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Notas sobre la cosmología disciplinar del Trabajo Social [1]
Notes on Social Work disciplinary cosmology
Notas sobre a cosmologia disciplinar do Serviço Social
Notas sobre la cosmología disciplinar del Trabajo Social [1]
Tabula Rasa, núm. 25, 2016
Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca
Recepción: 04 Mayo 2016
Aprobación: 22 Agosto 2016
Resumen: Este artículo nos llama a entender que somos formadores de la historia y, al mismo tiempo, formados por ella, por lo que la intersección del Trabajo Social y el tiempo, nos abre la posibilidad de revisar, constantemente, nuestro devenir histórico. Ello nos permite traducir el sentido histórico de las experiencias singulares, en un texto disciplinar en plena y constante realización, sin coordenadas preestablecidas ni finales prescriptivos. Dicho asunto, representa la reanudación del presente como como confluencia del pasado y rutas de futuro, producto de la acción creadora de los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales en el fructifico espacio de lo social. Esa es la trayectoria, siempre discontinua, que pone en ruptura lo tradicional con lo contemporáneo. Allí se bifurca un lugar de cruce común donde surge, una y otra vez, la pregunta por nuestra identidad disciplinar, pues, la misma abarca todo lo que en el aquí y ahora está disponible para la reflexión y la crítica, esto es, su memoria y su historia. Arrojándonos al cuestionamiento sobre ese universo de significados y reconocimientos simbólico-materiales, que vamos constituyendo como herencia intergeneracional, y que acá nos da en llamar cosmología disciplinaria.
Palabras clave: cosmología disciplinar, identidad, historia, memoria, trabajo social.
Abstract: This paper calls us to understand we are the builders of history, and at the same time, we are built by history. Therefore, the intersection of Social Work and time gives us the possibility to go through our historic flux on an ongoing basis. This allows us translate the historical significance of singular experiences in a disciplinary text fully and constantly being carried out, lacking predefined coordinates or prescriptive endings. This issue amounts to retaking present time as a confluence of past and future journeys, as an outcome of creating work of social workers in the thriving space of the social. That is the course, steadily discontinuous, imposing a break between traditional and contemporary items. Up there a crossroads is split into two, arising again and again, the question for our disciplinary identity, since it encompasses all that is available here and now for reflection and criticism, that is, memory and history. Thus we dare to question this universe of meanings and symbolic-materials acknowledgements, which we continue to build life after life as an inter-generational heritage, which we are calling there disciplinary cosmology.
Keywords: disciplinary cosmology, identity, history, memory, social work.
Resumo: O artigo chama atenção sobre a importância de entendermos que somos formadores da história e, ao mesmo tempo, somos formados pela história, e disso a interseção entre o Serviço Social e o tempo nos abre a possibilidade de revisar constantemente nosso devir histórico. Isso nos permite traduzir o sentido histórico das experiências singulares num texto disciplinar em andamento, sem coordenadas fixas nem finais prescritivos. Esse assunto representa o vínculo do presente como confluência do passado e das rotas do futuro, como produto da ação criadora dos e das profissionais de Serviço Social no frutífero espaço do social. Tal trajetória é sempre descontínua, rompe com o que é tradicional em relação com o contemporâneo. Na encruzilhada que se desenha, surge a questão da identidade disciplinar, que abrange tudo o que está disponível para a reflexão e a crítica, isto é, sua memória e sua história. Mergulha-se no questionamento desse universo de significados e reconhecimentos simbólico-materiais que vamos constituindo como herança intergeracional e que aqui queremos chamar cosmologia disciplinar.
Palavras-chave: cosmologia disciplinar, identidade, história, memória, Serviço Social.
Presentación
Nos proponemos dar cuenta de la existencia del Trabajo Social en cuanto ser-en-sí y ser-para-el-mundo, yendo, para ello, al encuentro de su identidad propia, como histórico proyecto disciplinar de las Ciencias Sociales. Desde allí, apostamos por una revisitación epistémica, conducente a la articulación de aquello que es sustantivo a las dimensiones teóricas y factuales de nuestra disciplina.
