualismo», mera lectura de texto, simple práctica apolítica?
La relación de antropología y sociología con los estudios culturales puede ser muy tensa en algunos países de América Latina. No solamente es de apropiación y de avalar los estudios culturales, sino que se pueden identificar actitudes de patriotismo disciplinario fundadas en el desconocimiento y las más curiosas ansiedades derivadas de sus presencias. Entonces no hay una necesaria relación armónica entre antropología-sociología y estudios culturales. Hay colegas que desde la antropología y la sociología reivindican los estudios culturales, pero mi sensación es que no son la mayoría. Ese es un punto. Los que reivindican los estudios culturales desde la antropología y la sociología en general están problematizando modelos más aristócratas de antropología y de sociología, pero no necesariamente los colegas que trabajan con teorías contemporáneas en antropología y sociología ven los estudios culturales con buenos ojos. Eso por un lado.
¿Y eso por qué?
Creo que los estudios culturales suelen operar como un gran malentendido. En diferentes partes de América Latina, la relación que hay con los estudios culturales es una relación de mucho escozor, de mucha tensión, porque se les asocia y se les atribuyen cosas que no necesariamente son… También uno se encuentra con las ansiedades de un sector de académicos mediocres que poco o nada han aportado a sus campos disciplinarios, que ven en el posicionamiento de los debates de los estudios culturales una amenaza a sus capitales simbólicos, a sus cómodas inercias. Ahora, con estudios literarios y con los estudios visuales… sé que los estudios literarios no son necesariamente textualismo y esteticismo, pero también hay que decir que no es extraño encontrarse con los más grotescos textualismos y esteticismos en gente que se para desde los estudios literarios. Pero en estudios literarios hay otras corrientes desde hace muchos años que son de crítica cultural (ahí está la Nelly Richard, por ejemplo) o que no se circunscriben al canon o a fragmentar el análisis del texto de sus imbricaciones históricas y sociales.
¿A qué necesidad social responden hoy en día los estudios culturales en Bogotá, en concreto, y en Latinoamérica, pensada como encuadre geográfico, en líneas más generales?
A ninguna que no sean las del mercado y la burocracia académica. En Bogotá lo que hay es un mercado, en donde diferentes instituciones piensan los posgrados de estudios culturales como un nicho donde pueden capturar estudiantes-clientes. Ahora, esto no significa que en algún momento no se empiecen a gestar unas tradiciones de estudios culturales que respondan crítica y creativamente a las situaciones de la ciudad y del país. Pero eso está en un registro de lo que podría darse, no de lo actualmente existente. Uno sí ve algunos destellos de lo que podrían llegar a ser estos estudios culturales, pero es muy pronto para saber cómo cuajaran en caso de que se den. Pero eso no debe suponer una idealización ni un desconocimiento del fango en el que florecerían.
¿Y en Latinoamérica? ¿En otros países?
No sé… No me atrevería a decir.
Pensándolo ya no desde ese puntal oportunista del mercadeo, sino desde la relación de la academia con los estudios culturales en sí, ¿es necesaria la institucionalización de los estudios culturales actualmente en Latinoamérica? ¿Cuáles serían sus ventajas?
La institucionalización es un hecho, gústenos o no. Es favorable porque es posible orientar ciertos recursos y porque es posible consolidar cierto lugar de irreverencia frente a lo que es la academia más convencional (pero no considero que ahora lo sea). Los estudios culturales podrían convertirse en una trinchera para la problematización y la denuncia de la elitización de la academia, de problematización y de denuncia de lo que se está consolidando como las políticas de ciencia y tecnología. Pero pienso que la institucionalización también significa una gran desventaja porque se da en universidades de élite, donde las prioridades y lógicas parecen ser muy poco favorables a una labor intelectual y política como la que encarnarían los estudios culturales.
¿Qué dificultades plantea metodológicamente la enseñanza de los estudios culturales en Latinoamérica? Ya has dicho que está socavada de entrada por el oportunismo y también seguro por la malformación de los profesores: ¿Es factible y conducente un programa de pregrado en este campo? ¿Es necesario?
Pienso que uno debe enseñar estudios culturales haciendo estudios culturales, y eso implica tener una lectura bastante irreverente frente a la autoridad, y debe implicar una seducción y un reto a los estudiantes para que traten de pensar de otras maneras y que les duela más el mundo de lo que les duele en este momento. Entonces, para mí, una clase de estudios culturales es un ejercicio de estudios culturales...
