El petróleo es el excremento del diablo. Demonios, satanes y herejes en los extractivismos

Oil is devil’s feces. Demons, satans and heretics in extractivisms

O petróleo é o excremento do diabo. Demônios, satãs e hereges no extrativismo

ORCID: http://orcid.org/0000-0002- 5151-9406 Eduardo Gudynas
Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), Uruguay, Uruguay

El petróleo es el excremento del diablo. Demonios, satanes y herejes en los extractivismos

Tabula Rasa, núm. 24, 2016

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca

Resumen: Se discuten distintas metáforas, analogías e imágenes sobre los extractivismos actuales en América Latina como expresiones del diablo, satanes y conceptos asociados. Se señala que se llega a extremos que desembocan una malicia extractivista, que es naturalizada y aceptada por amplios sectores sociales. Operan distintas formas de legitimar los extractivismos y de minimizar u ocultar sus impactos a pesar de la gravedad de sus efectos ambientales, sociales y económicos. Se ofrecen ejemplos latinoamericanos para cada caso. A su vez, se defiende el papel de la herejía como la recuperación de la capacidad de resistir y buscar opciones alternativas a los extractivismos. Las alternativas postextractivistas buscan recuperar el papel de la ética (incluyendo las valoraciones múltiples y los valores propios en la Naturaleza), la reconfiguración de marcos morales, y la ampliación de la justicia para no quedar atrapada en el economicismo.

Palabras clave: Extractivismo, diablo, derechos, violencia, impactos sociales, impactos ambientales, desarrollo.

Abstract: An array of metaphors, analogies and images on current extractivisms across Latin America, as expressions of the devil, satans and related concepts are discussed. It is argued that some cases reach extremes leading to an extractive malice, which is then naturalized and accepted by broad social sectors. Various ways to legitimize extractivisms, and minimizing and hiding their impacts are up and running, no matter how serious their environmental, social and economic effects are.Each case is illustrated with examples seen all over Latin America.Also, the role of heresies —such as recovering the ability to resist and look for alternative options to extractivisms— is supported. Post-extractivist alternatives intend to recover the role of ethics (including manifold valuations and values inherent to Nature), resetting moral frameworks, and enlarging justice so as to not to get caught in economism.

Keywords: Extractivism, devil, rights, violence, social impacts, environmental impacts, development.

Resumo: Discutem-se diferentes metáforas, analogias e imagens sobre os atuais extrativismos na América Latina como expressões do diabo, satãs e conceitos relacionados. Aponta-se que os extremos desembocam numa malícia extrativista, naturalizada e aceita por amplos setores sociais. Operam, por esse viés, diferentes formas de legitimar os extrativismos e de minimizar ou ocultar seus impactos apesar da gravidade de seus efeitos ambientais, sociais e econômicos. Para cada caso são apresentados exemplos latino-americanos. Por seu turno, o papel da heresia é defendido como a recuperação da capacidade de resistir e procurar alternativas aos extrativismos. As alternativas pós-extrativistas buscam recuperar o papel da ética (incluindo as múltiplas valorações e os valores próprios da Natureza), a reconfiguração dos marcos morais e a ampliação da justiça para que ela não fique presa do economicismo.

Palavras-chave: extrativismo, diabo, direitos, violência, impactos sociais, impactos ambientais, desenvolvimento.




Paris-2016

Johanna Orduz

En América Latina encontramos distintas imágenes sobre el petróleo. Los U’Wa de Colombia, tiempo atrás, señalaban que esos líquidos que se arrancaban del subsuelo, el petróleo, era la ruiria, la sangre de la tierra. Los U’Wa se preguntaban, y denunciaban, que los blancos le ponían precio a todo, incluidas sus madres y la tierra, convirtiéndolas en mercancías. Los U’Wa agregan que los «blancos» siguen buscando ruiria «y en cada explosión que recorre la selva, oímos la monstruosa pisada de la muerte que nos persigue a través de nuestras montañas» [3] . De manera muy similar, analistas más recientes advierten que el petróleo dista mucho de ser el «oro negro» y en cambio lo califican como el «excremento del diablo» (Pérez Alfonzo, 1976 [2009]).

Este testimonio deja muy en claro hechos que se repiten con diferentes variedades de extractivismos, como la explotación petrolera, la megaminería o los monocultivos de exportación. A pesar de todas las promesas de beneficios económicos, despegues en el desarrollo o saltos en las exportaciones, los extractivismos no han servido para resolver los problemas de pobreza o calidad de vida. Al contrario del mito desarrollista, en todos los países sudamericanos, esa supuesta riqueza no resuelve los problemas de la pobreza o de los equilibrios económicos, sino que puede empeorarlos. Los extractivismos están todos ellos vinculados directamente con imágenes de impactos sociales y ambientales, a muchas historias de violaciones de los derechos de comunidades locales, a distintas formas de imposición de enormes corporaciones. Son imágenes, recuerdos o vivencias vinculadas a la destrucción, la violencia o la violación. Es como si una maldición acechara en ellos.

El presente artículo parte de esas imágenes, en especial la que considera al petróleo como un desecho del demonio. Se presentan diferentes metáforas que dialogan entre las distintas acepciones del diablo y la malicia, con las particularidades de los extractivismos latinoamericanos actuales. No me referiré a un diablo como un ente individualizado ni caricaturesco como aparece por ejemplo en películas de terror, ni tampoco aquel del dogmatismo cristiano, sino a éste como una imagen o metáfora que recorta el campo de la ética y permite instalar una moral minimalista que acepta la malicia. Seguidamente se reivindica el papel de las herejías como necesarias para explorar alternativas a los dogmatismos propios de una fe religiosa en el progreso, el crecimiento económico y una naturaleza inagotable.

El excremento del diablo

Por lo menos desde inicios del siglo XX se volvió evidente que una explosión exportadora de materias primas, un elemento típico de los extractivismos, no resolvía los problemas de fondo. Los gobiernos se entusiasmaban con esos ingresos de exportación, que se utilizaban de manera dispendiosa, y mientras tanto se inhibía la diversificación productiva.

Entre esas advertencias se encuentran las del venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo (1903-1979), en sus múltiples libros y artículos. El título de uno de sus últimos libros es precisamente «Hundiéndonos en el excremento del diablo» (1976 [2009]). Allí denuncia, entre otras cosas, que los gobiernos despilfarran el petróleo para aumentar sus ingresos fiscales, y es por ello que «estamos hundiéndonos en el excremento del diablo».

Pérez Alfonzo fue un experto en temas petroleros que ejerció considerable influencia en los gobiernos venezolanos de fines de la década de 1950 e inicios de los años 60, y en el desempeño inicial de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Promovió una estrategia según la cual debían usarse los hidrocarburos en primer lugar para comerciar entre los países pobres (y no para proveer a los ricos), guardando un fuerte nacionalismo petrolero y cancelando todas las concesiones a empresas extranjeras.