Atenderemos a dispositivos del pensamiento que nos posibiliten generar observaciones desde el segundo orden, capaces de poner en tensión la colonización de concepciones unilaterales cimentadas en una distorsionada noción de lo práctico. Esto es, a concepciones fragmentarias, que sitúan el telos del Trabajo Social en fines puramente operativos, fuertemente arraigados en las tres primeras tradiciones del Trabajo Social: la asistencial/caritativa, la del trabajo con orientación tecnológica y la disciplinaria clásica (Yañez, 2007).
Estamos hablando de un auto-auscultamiento que involucra un mirar retrospectivo, en función de las proyecciones que configurarán un futuro en posibilidad, de modo tal que, como congregación disciplinaria, asumamos un dinamismo re-generativo, contextualizado desde las fracturas que la propia discontinuidad histórica nos plantea.
El sentido histórico en la aventura identitaria de Trabajo Social
Hemos de concebir que la naturaleza de nuestra disciplina «[…] es sin más ni más un “lujo del ser”, [ya que] el ser se recreará consigo mismo contemplándose» (Lévinas, 2000, p. 12). La identidad se encuentra en todo lo que acontece como su ser, en la medida en que no es perpetua e inalterable, sino que supone una búsqueda permanente de sentido, de contenido, de morada; pero, por vía del encuentro y la separación dialogante con la totalidad de la que se es parte, sin instaurarse por ello de, lo que Emanuel Lévinas nomina, una «oposición dialéctica a lo otro» (Lévinas, 2000, p. 64).
En consecuencia, la formación de la identidad no implica un puro pertenecer al mundo, es, más bien, un encontrarse permanentemente con él. Es así, que vemos en las luminosidades propuestas por Heidegger que arrojarnos al mundo desde nosotros mismos es desconocer la nada como la muerte, para abrirnos a la posibilidad de que el Trabajo Social se aposte hacia el renacimiento en el cambio, y no a lo que, en Lévinas, es puro olvido de ser (Lévinas, 2000, p. 16). Esta es la instancia existencial de la reinvención desde la identidad a la diferencia, como apuesta que, tanto en Adorno como en Arendt -cada cual a su manera-, se presenta como una opción de salir de lo oscuro.
Dicho esto, concebimos que el camino para sustraernos de ese sustancialismo pre – formativo sobre la historia del Trabajo Social, en el cual nos sumergen aquellos flujos de borrosidad (Yáñez, 2000, pp. 57-68), derivados de la fragmentación de nuestros campos de sentido, germina en la redención de una vida del espíritu libre de transitar en el claro de su verdad existencial, cuya puesta en la escena pública es la que dará debida cuenta del nacimiento de la destinación de nuestra propia cosmología disciplina.
Tal asunto comporta una apertura de sentido que, en el caso de la disciplina, supone enfrentar eso que para Gadamer es su historia efectual en el mundo y recíprocamente. No olvidemos que la historia de las tradiciones se gesta como una donación de reservorios de sentido, que nos interpelan y a los cuales debemos responder por vía del lenguaje propio, encargado de otorgar contenido a nuestra acción pasada, presente y futura (Gadamer, 1992).
En tal sentido, y como universo simbólico, la cosmología disciplinar del Trabajo Social se debe practicar al modo de un lugar propio, el cual, como en otros textos lo hemos dicho, da cuenta tanto de sus cualidades sustantivas como fácticas, las mismas que al tiempo nos unen y nos separan, evitando la masificación de los Trabajadores Sociales, por vía de la inercia «ex-sistencial».
Esta cosmología surge del proceder congregado de los profesionales, lo que implica poner en movimiento e intercambio nuestros discursos y acciones, en cuanto proceso de compromiso reflexivo y poiético, que ha de conducirnos hacia una máxima visibilidad social [4] . Por lo mismo, invitamos a entender que su configuración y reconfiguración, depende de una constelación de categorías transhistóricas, que van orientando la más flexible constitución de la base identitaria del Trabajo Social, a través de unas huellas némicas cuya narrabilidad da debida cuenta de la recursiva inserción de la profesión en el mundo de lo social, esto es, de la capacidad que esta tiene para acontecer en la historia.
