Ontología relacional y cartografía social: ¿hacia un contra-mapeo emancipador, o ilusión contra-hegemónica?

Relational ontology and social cartography. Towards an emancipating counter-mapping, or a counter-hegemonic delusion?

Ontologia relacional e cartografia social: rumo a uma contra-cartografia emancipadora, ou ilusão contra hegemônica?

Ulrich Oslender
Florida International University, Estados Unidos

Ontología relacional y cartografía social: ¿hacia un contra-mapeo emancipador, o ilusión contra-hegemónica?

Tabula Rasa, núm. 26, 2017

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca

Recepción: 13 Octubre 2016

Aprobación: 03 Marzo 2017

Resumen: Debates recientes desde la perspectiva del pensamiento de ensamblajes en las ciencias sociales (assemblage thinking), han resaltado la noción de «ontologías relacionales» para conceptualizar las complejas formas de interacción entre seres humanos y no-humanos. En este artículo voy a examinar el papel de la cartografía en los procesos de politización de ontologías relacionales, en particular el potencial de la «cartografía social» en Colombia, que pretende ser una herramienta para desafiar representaciones cartográficas dominantes. Así mismo voy a reflexionar sobre los límites de esta pretensión y las maneras en que la cartografía social ha sido co-optada por el poder dominante.

Palabras clave: imperialismo, modernidad, eurocentrismo, ontología política, pluriverso, cartografía crítica, Pacífico colombiano, epistemología acuática.

Abstract: Recent debates in assemblage thinking in the social sciences have stressed the notion of “relational ontologies” to conceptualize the complex interactions between humans and non-humans. In this article I examine the role of cartography in the politicization of relational ontologies, and in particular the potential of what has been termed “social cartography” in Colombia, which pretends to be a tool for challenging dominant cartographic representations. At the same time, I will reflect on the limits of this pretension and the ways in which social cartography has been coopted by dominant power.

Resumo: Debates recentes na perspectiva do pensamento de montagem nas das Ciências Sociais (assemblage thinking) têm ressaltado a noção de «ontologias relacionais» para conceitualizar as complexas formas de interação entre seres humanos e não-humanos. No presente artigo, examinarei o papel da cartografia nos processos de politização de ontologias relacionais, especialmente o potencial da «cartografia social» na Colômbia que, por sua vez, pretende configurar uma ferramenta para desafiar representações cartográficas dominantes. Reflito sobre os limites dessa pretensão e as maneiras em que a cartografia social tem sido cooptada pelo poder dominante.

Palavras-chave: imperialismo, modernidade, eurocentrismo, ontologia política, pluriverso, cartografa crítica, Pacífico colombiano, epistemologia aquática.


Paris - 2017

Paris - 2017

Johanna Orduz

Introducción

Debates recientes desde la perspectiva del pensamiento de ensamblajes en las ciencias sociales (assemblage thinking) han resaltado la noción de «ontologías relacionales» para conceptualizar las complejas formas de interacción entre seres humanos y no-humanos. La politización de estas relaciones se ha expresado a veces en términos de «ontología política» (Blaser, 2010; Escobar, 2008). En este artículo voy a examinar el papel de la cartografía en estos procesos de politización de ontologías relacionales, en particular el potencial de lo que se ha llamado «cartografía social» en Colombia, que pretende ser una herramienta para desafiar representaciones cartográficas dominantes y para abrir espacios críticos de reflexión sobre representaciones de espacio dominantes. Propongo examinar hasta qué punto la cartografía social se presta como herramienta eficaz para movimientos sociales que se han organizado alrededor de un proyecto de defensa de lugar y de ontologías relacionales que ven bajo amenaza de un modelo único de desarrollo neoliberal. Así mismo voy a reflexionar sobre los límites del alcance de tal objetivo político y las múltiples maneras en que el ejercicio mismo de la cartografía social ha sido co-optado por el poder dominante. Al resaltar los «límites» de este ejercicio quiero sonar una nota de caución frente a lo que pueda parecer una a veces ciega celebración de la cartografía social como ejercicio siempre liberador y emancipador sin que se evalúe los múltiples entrelazamientos de poder/saber. Mi lectura está basada en mi observación y participación activa – incluso como instructor – en talleres de cartografía social llevados a cabo en la región del Pacífico colombiano a finales de los años 1990 con relación a la titulación colectiva de tierras entre comunidades negras rurales de esta región.

