Pobreza, trabajo y deuda. La razón neoliberal y los procesos de empresarialización social[1]
Poverty, work and debt. The neoliberal rationale and socialentrepreneurship processes
Pobreza, trabalho e dívida. A razão neoliberal e os processos de empresarização social
Pobreza, trabajo y deuda. La razón neoliberal y los procesos de empresarialización social[1]
Tabula Rasa, núm. 26, 2017
Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca
Recepción: 02 Marzo 2016
Aprobación: 23 Agosto 2016
Resumen: El presente artículo tiene como objetivo, a partir de la perspectiva de la gubernamentalidad, y de lecturas de textos marxianos, poner de relieve los procesos de empresarialización social que se dan en el marco de las nuevas formas de gobernar la pobreza y, como correlato, la fuerza de trabajo. Por empresarialización social entendemos la transformación del pobre en sujeto económico, a través de su constitución en empresario de si, lo que conduce a asumir una serie de comportamientos vinculados a la vida financiera, entre ellos la toma de crédito y el endeudamiento. De esta manera es que entendemos la empresa como el principio de desciframiento social, en el marco de la razón neoliberal de gobierno, y lo observamos en la participación de los trabajadores en el paquete accionario de las empresas y en el fenómeno de las microfinanzas.
Palabras clave: pobreza, neoliberalismo, empresarialización social, microfinanzas.
Abstract: This paper aims —from a governmentality approach and the reading of Marxian texts— highlight the processes of social entrepreneurship occurring within the framework of the new ways of governing poverty, and, as a correlate, labor force. For social entrepreneurship, we understand a poor individual turning into an economic subject, by becoming his/her own entrepreneur, which leads to take upon himself/herself a set of behaviors related to financial life, including taking a loan and getting into debts. Thus we understand enterprise as a principle of social deciphering, within the framework of the governmental neoliberal rationale, and we can see this in the participation of workers in business’ block of shares and in the microfinancing phenomenon.
Keywords: poverty, neoliberalism, social entrepreneurship, microfinance.
Resumo: O presente artigo tem como objetivo, a partir da perspectiva da governamentalidade e das leituras de textos marxistas, colocar em destaque os processos de empresarização social que ocorrem no bojo das novas formas de governar a pobreza e, como correlato dela, a forca de trabalho. Entende-se por empresarização social a transformação do pobre em sujeito econômico por meio de sua constituição em empresário de si próprio, o que o conduz a assumir uma série de comportamentos vinculados à vida financeira, entre eles a tomada de crédito e o endividamento. É assim que se entende aqui a empresa, isto é, como o princípio do deciframento social, no quadro da razão neoliberal do governo que, além disso, é observável na participação dos trabalhadores no pacote de ações das empresas e no fenômeno das microfinanças.
Palavras-chave: pobreza, neoliberalismo, empresarização social, microfinanças.
La deuda no es sólo un dispositivo económico,sino también una técnica securitaria de gobierno tendiente a reducir la incertidumbre de las conductas de los gobernados.
Maurizio Lazzarato
1. Introducción
Cuando hace unos años estudié, desde la perspectiva de la gubernamentalidad, el modo que asumía en nuestros días la cuestión social en términos de pobreza, reconocía una suerte de desplazamiento o deslizamiento de su definición desde la cuestión trabajo hacia la cuestión pobreza (Giavedoni, 2012). El Mapa de la Pobreza en Argentina del INDEC, el abandono de la discusión sobre las desigualdades y la pobreza relativa y la emergencia de la pobreza absoluta y el umbral mínimo de subsistencia, la Focopolítica (Álvarez Leguizamon, 2008), el Banco Mundial y otros organismos multilaterales de crédito bajando programas de lucha contra la pobreza (Murillo, 2007), programas pro-pobres que delimitaban una nueva manera de comprender los problemas sociales.
Esto no significaba que la cuestión trabajo haya desaparecido por completo, pero sí que era resignificada en función de los nuevos presupuestos que admitía el problema de la pobreza. En otras palabras, el mundo del trabajo e industrial de fines del siglo XX y comienzos del XXI es mucho más extenso e importante que el existente a fines del XIX y comienzos del XX (Merklen, 2005); al mismo tiempo reconocer que los pobres de hoy no son lo mismo que los de ayer, hoy la pobreza se encuentra profundamente ligada al trabajo, sin mencionar la profunda vinculación que Marx ya había mencionado entre trabajo y pobreza como condición indispensable del Capital, no hay posibilidad de someter a semejantes condiciones de trabajo a hombres y mujeres si no se encuentra en situación de extrema necesidad; estadísticas de la OIT señalando la proliferación de trabajos por cuenta propia; finalmente, la crítica que se viene realizando a la perspectiva que señalaba el «fin del trabajo» (Antunes, 2003). Que asistamos a una reconfiguración del mundo del trabajo no significa que ingresemos en un mundo con ausencia del mismo, en todo caso podemos pensar en relocalización del trabajo, heterogeneidad, parcialización y fragmentación, con sus rasgos de precariedad como rasgos estructurales del mismo, no ya como desviaciones corregibles.
De esta manera, el gobierno de la pobreza puede comprenderse dentro de un problema que lo engloba como es el gobierno de lo social y, particularmente, el gobierno de la fuerza de trabajo. La reconfiguración de la cuestión social en clave de pobreza se encuentra profundamente vinculada a la cuestión trabajo, bajo esta nueva morfología del mundo del trabajo. Esta reconfiguración es lo que nos proponemos trabajar en estas páginas con el nombre de empresarialización social, dando cuenta de unas particulares maneras de gobernar lo social a través del endeudamiento y el fenómeno del microcrédito, modos de gobierno de la fuerza de trabajo en el capitalismo contemporáneo. Para ello pasaremos previamente revista a la relación entre gobierno, pobreza y trabajo como ejes que estructuran lo social en la actualidad.