Tal cuestión pone de manifiesto la historicidad como el modo de ser del Trabajo Social en el tiempo, esto es, como el acontecer desde donde podemos concebir el único fundamento posible para eso que llamamos «historia del Trabajo Social». Lo mismo ofrece un relevante escenario a la dimensión procesual del Trabajo Social, nos aproxima a la eclosión de cada acontecimiento, capturándolo en el contexto de un pensar reflexivo y modelándolo en la escena de un actuar fundado, no para alejarnos del pasado, sino para resituarlo en el espacio de nuestra memoria.
De lo contrario, nuestra historia seguirá siendo, sencillamente, la depositaria de artificiosas interpretaciones narradas sobre hechos realizados, sin dar cabida a los acontecimientos del propio tiempo histórico. Caigamos en cuenta que el saber del pasado, en cierta medida, se disipa en la emancipación de la viva experiencia del presente, quedando más bien reservada al glóbulo de la razón teórica, y a sus formulaciones, donde la razón simbólica se avista más próxima a la razón práctica, mientras que se distancia un poco más de la primera.
Hablamos de ese saber que es engendrado disciplinarmente desde el nacimiento, en cuanto indagación y argumento de nuestra comprensión, sobre la eventualidad de expandir la historia propia, a través de la disposición del Trabajo Social a auto-concebirse y auto-auscultarse como «ser-temporeo» (Heidegger, 1998, p. 393), o sea, como poseedor de una conciencia histórica que, según Gadamer, le desplace, una y otra vez, hacia el acontecer de sus tradiciones.
Nuestra historia, como la historia misma, no puede ser definida a la manera de un absoluto inicio y término producido, por cuanto no existe una historia única ni formalista. Esto llama a concebir la necesidad de que la disciplina se encuentre con un comienzo y/o un final relativo, en el entendido arendtiano de que «un proceso que ocurra en el mundo podrá tener sólo un relativo primer inicio, ya que siempre se verá precedido por algún otro estado de cosas» (Arendt, 1984, p. 283), como a su vez, se situará más allá de los ordenes cerrados por los márgenes de interpretaciones totalitarias.
Es en tal perspectiva que se torna perentorio superar la secuencia temporal que ha venido sosteniendo la trama histórica en la memoria de nuestra cosmología disciplinar, para desviarla de esos hitos particulares, cronológicamente relatados en la forma de aquello que, en Arendt desde San Agustín, se traduce en un ciclo vicioso y tardío. Tengamos presente que la manera como la historia del Trabajo Social se convierte en objeto de su propio saber, sólo puede ser inferida a partir de su desenvolvimiento en la temporeidad y de su revelación en las relaciones ascendentes de la comprensión sobre el devenir. Ello, por cuanto la existencia del Trabajo Social se instaura en un orden diferente al del tiempo histórico, pues este es «un orden en el que está todo pendiente, en el que siempre sigue siendo posible lo que […] no es ya posible» (Lévinas, 2000, p. 66).
El lugar de la memoria como potencial de autonomía con autenticidad creadora
Permitirnos estar arrojados a ser-otro a lo largo del tiempo histórico, hará proliferar la continua trascendencia del Trabajo Social hacia su auto-re-creación disciplinar, impidiendo mostrarnos indiferentes ante la novedad que existe dentro de nosotros mismos. Ahora bien, este es un evento que no puede darse fuera del espíritu del pensamiento y de la acción transformadora, ya que vita contemplativa y vita activa, a pesar de Platón, van unidas por fuerza y razón de ser.
Así pues, tenemos que reconocer que nuestra historia se configura a través de la narración sobre determinados periodos de tiempo, tras una «fusión de horizontes» (Gadamer, 1992, p. 360) que, al decir de Gadamer, se produce en y desde una incesante mediación histórica, a través de la cual comprendemos efectualmente cada una de nuestras tradiciones.
Dicha contextualización, nos posibilita acceder al significado de la realidad de nuestro pasado y de nuestras tradiciones, por integración de múltiples interpretaciones en torno a una determinada realidad histórica. O sea, la historia de quienes interpretamos el texto de la realidad histórica del Trabajo Social, se entreteje con la historia ya resuelta en él, generando nuevos horizontes históricos que develarían una nueva posibilidad para su excepcional verdad-de- ser un existente.
