SENDEROS DE REPOSICIONAMIENTO A LA COMPLEJIDAD PRAXIOLÓGICA DEL TRABAJO SOCIAL: PATRIMONIO DISCIPLINAR EN CLAVE EXPERIENCIA DE FUSIÓN TEORÍA-PRÁCTICA

Opening Path to Re-Position Social Work’s Praxeological Complexity: A Disciplinary Heritage as an Experience of Theory-Praxis Fusion

Caminhos do reposicionamento perante a complexidade praxiológica do trabalho social: patrimônio disciplinar como experiência de fusão teoria-prática

Víctor R. Yáñez Pereira [1]
Universidad Autónoma de Chile, Chile

SENDEROS DE REPOSICIONAMIENTO A LA COMPLEJIDAD PRAXIOLÓGICA DEL TRABAJO SOCIAL: PATRIMONIO DISCIPLINAR EN CLAVE EXPERIENCIA DE FUSIÓN TEORÍA-PRÁCTICA

Tabula Rasa, núm. 22, 2015

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca

Recepción: 26 Noviembre 2014

Aprobación: 24 Abril 2015

Resumen: Este artículo parte del entendido de que la realidad se va formando como una trama que urde cosas con semánticas, configurando a nivel de la conciencia y del lenguaje una densidad discursiva que devela el contenido de verdad situado en la zona de nuestras experiencias. Veremos que el pensamiento debe traducir las lógicas de trabajo social en una expresión de ruptura ante la totalización impositiva de cánones ideologizantes y deterministas, contenidos en el conocimiento heredado desde la tradición viejo europea del siglo XVII, y que en su condición moderna, con extremada violencia, han incrustado y naturalizado poderosas polarizaciones binarias, como ha sido el caso de la segregación entre los núcleos de teoría respecto de los de práctica y viceversa. Por lo mismo, la disciplina debe relevar una comprensión mediada por el cuestionamiento de una realidad que, también, le interroga, en cuanto movimiento socio-histórico. Ello se erige en la contradicción contingente y dinamizante de las contemporáneas relaciones sociales y su conflictiva manifestación; «imágenes que piensan», como el producto de unas semánticas que entrelazan el potencial enunciativo con el acto proposicional de los trabajadores y las trabajadoras sociales sobre fenómenos en realización, trayendo como resultado la capacidad de nombrar aquello que da sentido a reales oportunidades de cambio o transformación en diversos contextos y espacios sociales.

Palabras clave: Trabajo social contemporáneo, praxiología, experiencia, fusión teoría-práctica, discurso, objetos, imágenes.

Abstract: This paper stands on the notion that reality is gradually transforming itself as a weft weaving semantically-loaded things, shaping a discursive density in the spheres of consciousness and language, which unveil the content of truth located in the area of our experiences. We will see that thinking, must translate the rationale of social work in an expression of breaking up with the imposing generalization of ideologizing and deterministic canons, which are contained in old-Europe-tradition 17th century inherited knowledge, which in its modern condition have incrusted and naturalized powerful binary polarizations, as was the case of segregation between the cores of theory and those of praxis, and vice versa. For the same reason, social work must relieve some understanding mediated by questioning a reality that questions it at the same time, as a socio-historical movement. This emerges in the contingent and dynamizing contradiction of contemporary social relations and their conflictive disclosure; “thinking images”, as the product of some semantics weaving the enunciative potential with social workers’ propositional act on phenomena in process, which results in the ability to name all what gives meaning to real opportunities of change or transformation in varied contexts and social spaces.

Keywords: Contemporary social work, praxeology, experience, theory-praxis fusion, discourse, objects, images.

Resumo: Este artigo parte da ideia de que a realidade se conforma como uma rede que tece coisas mediante semânticas, configurando uma densidade discursiva que, ao nível da consciência e da linguagem, revela o conteúdo de verdade localizado na zona das nossas experiências. Observaremos que o pensamento deve traduzir as lógicas do trabalho social numa expressão de ruptura ante a totalização impositiva de cânones ideologizantes e deterministas contidos no conhecimento herdado da antiga tradição europeia do século XVII. E que a sua condição moderna, de extrema violência, tem incrustado e naturalizado poderosas polarizações binárias, como é o caso da segregação dos núcleos da teoria aos da prática e vice-versa. Por isso, a disciplina deve revelar um entendimento mediado pelo questionamento de uma realidade que também a interpela como movimento sócio-histórico. Tudo isso é erigido na contradição contingente e dinamizante das relações sociais contemporâneas e sua conflituosa manifestação. As «imagens que pensam» são o produto de semânticas que atrelam o potencial enunciativo com o ato proposicional dos trabalhadores e trabalhadoras sociais sobre os fenômenos em andamento, trazendo como resultado a capacidade de nomear aquilo que dá sentido às oportunidades reais de mudança ou transformação em diversos contextos e espaços sociais.

Palavras-chave: Serviço Social contemporâneo, praxiologia, experiência, fusão, teoria-prática, discurso, objetos, imagens.

Detalle.
VSP Visual Street Performance @ Fabrica Braco de Prata, Lisbon, Portugal - 2007

Detalle. VSP Visual Street Performance @ Fabrica Braco de Prata, Lisbon, Portugal - 2007
Manuel Faisco - https://www.flickr.com/photos/arteurbana/

Presentación

La preocupación por resituar la conjunción teoría-práctica como complejidad que orienta y define los procesos de investigación/intervención de trabajo social supone partir de la comprensión de su propio patrimonio praxiológico que para nosotros es aquello donde se funda nuestro pensamiento y nuestra acción disciplinar. Nos referimos a un capital, a una riqueza capaz de ser revelada, atrapada y vuelta a liberar a través del contenido de experiencias puntualizadas como imágenes que el trabajador o la trabajadora social transfiere a las cosas, convirtiéndolas en objetos de sus discursos, es decir, en construcciones derivadas de la acción de su logos que es vitalidad, movimiento y conflicto.