Desde allí se instaló esa metáfora del petróleo como excremento del diablo, que ha sido usada repetidas veces, tanto desde tiendas conservadoras como desde la izquierda [4] . Esta imagen es muy poderosa y sigue siendo válida, ya que aparece una y otra vez frente a grandes emprendimientos petroleros recientes. A manera de ejemplo se pueden indicar algunos casos sobresalientes. Las regiones amazónicas de Ecuador han padecido graves impactos por una sucesión de derrames y malas prácticas petroleras (véase por ejemplo a Dematteis y Szymczak, 2008). En la amazonia peruana se repiten los derrames, roturas de oleoductos y todo tipo de contaminación (con 60 derrames registrados en los últimos 15 años [5] ). En Bolivia existe contaminación por la explotación petrolera, por pozos abandonados y por roturas de oleoductos (véanse los reportes en Moraes y Ribera, 2008). La problemática de la contaminación petrolera en Venezuela se arrastra por décadas (PNUMA, 2010). Todas estas situaciones muestran que esos países efectivamente exportan hidrocarburos, pero se quedan con las heces y los residuos que dejan esas actividades.

Situaciones similares se repiten en otros tipos de extractivismos, como el minero agrícola. Es apropiado señalar que aquí se entiende por extractivismo una apropiación de grandes volúmenes o por prácticas de alta intensidad de recursos naturales, que en su mayoría son exportados a los mercados globales como materias primas sin procesar o con un procesamiento limitado. [6] Bajo este marco conceptual los extractivismos son plurales, pues incluyen otros sectores, como el minero, el agrícola, el forestal, etc. No representan una industria, ya que no se exportan manufacturas sino materias primas (commodities); no existe una producción, sino que siempre son una extracción; y están emplazados localmente, con todos sus impactos, pero a la vez están articulados con la globalización, en tanto los mercados externos determinan las demandas de recursos naturales y sus precios.

Estos extractivismos se han convertido en la principal fuente de presión ambiental y territorial en América Latina; están inmersos en graves impactos locales que cubren un amplio abanico de dimensiones, desde las ambientales a las sociales, desde las territoriales a las económicas. Los impactos locales más conocidos, además de los petroleros mencionados arriba, son aquellos de la megaminería a cielo abierto (como sucede en distintas regiones andinas) y los monocultivos (como la soya en los países del cono sur).

A su vez, generan una serie de «efectos derrames» cuando se toman medidas para favorecer uno emprendimiento extractivo pero sus consecuencias van mucho más allá de cada caso específico, al generar modificaciones o reformas en las políticas públicas como las ambientales, territoriales o económicas, o en concepciones como las de justicia o democracia, a nivel nacional [7] .

Por lo tanto, los extractivismos generan dañosos impactos locales como efectos derrame a escala nacional, afectan ecosistemas y comunidades, pero también concepciones políticas. De alguna manera, la gravedad de estas situaciones recuerda una y otra vez a los dichos de Pérez Alfonzo. Se llega así al momento donde es posible preguntarse si no estará el diablo detrás de todo esto. Es que allí donde se busca o extrae petróleo o minerales nos encontramos con historias repletas de mentiras, codicia, violencia y maldades de todo tipo. En fin, un muestrario de las miserias y ambiciones humanas. Entonces, ¿y si el petróleo fuera entonces un residuo, unas heces, que el diablo nos arroja?

Satanes y diablos en los extractivismos

El primer paso en considerar esa posibilidad es hurgar en los significados que están encerrados en las palabras. En efecto, si el petróleo es el excremento del diablo, a qué nos estamos refiriendo por esa denominación, «diablo». ¿Quién o qué es ese diablo?

El uso corriente de ese calificativo nos coloca dentro de la tradición religiosa judía y cristiana, donde el diablo sería un ser malvado o demonio, un ángel rebelde que termina siendo la encarnación del mal. En otros usos cotidianos hace referencia distintas situaciones, desde actuar con malicia a ser molesto o mañoso.

Un examen más atento revela que hay diferentes entendimientos sobre el diablo, y que estos han variado notablemente con el tiempo [8] . Inicialmente, en distintas secciones del Antiguo Testamento, la palabra que en realidad se utilizaba era satán (un término hebreo), que quiere decir adversario. No era un ser individualizado en particular, sino que se refería genéricamente a los oponentes. Los satanes recorrían la tierra vigilando a los humanos, podrían imponerles pruebas, y se comportaban como acusadores, y en algunos casos podían castigar.

Si lo que hoy enfrentamos es en realidad el «excremento de Satán», lo que tenemos ante nosotros serían pruebas para tentarnos o conocer nuestras reacciones. Nos están evaluando, por ejemplo, si caeremos en la ambición de las ganancias que prometen los extractivismos o si nos adherimos al mito de que esos emprendimientos no tienen impactos negativos significativos.

Podría indicarse que existen satanes privados o estatales, dado que tenemos las ofertas que hacen corporaciones transnacionales o empresas estatales. Sus expresiones estarían en el conjunto que va desde las compañías estatales, como PDVSA, de Venezuela, o YPFB, de Bolivia; las de capital mixto, como Petrobras, de Brasil, o las conocidas transnacionales ubicadas en el hemisferio norte, como Shell o Chevron. Es importante señalar que más allá de estas distinciones, todo estas empresas están profusamente articuladas, ya que es cada vez más frecuente que las compañías estatales realicen acuerdos, inversiones conjuntas, transferencias de servicios y tercerizaciones, terminando todas ellas en prácticas muy similares.

Es cierto que cada tipo de empresa posee sus particularidades, y especialmente aquellas que son estatales insisten en que son diferentes de las extranjeras, y que por lo tanto llevarían adelante un extractivismo de mejor calidad. Sin embargo, existe una evidencia abrumadora de la persistencia de los impactos ambientales, territoriales y sociales de la extracción petrolera. Las comunidades locales no encuentran diferencia en una contaminación originada por una transnacional del norte, por una empresa estatal sudamericana o por una compañía nacional.

Sin embargo, los gobiernos, las elites empresariales, buena parte de la academia y la mayoría de la ciudadanía (en especial en las grandes ciudades) están convencidos de las bondades de la explotación petrolera (o de los otros tipos de extractivismos), de que son indispensables para sostener la economía, e incluso que son la única vía de salida de la pobreza. Todos esos actores participan en apoyar y reproducir las bases de legitimación y explicación de los extractivismos. Se llega así a una situación evidente: casi todos caen en estas pruebas de los satanes petroleros. La tentación de lograr soñados ingresos millonarios en dólares es tan potente, que es casi imposible resistirse a ella.

Volviendo a la historia del concepto, aquel viejo término, satán, fue posteriormente traducido al griego por el término en latín diabolos (Kelly, 2011). En su significado original, diabolos quiere decir calumniador, más específicamente lanzador de mentiras. Más allá de esto, en distintas secciones del Nuevo Testamento se lo asoció a un actor específico, «el diablo», como un ente que encarna la maldad. En este caso la situación cambia en varios sentidos, y entre ellos deseo considerar seguidamente la posibilidad que en los recursos ambicionados por los extractivismos escondan al diablo. Dicho de otra manera, recursos como el petróleo pueden ser una bendición en unas circunstancias, pero en otras podrían esconder la maldad y por ende ser la expresión del diablo.