De esta forma, se pone en marcha lo que hasta hoy puede constituir nuestra razón de ser una disciplinaria, puesto que, como magistralmente lo asevera Hannah Arendt, comprender es aceptar la realidad y asimilarla como nuestra casa natural [5] . Allí se vivifican los lugares de la memoria, pues en ellos se articula una pluralidad de voces que caminan conforme a un pasado que se hace presente.
Son estos lugares los que nos llaman a conjugar la compleja relación identidad/diferencia, cuya estabilidad mínima, en el curso de su devenir histórico, ha permitido situarnos en un cruce común con las Ciencias Sociales; pero, como una intersección que nace en la irrepetibilidad de los singulares episodios, que han bifurcado la constitución de nuestro estatuto profesional y disciplinario, en cuanto problema ontológico [6] .
Por tal motivo, parafraseando a Arendt, sentimos la necesidad de contar con una memoria justa, esto es, una memoria que rompa con las sucesiones de la herencia, que es el legado de nuestro mito fundacional y de la ficcionalización de una identidad por asignación, ambas particiones constituyentes de la primera y segunda tradición del Trabajo Social, fuertemente incidentes en la tradición disciplinaria clásica.
Veamos, pues, a la memoria del Trabajo Social como un lugar de sentido único. Parte de una construcción histórica, que se hace forma y contenido sólo en la plasticidad de la comprensión de nuestra existencia en el mundo social. Ello es así, ya que la comprensión del Trabajo Social como ser–en-sí y como ser- en- el- mundo, nos arroja hacia un campo de sentido tan particular y tan densamente configurado, que ha de apostar por un extraordinario dialogo entre el origen, la tradición y la originalidad creadora, a saber:
El origen, está dado solamente en el milagro de la natalidad, el cual nos lleva a aparecer como el inicio de algo nuevo, desde otro principio, o sea, como «[…] un “recién llegado”, alguien que viene al mundo como un extranjero […]» (Barcén, 2006, p. 118). Por lo tanto, es la memoria de nuestro eterno nacimiento la encargada de poner en elocuencia que cada final no es una cerradura del tiempo, sino más bien la apertura de la historia propia hacia el comenzar otra vez. El papel central que nos muestra el concepto de origen, es que el sentido todavía está vivo en el propio acto de la fundación, esto es, en el inicio más consciente de algo diferente en nosotros mismos. Esta es, la propiedad de revolución creadora que hace original el renacer histórico, al permitirnos imaginar otras posibilidades como posibles.
La tradición, debemos entender, se forja ante lo que aparece y vuelve a aparecer, en el sentido de rehacerse siempre otra vez, y así evitar extinguirse en la soledad del total aislamiento de su particularidad. Es la normalización y el imprinting lo que conserva intactas las tradiciones y sus costumbres, mientras la acción y su sentido nos reclaman su destrucción incidental, su deslegitimación por vía de la contingencia. Lo anterior, nos exige poner en cuestionamiento esa tradición por arquetipos, que es resultado de la inconsciente aprehensión de unos imaginarios que sólo mutan su forma, mas no su contenido. Hemos de afrontar los juicios pre- establecidos por nuestras tradiciones, en los que ya no es posible reconocernos y que, por lo mismo, nos reclaman relacionarnos con el pasado de otra manera, pues «el hilo de la tradición está cortado y debemos descubrir el pasado por nosotros mismos, es decir, leer a quienes lo integran [como] si nadie los hubiera leído antes» (Barcén, 2006, p. 139).
La originalidad creadora, no se debe a que un nuevo episodio histórico, y la idea que tengamos de él, haya acometido en nuestra cosmología disciplinar y desde allí en el mundo social. Como nos aclara Arendt, ello obedece al hecho de que nuestras acciones vienen a romper con las tradiciones que nos han definido. Así pues, aún cuando la originalidad de lo que comienza se desvela desde el pasado, lo hace como un acontecimiento iluminador, es decir, como prominente desocultamiento del fin en el comienzo, puesto que «sólo cuando en la historia futura ocurra un nuevo acontecimiento, este “fin” se revelará como un inicio [a las futuras observaciones]» (Arendt, 1995, p. 41). Imaginación, invención y comprobación se anudan en nuestra autenticidad creadora, que es la única «capaz de producir algo que jamás ha existido antes, algo que de ahí en adelante estará disponible para ser, mancomunadamente, compartido por la congregación disciplinaria del Trabajo Social en general» (Yañez, 2007, p. 246).