Así la trama praxiológica de trabajo social, en cuanto texto, argumento y praxis, pone en relación al episteme, la axiología y la ontología para erigir una razón teorética derivada de su práctica que, a su vez, es creada por una razón situada conceptualmente y creadora de la misma, o sea, de un contexto de sentido para el entendimiento sobre algo que se observa, construye e interviene. Ello nos insta a revisar la experiencia que emana de una indisoluble contradicción entre racionalidad, lenguaje, acción y realidad, lo cual no puede restringirse a una noción puramente empírica o totalmente abstracta, pues aquella polarización moderna es la que degrada la necesaria fusión teoría-práctica, imponiendo territorializaciones que nos colocan en el lugar de la teoría o en el de la práctica, como ya lo avizoró Theodor W. Adorno (1973: 173).

Para nosotros es en la experiencia de fusión teoría-práctica, donde se impulsan «saberes integrados» (Yáñez, 2007: 317-324), desde los cuales emanan imágenes únicas, dialécticas y actuosas, que van constituyendo diversificadas constelaciones de realidad, asentadas en un modo de comprender el aquí y el ahora. Eso es lo que nos permite leer aquello que aún no ha sido testimoniado, pero que se suscita, que está ocurriendo, que es devenir de movimientos y correlaciones entre los contenidos de nuestra cosmología disciplinar y las nuevas trayectorias que asumen los lenguajes, conceptos y acciones, pues en cada investigación/intervención se produce una especie de ruptura con lo legado como saber a disposición, al manifestarse un campo de fuerzas que pone en permanente contradicción el sentido y su estado de crisis, esto es, la tensión que se produce entre lo dicho por los vencederos de la historia y lo que proponen quienes recién exponen su verdad (Vedda, 2008: 64).

Lo anterior comporta, quizá, una suerte de reconciliación, un trabajo de lectura crítica sobre aquello que el pasado deja para el presente, lo que exige un movimiento de actualización del conocimiento, de superación de la inactividad de la palabra en la acción y viceversa, pues encierra la benjaminiana demarcación del carácter que se desprende del destino, mostrándonos que el tiempo de la experiencia en la praxis de fusión teórico-práctica no es el mismo que el tiempo cósmico, histórico, fenomenológico o cronológico; es más bien el tiempo del todavía no propuesto por Ernst Bloch (2004). Hemos de entender, entonces, que dicha experiencia no se encuentra radicada en el a priori kantiano, ni en la pura subjetividad del/a trabajador/a social, más bien se libera en la tensión entre una compleja red de conocimiento ya existente y el hiato que en él deja el relámpago de la novedad, es decir, de un objeto/imagen emergente (Galende, 2009: 21), cuyo contenido o saber resultante se expone como un rasgo digno de observación y aprehensión intelectual, mas no como una continuidad analítica, determinante y externa, pues refleja el encuentro entre el momento de lo ya ocurrido y de lo ocurriendo.

Por consiguiente, consideramos que el desarrollo de tales experiencias de fusión y no su acumulación contribuye a lo que Benjamin concibe como un potencial de crítica destructiva, que no aniquila o devasta totalmente, sino que agrieta el conocimiento, su tradición y fundamentos, abriéndolo a otras significaciones, evitando de este modo que su lenguaje se degrade como mero instrumento de comunicación y transporte de sentidos petrificados, reproductores de convenciones acríticas tendientes solo a intercambiar afirmaciones y premisas equivalentes a una lógica y discurso hegemónico, dogmático o tecnócrata, heredado del conservadurismo burgués o del dualismo metafísico occidental. El carácter destructivo de la crítica se orienta a confrontar una especie de fundamento sin fundamento o, tal vez, aquello que por tradición pervive sin un contenido revalidado, trayendo consigo múltiples ambigüedades lingüísticas y, por tanto, una insuficiencia argumentativa, narrativa y textual de nuestros campos discursivos, así como de su uso público en la escena de nuestra investigación/intervención en lo social.

En dicha destrucción crítica fracturamos la condición fetichista con que se observa la realidad, para comprender que la misma es una construcción de lenguaje, una intersección entre lo público y lo privado, lo cotidiano y lo extraordinario, donde los agentes inciden y se inciden históricamente, rebasando la concepción de tiempo homogéneo y vacío en que se instala el orden determinista. Entonces, en cada experiencia de fusión teoría-práctica los/as trabajadores/as sociales asumirían la responsabilidad de destruir el contexto de sentido en el que las afirmaciones se tornan coactivas y las palabras operan como términos maestros e impositivos, para recuperar la promesa de que las mismas han de ser creadas, a cada instante, por las experiencias que tensionan el origen y la novedad, esto es, que rompen con la unidad causal de destino y carácter (Benjamin, 1973).

Ello promueve la mudanza de la disciplina en lo contemporáneo, donde las marcas del pasado van unidas a las contingencias del presente, emergiendo así la exigibilidad de ligar la experiencia con la tradición (Benjamin, 1989: 44), sin superponer una a la otra, pues la primera no debe ser impuesta como el nuevo rostro o la tabula rasa, mientras que la segunda no ha de asumirse endurecida, ya que eso impediría hacer ruinas los monádicos paradigmas que nos alejan de la incansable lucha por la cavilación, la criticidad y la deliberación de la acción. Tengamos presente que es en el cruce entre experiencia y tradición que trabajo social rescata su genealogía como proyecto histórico-porcesual, teórico-metodológico, crítico-ideológico y ético-político, lo cual no refleja ordinalidad de ascendencia o descendencia dentro de un ciclo vital o de la procedencia en una casta, sino un sentido histórico disruptivo y discontinuo, una contra-historia que quebranta las «objetividades» genéricas y las «subjetividades» viciosas, reivindicando aquellos fundamentos silenciados u ocultos por efecto de un discurso instituido.