Del impulso para mapear

«Siempre ha habido probablemente un impulso para mapear en la conciencia humana». Con estas palabras reflexiona John Brian Harley sobre un proyecto concebido originalmente en los años 1970, y que empezó a salir a la luz en 1987 con el primer tomo de «La Historia de la Cartografía» (Harley & Woodward, 1987). Se trata de un proyecto ambicioso de recopilar en esta enciclopedia formas de mapear el mundo en distintas regiones y producidas por distintas culturas del mundo. El énfasis es sobre el hecho mismo de mapear, como verbo. El producto final, el mapa, es reflejo de una actividad que nos permite interpretar distintas perspectivas y representaciones del espacio, así como distintas experiencias y maneras de relacionarse con el mundo. El efecto acumulado de tanta variedad en una actividad que en los años 1970 y 1980 parecía más bien hegemónicamente dominada por la visión eurocentrista desde el proyecto colonial original hasta las formas de dominación neo- y post-colonial, debe haber sorprendido hasta al mismo Harley, quien era en ese entonces ya una autoridad en la historia de la cartografía. Tal vez fuese este sentimiento de asombro de haberse encontrado con tanta diversidad en el material recopilado que le dejó exclamar la cita con que empecé este artículo: «Siempre ha habido probablemente un impulso para mapear en la conciencia humana».

Este impulso – ¿acaso natural, esencial? – ha sido dominado y domado (como se doma a un animal en el circo) por siglos – ¿desde siempre? – por una visión eurocentrista que ha invisibilizado a tradiciones cartográficas no-europeas distintas. Esta dominación/domación ha sido tan efectiva que nos resulta difícil hoy en día re-imaginar cartografías distintas. A pesar de que esto es lo que se propone desde la cartografía critica, la «cartografía autónoma» (Dalton & Mason-Deese, 2012), y otros proyectos de «contra-mapeo», la visión cartográfica hegemónica que se nos ha dado a beber, comer, y vivir desde que nacimos no se deja desplazar tan fácilmente desde nuestras mentes cartográficamente colonizadas.

Pensemos: ¿cuándo fue la primera vez que «vimos el mundo»? ¿Cómo fue este momento en que abrimos los ojos hacia un mundo más allá de lo vivido cotidianamente? Para mí, mirando hacia atrás, aunque no pueda fijar el momento concreto en que sucedió, sí me quedó ninguna duda sobre cómo era el mundo, cuando mi profesor de geografía me presentó a la obra de Gerhardus Mercator (1512–1594), gran cartógrafo del reino de Flanders. Durante siglos, la Proyección Mercator era la proyección del mundo, el mapamundi, universalmente aceptada como verdadera representación cartográfica del mundo conocido. Poco importaba, al parecer, que la distorsión en ella era tremenda, aumentando en la medida que los terrenos se alejaban del ecuador terrestre. Así aprendí como muchacho que Groenlandia era del mismo tamaño que el continente de África … mientras que en realidad África es 14 veces más grande que Groenlandia. Aunque en círculos de geógrafos y cartógrafos se había notado esta problemática desde hace décadas, el poder de la proyección Mercator como proyección más popular en libros y para colgar en paredes y colegios en todo el mundo seguía su rumbo. En 1943 un editorial en el periódico estadounidense New York Times decía que «Ha llegado el tiempo de reemplazar [la proyección de] Mercator con algo que representa los continentes y las direcciones con menos decepción … Aunque su uso haya disminuido … es aún muy popular como mapa en las paredes, al parecer en parte porque, como mapa rectangular llena el espacio de la pared con más mapa, y evidentemente porque su familiaridad produce aún más popularidad» (Snyder, 1993, p. 157).