En el tenor de lo precedentemente expuesto, hacemos alusión a la necesidad de desplegarnos hacia los nuevos comienzos, en la sucesión de las venideras generaciones de Trabajadores Sociales, como aval de una historia sin final, distinta a una historia provocada por arbitrio, esta es, una historia gestada por el imperio de una representación, de una marca, de una asignación que es contraria a la vida de nuestro espíritu, que le coacciona y le encripta en la ontica cerradura del ser.
El espacio epistemológico como vía en la tensión identidad-diferencia
Cuando pensamos la disciplinariedad del Trabajo Social, hemos de poner en discusión su prioridad onto-epistemológica, pero desde la dimensión teorética de la razón, que es la única vía posible para alcanzar la conciencia de sí y la conciencia del todo que le comporta. Ello supone entender que si bien mito y razón siempre están en tensión, es indispensable desenclaustrarse de la pasividad de un espíritu idealizado por la trampa da la ficción, vislumbrando, junto a Gadamer, que los fundamentos científicos del Trabajo Social -como ser de la modernidad-, poseen un doble origen, a saber: «la Ilustración, por un lado y el Romanticismo, por otro» (Gadamer, 1993, p. 9).
Por lo tanto, si concebimos que tanto logos como phatos movilizan la identidad del espíritu consigo mismo, hemos de afirmar que el pensamiento, la voluntad y el juicio (Arendt, 1984) son los dispositivos que liberan nuestro apercibimiento de que realmente podemos conocer lo existente, tras la pesquisa de una fundada revisión de estados sucesivos de fenómenos, sucesos y/o hechos, derivados de nuestras reflexiones y acciones ante determinadas realidades.
Ya nos dijo Lévinas que «[…] lo espiritual y el sentido residen siempre en el saber […]» (Lévinas, 2000, p. 65), en tanto nuestra trascendencia disciplinaria, no radica en formar parte de la Ciencia Social como totalidad, sino que más bien en estar- en- la- ciencia como una manifestación de la invención de lo que se piensa. Ello es así, ya que la búsqueda de la verdad va unida a la posibilidad de la verdad, es decir, a la capacidad del Trabajo Social para interrogar la naturaleza de su conocimiento y para examinar su validez, a través de la pregunta científica, mediante la cual ha de enfrentar la paradoja de descubrir aquello que permanece en el lado oscuro de nuestro saber - hacer.
Si usamos el argumento de Heidegger, podemos asumir que es el Trabajo Social (como ser-en-sí) eso que primero nos debe dar que pensar, para desde allí buscar la comprensión de un mundo con cuya realidad hemos de intentar reconciliarnos. Este es el adeudo del pensamiento para con esos acontecimientos que nos llaman a reflexionar, con el afán de poner en conciliación los discursos sustantivos con los cuales el Trabajo Social interpela a la realidad y los discursos tangibles, mediante los que se deja impactar fácticamente por tal realidad. Esto implica poner en comprensión aquello que aparece ante nosotros, como parte de nosotros mismos, así como aquello de lo cual nosotros somos parte, pues se torna indispensable, en los planteos de Arendt, «[…] hacer de la actividad de la mente una tarea incansable […]» (Barcén, 2006, p. 95).
Esa es una cuestión de indiscutible fundamentalidad, ya que sin independencia reflexiva el Trabajo Social padecerá de una ineludible banalidad, de una presunta expiración, en el entendido que «[…] una vida sin pensamiento no tiene sentido, aunque el pensamiento no haga a los hombres sabios ni les de respuestas para las preguntas que el propio pensamiento les suscita» (Arendt, 1984,p. 201)
. Es un llamado a poner en vigilancia aquellos esquemas cognitivos que se han visto laminados por las tradiciones «asistencial/caritativa», «del trabajo con orientación tecnológica» y «disciplinaria clásica», centrados en la producción y aumento de un saber del aquí y del ahora, que no ha conseguido un conocimiento articulado entre sí y pensado en su complejidad.