2. La cuestión social en tanto cuestión pobreza
Cuando Foucault dicta el curso conocido con el nombre de «Nacimiento de la Biopolítica», allá por el año 78, ni Margaret Tatcher (1979) ni Ronald Reagan (1981) habían llegado aún a presidir los destinos de Inglaterra y EEUU respectivamente. Sin embargo, ya en aquel momento los rasgos de esto que estaba emergiendo comenzaban a adquirir cierta nitidez y en una entrevista de 1983 Foucault señalaba respecto al sistema de seguridad social posterior a la segunda guerra mundial: «...este sistema, elaborado en el período de entreguerras -es decir, en una época en la que uno de sus objetivos era atenuar, o si se prefiere, amortiguar un determinado número de conflictos sociales y en la que se utilizaba un modelo conceptual impregnado de una racionalidad nacida en torno a la primera guerra mundial-, este sistema encuentra hoy sus límites al enfrentarse con la racionalidad política, económica y social de las sociedad actuales» (1991, p. 210). En otras palabras, las tecnologías de los sistemas de seguridad social propios de los Estados de Bienestar entraban en contradicción con las racionalidades políticas que comenzaban a instalarse, la marcada dependencia que generaban estos mecanismos de seguridad social, la rigidez de estos esquemas de protección colisionaba con la autonomía y la libertad que los individuos comenzaban a reconocer y a gozar como algo natural.
Dos cuestiones marcan este asunto. Primero, que una racionalidad política no se instala de un momento a otro, por lo tanto, la razón neoliberal cuenta con larga data más allá de los años 70 como su momento fundacional (Murillo, 2011). Segundo, que la razón neoliberal no es simplemente un conjunto de recetas económicas, sino un modo, más bien, modos de pensar, decir y hacer el mundo. En estos modos del pensar, del decir y del hacer sobresale las transformaciones que pueden identificarse en la manera en que se piensa y se interviene sobre la cuestión social.
Pensemos en la manera en que el Estado argentino emprendió el abordaje de la cuestión social a fines del siglo XIX y comienzos del XX. El Estado Nacional, a comienzos del siglo XX, encarga a un médico catalán la realización de un informe que dé cuenta de las condiciones en las que se encontraban los trabajadores en el territorio argentino. El presidente de entonces, Julio A. Roca, nombra en 1904 a Juan Bialet Massé para relevar información sobre condiciones laborales y condiciones de vida de los trabajadores. El documento que llega a nuestras manos producto de aquella labor, lleva como título Informe sobre el estado de la clase obrera. Según el decreto que nombra a Bialet Massé para dicha tarea, la finalidad del informe era relevar los mayores datos posibles en dirección a la creación de una óptima legislación del trabajo. Como señala Merklen, este informe refleja la voluntad del Estado de pensar y emprender la intervención sobre la cuestión social en términos de trabajo, no en términos de pobreza como lo haría a fines del siglo XX. Al mismo tiempo, lo que llama la atención del informe de Bialet Massé, es que no sólo formula la cuestión social en términos de «trabajo», sino que también lo hace en términos de «clase». En este sentido, la transformación de trabajadores en pobres trajo aparejado el cambio de la noción de «clase» a la de «sectores», «capas», «estratos». En el marco de la discusión sobre las categorías para el análisis de los problemas sociales, un concepto abandonado por las ciencias sociales y que, en parte, puede ser explicativo del abandono del problema del «trabajo», es el de clases sociales. Como expresa Merklen, «la crisis del marxismo y el abandono por parte de las ciencias sociales de la problemática de las clases sociales se encuentran entre los factores que confluyeron en un tratamiento de la cuestión social en términos de pobreza» (2005, p.122). El informe de Bialet Massé es un excelente documento y una excelente muestra de la manera en que era concebida la cuestión social a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Enunciar el problema del pauperismo en términos de trabajo y de clase, da muestras de esa manera de pensar el problema dentro de los marcos estrictamente económicos y políticos.
No es una evidencia que hoy amerite hablar de pobres porque hay más pobres, de hecho, la gran mayoría de aquellos que ingresan dentro de la categoría de pobres poseen trabajo, un trabajo no calificado, precarizado e informal. En todo caso, aquella reconfiguración en función de la manera en que es constituida la cuestión social conlleva que mientras la cuestión trabajo a principios del siglo XX estaba guiado por la necesidad de elaboración de una legislación laboral, la cuestión pobreza está conducida por una serie de programas sociales descentralizados y focalizados de asistencia, donde lo social queda escindido de lo económico.
Podemos señalar como hitos en este cambio de perspectiva, que atribuye centralidad a la pobreza como eje explicativo de la cuestión social, dos referencias puntuales. En primer lugar, la recurrencia del término en Informes del Banco Mundial. En segundo lugar, la introducción por parte del INDEC del Mapa de la pobreza en Argentina. En primer lugar, las denominaciones a que da lugar el término «pobreza» en los presentes informes son múltiples, es decir, el significado asignado al término no es unívoco. Los pobres no sólo son explicados en función de la variable del ingreso[3], sino que en algunos momentos son aquellos que carecen de alimentos, de una salud e higiene apropiada[4], viviendas[5], educación o algún recurso laboral[6], aún una determinada composición familiar explica parte del fenómeno[7]. Asimismo, también son «pobres» aquellos que careciendo de un sistema de salud que los cubra o al que tengan fácil acceso, carecen al mismo tiempo de ciertos conocimientos para enfrentar algunas enfermedades que resultan mortales, como por ejemplo la diarrea infantil. Pero «pobres» no sólo son las personas, también lo son las familias u hogares pobres[8], productores y consumidores pobres[9] y, finalmente, son pobres los países que poseen severas limitaciones de recursos[10].