También es necesario advertir que muchos cambios se han cristalizado desde aquella conceptualización del diabolos. Con la colonización también se implantó la idea del diablo europeo, y poco a poco, nosotros los latinoamericanos hemos creado nuestras propias versiones del demonio. En la minería tradicional de las regiones andinas es frecuente encontrar relatos sobre el diablo, tales como el Muqui o el Chinchiliko en Perú o el Tío en Bolivia. De una u otra manera, esas mitologías nos hablan de seres que viven en las entrañas de la tierra, que emplean diferentes grados de malicia, y con quienes los humanos hacen pactos o pagos para poder acceder a los minerales. Esas expresiones no son el objetivo del presente análisis y sobre ellas existe una amplia literatura (véase como ejemplo a Pascale, 2005, para Bolivia, y Salazar-Soler, 2006, para Perú).

Están allí nuestros fantasmas, nuestro lado oscuro, y están amarrados a nuestra cultura y política contemporáneas. El diablo del que hablaba Pérez Alfonzo en 1976 era claramente latinoamericano, y reflejaba la maldición de los recursos naturales en aquellos años. Hoy mismo estamos sosteniendo nuestros propios demonios, y no estamos ante el satán de los tiempos bíblicos de Job, tampoco con la idea de Diablo, atribuida a Tertuliano (uno de los «padres» de la Iglesia). Si el diablo está en los extractivismos lo encontraremos en las petroleras y las megamineras, pero también en el capitalismo y el desarrollo en su versión del siglo XXI.

Esta posibilidad no es sencilla de rechazar, porque fácilmente se encuentran ejemplos de invasiones y guerras que se han hecho en nombre del petróleo, o de graves impactos sociales y ambientales que se imponen para alimentar esas exportaciones. Encontramos casos de guerras e invasiones donde se mezcla la ambición por los hidrocarburos, el dogmatismo e incluso las invocaciones al diablo, como ocurrió en la última invasión de Irak, y la escalada de violencia en toda esa región.

Pero también hay muchos ejemplos latinoamericanos, donde esa ambición por crudo, minerales o granos, justifica todo tipo de impactos. Entre ellos se encuentra la destrucción ecológica, la contaminación de suelos y aguas, el desplazamiento de comunidades locales (especialmente campesinos e indígenas), e incluso el asesinato de líderes locales. La evidencia actual sobre esos inpactos es abrumadora (por ejemplo, ver las revisiones en De Echave y colab., 2009 ; Toro Pérez y colab., 2012; Gudynas, 2015). Para muchas personas se vuelve muy difícil dejar de reconocer que en los extractivismos hay una perversidad intrínseca.

Sorprendentemente la imagen del diablo también es usada por los defensores de los extractivsmos en un sentido inverso. En efecto, los grupos ciudadanos que denuncian los emprendimientos extractivos pasan a ser diabólicos a los ojos del gobierno, las empresas y otros actores. Precisamente, «el diablo» fue el nombre clave que se le dio al sacerdote Marco Arana en una operación de espionaje y amedrentamiento en el norte de Perú en 2006 [9] .

Malicia extractivista

Los ejemplos que se acaban de mencionar expresan distintas perversidades propias de los extractivismos. Estas pueden llegar a extremos donde les corresponde el calificativo de malicias extractivistas. Un caso reciente sirve para ejemplificar esta situación.

Máxima Acuña de Chaupe y su familia viven en las sierras de Cajamarca, en el norte de Perú, donde están rodeados y son hostigados por la empresa Yanacocha, promotora del proyecto Conga. Esta empresa, la minera de oro más grande de América Latina, es un consorcio entre las corporaciones Newmont, la peruana Minas Buenaventura y la Corporación Financiera Internacional (perteneciente al Banco Mundial). El proyecto minero Conga es conocido por su alto impacto ambiental, y en especial por implicar la desaparición de lagunas, y ha generado una fuerte resistencia ciudadana (véase la revisión de De Echave y Díez, 2013, para tener una descripción detallada).

Acuña se resiste a vender sus tierras, y la empresa está obsesionada con obtenerlas para llevar adelante su proyecto minero. A lo largo de los últimos años esa corporación ha intentado de todo contra la familia Chaupe Acuña, desde juicios a ingresos en sus predios, desde denuncias en la prensa convencional a destruir algunas de sus construcciones. Han participado policías, guardias, periodistas, abogados, políticos y muchos otros actores.

Estamos frente al caso de una gigantesca corporación, dotada de enormes recursos financieros e influencia política, enfrentada a una pequeña campesina de las sierras andinas. Acuña es una mujer testaruda, arraigada a su tierra en las sierras andinas, y se resiste con todas sus fuerzas. Esto la ha llevado a convertirse en una figura de admiración nacional e internacional, como ejemplo de resistencia ante los extractivismos.

De todos modos, la empresa sigue tan obsesionada con alcanzar esa meta que no duda en apelar a nuevas medidas de hostigamiento, cada vez más bizarras. Se cae en una malicia impactante. Es así que desde fines de 2015, la minera pasó a vigilar el predio de los Acuña con un dron que lo sobrevolaba y la filmaba, e inclusive con la instalación de cámaras fijas. El 30 de enero de 2015, el perro guardián de la familia apareció acuchillado. Pocos días después, el 2 de febrero, los cultivos de papas familiares fueron destruidos por personal de la empresa minera (amparados en una controvertida medida judicial). Según relata Daniel Chaupe, unos 150 hombres, entre agentes de seguridad privada de la minera Yanacocha y policías peruanos, ingresaron a uno de los predios destruyendo dos sembradíos de papas. Era el alimento que esperaban cosechar en un par de meses para la alimentación familiar. Chaupe relata que cuando reclamó a los policías y agentes en defensa de su sembrío, solo recibió risas y amenazas: «Ya ves lo que hemos hecho con tu perro, ahora con tu sembrío, mañana te toca a ti», le dijeron [10] . La amenaza es muy clara, el desprecio a esa familia es muy evidente.

Estas y otras acciones de hostigamiento han despertado múltiples reacciones en defensa de la familia Chaupe Acuña. Tan sólo como ejemplo, Amnistía Internacional emitió un comunicado reclamando que se detengan estas agresiones [11] , y otras organizaciones apuntan a los socios corporativos, Newmont en Estados Unidos y el Banco Mundial. Todo esto reforzó la imagen de Acuña como ícono de la resistencia ciudadana a los extractivismos y la defensa de los derechos humanos, tanto dentro de Perú como también a nivel internacional [12] .

Por supuesto que la empresa niega vinculaciones con muchos de estos hechos y consideran que otros son legítimos [13] . Esto es común en todo el continente, ya que las grandes corporaciones sostienen que ellas, por el contrario, defienden una minería sustentable y ostentan sus programas de responsabilidad social corporativa. Los ejecutivos de esas empresas, que trabajan en Lima u otras capitales, siempre rechazan ese tipo de prácticas violentas.