Tal asunto, ciertamente, nos ha dejado atrapados en una especie de miopía epistémica y/o ceguera cognitiva, entrampándonos en una ambivalente e infra-lógica insuficiencia analítico/sintética. Desde esa perspectiva, enfrentamos una especie de patología en nuestro saber disciplinario, esto es, una «crisis en los fundamentos del Trabajo Social» [7] , la cual nos conduce hacia un cada vez más profundo parcelamiento de los conocimientos, no sólo sobre la filosofía y la ciencia, sino que además acerca del propio conocimiento, de sus ideas sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
Claro está que nuestras ignorancias no proceden sólo de la inopia de los acervos de conocimiento del que disponemos, sino también de la penuria de nuestros medios y campos cognitivos, lo cual nos ha llevado a obviar el hecho de que «para descubrir si algo es realmente, [quien piensa] debe abandonar el mundo de las apariencias con el que se halla naturalmente familiarizado» (Arendt, 1984, p. 36). Pues bien, pensar el Trabajo Social es, en palabras hegelianas, pensar en Ideas; pero, desde un compromiso intelectual que nos invita a soltar las ataduras que nos aprisionan en el superfluo sensualismo de lo aparente.
Entonces, si seguimos la platónica alegoría de la caverna, diríamos que sólo al inaugurar el acto de pensarnos desde lo propio del ser un disciplina teórico-metodológica, comenzaremos a mirar hacia delante, más allá de lo supuestamente evidente, para enfocarnos hacia lo que somos hoy, y desde allí hacia lo que en realidad podemos producir a nivel de nuestro saber-hacer, esto es revelar la identidad como diferencia.
Es así que sobreponernos a la crisis de nuestros fundamentos, no se logra con una sencilla readecuación de principios o directrices lógicas y enciclopédicas, por el contrario exige un rearme cognitivo que nazca como producto de una configuración epistémica apta para poner en continua examinación y prueba nuestras más elementales experiencias, sus singularidades y su actualidad, ya que el pensar supone un volver a pensar las cosas del mundo, incluso a nosotros mismos (Barcén, 2006, pp. 117-146).
Hablamos de revelar la majestuosa cualidad de ser distinto, de distinguirnos a través del reinventado ensamblaje de los s discursos y las acciones del trabajo Social, explicitado en el corpus de nuestros procesos de investigación/ intervención, lo cual presupone la tarea de pensar el hacer, y dejar de implementar un hacer acéfalo. Así, si es posible revalorizar las condiciones de la acción, en el contemporáneo estadio de modernidad en que nos situamos, lo es sólo si la misma encuentra su destinación a través del sentido mentado.
Tal es la destinación hacia el reencuentro de nuestro telos en lo social, o sea, con el fin que nos orienta a buscar el cambio, no como restitución del orden, sino como emergencia de lo nuevo. Por lo mismo, hemos de disponernos al desapego de esos bocetos de pensamiento que han naturalizado en nosotros sus totalitarismos, por ejemplo el determinismo positivista y/o la miope revisión marxista con que los Trabajadores Sociales naturalizamos el saber o bien, justificamos la pobreza de nuestro populismo argumentativo.
Asumir tal desafío nos lleva a reinstaurar una «noosfera disciplinaria» (Morin, 1998, pp. 107-2015), que conduzca a la más significativa intelección del nous, es decir, del espíritu del Trabajo Social, representado en un definitorio reencuentro moderno con la sabiduría; vista esta como la fuente de nuestra recurrente auto-fundamentación. Nos referimos, a la eventual generación de un fundamento que, a través de nuestros procesos de investigación/intervención, ponga a prueba la estructura de los discursos sustantivos de los Trabajadores Sociales, para traducir sus experiencias en constructos teóricos útiles a la tangibilidad de esos mismos discursos.
No pasemos por alto que son las ideas, las reglas del pensamiento, los teoremas, las paradigmatologías, etc., lo que verdaderamente realimenta los fundamentos de nuestra cosmología disciplinaria, y desde ahí nuestras tradiciones, memoria, proyectiva y posibilidades de cambiar las cosas del mundo y de cambiar nosotros mismos en ese mundo. Recién desde ahí, encontraremos el lugar para entregarnos a la emancipación de una neo-tradición disciplinaria, la cual desde la curiosidad intelectual amplíe el sentido que damos a la problematización de la realidad.