Tan bonito eso…
El punto es lograrlo. Y para hacerlo es fundamental la problematización de la relación de autoridad con los estudiantes, ya que ahí, en el salón de clase, también se juega el proyecto político de los estudios culturales. Hay que explorar pedagogías queer, es decir, pedagogías que desestabilicen las certezas de los estudiantes, que exploren desviaciones en el lenguaje, en el cuerpo y en las prácticas docentes, que los confronten. Así, que desde lo que uno dice y hace en clase se queden pensando en lo absurdo que son los encuadres pedagógicos convencionales con profesores de traje (y esto no solo se refiere a cómo visten, sino a la forma acartonada como se relacionan con el conocimiento, con lo que supuestamente representan…). Ahora, considero que un pregrado en estudios culturales sería una experiencia muy interesante, todo un reto, ya que no está marcado por el canon disciplinario… ¡tocaría inventárselo! Un pregrado en estudios culturales podría ser el nombre para formar buenos antropólogos, porque los pregrados de antropología forman malos antropólogos…, para formar buenos historiadores…
Y buenos sociólogos… [Risas]
Sí, sobre todo buenos sociólogos, porque con tanto positivismo y funcionalismo cientificista que les enseñan en esos programas sería bueno unos sociólogos que en realidad pensaran críticamente.
Pero mirá, lo que me preocupa ahí es la cosa disciplinar, porque ¿cómo hacer un pregrado sobre algo que no es disciplinar…?
Aunque no nos guste y no deberían ser, los estudios culturales son disciplinares. ¿Quién te dijo a vos que no son? [Risas] Cierto que se plantean en su discurso autocelebratorio que son inter o trans disciplinares, pero en la práctica son bien disciplinaditos, operan sociológica y subjetivamente como cualquier disciplina. Me explico: si bien todos los practicantes de estudios culturales tienen claro que sus interpretaciones no deberían ser reduccionistas, es decir, no deberían limitarse a una dimensión o variable, como la cultura (culturalistas), la economía (economicistas), lo inconsciente (psicologicistas), etc…, si uno va más allá de ese discurso, que es un discurso, digamos, de orden epistémico, si vos vas a las prácticas institucionales, o sea, una disciplina es también un conjunto de prácticas, de instituciones, de subjetividades, de normalizaciones institucionales, de tradiciones: pues entonces los estudios culturales, gústenos o no son bien disciplinarios. A mí me gustaría mucho que no fueran. Es más, a mí me gustarían unos estudios culturales no-disciplinarios e indisciplinados, pero es un hecho que, en el contexto de su institucionalización, los estudios culturales son cada vez más disciplinarios. Es un asunto etnográfico, no de lo que a uno le gustaría que fuesen o no los estudios culturales.
Los programas universitarios de estudios culturales que se van configurando en Latinoamérica se apoyan en fundamentos en apariencia muy disímiles, a juzgar por las clases que programan. ¿A qué se debe esto? ¿Cuál es el factor común de todos esos programas?
A mi manera de ver las diferencias se deben a las trayectorias de la gente que está ahí. Los estudios culturales han permitido, cuando se institucionalizan, que la gente que hace filosofía siga haciendo filosofía en estudios culturales, que la gente que hace antropología siga haciendo antropología en estudios culturales, que la gente que hace literatura siga haciendo literatura en estudios culturales. Lo que no es problemático cuando se siguen haciendo de formas que nunca se plantearían los simples filósofos, antropólogos, literatos… Entonces, cuando vos ves el programa de la Universidad de los Andes, vos ves una gran impronta de la teoría literaria y de estudios del lenguaje. Dudaría que teoría crítica literaria, o sea, ya eso no me lo esperaría de la Universidad de los Andes, por la gente que hace a esta universidad. Cuando ves el de la Nacional, vos te encontrás más con unos estudios culturales que son estudios de la comunicación, teoría política y teoría social contemporánea. O sea, son comunicólogos, politólogos, antropólogos, sociólogos y algunos de artes, que piensan que hay una equivalencia de estudios culturales con asuntos como estudios subalternos, teoría poscolonial, estudios de género. En la Javeriana se pueden identificar diferentes tendencias o momentos… Al principio, cuando estaba Santiago Castro dirigiendo el programa, estuvo marcado por teoría poscolonial, sobre todo como tirando hacia lo de modernidad-colonialidad y algo de filosofía contemporánea, en particular Deleuze. Después, cuando estuve yo, y llegó Víctor Manuel Rodríguez, ahí intentamos posicionar a Stuart Hall. Marta Cabrera ha sido más lo de estudios visuales y cuestiones de género, teoría queer… Con Diana Ojeda lo de ecología política, feminismo, giro espacial se empezaron a vislumbrar con más claridad.