En segundo lugar, el Mapa de la pobreza en Argentina del INDEC que se instrumenta por primera vez a comienzo de los años 80, pone en evidencia la puesta en funcionamiento de dispositivos específicos de medición y cálculo de la pobreza, realizados a una escala ampliada. Si bien las mediciones de la pobreza se remontan a comienzos del siglo XX y, particularmente en Argentina en 1970 se realiza la primera medición de la pobreza para el país por el método de la Línea de Pobreza (LP) (Torrado, 1995, p. 89), «la medición de la pobreza se ha convertido actualmente en el campo de investigación más prolífico» (Mathus Robles, 2008). Particularmente, es posible observar ésto en uno de los documentos del INDEC publicado en 2000. El documento se denomina El estudio de la pobreza con datos censales. Nuevas perspectivas metodológicas y tiene como objetivo dar cuenta de los desarrollos llevados a cabo en el estudio de la pobreza, desde 1992 a la fecha, en función de lo que considera una nueva línea de investigación del fenómeno a partir de datos censales. En este marco, se realiza una lectura sobre las consideraciones que han tenido la elaboración de los «mapas de carencias críticas» en la región, es decir, realizan una evaluación de los mapas de la pobreza en Latinoamérica.
El presente documento expresa que la propuesta de medir la pobreza a través de la metodología de las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), fue propuesta originalmente en los años 70 por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). El objetivo era identificar hogares y personas que no lograran satisfacer necesidades consideradas indispensables para el bienestar. Lo que nos interesa señalar, no es tanto las fortalezas y debilidades del conjunto de instrumentos utilizados para medir la pobreza, sino cómo esta modalidad nos permite identificar la puesta en marcha de un conjunto de dispositivos que alientan pensar el fenómeno de la pobreza a partir de los años 80.
Un sinnúmero de trabajos que discuten sobre los diferentes modos de medir la pobreza, evidencian la preocupación generalizada que el problema despertó promediando los años 80 (Altimir, 1983; Beccaria & Minujin, 1985; Boltvinik, 1990, 2003; Giusti, 1988). Sin embargo, ello también nos permite aseverar la construcción de un hecho social, con sus características, sus dinámicas, frecuencias, modalidades, etc. En otras palabras, en sintonía con lo expresado por Hacking (1991), las estadísticas, los dispositivos configurados por instrumentos de medición no sólo deben entenderse como herramientas proveedoras de información para la confección de políticas públicas, sino como un mecanismo que constituye el problema, a través de la forma de medición, lo que se mide, las características que considera necesarias y suficientes en el relevamiento, etc. Hacking expresa que «la estadística ha ayudado a determinar la forma de las leyes sociales y la característica de los hechos sociales. Ha engendrado conceptos y clasificaciones dentro de las ciencias humanas. Más aún, el conjunto de estadísticas ha creado, al menos, una gran maquinaria burocrática. Puede pensarse únicamente como proveedora de información, pero es en sí mismo parte de la tecnología de poder del Estado moderno» (1991, p. 181), para señalar más adelante que «la burocracia de la estadística se impone no sólo por la creación de actos administrativos, sino por la determinación de clasificaciones dentro de las cuales las personas deben pensarse y sus acciones enmarcadas» (1991, p. 194). Es en este sentido que el mapa de la pobreza y los estudios sobre pobreza y sus diferentes formas de medición nos sugieren un hito en ese cambio de perspectiva sobre la cuestión social.
En esta línea, lo que llamamos gobierno de la pobreza no era otra cosa que el gobierno del conflicto social, la forma que asumía la cuestión social a fines del siglo XX, atravesada por toda esta mecánica del poder, la pobreza no es una evidencia sino un modo de gobierno de las poblaciones en el marco de la racionalidad política neoliberal. La cuestión social se constituye como dispositivo de gobierno del conflicto social, un conflicto que era pensado en términos de gobierno de la pobreza pero que, a fin de cuentas, refería al persistente y recurrente problema del gobierno de la fuerza de trabajo. Sonia Balza señala que «...la disparidad salarial […] implica que la pobreza ya no se daría sólo por falta de trabajo, sino también por ingresos bajos, en ese sentido el trabajo como eje que estructura la vida de los sujetos no garantiza la salida de la pobreza, sino que funcionaría como un constante estabilizador de situaciones de entrada y salida de la marginalidad social» (2014, p. 65). Esto tiene como indicador un crecimiento exponencial del trabajo por cuenta propia que conduce a formas novedosas de tercerización y de subsunción formal del trabajo al capital, en otras palabras, una reconfiguración de la morfología del mundo del trabajo a nivel global.
Para el caso, según el INDEC, Argentina llegó a tener un desempleo del 6,2% en el primer trimestre de 2012, aunque en este primer trimestre de 2013 se evidencia un ascenso de 7,9%, lo que indica 1.3 millones de personas sin trabajo en el país. Sin dejar de advertir el gran costo humano que supone la falta de trabajo para ese casi millón y medio de personas en el país, la desocupación evidenció un importante descenso desde 2001 a la fecha. El Informe de la OIT reconoce la tasa de desempleo en la región en sus mínimos históricos del 6.4%, producto de un mayor dinamismo en la creación de empleo en relación al crecimiento de la fuerza de trabajo. Sin embargo, es importante advertir que en los Informes de 2013 y 2014 marcan un muy leve descenso en la tasa de desocupación, producto, no ya del aumento en la creación de empleo, sino en la baja tasa de participación, es decir, menos personas buscando trabajo, que compensa el estancamiento o la caída en la tasa de ocupación, dato que debe causar cierta alarma. Ocurre que, si bien hay un descenso de la tasa de desempleo, el 47.7% de la población ocupada urbana tiene un empleo informal, en el sector de empresas informales (31.1%), en empresas formales (11.4%) o el servicio doméstico (5.2%). Sin embargo, y aquí es donde los matices importan, el gran talón de Aquiles no es la desocupación sino el trabajo precarizado, en negro, informal, el trabajo independiente que adolece de gran informalidad y carece de protección y seguro social. La reducción de empleos disponibles no implica menor trabajo, sino un aumento de la subocupación y del trabajo no registrado o, frente a las profecías del fin del trabajo se levanta la impactante realidad de un trabajo sin fin[11]. Si bien en 2012 no hay grandes oscilaciones, según la OIT el trabajo asalariado en Argentina tiene una tasa negativa del -2,2%. De este total, los asalariados privados tienen una tasa negativa del -3.4%, mientras que los asalariados públicos una tasa del 1.6%. Frente a este escenario, lo que permite mantener más o menos estable el desempleo es el trabajo por cuenta propia que aumenta de una tasa negativa de -2.0 en 2011 a 5.8% en 2012. Ello permite compensar el descenso del trabajo asalariado privado, junto con el leve ascenso en el sector público. De esta manera se vuelve imperioso volver a plantear el vínculo entre trabajo y pobreza, asunto que pretendemos delinear en el próximo apartado.