Así se ha incrustado a lo largo de siglos en millones de mentes la impresión de que los países de Europa y Norteamérica parecen más grandes – y por extensión más importantes – que los países más cerca al ecuador terrestre. Algunos han llamado a esta mis-representación «imperialismo cartográfico» (como lo hacía el cartógrafo Peters, promoviendo su propia proyección cartográfica alternativa).

Cartografía e imperialismo

De hecho, la cartografía ha sido una herramienta clave para el imperialismo europeo (Bell et al., 1995; Cairo, 2006; Godlewska & Smith, 1994). En los años 1800 surgieron las grandes sociedades geográficas en Gran Bretaña y en Francia donde se discutía con gran fervor la expansión de los respectivos imperios en tierras africanas. Fue este el momento de gran sistematización de conocimientos sobre estos terrenos, sus recursos naturales, y las culturas que los inhabitaban. La invasión militar de Napoleón a Egipto en 1798 fue, en cuanto a Edward Said (2003, pp. 42,80-88), la primera gran invasión sistemática europea al África del Norte. Fue acompañado por un ejército de científicos y cartógrafos cuya labor era documentar «esta gran apropiación colectiva de un país por otro» (Said, 2003, p, 84). Esta gigantesca tarea de recopilación de información y producción de mapas culminó en la publicación de la Description de l’Egypte, publicada en veintitrés tomos entre 1809 y 1828, ejemplo ejemplar del papel de la cartografía y del poder de mapear en la subyugación de poblaciones enteras. Para Said (2003), este episodio marca el comienzo del proyecto imperial europeo en África y Asia que «transforma al Oriente de un espacio desconocido en un espacio colonial» (211).

Así la geografía, como disciplina académica – y la cartografía como herramienta crucial en ella – adquirió una importancia política nueva. En 1912 el Presidente de la Sociedad Geográfica de Gran Bretaña, Lord Curzon, habló orgullosamente de la transformación de la geografía desde una ciencia «aburrida y pedante» en una de las ciencias más «cosmopolitas»: «ha ocurrido una revolución absoluta … Hoy en día consideramos el conocimiento geográfico como parte esencial del conocimiento en general» (citado en Said, 2003, p. 215). Para el ejercicio del poder colonial y la dominación y subyugación eficaz de los pueblos colonizados se requería no solamente un conocimiento general sino un conocimiento geográfico específico. Así se deja entender, por ejemplo, el llamado de Lord Curzon en 1914 a la creación de una escuela de estudios sobre el Oriente (lo que hoy es la Escuela de Estudios de Oriente y de África en la Universidad de Londres establecida en 1916 – The School of Oriental and African Studies, SOAS) como «parte del mobiliario necesario del Imperio», pues el estudio del Oriente era «una gran obligación imperial» (citado en Said 2003, p. 214). Desde un punto de vista foucaultiano podemos decir que la geografía, como disciplina académica y forma de conocimiento, se inscribió de esta manera en la interacción de poder/saber que facilitaba el proyecto colonial. En palabras de Said (2003), «la coincidencia entre geografía, conocimiento, y poder … era completa» (215).

Mapeando África: acerca de la colonización cartográfica de nuestras mentes

So geographers, in Afric maps, with savage pictures fill their gaps, and o'er uninhabitable downs Place elephants for want of towns.