Hacia la ruptura y las nuevas lógicas en la producción de conocimiento en trabajo social

Es la genealogía de nuestra disciplina aquello que le enfrenta a los contrastes y ambivalencias de la modernización y sus fisonomías, obligándonos a resituar los lugares, tanto empíricos como no empíricos, desde donde buscamos comprender lo que se ha puesto como márgenes de lo social y ha sido dicho sobre los cotidianos modus vivendi que en él transitan, para poder exaltar desde allí lo inconcluso, lo relativo, lo cuestionable de aquello que se instala como «la verdad», rescatando la grandeza de los acontecimientos que nuestros procesos de investigación/intervención pueden hacer texto y discurso, esto es, fundamento expresable de una praxis emanada en la experiencia de fusión teórico-práctica. Para trabajo social, como para cualquier participante activo del desarrollo de las ciencias, es evidente que el propio impacto de la modernización sobre las formas de vida en sociedad conduce hacia una cada vez más elevada complejidad, posible de ser comprendida y atendida sólo al establecer mediaciones cognitivas y habilitantes entre lo global y lo local, lo general y lo específico, lo simbólico y lo material; todos espacios de escenificación donde lo teórico y lo práctico no pueden por sí solos, ni en su mero acoplamiento, seguir validando las experiencias de lo social, únicamente, a través del traspaso de conocimiento y saber que una generación asigna a otra.

Ello reclama franquear las posiciones de ventaja biopolítica que ostentan los ascendientes sobre los descendientes, ya que son estos últimos quienes deben abrir el conocimiento hacia los nuevos espacios geográficos, sociales, económicos, políticos, institucionales y culturales que han venido a transformar, ostensiblemente, las bases en que se cimientan las contemporáneas formas de relación social, lo que sin lugar a dudas entorpece las predicciones sobre los fenómenos y sus condiciones, dejándonos en actitud de expectación y perplejidad en cuanto a su significación y sobre todo a su re-significación. Con ello estamos reconociendo que la verdad no es la realidad, lo absoluto o la totalidad es, simplemente, un error rectificado que no ha sido nuevamente refutado, de ahí que no debemos seguir confundiéndola con lo que es verosimilitud, pues compartimos con Nietzsche (2001: 171) que esta última es consecuencia de una lógica instrumental y analítica, capaz de poner la razón como ganadora ante la falacia o la ficción, lo cual sin duda oculta la dialéctica mediación que sostiene a la verdad como correlato del error y viceversa.

Lo anterior exige a los/as trabajadores/as sociales reelaborar la conexión de lo abstracto con lo concreto, lo epistémico con lo metodológico, lo científico con lo común, lo profesional con lo cotidiano re-leyendo nuestras denominaciones, fuentes y respuestas de investigación/intervención ante las irritaciones de lo social. Por consiguiente, la generación de conocimiento no puede verse como un feudo privativo de la teoría o de la práctica, sino como la imperfecta construcción de quiebras en la colisión entre una reflexión crítica y una realidad viva, ceñidas a circunstancias y condiciones históricas particulares, donde los fenómenos y los agentes se producen, reproducen y transforman, como con tanta elocuencia y a su excepcional manera lo expresó Lukács (1999: 43).

Tal asunto nos invita a reconfigurar nuestra tradición disciplinar, poniendo en tensión la cultura intelectual, la cultura de la lógica y la cultura del lenguaje, al revisitar lo heredado como fundamento absoluto del saber, para lograr ir construyendo un conocimiento que, más que afirmaciones, deje reclamaciones y desafíos a los/as nuevos/as profesionales del trabajo social, instándoles a expandir sus observaciones, conceptualizaciones, discursos y propuestas. Así será factible pensar desde nuevas racionalidades, propicias para urdir la reflexión con la crítica y esta con la deliberación de la acción, en una extraordinaria fusión que alcance la ruptura y el desarrollo de un conocimiento que no sólo diga algo sobre la realidad, sino que además logre incidir significativamente en ella, perturbando el orden social instituido y dejando huellas mnémicas que nos posibiliten transitar desde lo tradicional hacia lo contemporáneo.

Es nuestra genealogía disciplinar aquello que nos alienta a ver que los límites en los horizontes de comprensión social precisan de la experiencia de fusión teoría-práctica para desentrañar un pensamiento capaz de agrietar la cristalizada textualidad, trama o contenido de ese conocimiento que se hace dependiente del tiempo pretérito y que, aun cuando solo podemos recuperarlo como recuerdo, lo malogramos en la memoria para ponerlo como testimonio del presente. Para nosotros, es en esa nombrada experiencia de fusión donde emana la abertura del conocimiento y de confrontación con el nexo causal entre: teoría o práctica, teoría y práctica, teoría de la práctica o práctica teórica; no para dejarlas separadas, sino para buscar sus tentativas conjunciones desde otras lógicas y concepciones, desde diferentes espacios de representación y lenguaje.