3. La empresarialización, fase superior de la mercantilización social
Sobre esta base se intenta recuperar las discusiones que Michel Foucault plantea en el Nacimiento de la Biopolítica, pero debemos realizar una advertencia. Tener presente como principio de investigación, evitar la universalización y esencialización de los fenómenos. En otras palabras, hacer del neoliberalismo algo, una cosa, un fenómeno con rasgos claros y preestablecidos, nos impide poder dar cuenta de las mutaciones del mismo y de los nuevos rasgos que va adquiriendo. Si creemos que el neoliberalismo es igual al liberalismo clásico pero adaptado a las condiciones de nuestro tiempo, si creemos que el neoliberalismo es una suerte de paquete cerrado fácilmente identificable al que nos podemos oponer por mera voluntad política, transformándolo en una exterioridad amenazante pero reconocible y delimitable, no lograremos advertir sus nuevas modalidades y formas. Si tomamos esta advertencia, debemos reconocer al mismo tiempo que el neoliberalismo, lejos está de acercarse a su ocaso, más bien adquiere nuevas formas, entre las que encontramos la reedición del homo economicus. Pero cuidado, más que de reedición en cuyo caso estaríamos cayendo en la trampa que hace un momento advertimos, hablamos de una nueva modalidad que puede ser entendida como homo emprendedoris, el emprendedor y que se relaciona con lo que Foucault trabaja como el empresario de sí, el hombre-empresa.
La economía no es el análisis de los procesos en términos de dinámicas históricas, sino el análisis de las actividades y comportamientos de los individuos, dirá Foucault sobre esta nueva disciplina que se está tornando hegemónica. La ciencia económica tiene un desplazamiento, pasa del análisis de los procesos económicos al análisis del comportamiento humano. La teoría económica como expresión de la escasez, bienes escasos y fines antagónicos desplazan la discusión sobre los procesos históricos y la sitúan en los comportamientos de los sujetos (1998, p. 252). Así lo menciona un clásico manual de economía: «La economía se ocupa de las cuestiones que surgen en relación con la satisfacción de las necesidades de los individuos y de la sociedad [...]. La economía se ocupa de la manera en que se administran los recursos escasos, con el objeto de producir diversos bienes y distribuirlos para su consumo entre los miembros de la sociedad. Por eso algunos autores la han denominado también Ciencia de la elección» (Mochón y Beker). Es en las elecciones humanas donde recae el interés y el centro de atención de la ciencia económica, es el individuo y sus comportamientos.
Prestar atención al comportamiento humano, al sujeto-trabajador con sus atributos, habilidades, capacidades y no a los procesos históricos, conduce, según señala Foucault, al análisis económico del trabajo, lo que significa concebir al trabajo desde el punto de vista del trabajador, desde el punto de vista de su subjetividad, concebir al trabajador como sujeto económico activo. Aceptada esta propuesta, el análisis económico del trabajo conduce a entender el trabajo como capital, por lo que la distinción y contradicción marxista capital-trabajo se reconfigura, dando lugar a la paulatina capitalización del trabajo, el trabajo es un capital cuya renta es el salario: «...es el conjunto de los factores físicos, psicológicos, que otorgan a alguien la capacidad de ganar tal o cual salario, de modo que, visto desde el lado del trabajador, el trabajo no es una mercancía reducida por abstracción a la fuerza de trabajo y el tiempo durante el cual se lo utiliza. Descompuesto desde la perspectiva del trabajador en términos económicos, el trabajo comporta un capital, es decir, una aptitud, una idoneidad...» (Foucault, 2007, p. 262). El trabajador posee competencias, idoneidades que las pone en juego y, en este sentido, el trabajador se constituye en un empresario de sí mismo. Este, dirá Foucault, es el nuevo principio de desciframiento del neoliberalismo, por ello, si existe un homo economicus éste no es ya el hombre racional y calculador del intercambio, sino el de la empresa, el empresario de si, poseedor de Capital y, por lo tanto, productor de sus propios ingresos, de sus propias satisfacciones, de sus propias deudas.
Esta idea de la empresa como principio de desciframiento del neoliberalismo, nos conduce a pensar en una suerte de fase superior de la mercantilización. En otras palabras, si como señala Lukács (2009), asistimos a un proceso de creciente mercantilización, ello se debe no tanto o no sólo a la extensión de los valores de uso, expansión de los bienes a todos los rincones de la sociedad, sino a la extensión del valor como medida y sustancia de las relaciones sociales[12]. La mercancía es el principio de desciframiento de las relaciones sociales, no porque exprese el homo economicus del liberalismo clásico del intercambio, sino porque el valor es el nervio político del orden social, es decir, el trabajo abstracto como elemento articulador de las relaciones sociales, de la interdependencia social[13]. El empresario de sí implica la mercantilización en este sentido planteada, pero sumando a la misma la capitalización del propio trabajo, de aquí la noción de homo emprendedor. Por ello asistimos a un proceso de empresarialización social que generaliza al sujeto-empresario por sobre el sujeto-trabajador, la renta del capital por sobre el salario, la empresa por sobre la fábrica.
Al mismo tiempo, si los procesos de mercantilización tienden a convertir todo tiempo en tiempo de trabajo (Marx, 2012), los procesos de empresarialización tienden a convertir todo circulante en Capital, en esto desempeña un papel fundamental la financierización, el Capital Financiero, el crédito y la deuda.