Decís que tiene que ver con la trayectoria de la gente que entra a dirigir los programas, ¿y no pensás que tiene que ver también con las demandas…?
No, me parece que las trayectorias y agendas de quienes conciben y dirigen los programas, así como de los profesores y el establecimiento institucional en el que se inscriben marcan estas tendencias. Mirá, por ejemplo, el doctorado en estudios culturales latinoamericanos en Quito: es precisamente la influencia de Catherine Walsh, que está re-casada con modernidad-colonialidad, la que establece un perfil bien particular, un estilo incluso.
¿Distinguís entre estudios culturales y prácticas intelectuales en cultura y poder (siguiendo a Daniel Mato, 2005)? ¿Cómo altera o afecta esa distinción la enseñabilidad o no de los estudios culturales en Latinoamérica?
Daniel tiene toda la razón ahí. Creo que Daniel tiene la razón en varias cosas. Uno, en criticar cultural studies como una geopolítica del conocimiento y como colonialismo intelectual. En eso tiene toda la razón. También tiene razón en que las dinámicas intelectuales en América Latina que han abordado la relación entre lo cultural y lo político no se pueden encasillar ni subsumir en la etiqueta cultural studies. Estas dinámicas trascienden la universidad, trascienden la academia, tienen una profundidad y una riqueza de las que todavía no tenemos la conciencia. Tenemos ciertas lucecitas, por ejemplo con lo de la IAP. Hace unas décadas predominaba un estilo de trabajo intelectual que cada vez más se pierde en los afanes de la burocracia académica y sus fetichismos de los índices de citación, del cada vez más burdo «publica (en revistas indexadas) o perece». Estoy de acuerdo con Daniel ahí. Con lo que tengo cierta diferencia con Daniel es en que a mí sí me parece relevante disputar lo que en últimas se hace desde estudios culturales, ya que si no lo hacemos eso significa abandonar el campo de los estudios culturales a la derecha, al textualismo, al esteticismo. Los estudios culturales en América Latina son un hecho, no son un asunto que nos toca decidir si vamos a meter o no estudios culturales en América Latina. Tomo los estudios culturales como un terreno de disputa (como también lo es la antropología) y me parece que nuestro lugar ahí es tratar de implosionar las lecturas cómodamente cínicas de los textualistas, las babosadas del esteticismo. Hay que incomodar tanto los personajes y gestos que reproducen tanto el colonialismo intelectual como el chauvinismo epistémico. Ojalá en algún momento pudiéramos abandonar estudios culturales, que no tuviéramos que hablar de eso.
Eso no responde cómo altera eso que se pueda enseñar o no. O sea, ¿cuándo ya se sobrepase la pugna teórica, cuando se solidifique casi la noción…?
Hay una disputa sobre qué es lo que significa eso de hacer estudios culturales en América Latina. Una opción es mandar eso al carajo ya, que es la que me parece que toma Daniel, que es decir «eso no vale la pena y hay que tratar de evidenciar el colonialismo intelectual que implica y tratar de volver sobre las prácticas o visualizar las prácticas intelectuales que nos han definido desde hace mucho tiempo…». Así se puede leer lo que está argumentando Daniel, y me parece que es una posición legítima, aunque insuficiente a la luz de cómo están las cosas hoy. En contraste, a mí me parece que por ejemplo frente a las maestrías que hay en Bogotá, estudios culturales en la Nacional, en Los Andes, y en la Javeriana, que existen ya de hecho y que mientras sigan siendo buenos negocios para las universidades seguramente se mantendrán, la actitud no es darle la espalda a eso, sino que hay que posicionarse de tal manera que a alguna gente no le quede tan fácil hablar impunemente desde estudios culturales.