En contraste con lo que se dice en las oficinas corporativas, en los territorios de América Latina, se multiplican los conflictos sociales ante los proyectos megamineros. Los casos de desidia ambiental, la persecución a líderes sociales, e incluso el uso de la violencia, son muy frecuentes. Cuando se investiga la violencia contra las comunidades locales, casi siempre la culpa recae en alguna pequeña compañía tercerizada encargada de una obra o la seguridad, o sobre un jefe local, mientras que los ejecutivos corporativos niegan sus responsabilidades. «Nada tenemos que ver, y esos hechos van en contra de la política y compromisos de la empresa»: es más o menos lo que dicen en esas circunstancias, para enseguida escudarse en la responsabilidad social empresarial.

Pero lo cierto es que extractivismos, como la minería a cielo abierto o la petrolización de la Amazonia, avanzan en un contexto de creciente violencia y violación de los derechos humanos y de la naturaleza. Los códigos de responsabilidad corporativa quedan relegados a buenos deseos para calmar a accionistas en el norte y políticos en el sur (véase el detallado análisis de Antonelli, 2009). Las comunidades locales difícilmente aceptarían emprendimientos que destruyan sus territorios, quiebren sus economías locales, contaminen sus suelos y aguas, y erosionen sus modos de vida. Por lo tanto, más tarde o más temprano, esos grandes extractivismos sólo son posibles incumpliendo derechos como los de acceso a la información y la consulta, pero también hostigando o persiguiendo a movimientos sociales, e incluso usando la violencia contra sus líderes o figuras más representativas. El concepto de extrahección se refiere a ese extremo [14] . Inmersos en un clima de violencia siempre habrá algún actor local dispuesto a algo, empresarios deseosos de romper los «obstáculos» a sus inversiones, policías dispuestos a ayudar, y así sucesivamente se teje una telaraña que da cobertura a la violencia.

El caso de Acuña ejemplifica la malicia que envuelve estas extrahecciones. De un lado, un gigantesco consorcio minero, que se ha dedicado por todos los medios a expulsar a una mujer, campesina, analfabeta, y como las demandas y amenazas no surten efecto, ahora atacan a su perro o destruyen sus cultivos. Estamos ante una maldad que estremece. Alguien acuchilla al perro de la familia, mostrando una malicia destilada en años de impunidad. «Tú serás el próximo» es la amenaza que se lanza desde el anonimato. Habrá quienes nieguen los vínculos entre todos estos hechos, y posiblemente poco se pueda probar, pero serán muchos otros los que interpretarán esto como un mensaje mafioso destinado a promover el miedo.

Es difícil entender esta situación. ¿Habrá algún ejecutivo, educado en una prestigiosa escuela de negocios, irritado por el hecho que una mujer pueda convertirse en un obstáculo tan enorme? ¿Tan peligrosos son los Acuña y los Chaupe que se los debe monitorear con un dron? ¿Hay actores empresariales y políticos obsesionados con ella y decididos a que no se convierta en un símbolo mundial de la resistencia a los extractivismos?

Nos encontramos ante un rencor visceral que dice que si no te podemos expulsar de esas tierras haremos de tu vida un infierno, y del otro lado, una familia, con la fortaleza nutrida por una ética enraizada en sus territorios, sensibilidades y tradiciones. Todo esto es precisamente una expresión de malicia.

Es apropiado ahora sumar otro aspecto al análisis, recordando que el significado de malicia no sólo se refiere al sentido de intencionalidad y maldad en las acciones, sino también a que éstas son contrarias a la virtud [15] . La virtud que se anula en los extractivismos corresponde a la minimización de la ética. Allí se pierden las categorías y sensibilidades para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, en muchos campos. El ejemplo de Acuña y otras extrahecciones muestran esta situación con claridad. Sin embargo, esta problemática no es una consecuencia de ese espíritu extractivista, sino que la relación es inversa, porque es necesario despojarse de buena parte de la moralidad y de la reflexión ética para poder ser extractivista.

Existen varios otros casos de malicia en disputas extractivistas recientes y es posible al menos listar otros ejemplos. Entre ellas se puede mencionar que las áreas de ubicación de indígenas no contactados dentro del área de Yasuní (Ecuador) fueran movidas administrativamente en los mapas oficiales para permitir la entrada de petroleras. Esos grupos indígenas amazónicos nada podían hacer contra los funcionarios gubernamentales que en Quito simplemente dibujaron nuevos mapas de sus territorios [16] . Y con ello dejaron de existir oficialmente. Otro caso para destacar es la persistente contaminación en La Oroya, donde el complejo minero metalúrgico resulta en que esta sea una de las diez ciudades más contaminadas en el planeta. Finalmente, también se puede mencionar la dramática situación de las viudas de los mineros de Huanuni, en los Andes de Bolivia. Ellas reciben como compensación de la minera poder ocupar piscinas en el curso de agua que recibe los relaves contaminados, con la esperanza de poder rescatar algunos minerales.

La defensa de los extractivismos

Es necesario preguntarse cómo y porqué se defienden los extractivismos actuales a pesar de la abrumadora evidencia en contra. ¿Cuáles son las vías por las cuales se minimizan o ignoran los impactos ambientales y sociales actuales? ¿Porqué se aceptan la extrahecciones, donde hay violaciones de derechos de las personas y la naturaleza?

Si bien esta cuestión ya ha sido abordada en otros análisis, aquí se abordará la cuestión apelando una vez más a las mismas imágenes. O sea, considerar cómo el Diablo en los extractivismos se difunde, se lo defiende y se lo propaga. Se puede reconocer que esto ocurre en por lo menos dos frentes. En uno están poseídos: son los energúmenos. En el otro se encuentran los que se especializan en su imposición, en llevarlos a cabo: los maléficos.

Los energúmenos corresponden a los llamados energoumenoi del cristianismo inicial [17] . Eran las personas que estaban poseídas o actuaban influenciadas por el Diablo, cometiendo actos pecaminosos (Kelly, 2011: 235). Es sencillo aplicar esa idea a quienes parecen poseídos y defender los extractivismos a cualquier costo, negando la información disponible y la experiencia acumulada sobre los impactos sociales y ambientales. Es que únicamente los poseídos pueden creer en la ilusión de arrancar minerales de las montañas andinas o petróleo en el corazón de la selva amazónica sin generar impactos ecológicos.

Esa es la postura, por ejemplo, del presidente de Ecuador, Rafael Correa, al sostener que es posible extraer petróleo en la región de Yasuní con un mínimo impacto de 1 por mil de la superficie del parque: se usarán «senderos ecológicos» y se contará con la mejor tecnología [18] . Los energúmenos no dudan, y los impactos ambientales de los extractivismos no existen o pueden ser manejados en su totalidad por las tecnologías actuales; es un mundo sin accidentes. No es posible una argumentación racional que muestre que ese tipo de emprendimientos en realidad tiene efectos muy graves, que muchos de ellos no pueden ser evitados, y que la tecnología utilizada encierra ella misma el riesgo de accidentes. En cambio, opera el dogmatismo.

El presidente Correa ofrece otro ejemplo. En un discurso que defiende los programas extractivistas de su gobierno afirmaba:

Hemos perdido demasiado tiempo para el desarrollo, no tenemos más ni un segundo que perder, (…) los que nos hacen perder tiempo también son esos demagogos, no a la minería, no al petróleo, nos pasamos discutiendo tonterías. Oigan en Estados Unidos, que vayan con esa tontería, en Japón, los meten al manicomio (declaraciones del 10 diciembre 2011).