Jonathan Swift, “On Poetry: A Rhapsody”

¿Cuál ha sido el efecto de esta triada poder/saber/geografía sobre la producción cartográfica, por ejemplo en el continente de África? Para responder a esta pregunta quiero referir al proyecto «Redescubriendo geografías africanas» (Rediscovering African Geographies) que se realizó en la Sociedad Real Geográfica (Royal Geographical Society, RGS) en Londres entre marzo y abril del 2011. Desde los archivos sobre África de la RGS se seleccionaron mapas del continente que mostraban las cambiantes maneras de mapear a través del tiempo: desde tempranas representaciones indígenas, al reparto de África por las naciones imperialistas europeas. En un corto clip de video que la BBC publicó en su página web para anunciar la exposición, dos hombres africanos comentan sobre su percepción en este cambio de representaciones cartográficas sobre África lo largo del tiempo. Invito al lector que lo vea: http://www.bbc.co.uk/news/world-12675464 (y pido disculpas al lector hispanohablante que estos comentarios sean en inglés – el idioma del poder colonial en África por excelencia – lo que afirma aún más el legado frecuentemente percibido «invisible» del colonialismo).

Una de las impresiones claves tal vez que nos llevamos de mirar estas representaciones cambiantes en la cartografía de África es el asombro de ver tantas posibilidades de representación cartográfica; tanta diversidad de producción cartográfica; y la clase de información que se ha decidido mostrar en los mapas más antiguos: los animales que supuestamente se encontraban en ciertas partes, la presencia de ciertos grupos culturales o religiones distintas. Nos resulta difícil ver el continente de África sin fronteras, así como lo «conocemos», hasta que llegamos a los últimos mapas, cuando, ¡por fin!, se instala orden en esta presentación, cuando, ¡por fin!, reconocemos el continente como es, como debe ser, partido en Estados-nación «reconocibles». De pronto nuestro ojo se acostumbra ya de nuevo a lo conocido, a lo aceptado, a la norma cartográfica como se nos ha enseñado desde hace décadas, desde hace siempre. Creo que este video funciona bien para que nos demos cuenta, para que sintamos, con nuestros sentidos – a través de la desubicación frente a espacios representados de maneras desacostumbradas, frente al caos informático de ríos, montañas, recursos, gentes, culturas – cuánto nuestras mentes han sido colonizadas cartográficamente.

Y es allí que irrumpe la crítica conceptual y la práctica alternativa que se ha denominado «cartografía crítica». En vez de desarrollar la crítica conceptual en detalle aquí, quiero más bien enfocarme sobre algunas de estas prácticas alternativas que pretenden subvertir las prácticas cartográficas hegemónicas. Y lo quiero vincular a la noción de «ontología relacional».

Cartografía crítica y ontología relacional en el Pacífico colombiano

Últimamente ha ganado interés en las ciencias sociales la noción de «ontología relacional» (Escobar, 2008). Con ella se quiere conceptualizar las maneras complejas en que seres humanos y no-humanos interactúan y entrelazan. A la politización de estas relaciones se ha referido a veces con la noción de «ontología política» (Blaser, 2010). Dice Mario Blaser (2010, p. 1-2) al respecto de su trabajo con comunidades indígenas en el Chaco de Paraguay:

el momento contemporáneo se puede mejor entender como marcado de conflictos ontológicos cada vez más visibles y generalizados que son asociados con las luchas de moldear la era global como alternativa a la modernidad en vez de una continuación de ella. Los conflictos ontológicos son centrales a nuestros tiempos porque demuestran que alternativas a la modernidad existen y porque presionan a la modernidad de reorientarse para poder tratar de las diferencias radicales.

Desde este punto de vista, los conflictos ontológicos apuntan a una multiplicidad de maneras de estar en el mundo. En otras palabras, son testigos de un pluriverso existente.[3]

En mi trabajo con el movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano he mostrado, por ejemplo, cómo el espacio acuático como ensamblaje de relaciones que resultan del entrelazamiento de los seres humanos con un ambiente acuático – caracterizado por redes extensas de ríos, el ritmo de las mareas y manglares laberínticos – ha impactado sobre la organización política de este movimiento (Oslender, 2011). El espacio acuático, argumento, constituye una ontología relacional que se deja movilizar para pensar al Pacifico colombiano en términos de lo pluriverso – un mundo de muchos mundos.