Pese a los cada vez más numerosos eventos y programas académicos en torno a los estudios culturales en Latinoamérica, es difícil encontrar publicaciones de investigaciones concretas autodenominadas «estudios culturales». Este rótulo casi siempre se debe a las editoriales, a la disposición o conocimiento del lector o al contexto institucional en que surgen. ¿Podrías hacer una lista de textos en estudios culturales desde Latinoamérica que sirviera de referencia a los novatos y a los no novatos en el área? Pienso un poquito en las clases, también y en las dificultades que hay para encontrar textos que correspondan…
En cierto sentido el texto de Mitomanías argentinas, de Alejandro Grimson, puede ser un buen ejemplo. Ese libro no es un libro simplemente; es toda una intervención que tiene vocación de hegemonizar desestabilizando ciertos sentidos comunes que constituyen la argentinidad. Además de libros publicados, puedo pensar en algunas tesis de maestría, como la de Johana Herrera, que muestra cómo la cartografía social debe ser entendida como una tecnología de producción de ciertos sujetos etnizados, lo cual implica que repiense su propia práctica de racionalidad cartográfica en ciertas luchas de la gente con la que ha venido trabajando por años. Estos son dos ejemplos que perfilan lo que podría llegar a ser el campo de los estudios culturales en América Latina. Ahora, con esto no quiero ocultar la frustración que se suele tener cuando se abordan textos que son supuestamente de estudios culturales. Hay un listado extenso de textos que son fundamentalmente diarrea teórica, pura teorrea y violencia epistémica [risas], otros de una ingenuidad y banalidad pasmosas…
Se va haciendo lugar común inscribirse en una genealogía de estudios culturales latinoamericanos avant la lettre. ¿Cuál es tu postura respecto a la relación de los estudios culturales en Latinoamérica con el ensayismo latinoamericano? ¿A quiénes crees que citan cuando lo mencionan? ¿Qué características de esa tradición crítico-literaria rescatan y reviven?
El ensayismo latinoamericano… yo creo que hay cosas ahí muy valiosas, pero hay otras que no lo son tanto. Esa es una forma de argumentación totalmente distinta al paper, lo que en esta época de brutalidad académica del totalitarismo de los papers es en sí un gesto de irreverencia.
¿Estás pensando en los argumentos de Nelly Richard (2005) sobre que si hacemos estudios culturales y eso es una ruptura en todos los planos, debía ser una ruptura también a nivel del texto…?
Sí. Ahora, eso no puede significar que por definición los ensayistas latinoamericanos hicieron o hacen estudios culturales. Creo que son expresión de una manera de argumentar y una manera de hacer política en América Latina. Que tienen que ver con cuestiones que nosotros llamamos «culturales», sí, o incluso algunos que ellos llamaron «culturales», sí, pero no considero que puedan subsumirse felizmente en la etiqueta de estudios culturales. Sé que otra gente piensa eso, sobre todo académicos estadounidenses o que escriben desde ese establecimiento académico. A mí me parece muy complicado cómo se lee la producción de la gente en América Latina desde Estados Unidos, y no solo por las nefastas lógicas de los area studies. Nelly ha sido muy clara con este punto. Un acto bien estadounidense es el de arrojar nombres y etiquetas desde sus pretensiones y perspectivas aplanando una heterogeneidad y complejidad tal que solo monumentales ignorancias e inercias las pueden seguir sosteniendo. Pretender englobar todo como estudios culturales latinoamericanos es síntoma de ese abrumador gesto de arrogancia del establecimiento del Norte con respecto a las disímiles dinámicas, problemáticas, preguntas enunciadas desde el Sur global.
Entiendo bien, pero sólo por curiosidad, Eduardo, ¿a quiénes creés que están citando cuando dicen eso, cuando hablan del ensayismo?
Están pensando en Arguedas, Mariátegui… están pensando en Rama…
No me parece…
Bueno, entonces debe ser que yo tengo en la cabeza unos. Yo tengo en la cabeza como esos literatos que no necesariamente se formaron en literatura, gente de sociología o historiadores que daban cuenta de asuntos gruesos de su sociedad como el problema del indio o el asunto del estado o esas cosas.
Además de Jesús Martín-Barbero, García Canclini y Renato Ortiz, autores a los que se suele citar como representantes de los estudios culturales en Latinoamérica, ¿quiénes más integran ese paradigma desde tu perspectiva?
Nelly Richard, por supuesto. Claudia Briones, por supuesto. Alejandro Grimson, por supuesto. Víctor Vich, por supuesto. Aquí en Colombia, tal vez Santiago Castro.