Este neoliberalismo del siglo XX nos obliga a repensar la relación clásica capital/trabajo, no porque ésta haya desaparecido, sino porque una serie de transformaciones hacen emerger nuevas configuraciones de poder y procesos de subjetivación. En otras palabras, si el salario se piensa como la renta que produce un Capital en manos de los trabajadores, entonces, como todo capital para que sea tal debe estar permanentemente valorizándose. Así lo expresa Marx: «El capital como valor que se valoriza [...] es un movimiento, un proceso cíclico a través de distintas fases, que a su vez encierra tres formas distintas del proceso cíclico. Por eso sólo se lo puede concebir como movimiento y no como cosa estática» (2012a, p. 123). El salario ya no es consumo, es inversión, es capital y, por lo tanto, ingresa al ciclo de producción y circulación del mismo, requiere estar en movimiento. Este salario en tanto capital y su ingreso al proceso de valorización repercute, evidentemente, sobre la subjetividad o, para ser más claros, debe ser leído en términos de proceso de subjetivación.
Tomemos como ejemplo una de las expresiones más clara de este proceso, la participación de las y los trabajadores en los mercados bursátiles, a través de la compra de parte del paquete accionario de la empresa donde trabajan. Esta participación tiene consecuencias sustanciales a la hora de pensar la reconfiguración de la relación capital/trabajo, en tanto que el trabajo no se opondría al capital, no se situaría en una situación de enfrentamiento, sino que forma parte de él. No se trata de la cooperación capital/trabajo a través de un aumento de la productividad que repercutiría en el salario, la clásica mecánica de negociación salarial que, debemos decirlo, seguirá existiendo, indicativo de la vigencia de ciertos vectores de análisis. Con la participación de los trabajadores en el paquete accionario de una empresa, la separación y conflicto ente capital/trabajo, toma extrañamente la forma de mutua colaboración y mutua ayuda en el buen funcionamiento de la empresa y también del capital en general. A lo que asistimos es, en otro nivel de análisis, a la dilución de la frontera entre capital y trabajo como parte de los procesos de subjetivación en el marco de una financierización a escala social masiva.
En Argentina, una de las formas que adquiere este fenómeno es el «Programa de Propiedad Participada» (PPP), un mecanismo previsto por la ley 23.696 de Reforma del Estado sancionada a fines de 1989 en su capítulo III, para que los trabajadores de una empresa privatizada o sujeta a privatización participe de la propiedad de la misma junto a otros inversores privados, pasando a ser propietarios mediante la adquisición de acciones que emite la propia empresa. Los trabajadores como accionistas se comportarán no en tanto trabajadores y, por lo tanto, en cuestiones judiciales ya no será el fuero laboral el que intervenga sino fuero federal en lo económico. En la Revista Aportes para el Estado y la Administración Gubernamental[14], Alicia Ballart (S/F) señala respecto al PPP: «Este tipo de participación suscita un mayor interés del trabajador en la gestión de su propia empresa y, por consiguiente, por las ganancias y costos de la misma, por el prestigio del servicio que presta y por todos los elementos que contribuyen a que sus acciones valgan más». En otros términos, se trata de una tecnología que materializa el sueño del Capital de ganar para sí el alma del proletariado, lo que hoy se suele escuchar como «ponerse la camiseta de la empresa» adquiere con esta técnica una materialidad y concreción evidente.
Pero además debemos señalar las discusiones en torno al individualismo patrimonial y la nueva gestión financiera de los riesgos sociales, estrechamente vinculadas a la participación de las y los trabajadores en el paquete accionario de la empresa. Porque, si otro efecto relevante tiene este fenómeno, es el de polemizar acerca de si el salario como modo normal de distribución de la riqueza generada por una empresa puede ser reemplazado por las acciones y los dividendos en manos de trabajadores. En segundo lugar, frente a los riegos sociales crecientes a los que se encuentran sometidos los trabajadores las nuevas técnicas financieras de protección podrían constituirse en una cobertura para los mismos. Suzanne de Brunhoff (2009), una de las más reconocidas pensadoras marxistas en temas de finanzas y teoría monetaria, profundamente crítica de estas perspectivas al preguntarse cómo se puede buscar una protección en las mismas instituciones financieras que están en el centro de los males que se sufren.
Podríamos afirmar que, una vez que se han creado las formas más sofisticadas de extracción de plusvalía relativa, es decir, de manejo, ductilidad y expropiación del tiempo, transformando todo tiempo en tiempo de trabajo excedente, extendiendo al máximo el tiempo de trabajo excedente y disminuyendo al mínimo el tiempo de trabajo necesario, de lo que se trata ahora es de transformar todo circulante en Capital, transformar todo dinero en Capital. Como sabemos, no todo dinero es capital, sino aquel que ingresa al ciclo de valorización, aquel que se consume de forma improductiva no es capital. Si parte del salario ingresa al proceso de valorización se convierte, por lo tanto, en capital. Inscribe a los trabajadores en una estrategia de poder donde los hace co-responsables de los éxitos y fracasos de la empresa que ahora es «suya», más responsables de los fracasos que de los éxitos. Se trata de nuevas formas de apropiación de la plusvalía, formas de captura de la riqueza social. Los efectos de esta transformación son: 1) efecto inmediato en la gestión del conflicto en aquellas empresas que están siendo sujetas a restructuración, 2) involucrar a los trabajadores en los destinos de la empresa, en sus éxitos y en sus fracasos. 3) Transformar trabajadores en empresarios. La dinámica de poder y los modos de sujeción que esto expresa son evidentes y tranparentes.
Los procesos de empresarialización social ponen de manifiesto la constitución de racionalidades políticas en torno a la noción de empresario de sí o empresario de uno mismo y, al mismo tiempo, un conjunto de técnicas donde se materializa esta racionalidad política. Otro de estos mecanismos que refiere directamente a la cuestión planteada en relación a pobreza y trabajo, son los programas de microcrédito o microfinanzas.