De alguna manera se encuentra este pensamiento en la nueva constitución de Colombia del 1991 que resalta lo pluriétnico de la nación. A partir de allí se desarrolló para el caso de las comunidades negras la Ley 70 de 1993 que, entre otro, otorga derechos colectivos sobre las tierras baldías en la región del Pacifico a estos grupos rurales. No quiero entrar en detalle aquí sobre los complejos procesos de negociación y de movilización del movimiento negro en Colombia (véase Agudelo, 2005, Oslender, 2011, Restrepo, 2013). Más bien quiero resaltar un aspecto central en estos procesos de la titulación colectiva: la producción de mapas por parte de las comunidades beneficiarios de la legislación que tenían que demostrar a las instituciones del gobierno, específicamente al Incora, cuáles eran las tierras sobre las que querían recibir título colectivo. Para esto se creó un mecanismo que se ha llegado a denominar en Colombia «cartografía social». Vale resaltar que este término no existe así en el mundo académico anglosajón donde se habla más bien de counter-mapping, o «contra-mapeo».

Cartografía social

En el Pacífico colombiano la cartografía social constituía un ejercicio colectivo en que se exploraban percepciones territoriales de las comunidades locales con el fin de plasmarlas en mapas que se instrumentalizaban después como herramienta en la lucha por el territorio. Para ello se organizaban talleres en que se producían «mapas mentales» con las comunidades locales (en las cuales frecuentemente los ancianos jugaban un papel clave en recordar historias colectivas de asentamientos y tradiciones culturales) a través de cuales se desarrollaban nociones propias de territorialidad e identidad (Offen, 2009; Vargas, 1999). Más allá de simplemente definir fronteras para su título colectivo, sin embargo, los talleres de cartografía social y la producción de mapas mentales servían como herramientas para explorar las diferencias epistemológicas entre comunidades negras rurales y la lógica territorial del estado-nación de Colombia. A estas formas locales de conocimiento desarrolladas en y con el espacio acuático me he referido en términos de «epistemologías acuáticas» (Oslender, 2011). La pregunta era entonces, ¿cómo se veían reflejadas estas epistemologías acuáticas en la producción de los mapas? O, en otras palabras, ¿cómo se dejaba representar la ontología relacional del espacio acuático – un mundo complejo de múltiples conexiones y nodos – en un mapa bidimensional?

Miremos el ejemplo de un mapa mental que se produjo en un ejercicio llevado a cabo por el proyecto gubernamental de Zonificación Ecológica de la Región del Pacífico Colombiano (IGAC, 1999).


Mapa mental producido por comunidades locales en un trayecto
del río Atrato, Chocó
Figura 1
Mapa mental producido por comunidades locales en un trayecto del río Atrato, Chocó

El mapa aquí bosquejado por los asistentes al taller muestra con claridad el río como característica central. También muestra con detalles precisos los diferentes afluentes y la amplitud de los canales ribereños, según lo percibían los habitantes. Las locaciones de los asentamientos, plantaciones y otras actividades productivas se identifican de nuevo con referencia al río principal. Esta representación se debe a los imaginarios geográficos locales, en que las diferentes partes del río están interconectadas y deben considerarse como parte integral del mismo sistema sociocultural (los activistas del Proceso de Comunidades Negras PCN llaman a estos imaginarios «la lógica del río»; véase Oslender, 2001, 2011). A continuación, los participantes reciben instrucciones sobre el uso y lectura de los mapas oficiales, para producir luego un nuevo mapa que considere detalles técnicos, como la escala, las coordenadas, los aspectos topográficos y la leyenda. Este mapa, producto final de los talleres, acompaña a la solicitud de la comunidad respectiva para un título colectivo de tierras presentada al Incora. El objetivo de la cartografía social se orienta entonces en dos sentidos: primero, que los participantes conozcan su territorio: un proceso interno de territorialización consciente; y segundo, que lo den a conocer: un proceso externo de articulación y comunicación de sus territorialidades hacia afuera (por ejemplo, en su comunicación con las organizaciones del Estado).