Pretendemos dejar en claro que traducir la cualidad de fusión teoría-práctica implica asumir una praxis de mediación que no puede restringirse a actuar como bisagra entre uno y otro núcleo; más bien debe hacer proliferar el contenido esencial de aquella experiencia, que convertida en saber logrará gestar conocimiento nuevo, en lugar de sólo comunicar datos o resultados propios de externalizaciones metódicas, instrumentales u operativas, útiles únicamente al pragmatismo de quien las controla, pero que en sí mismas no consiguen poner en tensión la verdad pre-establecida con la verdad que está en tránsito, pues simple y procedimentalmente reproducen fundamentos, argumentos, estilos y formas prescritas, impidiendo liberar la complejidad del conocimiento que busca trascender la verdad de la tesis y la de su antítesis. El conocimiento, por definición, se diluye una y otra vez en el desarrollo de su propio curso y en la expresividad de su lenguaje, lo que nos obliga a revalidar las fuerzas provisionales de la interpretación y la explicación sobre aquello que es singular a cada realidad, trayendo consigo las exigencias de reinterpretar y de volver a explicar las cuestiones de lo social en sus contenidos y no en sus apariencias, pues «la relación entre su esencia y el lenguaje es totalmente distinta en el original y en la traducción» (Benjamin, 2001: 24).

De ahí que establezcamos que son nuestros modelos de comprensión social los que nos permiten dejar al descubierto los rostros duros de la modernización, esto es, todas las formas de exclusión, desigualdad e injusticia que no son sólo económicas y que por lo mismo reclaman ser permanentemente, contextualizadas y re-escenificadas mediante un trabajo teórico-práctico de tematización, problematización y argumentación que, en trabajo social, aliente el discurso de la investigación/intervención. Por consiguiente, traducir dicha experiencia de fusión nos aproxima hacia la significación, la legitimación y la refutación crítica del conocimiento, demostrando la imposibilidad de establecer una teoría o una práctica disociadas por su objetividad o por su subjetividad, ya que la primera no está destinada a replicar la realidad tal cual esta es, ni la segunda a perpetuar su estabilidad, en el sentido de que la aperturidad en el conocer y en el actuar han de concebirse como expresión —transponible, articular y difundible— de una dialéctica negativa ante la fundamentación unívoca y el proceder hegemónico (Adorno, 1984: 7).

Lo anterior nos llama a entender que ninguna argumentación puede culminar en una síntesis inequívoca entre razón y realidad, como tampoco las contradicciones sociales pueden hacerse desaparecer a nivel del pensamiento ya que, como lo postuló Adorno en su momento, existe un principio de no identidad, basados en el cual debemos traspasar las colonizantes apariencias del mundo fenoménico que se imponen a la conciencia y, además, cuestionar el arbitrario ajuste que la ciencia hace de los conceptos para definir los elementos de ese mundo. De ahí que sólo en la praxis de fusión teoría-práctica sea posible realizar un reconocimiento de lo inconcluso en la construcción de la realidad, así como de una permanente discusión sobre las afirmaciones y acciones que realizamos en torno a ella, en cuanto dicho testimonio y rebelión de añadidura, yuxtaposición y trascendencia dialéctica de un núcleo en el otro trae aparejada una especie de transgresión a la territorialización de su conocimiento y a la fragmentaria especialización de sus aplicaciones respecto de escenarios y demandas sociales concretas.

Ello exige una activa discusión de reposicionamiento en nuestras formas de pensamiento, modelos de comprensión y esquemas cognitivos, irrumpiendo en el detenimiento que cada entidad asume en su presunto lugar propio y originario, para sacarlas de su estado de epojé e, indirectamente, recobrar su reciprocidad, atadura y conjugación, superando la interdicción que pone en suspenso o discordia un núcleo respecto del otro. Así, pues, nuestro conocimiento no quedaría capturado en la teoría o bien en la práctica, ya que el mismo ampliaría sus posibilidades de verdad a nuevas exégesis, tematizaciones, problematizaciones y discusiones futuras, al movilizarse para decir no sólo lo que nuestro acervo disciplinar posee y ostenta, sino a su vez lo que puede descubrir y someter a negación dialéctica, consiguiendo preñar de lo intangible a lo material, así como de lo tangible a lo sustantivo, de modo de hacer elocuente lo silencioso y abatir lo actualmente sabido.

Entonces, la pérdida de mutua transmisibilidad entre los núcleos, producto de su separación y paralelismo, hacen perder potencialidad y legitimidad a su praxis productora de conocimiento, al encriptarles en una dirección racional de causa-efecto conducente a: que una entidad subordine a la otra, que se nieguen mutuamente o que se polaricen en una profunda desavenencia. Es allí donde la experiencia se ve empobrecida en su fuerza de fusión, pues el riesgo de la trasmutación se reprime con el rigor de la certeza y la seguridad, cosificando y naturalizando el conocimiento y su gestación, por vía de una racionalidad instrumental y finalista que niega casi totalmente la esfera de los agentes, la criticidad reflexiva y su ímpetu para trascender lo dado como supuesto (Horkeimer, 2002: 77).

En ese sentido, la desmesurada fortificación de la parcialidad, exclusión y partición que en trabajo social sigue presentándose respecto de la teoría y de la práctica reclama inquirir nuestras racionalidades, sus lógicas discursivas y sus puestas en escena pública, re-asimilando y re-vitalizando las experiencias que atraviesan la tradición con la renovación (Adorno, 1962: 168), para reaprender a nombrar la realidad al estimular permanentemente los lenguajes y usos situados de nuestro conocimiento en los diversos procesos de investigación/intervención. De ahí que se requiere hablar no en contra de la incompatibilidad de teoría y práctica, sino a partir de ella, logrando salvaguardar su distintivo correlato, el cual constituye una suerte de mediación capaz de re-escenificar la realidad, tras el conocimiento que germina en la experiencia de colisión entre representaciones abstractas y propiedades fácticas.