4. Transformar al pobre en sujeto-económico
Como hace un momento mencionamos, los procesos de empresarialización social suponen la transformación de todo sujeto en empresario de sí y la transformación de todo circulante en Capital. En el Tomo III de El Capital Marx señala: «...el dinero, en la medida en que se lo presta como Capital, se lo presta precisamente como esa suma de dinero que se conserva y se multiplica, la cual retorna luego de cierto período con un incremento y que siempre puede recorrer nuevamente ese mismo proceso. No se lo desembolsa como dinero ni como mercancía, es decir, que no se lo intercambia por mercancía cuando se lo adelanta como dinero, ni se lo vende a cambio de dinero, cuando se lo adelanta como mercancía; sino que se lo desembolsa como capital» (2010, p. 441). La transformación de todo circulante en Capital obliga a pensar los mecanismos a través de los cuales los ingresos que pueden ir destinados al consumo son transferidos a los procesos de valorización del Capital. Lo que antes señalábamos al referirnos al trabajo como capital cuya renta es el salario, ahora referimos al dinero circulante que ingresa en mecanismos financieros y que deviene interés, pero para ello requiere de una mecánica que se erige en estos momentos como modo de gobierno de las poblaciones: la deuda.
Siguiendo a Lazzarato, la deuda se ha constituido en un mecanismo de gobierno, en otras palabras, el mecanismo del endeudamiento es una manera de gobernar a través de específicas tecnologías de poder y particulares procesos de subjetivación. Sin duda alguna esto se encuentra en el centro del debate actualmente, pero lo que llama la atención es cómo estos mecanismos de endeudamiento no se dirigen exclusivamente a sectores con capacidad financiera, por el contrario, también los sectores populares están sujetos a los mismos.
En un pequeño texto temprano de Marx, éste decía: «...la vida del pobre, sus talentos y sus actividades son a los ojos del rico una garantía del reembolso del dinero prestado; dicho de otro modo, todas las virtudes sociales del pobre, el contenido de su actividad social, su propia existencia, representan para el rico el reembolso de su capital y de los intereses habituales. La muerte del pobre es entonces el peor incidente para el acreedor. Es la muerte de su capital y de sus intereses» (2015, p. 155). Lo abyecto dirá Marx, se encuentra en la estimación de todo como Capital, la estimación de la vida y la potencia del pobre como Capital. En este sentido, la capitalización completa de la vida y el tiempo es la marca del Capital, por ello los procesos de empresarialización constituyen la etapa superior de la mercantilización social.
Un elemento central en este esquema, son los microcréditos, es decir, ayudas financieras para personas que se encuentran en situaciones de marginalidad, que no cuentan con las garantías que suelen requerirse y que lo necesitan para llevar a cabo su propio «emprendimiento» de autoempleo. En términos generales, no se trata de un crédito para crear una gran empresa. Son créditos con baja tasa de interés, se tiene cuidado en el perfil del beneficiario, es decir, que se logre reconocer la capacidad de poder lograr levantar y sostener con éxito el emprendimiento propuesto y, para ello, se produce un seguimiento permanente del mismo con el fin de controlar y asesorarlo.
El Congreso de la Nación en Argentina sanciona en junio de 2006 la ley 26.117 que permite la promoción del microcrédito por parte del Estado en el marco de programas de Economía social. Esta ley establece un presupuesto anual de cien millones de pesos con exenciones impositivas a las operatorias de microcrédito.
Un artículo de Palomino et al de 2004 evidencia las causas por las que Argentina es uno de los países donde más retraso tienen las microfinanzas, pese a algunas experiencias aisladas y de poca envergadura. Entre estas causas se encuentra la poca importancia que el sistema financiero daba a sectores pobres, lo que contribuyó al desarrollo de mercados financieros informales, tendencia que se revierte a fines de los años 90 donde una cantidad importante de bancos tradicionales comienzan a interesarse en el microcrédito[15]. Aquella ley, por lo tanto, pretende dar un impulso e institucionalidad al mismo. Esto conduce a que, según datos de RADIM (Red Argentina de Instituciones de Microcrédito)[16], de las 31 instituciones de microcrédito existentes en junio de 2008 con un total de 644 personas involucradas se pasara a 41 en diciembre de 2012 con 975 personas. En 2008 estas instituciones prestaban a 40.684 prestatarios activos, poseían una cartera de 86.287.333 pesos argentino y un saldo promedio de crédito por prestatario de $2.121. Para 2012 los prestatarios activos ascienden a 72.025, la cartera se eleva a $428.304.289 y el promedio de crédito por prestatario es de $5.947. Esta información pone en evidencia el desarrollo del mercado microfinanciero en Argentina y, sin embargo, queda por contrastar esta información con el análisis respecto a las poblaciones-objeto y al problema enunciado desde un comienzo en el presente artículo, el gobierno de lo social.
Porque si atendemos a los «beneficiarios» que estas políticas presentan y que los estudiosos mencionan en sus trabajos, el microcrédito es una herramienta de capitalización de los pobres, lo cual implica incorporarlos en el sistema financiero, incorporarlos en la lógica del Capital y sujetarlos a las condiciones que éste impone. Yunus, en sus propios términos, no deja de señalar esta sujeción de los pobres a la lógica del Capital: «Después de muchos intentos fallidos durante meses, me ofrecí a convertirme en avalista de los préstamos que la entidad [entidad bancaria que se encontraba dentro del campus universitario] realizara a prestatarios y prestatarias pobres. El resultado me dejo asombrado. Las personas pobres pagaban y resarcían sus préstamos puntualmente... ¡y en todos los casos!» (2010, p. 13). Asunto resuelto, los pobres garantizan una tasa de retorno del Capital del 100% y, en todo caso, además de la necesidad financiera del retorno, lo que esto demuestra es el gran éxito en la conversión de los pobres en empresarios de sí. De aquí que las ganancias sean múltiples: se colocan excedentes de Capital en los emprendimientos populares, se imponen las condiciones necesarias para garantizar el retorno del Capital, los emprendimientos populares comienzan a generar cierto excedente y, finalmente, se gobierna el conflicto social generando la autoimposición de las normas del Capital, el propio Yunus lo dice «la pobreza es una amenaza para la paz», menuda afirmación considerando que los conflictos bélicos tienen como protagonistas a países ricos y poderosos con afán de hacerse de los recursos de los países débiles y empobrecidos.