Aunque algunos líderes del movimiento negro han señalado que tienen su cartografía clara en la cabeza, el ejercicio de cartografía social en sí plantea preguntas cruciales sobre los conflictos territoriales y sobre los límites por determinar. La propiedad privada en las poblaciones negras rurales, por ejemplo, está delimitada con claridad —principalmente mediante linderos naturales, como ciertas quebradas, rocas o árboles. Al contrario, el respaldo de monte —que se usa en la caza y la recolección de frutos y hierbas— se percibe como un espacio colectivo abierto sin ninguna frontera claramente establecida. Se puede decir entonces que la necesidad de delimitar ahora estas áreas en mapas va en contra de las visiones espaciales y territoriales tradicionales. O, en palabras más marcadas por la intervención de la lógica del pensamiento occidental cartesiano, se ha violado a la epistemología acuática local.

Adicionalmente, entre comunidades negras e indígenas ha existido por tradición lo que hemos llamado «territorialidades superpuestas» (Agnew & Oslender, 2010), en el sentido de que la gente negra puede entrar y usar el territorio colectivo indígena y viceversa, siempre y cuando sus respectivas actividades no violen los derechos territoriales del otro grupo étnico. Estas «territorialidades toleradas» (Oslender, 2011) están marcadas por fronteras fluidas que se respetan. En palabras de la antropóloga colombiana Patricia Vargas: «Entre grupos vecinos hay fronteras territoriales y sociales fluidas atravesadas por relaciones de cooperación y de comercio. Por lo tanto, los recursos o la tierra que pertenecen a un grupo pueden ser utilizados por otros si las relaciones sociales son lo suficientemente cercanas para volver a los extraños miembros prácticos —sin que por ello adquieran derechos» (Vargas, 1999, p. 149; énfasis agregado).

Sin embargo, las mismas legislaciones referidas a la creación de los resguardos indígenas y consejos comunitarios de las comunidades negras ahora han causado conflictos entre los grupos étnicos en ocasiones. Estos conflictos se dejan ver como resultado de la imposición externa de la noción de fronteras fijas sobre epistemologías locales de fronteras fluidas y territorialidades tolerantes, pues obliga a las comunidades locales a traducir sus aspiraciones territoriales en mapas y a plasmar límites excluyentes en relación con las otras territorialidades (del Estado, del otro grupo étnico).

¿Los límites de la cartografía social?

Se ha argumentado que estos esfuerzos alternativos de mapear se pueden considerar como forma de «contra-mapeo» en el sentido de que constituyen un desafío a la autoridad del estado (Offen 2009; Peluso, 1995; Wood, 2010; Wood & Fels, 1992). Sin embargo, el ejemplo narrado arriba muestra claramente los límites de tal planteamiento. Mientras que se han titulado 5 millones de hectáreas en el Pacífico colombiano desde 1996 – un éxito en cuanto a la parte instrumental de la Ley 70 – la ontología relacional del espacio acuático – los entrelazamientos de los pobladores con los ríos, las mareas, las maderas de bosque tropical – desaparece en la representación cartográfica del logro de la titulación colectiva. Se puede decir que el esfuerzo inicial de la cartografía social ha sido subsumido en la preocupación por asegurar el reconocimiento del Estado y de los derechos territoriales sancionados. En vez de romper con las convenciones cartográficas dominantes, se ha adaptado a concebir el espacio en términos de derechos de propiedad, reproduciendo y legitimando así el Estado y el capitalismo como formas hegemónicas de poder y economía.