En ese discurso no solo se rechaza a los que alertan sobre los impactos de los extractivismos, sino que los califica como locos, poniendo en el acento en que no se puede perder tiempo en acelerar ese proceso [19] .

Más allá de los dichos, el apoyo a los extractivismos se hace de manera muy concreta por medio de medidas económicas, como con reajustes a los derechos y salvaguardas de las personas que ocupan las áreas de explotación. Por ejemplo, en 2015, el gobierno de Evo Morales decidió conceder un megasubsidio de US$ 3.556 millones a la promoción petrolera, mientras que simultáneamente flexibilizaba los controles ambientales y de participación sobre áreas naturales protegidas y territorios indígenas, y reforzaba los controles sobre las ONG [20] .

Los maléficos corresponden a los calificados bajo la etiqueta de malefici por obrar mal o llevar a cabo actos malvados [21] , según los usos del cristianismo temprano (Kelly, 2011: 181-182). Según aquel sentido, son individuos que imponen daños o maleficios, y son malhechores. Es interesante advertir que en su uso original, los malefici aparecen estrechamente relacionados con quienes practican la adivinación, la astrología, magia y luego la brujería.

Los maléficos en los extractivismos son los que destruyen la Naturaleza o agreden a las comunidades locales. Los casos de malicia extractivista descritos arriba corresponden directamente a las acciones de estos maléficos. Posiblemente los casos extremos estén en la ola de asesinatos de líderes ambientalistas que viene ocurriendo en América Latina, especialmente en algunos países centroamericanos, Colombia y Brasil.

Otros corresponden a los accidentes en los emprendimientos extractivistas. Se destaca el rompimiento de los diques de relaves mineros en Mariana (Minas Gerais, Brasil), que ocurrió a fines de 2015 y se convirtió en el peor desastre ambiental de la región en los últimos años. Se derramaron unos 60 millones de metros cúbicos de lodos tóxicos, que arrasaron con la ciudad de Mariana, escurriendo por unos 700 kilómetros en el Río Doce, hasta desembocar en el océano Atlántico. Todo el trayecto del río y la desembocadura quedaron contaminados con residuos mineros, tales como metales pesados. Se estima que 1 649 hectáreas fueron destruidas, murieron por lo menos 18 personas, se afectó a un millón de pobladores en toda esa cuenca, de los cuales la mitad tuvo comprometido su acceso al agua potable [22] . Allí operaron un amplio abanico de maléficos, desde los que vertían en exceso sobre esas represas, quienes no las mantenían adecuadamente, los que debían hacer los controles ambientales, etc.

Los maléficos también operan en ocultar la información. Un caso reciente fue la contaminación con cianuro en el río Jáchal, proveniente de un emplazamiento minero de la empresa Barrick Gold, acontecido a fines de 2015, en la provincia de San Juan (Argentina). Por un lado, estamos ante un evento donde la malicia reviste malos procedimientos o infraestructura inadecuada que desembocó en el derrame. Por otro lado, hay una malicia repetida en tanto primero se intentó ocultar o minimizar el vertido, y luego se minimizó su gravedad. Los informes primero indicaron 15 mil litros vertidos, luego se elevaron a 224 mil litros, y finalmente fueron al menos un millón de litros. A su vez, esa agua estaba mucho más contaminada de lo que se suponía. O sea que una y otra vez, actores de la empresa y del gobierno local buscaron ocultar información [23] .

Derechos del diablo y aceptación de la malicia

Se podrá argumentar que el diablo tiene unos ciertos derechos, asociados a su vez a sus obligaciones sobre la humanidad. Su derecho es intentar convencernos una y otra vez de la necesidad de un desarrollo basado en los extractivismos. Los energúmenos adherirían a esta postura. Esta cuestión de los derechos del Diablo no es una concesión a los modales de lo «políticamente correcto» que son tan comunes en la actualidad, sino que efectivamente tuvo lugar en la Edad Media, asociada a los debates sobre la redención de la humanidad (véase por ejemplo, Marx, 1995). Es interesante rescatar algunos elementos de aquellas discusiones ajustándolos a los extractivismos actuales.

Algunos de los participantes en esa cuestión sostenían que el Diablo no debía ser dominado por la fuerza, sino por la justicia, aunque todo ello envuelto en un complejo debate teológico sobre si la humanidad tenía una deuda o un compromiso asumido. En la actualidad se le reconoce a los «diablos» extractivistas el derecho de explotar distintos recursos naturales, y a su vez, actores como empresas o inversores tienen sus propios «derechos» específicos para llevar adelante esas tareas y se proclaman «comprometidos» con el desarrollo nacional.

Se trata de enfrentar a esos «diablos» en muchos casos con argumentos (por ejemplo, mostrando evaluaciones ambientales independientes que demuestran los daños ecológicos, o reportes que dejan en claro los impactos sociales), y en otros casos por la resistencia ciudadana (como es el caso de movilizaciones locales, marchas nacionales, huelgas regionales, bloqueo de caminos, toma de instalaciones, etc). Pero la disputa en el terreno de la justicia o de la virtud no siempre está en un primer plano.

Esta dimensión reviste una importancia sustantiva. Es que en muchos casos, como ya se señaló arriba, los gobiernos, las elites empresariales y académicas, y buena parte de la sociedad, aceptan que los extractivismos se desplieguen en contextos de violencia y violación de los derechos de la naturaleza. Se toleran las extrahecciones. La masiva contaminación amazónica, los accidentes mineros o la muerte de líderes locales no generan una reacción política y social de rechazo enérgico, masivo y sistemático. Se han sucedido toda clase de accidentes de contaminación sin que renuncie el ministro de ambiente responsable, se ignoran una y otra vez los derechos de las comunidades locales a la participación o la información sin consecuencias para los responsables en las agencias estatales, y se sigue asesinando activistas sociales y ambientales sin que caiga ni un ministro del interior ni un jefe de policía. Hay presidentes que defienden los extractivismos, se burlan de los grupos locales o las demandas ambientales, y ello no tiene consecuencias electorales significativas.

Todo esto demuestra el blindaje que otorga la fe religiosa a los extractivismos, haciéndolos inmunes al cambio y naturalizando estos contextos de violencia. Si el diablo no podía ser dominado por la fuerza y serían necesarios argumentos como un sentido de justicia, lo cierto es que hoy en día se ha vuelto tan poderoso ni lo uno ni lo otro sirven para detener los extractivismos.

Dicho de otra manera, en el marco de las imágenes del presente análisis, se aceptan crecientes niveles de malicia, que imponen culturalmente una redefinición de los umbrales morales que separan lo que es incorrecto y malo, de aquello que es aceptable o tolerable [24] . La fe religiosa en el extractivismo continuamente opera en ese nivel para legitimarse y defenderse de posibles reacciones ciudadanas de mayor envergadura. El diablo está presente, pero ya no podemos identificar con claridad su maldad.