Para garantizar la devolución de los créditos se implementa el llamado «grupo de solidaridad», grupos informales compuestos entre tres y diez miembros, donde se solicitan préstamos y el colectivo se constituye en la garantía de sus integrantes. En palabras de Yunus, los miembros colaboran entre sí para garantizar su devolución, lo que también puede ser entendido como una suerte de coerción difusa colectiva, en la medida que los miembros al actuar como garantes unos de otros, los mecanismos de sujeción emergen y se desarrollan en el propio colectivo. Nuevamente, el documento del Ministerio de Desarrollo Social que hace mención, expresa que «...pueden acceder al Microcrédito sin garantías patrimoniales porque la principal garantía es la solidaridad, la palabra vuelve a tener valor en esta nueva forma de pensar la economía como un camino de inclusión y de igualdad de oportunidades» (s/f: 7). Cada integrante del grupo recibe un préstamo en función del proyecto presentado, si el grupo o algunas miembros pretenden acceder a nuevos créditos, necesitan acreditar un buen historial como colectivo, por ello, el incumplimiento de la devolución por alguno de los miembros perjudica al colectivo en su totalidad. El mecanismo de coerción no se encuentra en la entidad prestadora, el Banco social, sino en los propios miembros que, bajo el prisma de la solidaridad, son los engranajes de transmisión de los modos de comportamiento y la lógica de funcionamiento del Capital. Precisamente, una de las experiencias más importantes y exitosas de microcréditos, el Banco Sol de Bolivia, no requiere de garantías específicas para el otorgamiento de créditos «...puesto que otorga préstamos a agentes que forman parte de grupos que ofrecen garantías solidarias» (Palomino et al, 2004, p. 17). La solidaridad no es una esencia o un sustrato natural del hombre, sino un dispositivo de gobierno, se constituye en un engranaje fundamental para el despliegue de la lógica del Capital en el microcrédito.
Muhammad Yunus, el llamado banquero de los pobres, ganó el premio nobel de la paz en 2006 y si bien se presenta como un economista díscolo para el establishment, ha sido uno de sus mejores discípulos. Yunus expresa: «yo estoy a favor de reforzar la libertad de mercado. Al mismo tiempo, me incomodan profundamente las restricciones conceptuales que se han impuesto sobre los agentes de ese mercado. Dichas limitaciones tienen su origen en la suposición de que los emprendedores son seres humanos unidimensionales que viven su vida como empresarios dedicados en cuerpo y alma a una única misión: maximizar beneficios», para rematarla diciendo que «los seres humanos son unas criaturas maravillosas en las que se encarnan cualidades y capacidades humanas ilimitadas. Nuestros constructos teóricos deberían dar cabida al florecimiento de dichas cualidades y no asumir que no están presentes» (2010, p. 18). Esta reedición del homo economicus de la que hablamos hace un momento, se presenta muy transparentemente en Yanus como el homo emprendedoris, es decir, ya no como sujeto del intercambio en una suerte de mercado con competencia perfecta, un sujeto completamente racional y fríamente calculador, sino como sujeto emprendedor cuyos recursos, más bien, el capital que debe poner en juego es la creatividad y adaptabilidad. Nos encontramos con la figura del pobre pro-activo, con capacidad creativa, que resuelve problemas contingentes, para lo que cuenta con competencias, habilidades, saber-ser (actitud), saber-hacer (aptitud).
De esta manera, el microcrédito no es entendido como política social, como subsidio. Se trata de una tecnología que gobierna sujetos-pobres, pero en tanto sujetos-económicos, lo que quiere decir, hombres-empresas, empresarios de sí. Al intentar definir al microcrédito, García y Lens (2007) entienden mejor una definición por lo negativo, por lo que el microcrédito no es. Esta estrategia transparenta perfectamente la subjetividad que se construye y sobre la que recae esta tecnología. Los autores dicen que el microcrédito no es caridad porque es una herramienta que otorga facilidades de financiación para emprender un negocio o microempresa. Así, el microcrédito es un producto financiero como cualquier otro dicen los autores, donde los beneficiarios deben devolverlo mensualmente con el fin de poder financiar nuevos emprendimientos. Por este motivo, no se trata de dinero perdido, la devolución es central, puede ser humanizada, aggiornada, pero nunca se debe perder de vista la importancia del retorno, de la devolución. Por consiguiente, el microcrédito tiene como objetivo, mayormente, financiar emprendimientos productivos, no es para consumo, de manera de generar ingresos que permitan la devolución con la consiguiente valorización del capital prestado.
El homo economicus se metamorfosea en homo endeudadis, se reemplazan los derechos sociales (a la salud, la jubilación, la vivienda, la educación, etc.) por el derecho al crédito o, más claramente, el derecho a contraer deudas. Frente a la solidaridad social en los sistemas jubilatorios, inversión individual en los fondos de pensión; frente a los aumentos salariales, crédito al consumo; frente al derecho a la vivienda, créditos inmobiliarios. Esta capitalización social que aparentemente nos transforma a todos en empresarios de si y en capitalistas, tiene como correlato una transferencia de ingresos a los sectores privilegiados y a las empresas propiamente dichas. Como expresa Lazzarato, «...permite liberar recursos que el Estado se apresura a transferir a las empresas y a los hogares más ricos, sobre todo a través de las reducciones de impuestos. Los verdaderos asistidos no son ya los pobres, los desocupados, los enfermos, las solteras, sino las empresas y los ricos» (2015, p.65). En síntesis, pensarlo más que como modo de reactivación de la producción social, como formas de extracción de plusvalía de todos los sectores de bajos recursos que se los vincula al sistema financiero. Se colocan excedentes con un retorno seguro del capital. Las empresas cuentan con una cantidad desmesurada de dinero que no saben cómo ni dónde invertir, se trata de un capital acumulado que no encuentra canales para continuar valorizándose. Nuevamente el artículo de Palomino, escrito inmediatamente después de la crisis de 2001 en Argentina, lo expresa de manera clara, al sugerir que el involucramiento de los bancos tradicionales en las microfinanzas puede ser pensado como «...parte de la estrategia defensiva de una parte de la banca en el proceso de búsqueda de una salida a este contexto de ajuste» (2004, p. 29), es decir, liberar el dinero que atesoran en sus cajas y ponerlo a circular, única manera de pensar la valorización.