Ahora, esto no quiere decir que la cartografía social sea una práctica reaccionaria. Muy al contrario, las actividades dentro de los talleres de cartográfica social – las discusiones sobre territorio, memoria colectiva, formas de habitar las tierras, patrones de parentesco, etc. – forman parte fundamental de lo que aquí he llamado «proceso interno de territorialización consciente». Es allí que se empieza a articular una consciencia territorial colectiva como discurso estratégico y político. Paulo Freire (1971) llamaría conscientização a este proceso de desarrollo de una conciencia crítica desde adentro. Pero no deberíamos ignorar los múltiples efectos que se generan una vez que esta consciencia territorial colectiva entre en conversación con los agentes de la modernidad del estado-nación territorial. Por más que los ingenieros del Incora (después Incoder) y los cartógrafos del IGAC se solidarizaban con los procesos organizativos de comunidades negras – y de estos había muchos – al final lo que importaba era poder entrar al terreno con el GPS alzado en la mano para poder medir los coordinados «correctos» y diseñar los mapas que delineaban claramente en el papel las fronteras a establecer que demarcaban el espacio en territorios excluyentes. En este mapa final – el que importa y el que usamos todos quienes queremos ilustrar el alcance concreto de la legislación de la Ley 70 en términos del porcentaje de «tierras colectivas» en el Pacífico colombiano (y yo me incluyo como «culpable» en este grupo de «ilustradores») – en este mapa la ontología relacional luce por su ausencia, pues se le ha invisibilizado.


Figura 2

Figura 2

Mapas que muestran la región del Pacífico colombiano antes de la Ley 70 de 1993 (a.), y después (b.). Noten la extensión de las «tierras colectivas» (marcada en negro) en la versión b.

La pregunta surge entonces si es suficiente la cartografía social, como se le ha practicado en Colombia hasta ahora, o si hay otras maneras de seguir insistiendo en formas alternativas de representación cartográfica que desafían a la lógica de representación dominante. En otras palabras, ¿cuáles serían las «cartografías otras»?

El planteamiento cada vez más convencional para mapear tierras colectivas de grupos indígenas en América Latina se deja contrastar, por ejemplo, con el método de artistas que desafían representaciones dominantes del espacio al manipular a las mismas convenciones cartográficas. Veamos …

Nuevas cartografías y contra-mapeo

La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, aún se espera por escribir – o más bien, está siendo escrita hoy en día por las resistencias, las luchas y los deseos de la multitud. (Hardt & Negri, 2000, p. xvi)

El término «contra-mapeo» aparece por primera vez en la literatura académica geográfica anglosajona en 1995, cuando Nancy Peluso describe las prácticas de mapear de grupos indígenas en Kalimantan, Indonesia, como formas de desafiar a planos de uso y manejo de tierras por parte del Estado. Harris y Hazen (2005, p. 115) definen contra-mapeo como «cualquier esfuerzo que cuestiona fundamentalmente las suposiciones de las convenciones cartográficas, que desafía los efectos de poder predominante, o que se dedica a mapear en una manera que altera a las relaciones de poder». Experimentos en este sentido ha habido muchos. Sólo quiero brevemente resaltar dos de ellos.

El Colectivo Contra-Cartografías (Counter Cartographies Collecive) de la Universidad de Carolina de Norte en Chapel Hill, por ejemplo, se constituye de estudiantes que denominan «cartografía autónoma» a su intento de entender e intervenir en los procesos de su universidad a través de «investigaciones militantes, autónomas», para generar cooperación entre investigadores y para producir prácticas y conocimientos alternativos para visualizar procesos en su universidad y más allá (Dalton & Mason-Deese, 2012). Muy interesante también me parece el trabajo del colectivo de Hackitectura, un grupo de activistas en España que desde los años 2000 han formado parte de una red de activistas que confrontan a la militarización de la frontera entre España y Marruecos. Este proyecto, al ignorar las convenciones cartográficas usuales, se entiende como un esfuerzo de repensar la región de la frontera. Hackitectura opera como un nodo de producción de mapas en esta red. Mientras que el grupo formal es más bien pequeño, cada proyecto de mapear incluye a las contribuciones de artistas e investigadores (Dalton & Mason-Deese, 2012). En uno de sus mapas más conocidos tal vez, Cartografía del Estrecho, se presenta una interpretación alternativa de la región.