La respuesta está en las herejías

Si se nos prueba o tienta con el mito del petróleo o de las riquezas minerales como motores del progreso, una cuestión clave es poder decir no. Ante la religiosidad que sostiene el desarrollo y sus extractivismos, es indispensable contar con la capacidad para romper con esos dogmatismos. Esto es especialmente urgente en aquellos sitios donde los extractivismos significan serios impactos que ponen en riesgo la vida de las personas o están destruyendo la naturaleza.

Ante este desafío la respuesta es clara: necesitamos herejes. La palabra herejía en su significado original quiere decir elección. Deriva del latín heresie, que a su vez proviene del griego, hairesis, que es elegir o decidir. En la Edad Media el hereje era aquel que «tras una elección personal o colectiva, disiente de una parte de los valores (teológicos o morales), admitidos oficiales por la comunidad de los creyentes, poniendo en duda sus fundamentos o sus aplicaciones» (Bonnassie, 1983; véase además Magnavacca, 2014).

La idea de las herejías sigue hoy revestida, en parte, de un sentido negativo precisamente porque al ser contestatarias al orden religioso de su tiempo fueron duramente reprimidas por las jerarquías de las iglesias, los que se consideraban que no podían existir otros ordenamientos. Sin embargo, en la actualidad, se viven situaciones similares en el campo del desarrollo.

Entendida de esta manera, la herejía es una ruptura con un orden establecido que es dado como verdadero por las mayorías. Esto es especialmente evidente en el caso de las extrahecciones, ya que varios países exportadores las consideran indispensables para sus economías, y más allá de ello, las defienden como indispensables para nuestra civilización. Somos adictos al petróleo, y por ello, cuando se postula romper con esa dependencia, nos volvemos herejes.

La cobertura que brinda la fe dogmática anula las capacidades de elección, ya que se asume que no hay alternativas a los extractivismos. La herejía está, por lo tanto, en hacer visibles los límites de esas estrategias, desenmascarar su dinámica dogmática, y abrir las puertas a las alternativas. Si se observa con atención se encontrarán muchas herejías ciudadanas que son capaces de cuestionar de la religiosidad dominante del desarrollo explorando alternativas de salida a la dependencia extractivista. Entre ellas se pueden listar casos emblemáticos, como las acciones ante los proyectos Conga o Tambogrande en Perú, Esquel o Famatina en Argentina, La Colosa en Colombia o Aratirí en Uruguay. Se destaca la de una moratoria en la explotación petrolera en la región de Yasuní, en la amazonia ecuatoriana (véanse los ensayos en Martínez y Acosta, 2010, por distintos abordajes), aunque fue finalmente desechada por el gobierno Correa. Paralelamente, se han construido propuestas para otras políticas que hagan posibles esas alternativas, reformando, por ejemplo, los instrumentos de gestión ambiental y territorial, y el marco tributario, potenciando la cobertura social y apostando por otro tipo de inserción comercial internacional [25] .

Estas opciones postextractivistas no sólo enfrentan emprendimientos específicos, sino que son rupturas con los modos de entender el desarrollo y la naturaleza. Dicho de otra manera, cuando el postextractivismo reivindica, por ejemplo, los valores propios en la Naturaleza, está cuestionando uno de los pilares de la Modernidad, como es el entendido de que solamente los humanos pueden ser sujetos de valor. Se está cuestionando uno de los pilares centrales de la teología del desarrollo y de los extractivismos.

La crítica a los extractivismos, y la postulación de alternativas de salida a ellos, inevitablemente despiertan reacciones desde las iglesias que los defienden. Eso explica que las alternativas postextractivistas sean cuestionadas tanto desde tiendas ideológicas conservadoras como progresistas. Por ejemplo, en Perú, desde el conservadurismo se lo denuncia como obstáculos al progreso y propio de una radicalidad de izquierda; desde el progresismo en Ecuador se los califican como expresiones de una izquierda infantil o en Bolivia como ideas de una izquierda deslactosada [26] .

Los actores participantes en estas herejías son diversos, desde comunidades campesinas a organizaciones indígenas, desde grupos universitarios a militantes de los derechos humanos. Siguiendo con el caso de la explotación petrolera en la región de Yasuní (Ecuador), un grupo de jóvenes decidió defender la idea de preservar esa zona. Lanzaron el movimiento Yasunidos, los que promovieron movilizaciones ciudadanas originales e incluso aceptaron el desafío democrático de promover una consulta ciudadana[27]. Una y otra vez fueron criticados por el gobierno Correa y demás creyentes en la petrolización, quienes, en lugar de argumentar, los calificaban como «tirapiedras», «sufridores» o «subversivos». Entonces, grupos como los Yasunidos, en realidad no se corresponden con ninguno de esos calificativos, sino que son los nuevos herejes que necesitamos en el siglo XXI para poder recuperar la capacidad de elegir, la opción de buscar un camino distinto al de volver a caer en la explotación de petróleo.

Expresiones análogas de movilizaciones ciudadanas originales se repiten en todos los países. Esos esfuerzos no son sencillos, ya que enfrentan enormes resistencias y fuerzas opuestas que provienen de energúmenos y maléficos que defienden y reproducen los desarrollos convencionales. Por esa razón, más allá de los resultados finales, esas manifestaciones heréticas revisten una importancia crucial, ya que en ellas se mantienen las opciones para seguir pensando y explorando alternativas a los extractivismos.

Conclusiones

Los extractivismos son una de las expresiones actuales más claras del dogmatismo propio de una fe profundamente arraigada en las ideas del desarrollo, del progreso y de la apropiación de la Naturaleza como mediadores del bienestar humano. Son creencias y saberes profundamente arraigados, que preceden a las ideologías políticas, ya que las tiñen a todas ellas.

Las imágenes del diablo sirven para mostrar la cara oscura y violenta de los extractivismos contemporáneos. Desde esa fe se aceptan y legitiman todas las violaciones de los derechos de las personas y de la naturaleza (extrahecciones). Esta problemática hace que sea oportuno recordar los análisis de Taussig (1993) sobre las creencias en el diablo, por ejemplo, entre mineros de Bolivia. A su juicio, con la idea del diablo se explicitan evaluaciones negativas e incluso rechazos a la penetración de modos de vida mercantilizados que reemplazan valores propios de las comunidades campesinas, como la solidaridad y la reciprocidad. Ese diablo en el socavón de la mina permite a los mineros establecer pactos a cambio de la riqueza del mineral, aunque esa recompensa los acerque a la muerte. Bajo esos pactos, los mineros se alejan de sus modos de vida tradicionales, se desarraigan de sus comunidades originales, y venden «su alma al diablo a cambio de riquezas que no sólo son de utilidad, sino que son precursoras de desesperación, destrucción y muerte» (Taussig, 1993: 12).

En esos acuerdos se expresan los conflictos sobre los avances del desarrollo capitalista. Taussig insiste en que la incorporación a estrategias de desarrollo está en contradicción con valores y prácticas comunitarias, especialmente las campesinas. Agrega que «hace mucho que el diablo se borró de la conciencia del mundo occidental», pero los problemas simbolizados en aquellos pactos maléficos no desaparecieron por el «nuevo tipo de fetichismo donde los artículos de consumo aparecen como su propia fuente de valor». El «espíritu del mal» está en las relaciones capitalistas de producción, a juicio de Taussig.