¿Y la Catherine Walsh?
No, Catherine no es estudios culturales, ella es modernidad/colonialidad. ¡Sabés que no se me ocurren más…!
¿La gente que está en la red de Clacso…?
Ya los mencioné a todos.
¿Daniel Mato?
No lo pondría en estudios culturales. Por puro instinto de conservación: donde lo haga, me busca y me pega [risas]. Y por ejemplo, Alejandro o Claudia tampoco se sienten muy cómodos con la etiqueta. Nelly, a veces, a veces no. O sea, la gente que mencioné que se siente cómoda con la etiqueta: Víctor, y pare de contar.
Uno está dispuesto a admitir que el nombre no es tan importante, pero pensando en lo que decías al principio de la disciplinariedad, de que eso pasa de hecho por discursos
Producción de sujeto, disciplinación, claro…
Entonces… hablando de los linderos disciplinares y de la similitud de proyectos en varios campos disciplinares hoy en día en Latinoamérica (pienso en el texto de Flórez-Malagón, 2003), ¿cuáles son, en tu opinión, los bordes entre estudios culturales y estudios de género, estudios de la poscolonialidad y estudios de la subalternidad aquí, en especial teniendo en cuenta los lazos de esas tres tendencias con los estudios literarios y los estudios visuales latinoamericanos? ¿Dónde se tocan esos proyectos, cómo se entrecruzan? ¿Son ya en sí estudios culturales?
El hecho de que los estudios culturales se apropien del marxismo no significa que los estudios culturales sean marxismo. Por supuesto que ahí hay una influencia del marxismo, de Gramsci en particular, de cierto Marx, de algunas elaboraciones de Althusser, pero eso no hace que sea simple y llano marxismo. Lo mismo pienso con los feminismos, con estudios subalternos, teoría poscolonial, con el postestructuralismo, con todo esto… Son proyectos todos esos, teoría crítica, modalidades críticas, tienen problemáticas concretas, algunas muy relacionadas con estudios culturales, tienen que ver con relaciones de poder, con significados, etcétera, pero considero que hay una especificidad: el contextualismo radical. El contextualismo es lo que diferencia a los estudios culturales de cualquier otra labor intelectual o campo académico disciplinario o transdisciplinario. Es lo que decía Stuart Hall con el ejemplo de Policing the Crisis: si yo pienso cómo se produce la racialización de los negros en Gran Bretaña, estoy haciendo black studies, pero cuando yo pienso eso en relación con la emergencia del pánico moral y la consolidación del tatcherismo y de los conservadores estoy haciendo estudios culturales. Entonces es en el cómo y el para qué se abordan los problemas —es decir, en el contextualismo radical— lo que define la especificidad de los estudios culturales frente a estudios subalternos, estudios de género o cualquier otra expresión disciplinaria o transdisciplinaria.
En ese sentido, Eduardo, pensando en el ejemplo que citás antes, esa tensión entre cultural studies y estudios culturales que mencionaste hablando de Mato, que estaba implícita en lo que decías, me parece a mí que invisibiliza prácticas y análisis que por la manera como entrecruzan las problemáticas: raza, género, clase, con cuestiones de cultura y poder en Estados Unidos, evocan claramente el ideal del trabajo del campo en Latinoamérica, y que entre esas prácticas me parece a mí sobresalen el performance artístico de corte político, incluso en Latinoamérica, los estudios lesbigays para Latinoamérica pero también en los cubanoamericanos [4] que hacen cosas muy, muy interesantes…
…Esos, más los trabajos de los chicanos… Pensando en eso, algunos autores (y tengo en mente a Yúdice, 2002) han abogado recientemente porque esas tendencias de trabajo y esa geopolítica sean incorporadas al campo de los estudios culturales en Latinoamérica. Entonces ¿cómo entendés ese problema? Acabás de hablar de que esos estudios de género se tocan con estudios culturales, se pueden tocar, pero en este caso…
Los estudios culturales se apropian de la teoría producida por la teoría queer, las teorías feministas y posfeministas… se las apropian, porque los estudios culturales no están definidos por una teoría ni tampoco están definidos por una temática. Lo que define los estudios culturales es la manera particular como abordan las cosas, lo que señalaba antes con lo del contextualismo radical. Por tanto, frente a un performance nos podemos encontrar frente a estudios culturales, pero no cualquier performance por sí mismo es estudios culturales.