Figura 3

Figura 3

Mapa de la región fronteriza entre España y Marruecos

Lo primero que notamos es que el mapa se presenta al revés – o con las «patas arriba», como diría Eduardo Galeano (1998). Esto para desorientarnos desde el principio en nuestra manera acostumbrada de leer los mapas. De allí no se nota a la frontera como una línea abstracta geopolítica que separa rígidamente a los dos países. Esta región fronteriza parece más bien un espacio complejo lleno de conexiones y relaciones que transcienden la frontera misma. Se resaltan, por ejemplo, los lugares de acumulación de capital y lavado de dinero (Marbella, Costa de Sol; Gibraltar como paraíso fiscal), así como la frontera en Melilla y el sistema de muro que defiende el paso a los inmigrantes al territorio español. El mapa resalta así los flujos existentes en esta región. De los migrantes que entran a Europa a pesar de la represión, muros, y encerramiento. Pero también los flujos del capital, de datos de Internet y llamadas telefónicas que transcienden la frontera de manera rutinaria. La región de la frontera emerge así como un espacio relacional, en que se entrelazan flujos de personas, de capital, y de datos digitales.

Es este aspecto relacional que ha revolucionado a las «nuevas cartografías», que desconfían en las líneas fijas trazadas en papel, que ven más allá de las fronteras y de los muros que pretenden separar, y que proponen nuevas formas de pensar el espacio y los lugares a través de la noción de la relacionalidad.

Para concluir (por el momento) …

En la geografía anglosajona ha habido aportes conceptuales sobre el lugar relacional desde hace mucho tiempo, tal vez mejor expresado en la obra de la geógrafa inglesa Doreen Massey (fallecida en marzo del 2016). Ella dice que el lugar emerge del «encuentro de lo que anteriormente no estaba relacionado, una constelación de procesos más que una cosa» (Massey, 2005, p. 141). En vez de considerar al lugar como una unidad coherente y nítidamente separada, deberíamos pensarlo como «una constelación de trayectorias en constante cambio» (Massey, 2005, p. 151). En este sentido las nuevas cartografías apuntan también a este re-pensamiento del lugar, al enfocarse sobre las relaciones que le caracterizan y constituyen. Vemos plasmados en estos nuevos esfuerzos de mapear a las nuevas teorías del lugar así que del pensamiento de ensamblajes a la Deleuze y Guattari (1987).

Las posibilidades de acción política asociados con estos intentos son tanto evidentes como imprescindibles. En palabras de Hardt y Negri (2000, p. xvi), «La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, aún se espera por escribir – o más bien, está siendo escrita hoy en día por las resistencias, las luchas y los deseos de la multitud». Una multitud que se constituye de artistas, trabajadores, campesinos, estudiantes, desempleados, académicos, arquitectos, jubilados, desplazados, etc. Lo que une a estos sectores es tal vez el dictum con que el geógrafo francés Yves Lacoste ya en los años 1970 apuntaba a la importancia del espacio – y con que quiero terminar esta intervención aquí – cuando decía: «hay que conocer el espacio para poder luchar en él».

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Notas

[1] Ph.D. in Geography, University of Glasgow.
2 Associate Professor of Geography. Department of Global & Sociocultural Studies.
3 Sobre la noción del pluriverso véase, por ejemplo, Blaser (2010), Escobar (2014), y Mignolo (2005).
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