Es cierto que la ampliación de las variedades de desarrollo capitalistas en los Andes ha tenido lugar por procesos más complejos que los descritos por Taussig (1993), pero en su análisis se encuentran todavía muchos aciertos. De alguna manera, los extractivismos actuales, dados sus enormes impactos, requieren pactar con el Diablo una y otra vez para hacer tolerables las extrahecciones. Esos pactos con los extractivismos son desplegados desde gobiernos, disciplinas académicas, grupos partidarios, y parte de los sectores populares, especialmente en las grandes ciudades.

Entonces, los extractivismos no son solamente las operaciones de perforación o sembrado, sino que son procesos que operan sobre las ideas de justicia, los marcos morales y la ética. El campo de la justicia es recortado y distorsionado. Es por ello que las extrahecciones se toleran en todos los países. En efecto, se ha naturalizado que se violen distintos derechos ciudadanos para permitir la implantación de emprendimientos extractivistas, e incluso las reacciones ante los asesinatos de activistas en muchos casos son tímidas o acotadas. Los extractivismos actuales avanzan rodeados de todo tipo de violencias que son ignoradas o minimizadas. A su vez, han instalado el mito de que son actividades indispensables para conseguir el financiamiento de programas contra la pobreza. Con ello se cristaliza la idea de una justicia minimalista acotada a la redistribución económica, y dentro de ella en especial a las compensaciones monetarizadas.

Las extrahecciones solo pueden ser aceptadas si se oculta toda esa gravedad, lo que significa una operación cultural impresionante para definir límites morales. Son procesos de aceptación y convivencia con la malicia. Una dinámica que es descrita, de otra manera, en los artículos de esta edición, por M. Antonelli, sobre Argentina, y por Rocío Silva S., sobre Perú.

Las alternativas ante la situación pasan por desnudar esa malicia de los extractivismos, rechazar los pactos con el diablo o resistir a las tentaciones de los satanes. Es una tarea para herejes. A propósito de ese papel, recordemos que en tiempos medievales había dos tipos de herejías. Unas eran las que surgían de la especulación intelectual y las otras de una nueva sensibilidad. Es evidente que las dos son necesarias ante los extractivismos.

En las reflexiones sobre las transiciones postextractivistas ambas posturas están presentes. Ellas rompen con la religiosidad del crecimiento económico o de la inagotabilidad de la naturaleza, y elaboran diversos modelos de transformación en los usos de los recursos naturales, las cadenas de producción y la estructura de las economías nacionales, pero también expresan una nueva sensibilidad, tanto en el plano social como en los vínculos con el ambiente.

Finalmente, en el campo de la ética es donde ocurre el conflicto fundamental. Es que desde los extractivismos se insiste en una ética mínima, expresada en un utilitarismo antropocéntrico que valora la Naturaleza y a las personas por su utilidad. Es una ética que se encoge sobre el valor económico, y por ello se expande de forma inconcebible un cierto tipo de relaciones mercantiles. La naturaleza no puede tener derechos en tanto no es un sujeto de valor, pero además se debe evitar que ese reconocimiento sea otorgado, ya que ello impediría muchos extractivismos. Esa ética mínima es la que genera una moralidad donde la distinción entre lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, se desplazan una y otra vez. Se aceptan emprendimientos que son moralmente condenables en tanto sirven a fines económicos o respetan pretendidos derechos de propiedad. No hay lugar para otras valoraciones, como las culturales, históricas, religiosas, ecológicas, etc., y tampoco hay sitio para los saberes y sensibilidades que albergan esa éticas.

La ocurrencia de estos hechos sin duda se apoya en las herencias de las reformas neoliberales que ocurrieron en América Latina en las dos últimas décadas del siglo XX. En aquellos tiempos se reforzaron y festejaron las posiciones que privilegian el mercado, el individualismo y el consumo. Se le concede privilegios a derechos que son derivados de esa ética utilitarista, y se acusa a cualquiera que pueda entorpecer las aspiraciones individualistas. Los conflictos se vuelven inevitables, ya que «en este nuevo mundo de los individuos adquisitivos el bien de unos hombres será el mal de otros» (Delbanco, 1995: 107).

Bajo las actuales variedades de desarrollo que nos rodean, de estirpe capitalista, aquel diablo individualizado queda desvestido de sus atributos originales para reconfigurarlo como un elemento más de la sociedad del consumo y el entretenimiento. De la misma manera, las nociones de malicia, como expresión moral negativa y ausencia de virtud, se encogen.

Frente a esta dinámica, la herejía reside ahora en reconstruir el amplio abanico de las valoraciones posibles sobre nosotros mismos como humanos y sobre la Naturaleza, y desde allí acordar posturas morales y volver a ampliar el campo de la justicia más allá del economicismo. Con esta premisa no me refiero a una reacción para regresar a un moralismo dogmático, sino a evitar caer en un nihilismo de una moral minimalista. Dicho de otro modo, señalar que las violaciones de los derechos de las personas y de la naturaleza a causa de los extractivismos son efectivamente actos de malicia, por lo tanto intolerables y condenables, y por ello deben ser revertidas inmediatamente. Es, en otras palabras, reconstruir nuestra capacidad de reaccionar ante la maldad.

Estas herejías contemporáneas contienen, por lo tanto, dos componentes: por una parte, recuperar las valoraciones múltiples que hacen los propios humanos, y por la otra, aceptar los derechos de la Naturaleza. La primera incluye desde los valores estéticos que despierta un paisaje a las tradiciones religiosas, desde el acervo ecológico de una localidad a las tradiciones culturales que atesoran. Desde allí se puede dar un paso más en reconocer que la Naturaleza es un sujeto de valor, independientemente de la valoración que puedan otorgarle los humanos. Ese es el paso que permite reconocer a la Naturaleza como un sujeto de derechos. Todo esto es indispensable, ya que tanto el planeta, como nuestro propio continente, no tolera más la enorme devastación ambiental que traen consigo los extractivismos.

Estas no son ideas de excéntricos ni de soñadores. Es una tarea urgente y necesaria ya que, como señalan los U’Wa desde Colombia, todos nosotros nacemos hijos de la tierra y eso no lo puede cambiar nadie.