Configuración del discurso praxiológico de la disciplina

Nos dijo Walter Benjamin que «nuestra pobreza en experiencia es tan sólo una parte de la gran pobreza, que ahora ha vuelto a recibir un rostro, tan agudo y exacto como el de los mendigos medievales» (Benjamin, 2012: 83), lo que en el caso de trabajo social, sin duda, se manifiesta en nuestras tradiciones disciplinarias, evidenciándose en el corpus de conocimiento, tanto teórico como práctico, que ha sido producido por la investigación/intervención. Dicha pobreza se asienta en la predominancia de una domesticidad asistencialista y en una estratégica tecnología programática que nos ha encaminado hacia lo residual y lo binario, al comenzar una y otra vez desde la borradura del pasado o desde la petrificación de las convenciones o bien desde la coyuntura sociopolítica imperante o desde lo impuesto por propaganda o moda, construyendo una teoría y una práctica que, en definitiva, se conforman y sustentan con poco, perdiendo el valor de la herencia a cambio de la utilidad de lo actual y su evanescencia.

La experiencia es, en efecto, una unidad de sentido y relación intencional propia de la aventura que deriva de la vida, cuya intensidad debe hacerse expresiva como aprendizaje, saber y conocimiento, no sólo por la ciencia, sino también por el sentido común (Saint-Girons, 2013: 23), formando una realidad condensada en la salida de un contenido que es ante todo conjetural, es decir, una textualidad cuya verdad ha de ser ratificada o impugnada. Por tanto, la experiencia no se restringe al puro ámbito empírico o de las ciencias del pensamiento o de la acción, sino que responde a un discurso, construido y transgredido a lo largo del tiempo y de las épocas, como salvaguardia al dogmatismo de las creencias, convenios y costumbres instaladas por la tradición del conocimiento de la práctica o de la teoría, los que por cierto reclaman una constante reformulación.

Así, pues, en el proceso de producción de conocimiento hemos de reflejar la experiencia como negación determinada, esto es, como inclusión de trabajadores y trabajadoras sociales en la historia construida en el trayecto intergeneracional que enriquece nuestras investigaciones/intervenciones. Por esta razón, la herencia incide en el presente que enfrentamos, pero no implicando ciclos acumulativos de antecedentes e información, sino como un secreto acuerdo de deudas y ganancias compartidas por ascendientes y descendientes, las cuales son reactualizadas como exigibilidades y oportunidades de rescatar y rejuvenecer nuestra tradición disciplinar, a través de su encuentro con el devenir de lo contemporáneo, pues en tal choque se forja una «imagen que relampaguea de una vez para siempre en el instante de su cognoscibilidad» (Benjamin, 2012a: 170). Esto hace de la experiencia un principio siempre abierto a nuevas experiencias, las que cuando son detenidas por la repetición generalizada componen una imagen formalizada y no dialéctica; pese a que ellas tienen lugar como un acontecer que, aun cuando es capturado por el lenguaje disciplinar, no pierde su lenguaje propio, no es propiedad del profesional, ni del peso de su observación y conceptualización, sino que es consecuencia de la historia en curso, donde como ya dijimos el saber se genera y apropia por un esfuerzo de traducción.

Ello implica un acercamiento reflexivo y crítico al texto contenido en el interior de la experiencia, cuya elocuencia se manifiesta como juegos de lenguaje capaces de despejar lo más extraño, excepcional y particular a ellas, desenvolviendo controversias entre constelaciones de categorías sociohistóricas, contextuales, epistemológicas, teórico-metodológicas, ético-políticas, etc., alcanzado una suerte de hospitalidad lingüística que nos acerca a lo foráneo sin anularlo, generando «una aproximación entre dos registros que, cada uno en sí mismo, ha perdido su verdad, pero cuya contraposición instituye un sentido nuevo» (Sarlo, 2007: 27). Visto así, la búsqueda y la posibilidad de la fusión teoría-práctica corresponde, no en sentido metódico, sino expresivo, a una experiencia de praxis, o sea, a una acción de pensar la acción del trabajo social en las esferas, campos y escenarios de sus procesos de investigación/intervención, logrando aprender a desaprender para reaprender lenguajes, saberes y conocimientos, dentro de un determinado horizonte epocal de comprensión capaz de asumir rupturas tras el recorrido de otros senderos de pensamiento y acción aún no trajinados por la disciplina.

En consecuencia, tal experiencia de fusión muestra su modo de realización como una praxis al llevarse a cabo in actu, es decir, en la revelación de una voluntad creadora de contenidos de verdad y principios internos de acción circunscritos a una concepción de mundo, a un tiempo y a un espacio, puesto que su fundamento se organiza alrededor de aquellas constelaciones de categorías comprometidas con los objetos/imágenes que a través de ellas son significadas, formando irrepetibles configuraciones de realidad al momento que el profesional disfruta de un hallazgo que arroja a la diversificación de los conocimientos que inspiran su praxiología y van formando los lugares de la memoria, desde los cuales se fundan nuestros procesos de investigación/intervención. No perdamos de vista que trabajo social requiere que la teoría funcione y se utilice para hacer algo, esto es, que exalte la experiencia ante situaciones concretas, pero incidiendo prácticamente en la teoría; por ejemplo, al inspirar ejes de indagación, formular constructos por sistematización, revelar la composición de escenarios emergentes, etc.

Asentados en dicha premisa, reconocemos que nuestros procesos de investigación/intervención afectan la realidad mediante la generación y la discriminación del conocimiento, el cual, utilizado para construir la trama del lenguaje disciplinar, nos permite no sólo plantearnos sobre fenómenos, sino traducirlos en demandas o reclamaciones sociales, respecto de las que formulamos respuestas o propuestas de abordaje por medio de la acción deliberativa sustentada en campos discursivos. El contenido de verdad de nuestro conocimiento colma de inteligibilidad la estética de nuestro discurso, que «se expresa con toda claridad en el destino que dispensa al nombre» (Benjamin, 2012a: 95), ya que es a través de la lingüisticidad que, efectivamente, logramos incidir en la creación y la realización de la realidad, siendo ahí donde recae la intersección entre la experiencia —como ahora de nuestra cognoscibilidad— y el conocimiento que emana de las coyunturas del pasado, vivificando el sentido del saber por la indagación entre las distintas capas del mundo fenoménico.