Por más ánimo social que mueva estas experiencias, si los emprendimientos no generan ciertos beneficios, el sistema de financiamiento no puede funcionar. El emprendedurismo, el trabajo voluntario, el fomento de la economía social por los organismos multilaterales de crédito, las economías familiares, el microcrédito aparecen todos como expresiones de ese homo emprendedoris, nuevo sujeto del gobierno neoliberal. Este sujeto emprendedor es alguien con capacidad de reconocer sus potencialidades, evaluar las condiciones de riesgo en las que se desenvuelve, combinar los factores de producción con los que cuenta y atender permanentemente las posibilidades de innovación probable. Como pueden ver, no se trata de un asalariado, en la medida que sus ingresos no están en relación con la venta de fuerza de trabajo en el mercado laboral, sino con su capacidad de poner en juego su capital (material, simbólico, cultural), producir, vender e innovar. Pero al mismo tiempo de pensarse como empresario de si, poseedor de un capital que debe valorizar a través de inversiones, también se trata de un sujeto endeudado, esto como condición casi antropológica del neoliberalismo. En el texto de Palomino et al se caracteriza bajo estos términos: «Un elemento especial de estímulo en este sentido consiste en la opción (ofrecida a quienes cumplen con sus pagos) de obtener nuevos préstamos con montos que se incrementan de modo gradual...» (2004, p. 16). De manera muy transparente se evidencia la mecánica de estas microfinanzas, en términos de deudas que no son pensadas para ser saldadas sino para ingresar a los sujetos a una rueda infinita de préstamos, generación de intereses y construcción de comportamientos en razón de aquella deuda. Como dice Lazzarato, «...uno se endeuda de forma constante y la deuda jamás se salda (y no debe saldarse jamás), porque el crédito no se ha otorgado para ser reembolsado, sino para estar bajo variación continua» (2015, p. 90). Esto mismo aparece en Yanus con los grupos de solidaridad como garantía del pago de la deuda, se trata de una garantía para el retorno del capital, pero con el fin, no de liberar de la deuda, sino de ofrecer las condiciones para tomar nuevos créditos. De aquí que la empresa se constituya en principio de desciframiento social, porque al constituirnos a todos como empresarios, el endeudamiento se constituye, no sólo en una herramienta para dinamizar el consumo, sino en una tecnología de poder sobre los propios sujetos. De aquí que el gobierno de lo social en términos de gobierno de la pobreza, remita al problema de la fuerza de trabajo y que, la misma en el capitalismo contemporáneo se expresa como el gobierno de los deudores.
5. Conclusión
En síntesis, asistimos a una novedosa mecánica en el gobierno de la fuerza de trabajo. A fin de cuentas, el gobierno de la pobreza, el gobierno de la cuestión social no refiere a otra cosa que al gobierno de la fuerza de trabajo y ella nos remite al gobierno de la deuda. La constitución de la subjetividad en torno al trabajo, podemos reconocerla a grandes rasgos desde obligaciones heteroimpuestas a obligaciones autoimpuestas, desde los momentos donde el trabajo se presentaba como lisa y llana obligación y había que inscribir a hombres y mujeres en los lugares de trabajo, mantenerlos en dichos lugares, hasta momentos donde el trabajo se ha vuelto una obsesión. En las obligaciones heteroimpuestas jugaron los procesos de expropiación y la constitución de subjetividades carentes, la coerción como principal pilar en la construcción de sujetos-trabajadores. En las obligaciones autoimpuestas, el sujeto-trabajador ya se encuentra constituido, el trabajo se naturaliza y se requiere apelar a la inventiva, la creatividad, la ductilidad, adaptabilidad, etc. Asistimos a la primavera neoliberal de un trabajo alienado pero creativo, con la particularidad de deshacer o, por qué no, velar las condiciones mismas del trabajo que lo enfrentan al capital.
Se ha vertido una crítica sobre lo que llaman «marxismo vulgar» porque seguiría entendiendo el trabajo y el ámbito de la producción como el espacio por excelencia de la lógica del Capital. Esto no le permitiría reconocer las nuevas lógicas del capital que emergen con el capitalismo financierizado. Sin embargo, esta crítica adolece del mismo problema, se sitúa en el extremo de considerar la totalidad del Capital en torno a los mecanismos financieros en el marco del «fin del trabajo» y de la cada vez mayor pérdida gravitacional del mismo. Frente a estas perspectivas creemos oportuno señalar el carácter total del ciclo que el propio Marx despliega a lo largo de los tres tomos de El Capital: capital dinerario, capital productivo y capital mercantil. Como señala Christian Marazzi «la industria automotriz, para no mencionar más que un ejemplo, funciona íntegramente con mecanismo de crédito (compras a rate, leasing, etc.), y por consiguiente el problema de General Motors concierne tanto, y quizás más, a la producción de automóviles como a su filial especializada en el crédito al consumo, indispensable para vender sus productos a los consumidores. Es decir que nos encontramos en una época histórica en la cual las finanzas son consustanciales a cualquier producción de bienes y servicios» (citado por Lazaratto, 2013, p. 27). De aquí se sigue la imposibilidad de escindir las finanzas de la producción, el mundo de las finanzas y el mundo industrial en cuanto operan conjuntamente, la sustancia del interés que genera el capital dinerario proviene de la plusvalía generada por el trabajo, pero capturada y repartida entre prestatario y prestamista.
El crédito y la deuda expresan una particular manera de distribuir la riqueza generada socialmente por el trabajo, pero a su vez, recuperando la cita con la que encabezamos el artículo, se trata de tecnologías de gobierno. De esta manera, el micocrédito no es más que la tecnología de la deuda focalizada sobre los sectores pobres de la población como modalidad de gobierno de los mismos.
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Notas