Referencias

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Notas

[1] El texto es parte de un programa de investigación sobre extractivismos, desarrollos contemporáneos y alternativas. El presente artículo está basado en la conferencia ofrecida en la mesa redonda «Yasuní, presente y futuro», convocada por FLACSO y Acción Ecológica, en el Día internacional del Yasuní, celebrada el 5 marzo de 2015, en FLACSO, Quito, Ecuador. Una primera versión del caso de M. Acuña se publicó en ALAI (Agencia Latinoamericana de Informaciones) en 2016.
[2] Investigador en el Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), Montevideo. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay; investigador asociado del departamento de antropología, Universidad de California, Davis. Profesor Arne Naess 2016 en ambiente y justicia global, Universidad de Oslo.
[3] Carta de los U’Wa al mundo: Nosotros nacemos siendo hijos de la tierra, Asociación de autoridades tradicionales U'wa Werjain Shita, Polis, Chile, 3 (2002), http://polis.revues.org/7768.
[4] Véase por ejemplo, El excremento del Diablo, Moisés Naím, El País, Madrid, 11 de octubre, 2009.
[5] Perú: 60 derrames en 15 años, Gerardo Honty, ALAI Quito, 10 de marzo, 2016, http://www.alainet.org/es/articulo/175970
[6] La definición del concepto y su caracterización se presenta en Gudynas (2015).
[7] El concepto de “efectos derrame” se describe en Gudynas, 2015, y más recientemente en Gudynas, 2016.
[8] La descripción se basa especialmente en los aportes de H.A. Kelly (1974, 2011) y deDelbanco (1995). Salvo indicaciones distintas, las referencias al concepto se basan en Kelly (2011).
[9] La operación de espionaje y amedrentamiento fue realizada por la empresa de seguridad e inteligencia C & G Investigaciones, la cual habría sido subcontratada por otra compañía de seguridad privada, Forza, que a su vez brindaba servicios a Minera Yanacocha. La operación apuntó al Grupo de Formación e Intervención para el Desarrollo Sostenible (Grudifes) y al padre Arana, en tanto uno de los líderes más visibles del movimiento ciudadano contra la minera Yanacocha, en Cajamarca (Perú).
[10] Testimonio en el comunicado de la Red Muqui de Perú en: http://www.grufides.org/blog/minera-yanacocha-deja-sin-cultivos-y-alimento-hijo-de-m-xima-acu
[11] Amnistía Internacional lanzó una campaña en escribir al Ministro del Interior y el Fiscal de la Nación en Lima; https://www.amnesty.org/en/documents/amr46/3392/2016/es/
[12] Acuña recibió el premio Defensora del Año de la Red Latinoamericana de Mujeres y el Premio Especial Nacional de Derechos Humanos de la Coordinadora de Derechos Humanos de Perú; su situación ha cosechado el apoyo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), y en 2016 fue galardonada con el premio Goldman, la mayor distinción que existe para activistas ambientales (véase http://www.goldmanprize.org/recipient/maxima-acuna/).
[13] La empresa comunicó el 2 de febrero 2016 que «removió» una plantación en un terreno que consideran que la familia Chaupe Acuña ocupa en forma ilegal, tipificando su acción como una «defensa posesoria pacífica»; su comunicado en: http://www.yanacocha.com/yanacocha-ejercio-defensa-posesoria-pacifica/
[14] La palabra extrahección deriva del latín, extraher, que se refiere a arrancar un recurso u obtenerlo por medio de la violencia. Se encuentra que las extrahecciones en la actualidad no son casos aislados o eventos accidentales, sino que son necesarias para poder implantar los actuales extractivismos; véase Gudynas (2015).
[15] Sin examinar en mayor profundidad la idea de virtud aquí se la usa en un modo en parte ecléctico, aunque rescatando algunos elementos clásicos, pues se entiende como las acciones que buscan ser moralmente correctas, que apuntan al bien, y que resultan de la reflexión, de las prácticas y el aprendizaje. Esta idea se amplía incorporando consideraciones de la ética ambiental, en especial, la premisa de Aldo Leopold: «Una cosa es buena cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es mala cuando tiende a lo contrario» (véase Leopold, 1966).
[16] El Ministerio de Justicia modificó el mapa de indígenas no contactados para explotar ITT y bloque 31. Ecuador en Vivo, Quito, 6 setiembre 2013, http://www.ecuadorenvivo.com/economia/23-economia/4569-ministerio-de-justicia-modifico-mapa-de-indigenas-no-contactados-para-explotar-itt-y-bloque-31-se-debe-solicitar-intervencion-de-la-cidh-segun-fernando-villavicencio.html
[17] El vocablo energumenoi o energúmenos está ligada directamente al concepto griego de energein, que aluden a mover, impulsar, etc.
[18] «Se afectará menos del 1 por mil del Yasuní», El Telégrafo, Quito, 16 de agosto, 2013, http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/economia/8/se-afectara-menos-del-1-por-mil-del-yasuni
[19] La alusión a la locura se repite en varios casos como sucedáneo de la falta de argumentos. Ante ese uso no está de más recordar que inicialmente lo diabólico era considerado una forma de locura.
[20] Véanse los reportes preparados por el equipo de CEDIB en la revista PetroPress, (35), 2016, disponible en http://www.cedib.org/publicaciones/petropress-35-la-libertad-de-asociacion-en-uno-de-los-paises-mas-democraticos-y-extractivistas-del-mundo-2015/
[21] El término deriva del latín maleficus, que significa en sentido estricto hacer daño; male se refiere a malo o malamente, y facere al hacer.
[22] O que já se sabe sobre o impacto da lama de Mariana?, C. Costa, BBC Brasil, 22 de diciembre, 2015, http://www.bbc.com/portuguese/noticias/2015/12/151201_dados_mariana_cc
[23] Derrame de cianuro en San Juan: se volcó un millón de litros de agua contaminada, L. Rocha, La Nación, Buenos Aires, 23 de setiembre, 2015, http://www.lanacion.com.ar/1830437-derrame-de-cianuro-en-san-juan-se-volco-un-millon-de-litros-de-agua-contaminada
[24] Con fines aclaratorios aquí se distingue entre la ética como el campo de análisis sobre los valores (por ejemplo, sobre qué puede ser sujeto u objeto), del campo de la moral (que aborda, pongamos por caso, lo correcto y lo incorrecto).
[25] Estas alternativas postextractivistas se presentan como «transiciones» que se orientan a asegurar la erradicación de la pobreza y evitar nuevas extinciones de especies; incluyen distintas propuestas en políticas sectoriales, y reformas en la gestión. Una primera aproximación se ofrece en los ensayos de Alayza y Gudynas (2011); documentos recientes y noticias se ofrecen en la Plataforma Transiciones en www.transiciones.org
[26] Los ejemplos de esas posturas son los siguientes: Complot anti-desarrollo al descubierto, Lampadia, Perú, 3 de agosto, 2015, http://www.lampadia.com/analisis/economia/complot-anti-desarrollo-al-descubierto/
[27] Este movimiento fue iniciado esencialmente por jóvenes frente a la decisión del gobierno Correa de desechar la propuesta de moratoria petrolera en el área de Yasuní (agosto de 2013). Ellos lanzaron movilizaciones de todo tipo, muchas de ellas muy originales, tales como zapateos; siguieron con una campaña nacional para recolectar firmas que obligaran a una consulta ciudadana y se difundieron internacionalmente. Finalmente, el Estado ecuatoriano desechó miles de esas firmas e impidió un referéndum nacional sobre la explotación petrolera (mayo, 2014). Véase, por ejemplo, Gálvez M. y Bonilla M., 2014; y el reporte en «Yasunidos», los jóvenes que desafían a Correa en la polémica por Yasuní, P. Mena Erazo, BBC, 14 de abril, 2014, http://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/04/140414_ecuador_petroleo_parque_yasuni_mxa
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