De ahí que sacar la relación teoría-práctica de su híbrida degradación y concebirla como praxis de fusión implica asumirla como expresión de un lenguaje reflexivo y un discurso crítico capaz de reflejar un conocimiento y saber, cuyo contenido es construido por significados, razones y palabras que se entrelazan con materialidades y objetivaciones, logrando hacer traslucir una multiplicidad de variaciones y matices en las trayectorias de investigación/intervención que denotan sus propiedades heurísticas y empíricas para explorar, distinguir, descubrir, crear e irritar, esto es, para nombrar la realidad. Las configuraciones críticas de nuestro lenguaje y nuestro discurso disciplinar, derivadas de aquella experiencia de fusión, posibilitan a la investigación/intervención rescatar los fenómenos de su potencial extinción temporal, pues desde la capacidad de nombrarlos son relevados como puntos de partida en las mediaciones que realizamos entre conceptos y realidad, a través de la construcción de objetos/imágenes que adquieren sentido y visibilidad en una relación de contradicción entre constelaciones categoriales cambiantes y la lógica interna de elementos fenoménicos que se encuentran en permanente desarrollo y articulación empírica.

La configuración de imágenes/objetos que piensan: aplicación de la teoría en el trabajo social

Tomando como base lo precedente, hemos de entender que la experiencia de fusión teoría-práctica provoca una pérdida de seguridad y certeza sobre aquello que irreflexivamente reproducimos y ponemos en uso en los procesos de investigación/intervención, como por ejemplo, la evidencia científica, hallazgos teóricos, categorías en boga, métodos definidos como exitosos, ejercicios concebidos como «buenas prácticas», etc., contribuyendo a revisitar las habituaciones que nos llevan a seguir poniendo en acto, únicamente, lo acostumbrado, para inspirar nuevas decisiones al vivificar y retraducir los conceptos que ya acuñamos, las palabras con las que designamos cosas, los nombres mediante los cuales visibilizamos la realidad, otorgando otros significados a los modos de hacer, a los procedimientos y protocolos solidificados o a los rituales con que programamos la acción, logrando ampliar el sentido de sus semánticas como alternativa de actitud reflexiva y crítica. Aludimos a una suerte de quebradura y desfundamentación en aquellas formas de pensamiento que no hacen otra cosa que asumir la pesadez del nihilismo negativo, el cual forja espacios de racionalidad distorsionada en su sentido y una voluntad frágil en su cometido, pues la conciencia es incapaz de actualizar las diferencias con lo ya conocido, conduciéndonos a la merma de nuestras significaciones sobre el devenir de los asuntos humanos, que son los que mueven y orientan la acción del/a trabajador/a social en el mundo fenoménico.

En consecuencia, el lazo teoría-práctica conlleva tanto racionalidad como razonabilidad, lo que posibilita contextualizar la razón en el plano de la vida activa, conformando el espacio de un pensamiento aplicado dentro de un recorrido no sólo conceptual y operativo, sino además simbólico y lógico. Ahora bien, la lógica no puede restringirse a la zona de lo formal, pues ella misma imbrica diferencia/contradicción y no sólo identidad, por lo cual constituye el argumento de un discurso tangible que se moviliza entre el hallazgo de la verdad y su refutación, re-localizando el conocimiento al traspasar lo meramente descriptivo por la organización conceptual y la teorización, en contingente reciprocidad con la efectiva pluralidad y diversidad de lo social, visto como lo otro problemático que nos perturba e irrita, en la medida que la práctica funda, enriquece y moviliza la teoría que, al mismo tiempo, se ensambla a la primera como lo sustantivo de nuestras propuestas de realización fáctica.

Recordemos que tanto teoría como práctica son productos históricos, una manifestación narrativa de su acontecer a lo largo del tiempo, en cuanto medios para gestar el conocimiento en el correr de una época y sus mutaciones. Así, pues, trabajo social, como disciplina y profesión praxiológica, comporta y debe aceptar, cuando menos, tres fuentes en su historiografía: la filosofía, la ciencia, y el saber cotidiano, las cuales correspondientemente impugnan y tensionan los fundamentos y opciones de nuestros procesos de investigación/intervención, produciendo una lingüisticidad que cruza y pone en itinerancia objetos/imágenes que piensan, por medio de discursos, cuya composición es tanto ideativa como alusiva, ya que la acción reclama del pensamiento una racionalidad que no la ciegue en la zona operante del ejecutar, así como la razón prolifera y se enriquece a través de la interrogación que sobre ella se produce en el mundo empírico. Entonces, para que los objetos/imágenes piensen es fundamental que los profesionales efectúen las oportunas mediaciones para «integrar a cada cosa en conexiones sociales que estén vivas» (Benjamin, 2012a: 91), exigiendo que en los diversos campos discursivos, las constelaciones de categorías de comprensión sean determinadas por reglas enunciativas y proposicionales, mediante las cuales se puedan relevar las propiedades y atributos de la realidad observada, así como el uso que de ellas sea posible efectuar, legitimándolas como elementos de demarcación del escenario de investigación/intervención como, también, de la propia escenificación y puesta en acto del proceso.

Ahora bien, la escenificación es la instancia que posibilita poner en acto público el proceso de inserción del/a trabajador/a social en la realidad, mediante la construcción de objetos/imágenes en que se correlacionan la comprensión, el conocimiento y la praxis con el contexto, el espacio y la situación en que las mismas están inmersas. Las modelaciones de la escenificación no son tipos ideales preestablecidos; a la inversa, suponen referenciales del orden factual, una especie de ligaduras entre atributos materiales y simbólicos que definen el contenido del campo discursivo, desde donde emana la carga de sentido inscripta en la conciencia y memoria de los agentes de investigación/intervención, siempre circunscritos en un determinado tiempo-espacio e incididos por las condiciones socio-históricas allí imperantes.