¿Cuáles son los problemas y las dificultades en términos de investigación y metodología a que se ve enfrentado un practicante de estudios culturales en Latinoamérica?
Todos. Porque a diferencia de los campos disciplinarios o transdisciplinarios sedimentados, donde a menudo todo está claro y reducido a un manual de procedimiento, en los estudios culturales solemos preguntarnos por cómo hacerlos, solemos introducir una reflexividad sobre la necesariedad pero insuficiencia de que se queden solo en estudios, a menudo nos atormenta la ansiedad de reconocer que un activismo miope alejado de los tortuosos senderos del pesimismo del intelecto puede implicar el reforzamiento de relaciones de dominación, explotación y sujeción en contra de las cuales supuestamente estamos orientando nuestras luchas. El asco y la esperanza de que las ideas importan realmente en las luchas por dejar de ser aquello que no queremos seguir siendo es lo que define la aporía misma de los estudios culturales.
Eduardo, ¿a qué deberían responder los estudios culturales?
A la revolución… [risas]. Sí…, no estoy bromeando. La revolución como metáfora de intervenciones concretas. La intervención es el rasgo distintivo más importante de los estudios culturales. No pueden existir estudios culturales sin intervención, ya que es en ésta que se materializa su voluntad política. Ahora bien, intervención no es reemplazar el ejercicio intelectual serio por un activismo celebratorio de las márgenes y subalternizaciones. No es populismo académico ni diluir la especificidad y la importancia de la teoría en un relativismo epistémico del todo vale, sobre todo cuando es enunciado desde ciertos lugares y por ciertos actores. Intervención la entiendo como praxis, esto es, una práctica orientada teóricamente hacia la transformación. Esta transformación, sin embargo, no es la de la Revolución (con mayúscula inicial), no es la de una teorización totalitaria del lugar de la vanguardia o del profeta. Es la intervención que puede operar en tres planos, y a veces en varios de ellos al tiempo. En el plano de la interrupción de ciertos amarres concretos del sentido común y de los imaginarios colectivos referidos a la intercepción entre las prácticas significativas y las relaciones de poder. Interrumpir, entonces, las articulaciones de la explotación, dominación y sujeción que se naturalizan y que operan en tanto no pensables, pero desde donde se piensa. Un segundo plano son las intervenciones como acciones derivadas de investigaciones concretas sobre las relaciones de poder localizadas que lo involucran a uno mismo como sujeto, pero que no se limitan a la subjetividad individual ni se quedan necesariamente en lo local. En este plano no es una intervención a nombre de otros irreductibles y distantes (marginalizados, subalternizados), sino desde las molestias existenciales del sí en relación con otros significativos. Finalmente, intervención en el sentido de propiciar los insumos teóricos contextualmente basados para las transformaciones estructurales y las luchas anticapitalistas.
Referencias
Flórez-Malagón, Alberto G. 2003. «La disciplina histórica en Latinoamérica. Una lectura con los estudios culturales», en Catherine Walsh (comp.). Estudios culturales latinoamericanos. Retos desde y sobre la región andina (pp. 159-170.). Quito, Universidad Andina Simón Bolívar.
Lázaro Lima. octubre-diciembre, 2008. «Deseos de estados queer en la producción crítica latina de los Estados Unidos». Revista Iberoamericana. 74(225): 959-971. Recuperado de: http://scholarship.richmond.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1004&context=lalis-faculty-publications
Mato, Daniel. 2005. «Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder», en Cultura, política y sociedad. Perspectivas latinoamericanas (pp. 471-497). Buenos Aires, CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/grupos/mato/Mato01.rtf
Richard, Nelly. 2005. “Globalización y academia, estudios culturales y crítica latinoamericana”. Richard, Nelly. Globalización académica, estudios culturales y crítica latinoamericana. En libro: Cultura, política y sociedad Perspectivas latinoamericanas. Daniel Mato. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. 2005. pp. 455-470. Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/grupos/mato/Richard.rtf
Yúdice, George. 2002. «Contrapunteo estadounidense/latinoamericano de los estudios culturales», en Estudios y otras prácticas latinoamericanas en cultura y poder. Buenos Aires, CLACSO [versión electrónica] Recuperado de: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100916032054/31yudice.pdf
Notas
Notas de autor