Siguiendo esa base, el saber-hacer del Trabajo Social podrá recomenzar la construcción de ideas que nutran observaciones llenas de sentido, posibilitándonos dilucidar las líneas discontinuas que están más allá de lo que hasta ahora ha sido convocado, para ir reformulando críticamente el aprendizaje recorrido, incluso en las prismas teóricas y prácticas de nuestros fundamentos, entrelazadas en la congregación disciplinaria por medio de la memoria.
Pues bien, pensar los fundamentos del Trabajo Social remite a aquellos espacios de la historia, desde dónde el sentido disciplinar se hace presente, yendo más allá de la prhonesis, para adherirse a una singular forma de observación epistémica-teorética-lógica, configurada en una reflexión vigilante, incluso ante lo que es incierto, o sea, despierta a desvelar los lados claro/oscuros del propio Trabajo Social, para superar el fenómeno de la no-conciencia.
Creemos que el diálogo del pensamiento constructivo, arremete contra las rutinarias contradicciones entre burocracia y quehacer, activismo e intervención, politización y noología, por el camino de la de-construcción de las meras apariencias, tras revisitaciones reflexivas que pondrán en confrontación la razón del Trabajo Social contra sí misma. Hay que recordar que el espíritu del conocimiento siempre espera acercarse a la verdad encubierta detrás de lo aparente, emergiendo como una clase de realidad más diáfana, que aquello «que simplemente aparece para desaparecer posteriormente» (Arendt, 1984, p. 37).
Destacamos que los asuntos de nuestro espíritu disciplinar, no se definen desde el experimentar más sensitivo, ya que los mismos, en la forma de pre-supuestos, han de ser sometidos a vigilancia por los dispositivos de la razón y el juicio que, de por sí, siguen un cierto curso de pensamiento deliberativo [8] . Atendemos a un continuum entre razón teórica y razón práctica, que de forma y contenido a la razón simbólica de un discurso revolucionario, mediante el cual los Trabajadores Sociales construyan un lugar de la memoria y una proyectiva en torno a sus fundamentos, en cuyo escenario el final preste sentido al comienzo.
Tengamos en consideración que dicha revolución se iniciará, únicamente, en la reinvención del pensamiento, en cuanto una reforma disciplinaria que nos conduzca hacia una profunda re-significación y re-operacionalización de nuestra dimensión teórico-metodológica. En concomitancia, veremos como las competencias cognitivas de los Trabajadores Sociales concebirán el conocimiento de «algo» nuevo, capaz de diferenciarse e integrarse a lo ya conocido, puesto que el conocimiento constituye un fenómeno multidimensional que puede y debe enfrentar rupturas generadas por la misma organización que comporta.
Referencias
Arendt, H. (2005). Ensayos de comprensión: 1930 - 1954. Madrid: Editores Caparrós.
Arendt, H. (1995). De la historia a la acción. Barcelona: Editorial Paidós Ibérica.
Arendt, H. (1984). La vida del espíritu: el pensar, la voluntad y el juicio en la filosofía y en la política. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
Barcén, F. (2006). Hannah Arendt: una filosofía de la natalidad. Barcelona: Editorial Herder Editorial.
Gadamer, H.G. (1993). Mito y razón. Barcelona: Editorial Paidós.
Gadamer, H.G. (1992). Verdad y método. Tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme.
Heidegger, M. (1998). Ser y tiempo. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
Heller, A. (1999). Una historia de la filosofía en fragmentos. Barcelona: Editorial Gedisa.
Lévinas, E. (2000). Ética e infinito. Madrid: Editorial Gráfica Rógar.
Morin, E. (1998). El método: las ideas. Tomo IV. Madrid: Editorial Cátedra.
Yáñez Pereira, V.R. (2013). Trabajo Social en contextos de alta complejidad: reflexiones sobre el pensum disciplinar. Buenos Aires: Editorial Espacio.
Yáñez Pereira, V.R. (2007). Visibilidad/Invisibilidad del Trabajo Social: los fundamentos de una cosmología disciplinaria. Buenos Aires: Editorial Espacio.
Yáñez Pereira, V.R. et.al. (2009). Ensayos en torno al Trabajo Social. Buenos Aires: Editorial Espacio.
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