De esta manera, los objetos/imágenes dejan discurrir sentido dentro del campo discursivo que refleja sus deslizamientos y contradicciones, muchas veces en «forma de sombras desde las cuales es posible hablar» (Adorno, 1992: 297), una vez que son ubicadas e inventadas dentro de un cierto repertorio temático y argumentativo, que nos permite expresar lo que se piensa sobre aquello que se moviliza entre el mundo fenoménico y la vida activa. Ello es posible, ya que, como lo aprendimos de Arendt la comprensión es la instancia mediante la cual los agentes «[…] pueden explorar la realidad del mundo como la suya propia» (Arendt, 2010a: 93) y donde el lenguaje, vemos nosotros, provee de voz a la conciencia, pues su proliferación no se encuentra en el léxico, sino en la realización de los contenidos formulados en el desarrollo de las experiencias, pero representados por palabras que, en principio, pertenecían a la vida ordinaria y a las cuales el conocimiento ofrece un lugar conceptual para volver a hablar de ellas, mientras que la experiencia ha desnudado su contenido de verdad para afectarlas de otro modo.

Es así como los objetos/imágenes no son plenamente autosuficientes, sino que comportan un atributo de doble faz, a saber: el de la autonomía y el de la dependencia entre aquello que es en sí abstracto y concreto, como manifestación de rupturas que hacen posible su permanente reelaboración, donde el punto de vista o régimen de mirada capturará, conceptualmente, un atributo fenoménico efectivo, que, al mismo tiempo, afecta empíricamente la identidad del punto de vista, correlacionando las condiciones socio-históricas y la actitud disciplinar de los/as profesionales. Tengamos en consideración que los objetos/imágenes son una construcción, una forma de adaptación entre el pensamiento y lo que se piensa, el conocimiento y lo que se conoce, lo cual comporta una asimilación que supera aquel concepto animista de investigación o intervención que opera sobre cosas o personas físicas, en vez de hacerlo sobre constelaciones categoriales, donde los conceptos y discursos son proyectados en contraste con realidades vivas, exhortándonos a conocer, en un cruce de sentido entre razones y significados, situados en aquella complejidad que emerge de la experiencia de fusión teórico-práctica.

Reflexiones finales: a modo de cierre preparatorio de esta textualidad

Para nosotros, la fragmentación de la teoría con la práctica expone una pugna que no radica en sus propios lenguajes, sino que en las lenguas coloniales que enclaustran al trabajo social en la ideologización, institucionalización, acriticidad y activismo, reproduciendo el ensayo y error de un voluntarismo servilista y de un efectivismo funcional, que externaliza una relación fantasmal y ciega contenida en sus tradiciones. Derivado de ello se produce por ejemplo que «la teoría acaba en la invisibilidad de la práctica y, por ello, en su sub-teorización, mientras que la […] práctica acaba en la irrelevancia de la teoría» (De Sousa Santos, 2013: 20), cayendo en la desidia de la validación teórica de prácticas pasadas, que sólo niegan su experiencia de fusión con la novedad, o bien, en la ambivalencia de una práctica que se justifica a sí misma, manipulando la teoría como retórica tautológica, eufemística o absurda. [2]

Ahora bien, es nuestra propia composición praxiológica la que nos conduce a recuperar eso que hemos llamado experiencia de fusión teoría-práctica, como posibilidad de superar la distinción ontológica que les concibe como actos y momentos escindidos del conocimiento, para vislumbrarlas más bien como entidades mutuamente intervinientes, interactuantes, coexistentes y en permanente replanteamiento para su uso, pues las mismas siempre estarán irritadas por la significación temporal e histórica que emana de los dominios vigentes del saber, el poder y la episteme, pero acordes con las condiciones de posibilidad propias de una época, así como de la relativa equivalencia que las mismas presenten en ella. Eso quiebra el curso unidireccional que va del ego cogitans a la res-extensa y que determina una mono-causalidad en nuestros procesos de investigación/intervención, lo cual nos exige aceptar la penetrante necesidad de crear una praxis que devenga tanto conjetural como auto-refutable, apoderándonos de la eventualidad de la experiencia vivida y de la comprensión experimentada, cuyos productos han de ser sometidos a la constante indagación e indignación del pensamiento y la acción de los/as trabajadores/as sociales.

Entonces, bien, nuestros procesos de investigación/intervención han de venir mediados por la capacidad crítica de interrogar y traducir, pero no con el fin último de buscar respuestas que se acomoden a nuestras propias preguntas, sino más bien para rescatar el despliegue del contenido de las contestaciones, ya que cada pregunta en medida alguna conduce hacia un único agregado de respuestas coherentes y alineadas, sino que nos encaminan hacia el conocimiento de la verdad oculta en los fenómenos, en cuanto espacio irónico y provocador de cambios y bifurcaciones en nuestros modos de ver, aludir y perturbar una realidad que, a su vez, incide sobre nosotros mismos. Es el lenguaje, el discurso y la trama de nuestros procesos de investigación/intervención la condición de posibilidad y el potencial de interrupción a la continuidad en la fricción de teoría y práctica, pues allí se les imbrica no sólo en sus concurrencias o complementariedades, sino, también, en sus antagonismos, los que en nuestro caso se declaran en el espacio de la investigación/intervención, que es donde se produce algo distinto a la reproducción de sentido, ya que es un ámbito que no se encuentra en lo pensado, sino en la proporción en que el pensamiento se vincula con el mundo fenoménico, en tanto experiencia que deja fluir la significación del contenido de verdad encerrado en la dialéctica tensión entre las cosas y cuestiones que constituyen esa realidad.

Por lo mismo, vemos nosotros que en ese íntimo y profundo diálogo de teoría-práctica todas nuestras propuestas de investigación/intervención se hacen tributarias de intercambio y pluralidad, produciendo contestaciones más significativas a las demandas de lo social, pues conllevan la revalidación de lo ajeno, la expropiación de lo uno de la teoría o de la práctica como reinvención de la otra y de ambas a la vez, pero sin perder sus atributos, cualidades y características originales, esto es, su excepcional expresividad. De ahí que si la lógica del conocimiento que sustenta dichas propuestas redunda en una racionalidad que privilegia el criterio analítico de coherencia, se vacía la irregularidad propia al plano de la experiencia, exaltando lo factible y objetando lo improbable, impidiendo asumir un salto discontinuo de ruptura que reclama un permanente compromiso por descifrar y traducir el fundamento o contenido de nuestro conocimiento, quebrando su carácter cíclico y reproductor de lo aprendido como supuestamente verdadero.

Tal reivindicación nos obliga a asimilar los contenidos de verdad emanados de las nuevas experiencias, por medio de las palabras, razones y significaciones que desencadenan nombres capaces de conectar lo emergente con lo ya conocido, mediante una transgresión y esclarecimiento de la realidad mediada por una construcción de objetos/imágenes, siempre perturbada por lo que se encuentra en realización. Tengamos presente que en la acción de nombrar se van estableciendo nuevos recorridos entre lo de adentro de la connotación y lo de afuera de la denotación, enlazando subjetivaciones y objetivaciones derivadas de las instancias de fusión teoría-práctica, las cuales se particularizan en la configuración de escenarios de investigación/intervención circunscritos a los contemporáneos contextos y espacios sociales, donde el lenguaje disciplinar hace resonar nuestras controversias; por ejemplo, con la injusticia, violencia, violación de derechos, pobreza, desarraigo, desintegración, opresión, etc.

Enfatizamos, entonces, que a través de su lingüisticidad y criticidad nuestra profesión puede revalidar sus lecturas y traducciones sobre las contemporáneas demandas sociales desde las cuales, ellas mismas, adquieren valor de referencia, impugnación y creación, pues en el lenguaje los/as trabajadores/as sociales gestan aquellos objetos/imágenes que, si bien a la mirada simplista aparecen como marcas frías, inanimadas, mecánicas e inexpresivas, nos aproximan a un conocimiento que aun cuando se produce ligado a la acción, también reclama matices ofrecidos por el pensamiento argumentativo. Tengamos presente que a partir de nuestra reflexión y argumentación crítica sobre los hechos, datos y evidencias conseguimos conceptuar el mundo fenoménico, validando o refutando supuestos emergentes y proposiciones planteadas en torno a la relación trabajo social-investigación/intervención-realidad social, conjugando a su vez nuestra capacidad de nombrar al otro y lo otro, atendiendo a las condiciones socio-históricas que afectan la expresividad de su existencia dentro de una época y una sociedad.

Bajo ese panorama, consideramos fundamental que la inserción de los/as profesionales en los diversificados escenarios de lo social deje de ser vista como una trágica acción muda, mediante un proceso de traducción crítica que a través de la indagación otorgue elocuencia al conocimiento, asumiendo en el discurrir de la experiencia de fusión teoría-práctica aquella expresión con que la actualidad se apodera de las cosas ya existentes, poniendo en jaque esa larga duración que sostiene un conocimiento en el cual permanecen representaciones anacrónicas de la realidad (Galende, 2009: 14). Aquella es la manera como los/as trabajadores/as sociales nos arrojaremos explícitamente hacia la responsabilidad, el compromiso y la promesa para con las cuestiones de estos tiempos, sus polémicas y asombros, lo cual sin duda implica asumir un modo de ver la verdad teórica y práctica, donde se vinculan y amalgaman postulados, principios, ideologías, normas y acciones no sólo científicas, sino, además, políticas, cotidianas, simbólicas y culturales.

Referencias

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Notas

[1] Asistente Social y Licenciado en Servicio Social de la Universidad de Concepción. Diplomado en Mediación e Intervención Familiar de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Trabajo Social y Políticas Sociales de la Universidad de Concepción. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla, España. Actualmente es Profesor Asociado y Director de la Carrera de Trabajo Social en la Universidad Autónoma de Chile, Sede Talca. Además, es Director del Programa de Magíster en trabajo social con mención en intervención social y director del Centro de Estudios y Gestión Social del Maule, en la misma casa de estudios superiores. Ha oficiado como profesor invitado en programas de pre y post grado a nivel nacional e internacional.
[2] Así mientras la teoría representa un grupo de enunciados que se implican, lógicamente, unos a los otros, a través de una serie de relaciones abstractas y proposiciones sobre los fenómenos, la práctica es vista como un hacer aplicado, cuyo fundamento radica en su capacidad de ejecución, sea ella afectada o no por las matrices teoréticas y respecto de las cuales no introduce ninguna novedad, pues no se comprende imbricada en sus consecuencias, como punto de partida y de arribo del conocimiento.

Notas de autor

[1] Asistente Social y Licenciado en Servicio Social de la Universidad de Concepción. Diplomado en Mediación e Intervención Familiar de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Trabajo Social y Políticas Sociales de la Universidad de Concepción. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla, España. Actualmente es Profesor Asociado y Director de la Carrera de Trabajo Social en la Universidad Autónoma de Chile, Sede Talca. Además, es Director del Programa de Magíster en trabajo social con mención en intervención social y director del Centro de Estudios y Gestión Social del Maule, en la misma casa de estudios superiores. Ha oficiado como profesor invitado en programas de pre y post grado a nivel nacional e internacional.
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